Divina

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jueves, 12 de noviembre de 2015

After 2 Capitulo 22


Pau

Cuando por fin me despierto son las dos de la tarde. No recuerdo cuándo fue la última vez que dormí hasta después de las once, y creo que nunca había dormido hasta la tarde, pero me perdono porque anoche estuve leyendo y jugando con el maravilloso regalo de Pedro hasta altas horas. Es tan tan considerado... Es el mejor regalo que me han hecho nunca.

Cojo el móvil de la mesilla de noche y reviso las llamadas perdidas. Hay dos de mi madre, una de Landon. Tengo unas pocas felicitaciones de cumpleaños en el buzón, entre ellas, una de Noah. Nunca me ha importado mucho mi cumpleaños, la verdad, pero tampoco me apasiona la idea de pasarlo sola. Bueno, no estaré sola. Catherine Earnshaw y Elizabeth Bennet son mejor compañía que mi madre.

Pido un montón de comida china y me paso el día en pijama en la habitación. Mi madre se pone hecha una furia cuando la llamo para decirle que no me encuentro bien. Sé que no me cree pero el caso es que me importa un bledo. Es mi cumpleaños y puedo hacer lo que me dé la gana, y si lo que me apetece es tumbarme en la cama con comida china y mi juguete nuevo, pues eso es lo que voy a hacer.

Mis dedos intentan marcar el número de Pedro unas cuantas veces, pero se lo impido. Por muy maravilloso que sea su regalo, se acostó con Molly. Cada vez que creo que no puede hacerme más daño, va y se supera. Empiezo a pensar en mi cena del sábado con Trevor, que es tan amable y encantador. Dice lo que siente y me regala cumplidos. No me grita ni me hace rabiar. Nunca me ha mentido. Nunca tengo que adivinar lo que piensa o lo que siente. Es inteligente, educado y tiene éxito, y trabaja como voluntario en un comedor social durante las vacaciones. Comparado con Pedro, es perfecto.

El problema es que no debería compararlo con Pedro. Trevor es un poco aburrido y no comparte conmigo la misma pasión por las novelas que sentimos Pedro y yo. Pero tampoco compartimos un pasado de mierda.

Lo que más me cabrea de Pedro es que en realidad me encanta su personalidad, incluso su mala educación. Es divertido, ingenioso y muy dulce cuando quiere. Este regalo me está mareando. Que no se me olvide lo que me ha hecho. Todas las mentiras, los secretos y la de veces que se ha tirado a Molly.

Le mando un mensaje a Landon para darle las gracias y me contesta a los pocos segundos para pedirme la dirección del motel. Quiero decirle que no hace falta que conduzca hasta aquí, pero tampoco me apetece pasar lo que queda de mi cumpleaños completamente sola. No me visto pero me pongo el sujetador y espero a Landon leyendo.

Llama a la puerta una hora después y, cuando abro, su amable sonrisa me hace sonreír. Me da un abrazo.

—Feliz cumpleaños, Pau.

—Gracias —le contesto, y lo estrecho con fuerza.

Me suelta y se sienta en la silla del escritorio.

—¿Te sientes más mayor?

—No... Bueno, sí. Siento como si la semana pasada hubiera envejecido diez años.
Sonríe tímidamente pero no hace comentarios.

—He pedido comida china... Ha sobrado mucha, si tienes hambre... —le ofrezco.
Se da la vuelta, coge uno de los recipientes de poliestireno y un tenedor de plástico del escritorio.

—Gracias. ¿Esto es lo que has estado haciendo todo el día? —se burla.

—Ya ves. —Me río y me siento con las piernas cruzadas sobre la cama.
Mientras mastica, mira detrás de mí y enarca una ceja.

—¿Tienes un libro electrónico? Creía que odiabas esos trastos.

—Bueno... Así era, pero ahora creo que me encantan. —Cojo el aparato y lo contemplo con admiración—. ¡Miles de libros en la punta de los dedos! ¿Acaso hay algo mejor? —Sonrío y ladeo la cabeza.

—No hay nada mejor que hacerse un regalo el día en que cumples años —dice con la boca llena.

—En realidad, es un regalo de Pedro. Me lo ha dejado en el coche.

—Vaya. Es todo un detalle —repone con un tono de voz muy peculiar.

—Sí, desde luego. Incluso ha cargado un montón de novelas maravillosas y... —Me contengo.

—Y ¿qué te parece? —pregunta.

—Pues me confunde aún más. A veces tiene este tipo de detalles superbonitos, pero al mismo tiempo es capaz de hacerme las cosas más hirientes.

Landon sonríe y dice blandiendo el tenedor:

—Pero te quiere. Por desgracia, el amor y el sentido común no siempre van de la mano. Suspiro.

—No sabe lo que es el amor.

Leo la lista de novelas románticas y caigo en la cuenta de que el sentido común no suele aparecer en ninguna de las tramas.

—Ayer vino a hablar conmigo —dice, y el regalo se me cae sobre el colchón.

—¿Cómo dices?

—Sí, ya lo sé. Para mí también fue toda una sorpresa. Vino a buscarme a mí, a su padre, o a mi madre —explica, y meneo la cabeza.

—¿Para qué?

—Para pedir ayuda.

Empiezo a preocuparme.

—¿Ayuda? ¿Con qué? ¿Está bien?

—Sí... Bueno, no. Me pidió que le echara una mano contigo. Está hecho polvo, Pau. Imagínate cómo debía de estar para ir a casa de su padre.

—Y ¿qué dijo?

No me imagino a Pedro llamando a la puerta de casa de su padre para pedirle consejos sobre relaciones.

—Que te quiere. Que quiere que lo ayude a convencerte de que le des otra oportunidad. 
Deseaba que lo supieras porque no quiero ocultarte nada.

—No sé... no sé qué decir. Es increíble que acudiera a ti. Que pidiera ayuda.

—Por mucho que odie admitirlo, no es el mismo Pedro Alfonso que conocí. Incluso bromeó acerca de darme un abrazo.
Se echa a reír.
No puedo evitar que a mí también me dé la risa.

—¡No me lo creo! —No sé qué pensar de todo esto, pero lo de abrazar a Landon tiene gracia.

Cuando dejo de reír, lo miro y me atrevo a preguntar—: ¿Tú crees que me quiere de verdad?

—Sí. No sé si deberías perdonarlo, pero si de algo estoy seguro es de que te quiere.

—Pero me mintió, me convirtió en el hazmerreír del campus; a pesar de haberme dicho que me quería, fue y les contó lo que había pasado entre nosotros. Y luego, en cuanto empiezo a pensar que podría olvidar el asunto, va y se acuesta con Molly.

Las lágrimas me escuecen en los ojos, cojo la botella de agua de la mesilla de noche y bebo para intentar distraerme.

—No se acostó con ella —repone Landon.

Me lo quedo mirando.

—Lo hizo —contesto—. Me lo dijo.

Él deja de comer y niega con la cabeza.

—Sólo lo dijo para hacerte daño. Sé que no mejora mucho las cosas, pero ambos tenéis tendencia a combatir el fuego con fuego.

Miro a Landon y lo primero que se me pasa por la cabeza es que Pedro es un hacha. Ha conseguido que su hermanastro se crea sus mentiras. Pero luego pienso: «¿Y si de verdad no se acostó con Molly?». Sin eso, ¿sería capaz de perdonarlo? Estaba decidida a no hacerlo, pero no consigo librarme de él.

Y, como si el universo se burlara de mí, en ese momento la pantalla del móvil se ilumina con un mensaje de Trevor:

Feliz cumpleaños, preciosa.

Le escribo un agradecimiento rápido y luego le digo a Landon: —Necesito más tiempo. No sé qué pensar.

Asiente.

—Me parece bien. ¿Qué vas a hacer en Navidad?

—Esto —digo señalando los recipientes vacíos de comida para llevar y el libro electrónico. Coge el mando a distancia.

—¿No vas a irte a casa?

—Aquí me siento más en casa que con mi madre —digo intentando no pensar en lo patética que soy.

—No puedes pasar la Navidad sola en un motel, Pau. Deberías venir a casa. Creo que mi madre te compró unas cuantas cosas antes de que... ya sabes.

—¿Antes de que mi vida se fuera a la mierda? —digo medio riéndome, y él asiente—. En realidad, estaba pensando que, como Pedro se va mañana, podría quedarme en el apartamento... hasta que me den habitación en la residencia, que con suerte será antes de que él vuelva a su humilde morada.

Mi situación es tan absurda que no puedo evitar reírme de ella.

—Sí... Eso deberías hacer —dice Landon con la mirada fija en la pantalla del televisor.

—¿Tú crees? ¿Y si Pedro aparece o algo así?

Sin dejar de mirar el televisor, responde:

—Pero ¿no va a estar en Londres?

—Sí, tienes razón. Además, mi firma está en el contrato.

Vemos la televisión y hablamos de Dakota, que en breve se irá a Nueva York. Si ella decide quedarse allí, él está pensando en trasladarse a la NYU el año que viene. Me alegro por él, pero no quiero que se vaya de Washington, aunque tampoco voy a decirle eso, claro está. Se queda hasta las nueve. Luego me meto en la cama y me quedo dormida leyendo.

A la mañana siguiente me preparo para regresar al apartamento. No estoy convencida de volver allí, pero no tengo alternativa. No quiero aprovecharme de Landon, y de ninguna manera voy a ir a casa de mi madre, pero si sigo en el motel me quedaré sin dinero. Me siento culpable por no ir a casa de mi madre, aunque lo cierto es que no me apetece nada tener que oír sus comentarios insidiosos durante toda la semana. Puede que vaya a verla en Navidad, pero hoy no. Tengo cinco días para decidirlo.

Una vez he terminado de maquillarme y de rizarme el pelo, me pongo una blusa blanca de manga larga y unos vaqueros oscuros. Me gustaría quedarme en pijama, pero tengo que ir a la tienda a comprar comida para los próximos días. Si me como lo que Pedro haya dejado en el apartamento, sabrá que he estado allí. Meto mis escasas pertenencias en mis maletas y corro al coche. Para mi sorpresa, le han pasado el aspirador y huele un poco a menta. Pedro.

Empieza a nevar de camino a la tienda. Compro suficiente comida como para que me dure hasta que haya decidido qué voy a hacer los próximos días. Espero en la cola pensando en qué me habría comprado Pedro para Navidad. El regalo de cumpleaños ha sido tan acertado que a saber qué se le habría ocurrido. Espero que fuera una cosa sencilla, nada caro.

—¿Vas a pasar? —oigo que gruñe una mujer detrás de mí.

Cuando levanto la vista, la cajera está esperando impaciente y con cara de pocos amigos. No me había dado cuenta de que ya no quedaba nadie delante.

—Lo siento —musito colocando la compra en la cinta transportadora.

El pulso se me acelera cuando llego al parking del apartamento. ¿Y si aún no se ha ido? Sólo es mediodía. Busco su coche con la mirada. No está. Es probable que lo haya dejado en el aeropuerto.

«O puede que lo haya llevado Molly.»

Mi subconsciente no sabe cuándo cerrar la boca. Decido que no está en casa, aparco y cojo la compra. Nieva con fuerza y una fina capa de nieve cubre los coches a mi alrededor. Al menos dentro de poco estaré calentita en el apartamento. Cuando estoy delante de la puerta, respiro hondo antes de meter la llave en la cerradura y entrar. Me encanta esta casa. Es perfecta para nosotros..., para él... o para mí, por separado.

Abro los armarios de la cocina y la nevera y me sorprende ver que están llenos de comida. Al parecer, Pedro ha hecho la compra hace poco. Meto mi comida donde puedo y vuelvo al coche a por mis cosas.

No puedo dejar de pensar en lo que dijo Landon. Es alucinante que Pedro fuera a pedirle consejo a alguien y que Landon esté tan seguro de que me quiere, cosa que sé que he guardado en las profundidades y luego he tirado la llave por miedo a que me diera esperanzas. Si me permito admitir que Pedro me quiere, lo único que estaría haciendo sería empeorar las cosas.

En cuanto vuelvo al apartamento cierro la puerta y llevo las maletas al dormitorio. Saco casi toda mi ropa y la cuelgo en el armario para que no se arrugue. Lo malo es que usar el armario que iba a compartir con Pedro no hace más que retorcer de nuevo la daga que llevo clavada en el corazón. Sólo ha colgado unos pocos pantalones negros en el lado izquierdo. Tengo que contenerme para no colgarle las camisetas que siempre lleva un poco arrugadas, y aun así se las apaña para estar perfecto. Miro la camisa negra de vestir que cuelga de mala manera al fondo, la que se puso para la boda. Acabo a toda prisa de colgar la ropa y me alejo del armario.

Me preparo unos macarrones y enciendo la tele. Subo el volumen para poder oír un antiguo episodio de «Friends» que he visto por lo menos veinte veces y me meto en la cocina. Repito los diálogos mientras cargo el lavavajillas; espero que Pedro no lo note, pero es que odio que haya platos sucios en el fregadero. Enciendo una vela y limpio la encimera. Antes de darme cuenta estoy barriendo el suelo, pasando la aspiradora por el sofá y haciendo la cama. Cuando termino de limpiar el apartamento, pongo la lavadora y doblo la ropa que Pedro se ha dejado en la secadora. Es el día más tranquilo y sereno que he tenido en toda la semana. Hasta que oigo voces y veo a cámara lenta cómo se abre la puerta.

«Mierda.» Ya está aquí, otra vez. Y ¿cómo es que siempre aparece cuando yo estoy en el apartamento? Espero que no le haya dado las llaves a uno de sus amigos... ¿Y si es Zed con una chica?

«Me da igual quién sea, pero que no sea Pedro, por favor.»

Una mujer a la que no he visto nunca entra por la puerta pero, de alguna manera, sé quién es al instante. El parecido es innegable, y es preciosa.

Pedro, es un piso muy bonito —dice con un acento tan marcado como el de su hijo.

«Esto... no... puede... estar... pasando.» Voy a quedar como una psicópata ante la madre de Pedro , con mi comida en los armarios, la ropa en la lavadora y el apartamento como los chorros del oro. Me quedo de pie, petrificada, y me entra el pánico.

—¡Qué alegría! ¡Tú debes de ser Pau! —me sonríe ella, y corre hacia mí.

Pedro entra por la puerta, ladea la cabeza y deja las maletas con estampado floral de su madre en el suelo. Su cara de sorpresa es todo un poema. Dejo de mirarlo y me centro en la mujer que se me acerca con los brazos abiertos.

—Me llevé una decepción cuando Pedro me dijo que esta semana estarías fuera de la ciudad — dice estrechándome contra sí—. El muy pícaro me tenía bien engañada. ¡Menuda sorpresa!

«¿Qué?»

Me coge por los hombros y me aparta para poder verme bien.

—¡Eres preciosa! —exclama emocionada, y me da otro abrazo.


Le devuelvo el abrazo en silencio. Pedro parece aterrorizado y atónito. Bienvenido al club.

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