Pedro
Contemplo la enorme casa de mi padre sin decidirme a entrar.
Karen ha adornado el jardín con demasiadas luces, pequeños árboles de Navidad y lo que parece ser un reno bailarín. Un Santa Claus hinchable se retuerce con el viento, es como si se estuviera burlando de mí. Salgo del coche y pedazos de billetes de avión rotos revolotean por el asiento hasta que cierro la puerta.
Voy a tener que llamar para que me reembolsen los billetes o me los cambien por otros; de lo contrario, habré tirado dos mil pavos a la basura. Debería irme yo solo y escapar de este país de mierda una temporada pero, no sé por qué, volver a casa, a Londres, no me apetece nada sin Pau. Menos mal que a mi madre no le ha parecido mala idea lo de venir a verme. De hecho, me da la impresión de que le hace ilusión venir a Estados Unidos.
Toco el timbre e intento buscar una excusa que explique qué hago aquí. Pero Landon aparece antes de que se me ocurra nada.
—Hola —lo saludo cuando abre la puerta.
—¿Hola? —pregunta.
Me meto las manos en los bolsillos, sin saber qué decir ni qué hacer.
—Pau no está aquí —dice yendo a la sala de estar, indiferente a mi presencia.
—Sí... Ya lo sé. Está en Seattle —digo pisándole los talones.
—¿Entonces?
—Pues... He venido a... a hablar contigo... o con mi padre. Quiero decir, Ken —divago.
—¿Hablar? ¿De qué?
Saca el punto del libro que lleva en la mano y empieza a leer. Quiero arrancárselo de las manos y tirarlo al fuego de la chimenea, pero eso no va a llevarme a ninguna parte.
—De Pau —respondo en voz baja. Le doy vueltas al piercing del labio con los dedos, esperando que Landon se eche a reír.
Él me mira y cierra el libro.
—A ver si lo entiendo... Pau no quiere saber nada de ti y por eso has venido... ¿a hablar conmigo? ¿O con tu padre? ¿Incluso con mi madre?
—Sí... Supongo... —Joder, qué pesado es. Como si esto no fuera ya bastante humillante.
—Vale... Y ¿qué te hace pensar que me importas un pimiento? Personalmente, creo que Pau no debería volver a dirigirte la palabra y, a estas alturas, creía que ya habrías pasado a la siguiente.
—No seas capullo. Ya sé que la he cagado..., pero la quiero, Landon. Y sé que ella me quiere a mí. Lo que ocurre es que está muy dolida.
Él respira hondo y se rasca la barbilla con los dedos.
—No sé, Pedro. Lo que le has hecho no tiene perdón. Confiaba en ti y la humillaste delante de todo el mundo.
—Lo sé..., lo sé. Joder, ¿te crees que no lo sé? Suspira.
—Bueno, si has venido aquí a pedir ayuda, imagino que comprendes lo mal que está la situación.
—Y ¿qué crees que debería hacer? No como su amigo, sino como mi..., ya sabes, como el hijastro de mi padre.
—¿Quieres decir como tu hermanastro? Tu hermanastro. —Landon sonríe. Pongo los ojos en blanco y él se ríe—. ¿Has podido hablar con ella?
—Sí... De hecho, anoche fui a Seattle y dejó que me quedara con ella —le digo.
—¿Qué? —inquiere muy sorprendido.
—Sí. Estaba borracha. Muy borracha, y prácticamente me obligó a que me la follara. —Por su expresión, entiendo que no he elegido bien las palabras—. Perdona... Me obligó a que me acostara con ella. Bueno, no tuvo que obligarme, porque yo quería hacerlo, ¿cómo iba a decirle que no?... Es... es... «¿Por qué le cuento todo esto?» Landon agita la mano en el aire.
—¡Vale, vale! Ya lo pillo.
—En fin, que esta mañana le he dicho una gilipollez que no debería haberle dicho sólo porque me ha contado que ha besado a otro.
