Pau
La alarma de mi móvil irrumpe en mi sueño como un pingüino bailarín. Literalmente, porque mi subconsciente traduce el sonido en la imagen de un pingüino que baila.
Sin embargo, la placentera fantasía no dura mucho. Me despierto y de inmediato empieza a dolerme la cabeza. Cuando intento sentarme, algo me lo impide... O alguien.
«Ay, no.»
Recuerdo a un tío que daba grima. Me entra el pánico y abro los ojos de sopetón... Pero lo que veo es la piel tatuada de Pedro encima de mí. Tiene la cabeza sobre mi estómago y me rodea con un brazo.
«Mierda.»
Intento hacerlo a un lado sin despertarlo, pero él gime y abre los ojos muy despacio. Los cierra otra vez, se levanta y desenreda nuestras piernas. Salto de la cama y, cuando vuelve a abrirlos, no dice nada, sólo me observa como si estuviera viendo a un depredador. La imagen de Pedro penetrándome sin cesar y gritando mi nombre se repite en mi mente una y otra vez.
«Pero ¿en qué demonios estaba pensando?»
Quiero decir algo, pero la verdad es que no se me ocurre nada. Por dentro me estoy poniendo mala, me va a dar un ataque. Como si supiera lo que pasa por mi mente, salta de la cama, sábana en mano, y se cubre el cuerpo desnudo. Ay, por favor. Se sienta en una silla y me mira y me doy cuenta de que sólo llevo puesto el sujetador. Cierro las piernas y vuelvo a sentarme en la cama.
—Di algo —me pide.
—Yo... No sé qué decir —confieso.
No me puedo creer que haya pasado. No puedo creer que Pedro esté aquí, en mi cama, desnudo.
—Lo siento —dice, y deja caer la cabeza entre las manos.
Me va a explotar el cerebro por las cantidades ingentes de alcohol que tomé ayer y por haberme acostado con Pedro.
—Más te vale —mascullo.
Se tira del pelo.
—Fuiste tú quien me llamó.
—Pero no te dije que vinieras —replico.
No sé qué voy a hacer. No he decidido aún si quiero pelearme con él, echarlo a patadas o intentar resolverlo como una adulta.
Me levanto y me voy al baño. Su voz me acompaña.
—Estabas borracha y pensé que te encontrabas en apuros o algo así y Trevor estaba aquí.
Abro el grifo de la ducha y me miro al espejo. Llevo un chupetón encarnado en el cuello.
Me toco la marca y recuerdo la lengua de Pedro sobre mi piel. Debo de estar un poco ebria todavía porque no consigo pensar con claridad. Creía que lo estaba superando y resulta que tengo al cabrón que me rompió el corazón en mi habitación y un chupetón enorme en el cuello, igual que una adolescente indomable.
—¿Pau? —dice entrando en el baño.
Me meto en la ducha. Permanezco en silencio mientras el agua caliente limpia mis pecados.
—¿Estás...? —Se le quiebra la voz—. ¿Estás bien después de lo que pasó anoche?
¿Por qué está tan raro? Me esperaba una sonrisa de superioridad y como mínimo cinco «de nada» en cuanto abriera los ojos.
—No... No lo sé. No, no estoy bien —le digo.
—¿Me odias... más que antes?
Parece tan vulnerable que me da un vuelco el corazón pero necesito plantarme. Esto es un desastre: empezaba a olvidarlo. «No te lo crees ni tú», se mofa mi subconsciente, pero paso de él. —No, más o menos igual que antes —contesto.
—Ah.
Me aclaro el pelo una última vez y rezo para que el agua de la ducha me rehidrate y me libre de la resaca.
—No era mi intención aprovecharme de ti, te lo juro —dice cuando cierro el grifo.
Cojo una toalla del pequeño estante y me envuelvo con ella. Está apoyado en el marco de la puerta y lo único que lleva puesto es el bóxer. Tiene el pecho y el cuello cubiertos de marcas rojas.
No pienso volver a beber.
—Pau, sé que debes de estar enfadada, pero tenemos mucho de que hablar.
—No, no hay nada que hablar. Estaba borracha y te llamé. Viniste y nos acostamos. ¿Qué hay que hablar? —Intento mantener la calma, no quiero que sepa lo mucho que me afecta. Lo mucho que me afectó lo de anoche.
Entonces veo que tiene los nudillos en carne viva.
—¿Qué te ha pasado en las manos? ¡Joder, Pedro! ¡¿No me digas que le has partido la cara a Trevor?! —grito, y hago una mueca por el terrible dolor de cabeza que tengo.
