Pedro
He pasado el día en el infierno, un infierno en el que he caído con mucho gusto, pero el infierno, al fin y al cabo. No esperaba encontrarme a Pau en el apartamento al volver del aeropuerto. Me había inventado una mentira sencilla: mi novia no iba a estar en casa porque se había ido a su pueblo a pasar la Navidad. Mi madre protestó un poco pero no hizo más preguntas ni cuestionó mi excusa. Estaba muy emocionada, y sorprendida, a decir verdad, de que tuviera una mujer en mi vida. Creo que mi padre y ella esperaban que me pasara toda la vida solo. Yo también lo creía.
En cierto sentido, me fascina no poder estar ni un segundo sin pensar en ella, cuando hace apenas tres meses únicamente quería estar solo. No sabía lo que me estaba perdiendo y, ahora que lo he encontrado, no quiero perderlo. Es ella. Haga lo que haga, no consigo olvidarla.
He intentado dejarlo estar, quitármela de la cabeza, seguir adelante... Pero ha sido un desastre. La rubia maja con la que salí el sábado no era Pau. No hay otra como Pau. De aspecto se le parecía mucho y vestía igual que ella. Se ruborizaba cuando me oía maldecir y parecía tenerme un poco de miedo durante la cena. Era agradable, pero aburridísima.
Le faltaba el fuego que tiene Pau. No criticaba mi lenguaje soez y no dijo nada cuando le puse la mano en el muslo durante la cena. Sé que sólo aceptó salir conmigo para hacer realidad alguna ridícula fantasía sobre el chico malo antes de ir a misa a la mañana siguiente. Por mí perfecto, porque yo también la estaba utilizando para reemplazar a Pau, para olvidar que Pau estaba en Seattle con el baboso de Trevor. La culpabilidad que sentí cuando fui a besarla fue abrumadora. Me aparté y su cara inocente no podía mostrar más vergüenza. Huí corriendo al coche y la dejé tirada en el restaurante.
Me siento y miro a la chica dormida de la que estoy locamente enamorado. Verla en nuestro apartamento, su ropa en la lavadora, la casa limpia y su cepillo de dientes en el cuarto de baño... Me había hecho ilusiones. Pero eso que dicen sobre las ilusiones es verdad.
Soy consciente de que me estoy aferrando a un clavo ardiendo, a la remota posibilidad de que me perdone. Si se despierta, seguro que se pondrá a gritar al ver que estoy de pie junto a la cama.
Sé que necesito relajarme un poco, darle tiempo y espacio. Lo que siento y lo que hago me dejan agotado, me consumen y no tengo ni idea de cómo sobrellevarlo. Pero lo resolveré, arreglaré todo esto. Le aparto un mechón rebelde de la cara y me obligo a alejarme de la cama, a volver al montón de mantas, al suelo de cemento, donde debo estar.
A lo mejor esta noche consigo dormir.
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