Pau
La madre de Pedro me abraza por cuarta vez y él por fin masculla:
—Mamá, no la atosigues. Es un poco tímida.
—Tienes toda la razón. Perdona, Pau. Es que estoy muy contenta, por fin te conozco. Pedro me ha hablado mucho de ti —dice con afecto.
Noto que se me encienden las mejillas y ella da un paso atrás y asiente con comprensión. Me sorprende que sepa que existo. Imaginaba que, como siempre, me mantenía en secreto.
—Tranquila —consigo decir a pesar de que estoy horrorizada.
La señora Zolezzi sonríe feliz y mira a su hijo, que está diciendo:
—Mamá, ¿por qué no vas a la cocina a por un vaso de agua?
Se marcha y Pedro se me acerca despacio.
—¿Podemos hablar... un momento... en el dormitorio? —tartamudea.
Asiento y echo un vistazo a la cocina antes de seguirlo al dormitorio que solíamos compartir. —Pero ¿qué demonios es esto? —pregunto en voz baja cerrando la puerta.
Él hace una mueca y se sienta en la cama.
—Lo sé... Lo siento. No he sido capaz de contarle lo que ha pasado. No podía contarle lo que he hecho. Y ¿has venido... para quedarte? —Lo dice con más ilusión de la que puedo soportar.
—No.
—Ah.
Suspiro y me paso las manos por el pelo. Ese gesto me lo ha pegado él, creo.
—Y ¿ahora qué hago? —le pregunto.
—No lo sé... —dice con un largo suspiro—. No espero que me sigas la corriente ni nada... Sólo necesitaba un poco más de tiempo antes de contárselo.
—No sabía que ibas a estar aquí. Pensaba que te ibas a Londres.
—Cambié de parecer. No quería irme sin ti... —repone sin aliento y con los ojos llenos de dolor.
—¿Hay alguna razón por la que no le hayas contado que ya no estamos juntos? —No sé si quiero oír la respuesta.
—Estaba muy contenta porque había encontrado a alguien... No quería entristecerla.
Recuerdo que Ken me dijo que nunca pensó que Pedro fuera capaz de tener una relación, y estaba en lo cierto. Sin embargo, no quiero fastidiarle la estancia a su madre, y desde luego no voy a decir lo que estoy a punto de decir por hacerle un favor a él.
—Vale. Cuéntaselo cuando creas oportuno. Pero no le digas nada de la apuesta.
Agacho la cabeza pensando que seguro que su madre sufriría al enterarse de lo que ha hecho su hijo para perder a su primer y único amor.
—¿De veras? ¿Te parece bien que crea que seguimos juntos? —Parece más sorprendido de lo que debería. Cuando asiento, respira aliviado—. Gracias. Estaba convencido de que ibas a descubrirme delante de ella.
—Yo nunca haría eso. —Y lo digo en serio. Por muy enfadada que esté con Pedro, sería incapaz de arruinar la relación con su madre—. Me iré en cuanto acabe de hacer la colada. Pensaba que no estarías en casa. Iba a quedarme aquí en vez de en el motel.
Me revuelvo incómoda. Llevamos demasiado rato en el dormitorio.
—¿No tienes adónde ir? —pregunta.
—Puedo ir a casa de mi madre, sólo que no me apetece —confieso—. El motel no está mal, pero es un poco caro.
Es la conversación más civilizada que hemos mantenido en toda la semana.
—Sé que no aceptarás quedarte aquí, pero ¿me permites que te dé algo de dinero?
Sé que teme mi reacción.
—No necesito tu dinero —repongo.
—Lo sé, sólo era un ofrecimiento. —Agacha la cabeza.
—Será mejor que salgamos —suspiro, y abro la puerta.
—Ahora voy —dice en voz baja.
No me gusta la idea de estar a solas con su madre, pero no puedo quedarme en el pequeño dormitorio con Pedro. Respiro hondo y salgo por la puerta.
Cuando entro en la cocina, la señora Zolezzi me mira desde el fregadero.
—No está enfadado conmigo, ¿verdad? No quería importunarte. —Tiene una voz muy dulce, nada que ver con la de su hijo.
—No, claro que no. Sólo estaba... repasando algunas cosas para la semana —miento. Se me da fatal mentir, y suelo evitarlo a toda costa.
—Me alegro. Sé que es muy temperamental. —Tiene una sonrisa tan afectuosa que no puedo evitar devolvérsela.
Me sirvo un vaso de agua para tranquilizarme y la señora Alfonso empieza a hablar.
—Me cuesta acostumbrarme a lo guapa que eres. Me dijo que eras la chica más bonita que había conocido, pero creía que era una exageración de mi hijo.
Con menos elegancia que la chica más bonita que un chico haya conocido, escupo el trago de agua de vuelta al vaso. «¿Pedro ha dicho qué?» Quiero pedirle que me lo repita, pero bebo otro trago para intentar disimular mi horrenda reacción.
Se echa a reír.
—La verdad es que te imaginaba cubierta de tatuajes y con el pelo verde.
—No, nada de tatuajes. No son para mí. Ni tampoco el pelo verde. —Me río y siento que se me relajan un poco los hombros.
—Vas a graduarte en Filología Inglesa, como Pedro, ¿verdad?
—Sí, señora Zolezzi.