—¿Pau ha besado a otro? —pregunta con incredulidad.
—Sí..., a un pavo en un puto club —gruño. No quiero ni pensarlo.
—Madre mía, sí que debe de estar cabreada contigo.
—Lo sé.
—Y ¿qué es eso que le has dicho esta mañana?
—Le he dicho que ayer me follé a Molly —confieso.
—¿En serio? Quiero decir..., ¿de verdad te acostaste ayer con Molly?
—No, joder, no. —Niego con la cabeza.
«¿Qué demonios está pasando? ¿Cómo es que estoy teniendo una charla rarísima a corazón abierto ni más ni menos que con Landon?»
—Y ¿por qué se lo has dicho entonces?
—Porque estaba cabreado. —Me encojo de hombros—. Porque había besado a otro.
—Vale... O sea, que le has dicho que te has acostado con Molly sabiendo que Pau la odia sólo para hacerle daño.
—Sí...
—Gran idea —replica, y pone los ojos en blanco.
Entonces le borro el sarcasmo de la cara soltando una bomba:
—¿Tú crees que me quiere? —Tengo que saberlo.
Landon levanta la cabeza, se ha puesto muy serio de repente.
—No lo sé... —Miente de pena.
—Dímelo. La conoces mejor que nadie, aunque no tanto como yo.
—Te quiere, pero por el modo en que la traicionaste, está convencida de que tú no la has querido nunca.
Se me vuelve a partir el corazón. Y no me puedo creer que le esté pidiendo ayuda, pero la necesito.
—¿Qué puedo hacer? ¿Vas a echarme una mano?
—No lo sé... —Me mira sin saber qué decir, pero seguro que nota lo desesperado que estoy—. Supongo que puedo intentar hablar con ella. El lunes es su cumpleaños. Eso lo sabes, ¿no?
—Sí, claro que lo sé. ¿Has hecho planes con ella? —le pregunto. Más le vale responder que no.
—No, me ha dicho que iba a ir a casa de su madre.
—¿A casa de su madre? ¿Por qué? ¿Cuándo has hablado con ella?
—Me ha enviado un mensaje hace un par de horas. Y ¿qué otra cosa va a hacer? ¿Pasar su cumpleaños sola en un motel?
Decido ignorar ese último comentario. Si no hubiera perdido los nervios esta mañana, es posible que me hubiera dejado quedarme esta noche también con ella. Y ahora está en Seattle con el dichoso Trevor.
Se oyen pasos que bajan la escalera y mi padre aparece en la puerta instantes después.
—Me ha parecido oír tu voz...
—Sí... He venido a hablar con Landon —miento.
Bueno, es una verdad a medias. He venido a hablar con el primero que pillase. Soy patético. Mi padre parece sorprendido.
—¿Ah, sí?
—Sí. Otra cosa, mamá llega el martes por la mañana —le digo—. Para pasar las Navidades.
—Me alegra saberlo. Te echa muchísimo de menos.
Me gustaría contestarle, soltarle algún comentario sobre la mierda de padre que es, pero no tengo fuerzas.
—Bueno, os dejo que habléis —añade, y se vuelve para subir por la escalera—. Oye, Pedro... — dice a mitad de camino.
—¿Sí?
—Me alegra verte aquí.
—Vale —contesto. No sé qué otra cosa decir.
Mi padre me sonríe y sigue subiendo.
Vaya día de mierda. Me duele la cabeza.
—Bueno... Pues ya me voy... —le digo a Landon.
Asiente.
—Haré lo que pueda —me promete mientras me acompaña a la salida.
—Gracias —digo. Y, cuando los nos quedamos de pie incómodos en el umbral, mascullo—: Sabes que no voy a darte un abrazo ni a hacer ninguna otra gilipollez parecida, ¿no?
Salgo y lo oigo reírse y cerrar la puerta...
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