—¿Qué? ¡No! —exclama levantando las manos para defenderse.
—Entonces ¿a quién?
Menea la cabeza.
—Lo mismo da. Tenemos cosas más importantes de las que hablar.
—No, no tenemos nada que hablar. No ha cambiado nada.
Abro el estuche de maquillaje y saco el corrector. Me lo aplico generosamente en el cuello mientras Pedro sigue de pie detrás de mí, en silencio.
—Ha sido un error. No debería haberte llamado —digo al cabo de un rato, enfadada porque ni con tres capas de corrector consigo disimular el chupetón.
—No ha sido un error. Está claro que me echas de menos. Por eso me llamaste.
—¿Qué? No. Te llamé por... por accidente. No era mi intención.
—Mentira.
Me conoce demasiado bien.
—¿Sabes qué? No importa por qué te llamé —salto—. No deberías haber venido.
Cojo el delineador de ojos y empiezo a pintarme una raya bastante gruesa.
—Pues yo digo que tenía que venir. Estabas borracha y cualquiera sabe lo que podría haber pasado.
—¿Como, por ejemplo, que me acostara con quien no debía?
Se le encienden las mejillas. Sé que estoy siendo un poco borde, pero debería haber sabido que no tenía que acostarse conmigo estando tan borracha. Me paso el cepillo por el pelo húmedo.
—No me dejaste otra opción, haz memoria —replica tan borde como yo.
Me acuerdo. Recuerdo que salté encima de él y empecé a restregarme contra su entrepierna. Recuerdo que le dije que o se acostaba conmigo o se iba. Recuerdo que me dijo que no y me pidió que parase. Me siento muy humillada y horrorizada por mi comportamiento pero, lo peor de todo, es que me recuerda a la primera vez que lo besé, cuando me acusó de haberme lanzado a sus brazos.
La rabia bulle en mi interior y tiro el cepillo contra el mueble del baño.
—¡No te atrevas a culparme a mí! ¡Podrías haber dicho que no! —le grito.
—¡Te dije que no! ¡Varias veces! —me contesta a gritos.
—¡No era consciente de lo que hacía y lo sabes!
No es del todo cierto. Sabía lo que quería, sólo que no estoy dispuesta a admitirlo.
Sin embargo, empieza a repetirme las guarradas que le dije anoche:
—«¡Es que sabes muy bien!» «¡Háblame como antes!» «¡Eres el único, Pedro!»...
Me está sacando de mis casillas.
—¡Fuera de aquí! ¡Largo! —le grito, y cojo el móvil para ver la hora.
—Anoche no querías que me marchara —replica con toda la crueldad del mundo.
Me vuelvo para mirarlo.
—Me iba muy bien antes de que llegaras. Tenía aquí a Trevor —digo porque sé lo mal que le va a sentar.
Pero entonces me sorprende echándose a reír.
—Por favor... Los dos sabemos que con Trevor no tienes ni para empezar. Me deseabas a mí y sólo a mí. Y todavía me deseas —se mofa.
—¡Estaba borracha, Pedro! ¿Para qué te quiero a ti teniéndolo a él? —le suelto, pero me arrepiento al instante de haberlo dicho.
Le brillan los ojos, no sé si porque le he hecho daño o porque se ha puesto celoso, y doy un paso hacia él.
—No —dice extendiendo los brazos para que no me acerque—. ¿Sabes qué? Me parece perfecto. ¡Eres toda suya! No sé por qué coño he venido. ¡Debería haber sabido que ibas a portarte así!
Intento bajar la voz antes de que alguien llame para quejarse, pero no sé si lo consigo:
—¿Me tomas el pelo? Te plantas aquí, te aprovechas de mí y ¿encima tienes el valor de insultarme?
—¿Que me aproveché de ti? ¡Tú te aprovechaste de mí, Pau! Sabes que no sé decirte que no, ¡y no parabas de insistir!
Sé que tiene razón, pero estoy cabreada y me siento humillada por mi comportamiento agresivo de anoche.
—Da igual quién se aprovechara de quién. Lo único que importa es que te vayas y no vuelvas a acercarte a mí —sentencio, luego enciendo el secador para no oír su respuesta.
A los pocos segundos arranca el cable del enchufe de un tirón; un poco más y se lleva hasta el marco.
—Pero ¡¿a ti qué coño te pasa?! —le grito enchufando el secador de nuevo—. ¡Podrías haberlo roto!