—¿Señora Zolezzi? Llámame Trish.
—En realidad estoy haciendo prácticas en la editorial Vance, así que mi horario de clases es un poco raro, y ahora mismo estamos de vacaciones.
—¿Vance? ¿Christian Vance? —pregunta. Asiento—. Hace por lo menos... diez años que no lo veo. —Baja la vista al vaso que tengo en las manos—. Pedro y yo estuvimos viviendo con él durante un año después de que Ken... Bueno, eso no importa. A Pedro no le gusta que me vaya de la lengua — añade con una risita nerviosa.
No sabía que Pedro y su madre se hubieran quedado en casa del señor Vance, pero sí que estaban muy unidos, mucho más que si Christian fuera sólo el mejor amigo de su padre.
—Sé lo de Ken —digo intentando que no se sienta tan incómoda.
Sin embargo, de inmediato me preocupa que crea que sé lo que le ocurrió a ella, y espero que no se haya molestado.
—¿Ah, sí? —contesta.
Intento subsanar el error y respondo:
—Sí, Pedro me ha contado...
Dejo de hablar en cuanto él entra en la cocina, y he de confesar que agradezco la interrupción. Enarca una ceja.
—¿Qué te ha contado Pedro? —inquiere.
Se me dispara la tensión pero, para mi sorpresa, su madre me cubre.
—Nada, hijo, cosas de mujeres.
Se acerca a él y le rodea la cintura con el brazo. Pedro se aparta un poco, como por instinto. Ella frunce el ceño pero me da la sensación de que para ellos es lo normal.
La secadora pita. Me lo tomo como una señal para salir de la habitación y acabar de hacer la colada. Cuanto antes me vaya, mejor.
Saco la ropa caliente de la máquina y me siento en el suelo del pequeño lavadero para doblarla. La madre de Pedro es un encanto y me habría gustado conocerla en circunstancias normales. No estoy enfadada con Pedro. He pasado demasiado tiempo enfadada. Estoy triste y extraño lo que podríamos haber tenido.
Cuando termino con la colada, me dirijo al dormitorio a hacer las maletas. Ojalá no hubiera colgado la ropa en el armario ni hubiera guardado la comida en la cocina.
—¿Necesitas ayuda, cariño? —me pregunta Trish.
—No, sólo estoy haciendo la maleta para irme a casa de mi madre —contesto. El motel es demasiado caro, así que no me queda otra.
—¿Vas a marcharte hoy? ¿Ahora mismo? —Frunce el ceño.
—Sí... Le dije que iba a ir a casa por Navidad —explico.
Por una vez quiero que Pedro aparezca y me saque de ésta.
—Qué pena. Esperaba que te quedaras al menos una noche. Quién sabe cuándo volveré a verte... Me encantaría conocer a la chica de la que se ha enamorado mi hijo.
De repente algo en mí quiere hacer feliz a esta mujer. No sé si es por haber metido la pata al decirle que sabía lo de ella y Ken, o si es por cómo me ha protegido delante de Pedro.
Pero sé que no quiero pensarlo dos veces, así que hago callar a mi vocecita interior, asiento y digo:
—Está bien.
—¿De verdad? ¿Vas a quedarte? Sólo será una noche. Luego podrás irte a casa de tu madre. Además, no te conviene conducir bajo la nieve.
Me da el quinto abrazo del día.
Bueno, ella estará aquí para suavizar las cosas entre Pedro y yo. Mientras esté presente no podemos pelearnos. Al menos, yo no pienso pelearme. Sé que es... la peor idea que he tenido en mi vida, pero es difícil decirle que no a Trish. Igual que a su hijo.
—Voy a darme una ducha rápida. ¡El vuelo ha sido muy largo! —Sonríe de oreja a oreja y se va.
Me desplomo sobre la cama y cierro los ojos. Van a ser las veinticuatro horas más largas y dolorosas de mi vida. Haga lo que haga, siempre acabo en el mismo sitio: con Pedro.
Abro los ojos unos minutos después. Pedro está delante del armario, de espaldas a mí.
—Perdona, no quería molestarte —dice dándose la vuelta. Me incorporo. Está muy raro, no para de disculparse—. He visto que has limpiado el apartamento —comenta en voz baja.
—Sí... No he podido evitarlo. —Sonrío y él me sonríe también—. Pedro, le he dicho a tu madre que pasaría la noche aquí. Sólo esta noche pero, si no te parece bien, me iré. Me sabía mal porque es muy amable y no he podido decirle que no, pero si vas a estar incómodo...
—Pau, me parece bien —dice a toda prisa, aunque le tiembla la voz cuando añade—: Quiero que te quedes.
No sé qué decir y no entiendo este extraño giro de los acontecimientos. Deseo darle las gracias por su regalo, pero ahora mismo no me cabe nada más en la cabeza.
—¿Lo pasaste bien ayer en tu cumpleaños? —me pregunta.
—Sí. Landon vino a verme.
—Ah...
Pero entonces oímos a su madre en el salón y Pedro se dispone a salir. Se detiene antes de abrir la puerta y me mira.
—No sé cómo tengo que comportarme.
Suspiro.
—Yo tampoco.
Y, con eso, asiente y los dos nos levantamos para reunirnos con su madre en la otra habitación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario