Pau
«Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.» «Me estaba follando a Molly.»
Las palabras de Pedro resuenan en mi cabeza mucho después de que haya salido para siempre de mi vida con un portazo. Intento tranquilizarme antes de bajar a reunirme con los demás.
Debería haber sabido que estaba jugando conmigo, que seguía liándose con ese putón. Seguro que ha estado acostándose con ella todo el tiempo que hemos estado «saliendo» juntos. ¿Cómo puedo ser tan tonta? Anoche estuve a punto de creerlo cuando me dijo que me quería. Pensaba: «¿Por qué, si no, ha venido en coche hasta Seattle?». Pero la verdadera razón es ésta: porque es Pedro y hace ese tipo de cosas para marearme. Siempre las ha hecho y siempre las hará. Me confunde lo culpable que me siento por haberle soltado que besé a un tipo y por haberlo culpado a él de lo sucedido anoche, cuando sé perfectamente que yo quería que pasara tanto como él. Sólo es que no quiero admitirlo, ni ante él, ni a mí misma.
Se me revuelve el estómago al imaginármelo con Molly. Si no como pronto, voy a devolver. No sólo por la resaca, sino también por la confesión de Pedro. Tenía que ser con Molly... La detesto. La estoy viendo, con su sonrisa de superioridad, disfrutando al saber el daño que me hace que vuelva a acostarse con él.
Esos pensamientos funestos me acosan como buitres hasta que detengo el ataque de nervios justo al borde del abismo, me limpio los lagrimales con un pañuelo de papel y cojo el bolso. En el ascensor estoy a punto de derrumbarme de nuevo, pero para cuando llego a la planta baja ya he recuperado el control.
—¡Pau! —me llama Trevor desde la otra punta del vestíbulo—. Buenos días —dice acercándome una taza de café.
—Gracias, Trevor. Te pido disculpas por el comportamiento de Pedro anoche —empiezo a decir.
—No pasa nada, de verdad. Ese chico es un poco... ¿intenso?
Casi me echo a reír, pero la sola idea me da náuseas.
—Sí... Eso..., intenso —mascullo, y le doy un sorbo al café.
Mira el móvil y se lo guarda otra vez en el bolsillo.
—Kimberly y Christian bajarán dentro de unos minutos. —Sonríe—. ¿ Pedro sigue aquí?
—No, y tampoco va a volver —replico tratando de fingir que no me importa—. ¿Has dormido bien? —pregunto para cambiar de tema.
—Sí, pero estaba preocupado por ti.
Su mirada se posa en mi cuello y me recoloco el pelo por si se me ve el chupetón. —¿Y eso? —digo.
—¿Puedo preguntarte algo? No quiero que te siente mal ni nada... —lo dice con tono cauto y eso me pone un poco nerviosa.
—Sí..., adelante.
—¿Alguna vez... alguna vez te ha hecho daño Pedro? —me suelta entonces mirando al suelo.
—¿Qué? Discutimos constantemente, así que, sí, me hace daño a todas horas —le contesto. Luego le doy otro sorbo a la deliciosa taza de café.
Trevor me mira con ojos de cordero.
—Me refiero a físicamente —musita.
Ladeo la cabeza para poder verlo bien. ¿Me está preguntando si Pedro me ha pegado alguna vez?
Me quiero morir.
—¡No! —exclamo—. Por supuesto que no. Él nunca haría algo así.
Por su mirada, sé que no era su intención ofenderme.
—Perdona... Es sólo que parece muy violento y siempre está enfadado. — Pedro está enfadado con el mundo y a veces se pone violento, pero nunca, jamás, me pondría la mano encima.
Resulta raro, pero Trevor me está cabreando por acusar a Pedro de una cosa así. Él no lo conoce... Aunque, por lo visto, yo tampoco.
Permanecemos de pie varios minutos en silencio y le doy vueltas al asunto hasta que veo el pelo rubio de Kimberly acercándose a nosotros.
—Perdóname, de verdad. Sólo es que creo que te mereces que te traten mucho mejor —añade Trevor en voz baja antes de que los demás se unan a nosotros.
—Me encuentro fatal. Peor que fatal —gruñe Kimberly.
—Yo también. La cabeza me va a explotar —comparto con ella mientras recorremos el largo pasillo que conduce a la sala de congresos.
—Sí, pero tú tienes un aspecto magnífico y yo todavía llevo pegadas las legañas —añade.
—Estás preciosa —le dice Christian, y la besa en la frente.
—Gracias, cariño, pero tú no eres objetivo. —Kimberly se ríe y a continuación se masajea las sienes.
—Parece que esta noche no vamos a salir —interviene Trevor con una sonrisa.
Todo el mundo está de acuerdo con él.
Llegamos al congreso y voy directa a la mesa del desayuno a coger un cuenco de cereales. Como más deprisa de lo que debería y no puedo dejar de pensar en lo que dijo Pedro. Me habría gustado poder besarlo una vez más... No, no, mal. Se ve que todavía estoy borracha.
Los seminarios se suceden con rapidez, y aunque Kimberly gruñe porque el volumen del micrófono del orador principal está demasiado alto, a mediodía mi dolor de cabeza ya casi ha desaparecido.
