Pau
Bajo el edredón, no paro de pensar en que nunca, nunca jamás pensaba que vería a Pedro así. Estaba tan desvalido, tan vulnerable, temblando por el llanto... Siento que la dinámica entre él y yo cambia constantemente, y uno siempre tiene más poder que el otro. Ahora mismo, yo soy quien tiene la sartén por el mango.
Pero no me gusta, y tampoco me gusta esta dinámica. El amor no debería ser una batalla tras otra. Además, no me fío de mí misma en lo que a nosotros se refiere. Hasta hace unas horas lo tenía todo clarísimo, pero ahora, después de haberlo visto tan mal, no puedo pensar con claridad y tengo la cabeza embotada.
Incluso en la oscuridad, sé que Pedro me está mirando. Cuando suspiro con toda el alma, dice:
—¿Quieres que ponga la tele?
—No. Si a ti te apetece, hazlo. Yo estoy bien así —contesto.
Ojalá hubiera cogido el libro electrónico para poder leer hasta quedarme dormida. A lo mejor contemplar cómo Catherine y Heathcliff se arruinan la existencia haría que la mía pareciera más fácil, menos traumática. Catherine se pasó la vida intentando luchar contra el amor que sentía por ese hombre hasta el día en que le suplica que la perdone y afirma que no puede vivir sin él... Total para morirse a las pocas horas. Yo podré vivir sin Pedro, ¿no? No voy a pasarme el resto de mi existencia así. Esto es temporal, ¿verdad?
No nos pasaremos la vida siendo unos infelices y haciendo desgraciados a los demás por ser unos cabezotas, ¿a que no? Empieza a preocuparme el paralelismo, y más porque implica que Trevor es Edgar. No sé qué pensar. Es muy raro.
—¿Pau? —me llama mi Heathcliff.
—¿Sí? —digo con la voz rota.
—No me follé... No me acosté con Molly —dice, como si corrigiendo su lenguaje soez la frase fuera a repugnarme menos.
Permanezco en silencio. En parte, perpleja porque haya sacado el tema, en parte porque quiero creerlo. Sin embargo, no puedo permitirme olvidar que es un maestro de la mentira y el engaño.
—Te lo juro —añade.
«Bueno, ya que me lo “jura”...»
—Entonces ¿por qué lo dijiste? —pregunto de mala manera.
—Para herirte. Estaba muy cabreado porque acababas de soltarme que habías besado a otro, así que dije lo que más daño sabía que podía hacerte.
No lo veo, pero sé que está boca arriba, con los brazos cruzados debajo de la cabeza, mirando al techo.
—¿De verdad besaste a otro? —pregunta sin darme tiempo a contestar.
—Sí —confieso. Pero cuando lo oigo respirar hondo, intento suavizar el golpe—: Bueno, sólo una vez.
—¿Por qué? —Su tono de voz es calmado, pero se nota que la procesión va por dentro. Es un sonido extraño.
—La verdad es que no tengo ni idea... Estaba cabreada por cómo me habías hablado por teléfono y había bebido demasiado. Me puse a bailar con aquel tipo y me besó.
—¿Bailaste con él? ¿Cómo?
Pongo los ojos en blanco. Tiene que saberlo todo de todo lo que hago, incluso cuando no estamos juntos.
—Será mejor que no te lo cuente.
—Cuéntamelo.
Su respuesta hace que la tensión vuelva a poder cortarse con un cuchillo.
—Pedro, bailamos como baila la gente en un club. Luego me besó e intentó que me fuera a casa con él.
Miro las aspas del ventilador del techo. Sé que, si seguimos hablando de esto, al final se detendrán, incapaces de cortar la tensión.
Intento cambiar de tema.
—Gracias por el libro electrónico. Es todo un detalle.
—¿Intentó llevarte a su casa? ¿Te fuiste con él?
Lo oigo resoplar y revolver la manta y sé que ahora está sentado.
Yo sigo pegada al colchón.
—¿De verdad me lo preguntas? Sabes que nunca haría algo así —le espeto.
—Bueno, también creía que nunca bailarías con un extraño y te besuquearías con él en un club, y mira —me ladra.
Dejo pasar dos segundos de silencio y replico:
—No creo que te apetezca hablar de las cosas que no nos esperábamos del otro.
Se revuelve entre las mantas de nuevo y de repente noto que está a mi lado, con la voz en mi oído:
—Por favor, dime que no te fuiste con él.
Se sienta en la cama junto a mí y me aparto.
—Sabes de sobra que no me fui con él. Estuve contigo esa misma noche.
—Necesito oírtelo decir. —Su voz es dura pero suplicante—. Dime que sólo lo besaste una vez y que no has vuelto a hablar con él.
—Sólo lo besé una vez y no he vuelto a hablar con él —repito sólo porque sé que necesita oírlo con desesperación.
Mantengo la mirada fija en el remolino de tinta que asoma por el cuello de su camiseta. Me tranquiliza y me inquieta que esté en la cama. No puedo soportar por más tiempo la batalla que se libra en mi interior conmigo en medio.
—¿Hay algo más que deba saber? —pregunta en voz baja.
—No —miento.
No voy a contarle lo de mi cita con Trevor. No pasó nada, y no es asunto de Pedro. Me gusta Trevor y quiero mantenerlo a salvo de la bomba de relojería más conocida como Pedro.
—¿Seguro?
—Pedro... No creo que estés en posición de dudar de mí —le digo mirándolo a los ojos. No puedo evitarlo.
Para mi sorpresa, responde:
—Lo sé.
Se levanta de la cama e intento ignorar el enorme vacío que me engulle.
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