Mediodía. Pedro ya debe de haber llegado a casa. Seguro que está con Molly. Seguro que se ha ido directamente a buscarla sólo para fastidiarme. ¿Se habrán acostado ya en nuestro antiguo dormitorio? ¿En la cama que era para nosotros? Recuerdo sus caricias y cómo gemía mi nombre anoche, y de repente el cuerpo de Molly sustituye al mío. Lo único que veo es a Pedro con Molly. A Molly con Pedro.
—¿Me has oído? —pregunta Trevor sentándose a mi lado.
Sonrío para disculparme.
—Perdona, tenía la cabeza en otra parte.
—Como esta noche nadie quiere salir, me preguntaba si te gustaría cenar conmigo. —Miro sus relucientes ojos azules y, como tardo en responder, tartamudea—: Si no te apetece..., no pasa nada.
—La verdad es que me encantaría —le digo.
—¿De verdad? —Por fin respira. Se nota que pensaba que lo iba a rechazar, y más después del modo en que Pedro se comportó con él anoche.
Durante las siguientes cuatro horas de charlas y conferencias, dejo que mi corazón disfrute sabiendo que Trevor aún quiere salir conmigo después de que el energúmeno de mi ex lo haya amenazado.
—Qué bien que por fin ha terminado. Necesito dormir —gruñe Kimberly mientras subimos al ascensor.
—Parece que te estás haciendo mayor —se burla Christian, y ella pone los ojos en blanco y apoya la cabeza en su hombro.
—Pau, mañana por la mañana, mientras ellos están reunidos, nosotras nos iremos de compras — dice antes de cerrar los ojos.
Por mí, perfecto. Igual que una cena tranquila en Seattle con Trevor. De hecho, suena de maravilla después de mi noche salvaje con Pedro. No me está gustando mi comportamiento este fin de semana: he besado a un desconocido y prácticamente obligué a Pedro a que se acostara conmigo. Y ahora me voy a cenar con otro tío. No obstante, este último es el menos malo de todos, y sé que no habrá sexo con él.
«Puede que tú no tengas sexo, pero seguro que Pedro y Molly...», empieza a decir mi subconsciente. Qué pesado, ya me está tocando las narices.
Al llegar a la puerta de mi habitación, Trevor se detiene y dice:
—Pasaré a recogerte a las seis y media, si te parece bien.
Le sonrío, asiento y entro en la escena del crimen.
Iba a intentar echarme una siesta antes de salir a cenar con él, pero termino dándome otra ducha. Me siento sucia después de todo lo que ocurrió anoche y necesito quitarme el olor de Pedro de la piel. Hace dos semanas estaba segura de que el día de hoy iba a ser muy distinto. Pedro y yo estaríamos haciendo las maletas para ir a visitar a su madre a Londres por Navidad. Ahora ni siquiera tengo dónde vivir, lo que me recuerda que debo devolverle las llamadas a mi madre. Anoche me telefoneó mil veces.
Salgo de la ducha, empiezo a maquillarme y marco su número.
—Hola, Pau —responde cortante.
—Perdona que no pudiera llamarte anoche. Estoy en Seattle, en el congreso de edición, y ayer estuvimos cenando hasta tarde con unos clientes.
—Anda, mira qué bien. ¿Está Pedro ahí? —pregunta. Ésa no me la esperaba.
—No... ¿Por qué lo dices? —contesto haciéndome la loca.
—Porque me llamó anoche intentando averiguar dónde estabas. No me gusta que le hayas dado mi número. Sabes lo que opino de él, Paula.
—Yo no le he dado el número...
—Creía que habíais roto —me corta.
—Hemos roto. Yo rompí con él. Será que necesita preguntarme algo sobre el apartamento o algo parecido —miento.
Debía de estar muy desesperado para llamar a casa de mi madre. Me alegro, pero también me duele.
—Ya que lo mencionas, no vamos a poder encontrarte habitación en una residencia hasta pasadas las vacaciones de Navidad. Como no tienes que ir a trabajar y tampoco habrá clases, puedes quedarte aquí hasta entonces.
—Ah... Vale.
No quiero pasar las vacaciones de Navidad con mi madre, pero ¿acaso tengo elección?
—Te veo el lunes. Y, Pau, si sabes lo que te conviene, procura no acercarte a ese chico —dice antes de colgar.
Una semana en casa de mi madre. El infierno. No sé cómo he podido vivir allí durante dieciocho años. La verdad es que no me había dado cuenta de lo horrible que era hasta que disfruté de un poco de libertad. A lo mejor, como Pedro se va a Inglaterra el martes, podría pasar dos noches más en el motel y luego quedarme en el apartamento hasta que él regrese. No me apetece nada volver allí, pero firmé el contrato de alquiler y Pedro no tiene por qué enterarse.
Miro el móvil y veo que ni me ha llamado ni me ha enviado ningún mensaje. Lo sabía. No me puedo creer que se acostara con Molly y me lo restregara luego por la cara. Lo peor es que, si no le hubiera soltado que besé a un tipo, no me lo habría contado. Igual que lo de la apuesta con la que empezó nuestra «relación». Y eso significa que no puedo confiar en él.
Termino de arreglarme y decido ponerme un vestido negro, sin adornos. Mis días de faldas plisadas de lana son cosa del pasado. Me aplico otra capa de corrector en el cuello y espero a que llegue Trevor. Como era de esperar, llama a la puerta a las seis y media en punto.
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