Pedro es capaz de hacerle perder la paciencia a un santo.
«¿Cómo se me ocurrió llamarlo?»
—No voy a marcharme hasta que hayamos hablado —resopla.
Ignoro el dolor que siento en el pecho.
—Ya te lo he dicho: no tenemos nada de que hablar. Me has hecho daño y no puedo perdonártelo. Fin de la cuestión.
Por mucho que intente luchar contra mis sentimientos, en el fondo sé que me encanta que haya venido. Aunque estemos gritándonos y peleándonos, lo he echado mucho de menos.
—Ni siquiera has intentado perdonarme —dice en un tono mucho más dulce.
—Lo he intentado. He intentado superarlo, pero no puedo. No sé si todo esto es parte de tu juego. No sé si volverás a hacerme daño.
Enchufo las tenacillas y suspiro.
—Tengo que terminar de arreglarme.
Desaparece cuando vuelvo a poner en marcha el secador. Una pequeña parte de mí espera encontrarlo sentado en la cama cuando salga del baño, la muy idiota. No es mi parte racional. Es la chica ingenua y tonta que se enamoró de un chico que es todo lo contrario de lo que ella necesita. Una relación entre Pedro y yo nunca funcionará, lo sé. Me gustaría que ella también lo supiera.
Me rizo el pelo y termino de peinarme de tal modo que éste me tapa el chupetón que me ha hecho en el cuello. Cuando salgo del baño a preparar lo que voy a ponerme, Pedro está sentado en la cama y la chica tonta se alegra un poco. Saco un sujetador rojo y unas bragas de la maleta y me las pongo sin quitarme la toalla. Cuando la dejo caer, Pedro ahoga un grito e intenta disimularlo tosiendo.
Saco el vestido blanco del armario y noto que un hilo invisible nos une, pero me resisto y me meto el vestido por la cabeza. Me siento muy cómoda con él aquí, teniendo en cuenta la situación. ¿Por qué tiene que ser todo tan confuso y agotador? ¿Por qué tiene que ser tan complicado? Y, lo más importante, ¿por qué no puedo olvidarlo y seguir con mi vida?
—Deberías irte —digo en voz baja.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta cuando ve que me cuesta subirme la cremallera del vestido.
—No... Puedo sola.
—Espera.
Se levanta y se acerca a mí. Caminamos sobre la fina línea que separa el amor del odio, la tempestad de la calma. Me resulta extraño y embriagador.
Me levanto el pelo y Pedro se toma su tiempo para subirme la cremallera del vestido. Se me acelera el pulso y me echo una bronca mental por haber permitido que me ayude.
—¿Cómo conseguiste encontrarme? —inquiero en cuanto la pregunta se me pasa por la cabeza. Se encoge de hombros como si no me hubiera seguido desde la otra punta del estado.
—Llamé a Vance.
—¿Te dio mi número de habitación? —No me gusta nada la idea.
—No, me la dio el recepcionista. —Sonríe orgulloso de sí mismo—. Puedo ser muy persuasivo.
El hecho de que haya sido cosa del hotel no hace que me sienta mejor.
—No podemos seguir así..., ya sabes, contigo bromeando y actuando como si fuéramos amigos — digo subiéndome a los zapatos negros de tacón.
Él coge sus vaqueros y empieza a ponérselos.
—¿Por qué no?
—Porque no nos hace ningún bien estar en la misma habitación.
Sonríe y aparecen sus hoyuelos malvados.
—Sabes que eso no es verdad —dice poniéndose la camiseta con absoluta tranquilidad.
—Lo es.
—No.
—¿Quieres dejarlo estar? —le suplico.
—No lo dices en serio, y lo sé. Sabías muy bien lo que te hacías cuando dejaste que me quedara anoche.
—No, no lo sabía —protesto—. Estaba borracha. Anoche no sabía lo que me hacía, ni cuando besé a aquel tío ni cuando te abrí la puerta.
Cierro la boca al instante. Espero no haberlo dicho en voz alta. No obstante, por el modo en que Pedro abre los ojos y aprieta los dientes, sé que me ha oído. Mi dolor de cabeza se multiplica por diez y me entran ganas de darme de bofetadas.
—¡¿Qué... qué acabas de decir?! —brama.
—Nada..., yo...
—¿Besaste a un tío? ¿A quién? —pregunta con la voz rota como si acabara de correr un maratón.
—A un tío en el club —confieso.
—¿Va en serio? —jadea. Asiento y explota—: Pero ¿qué...? Pero ¿qué coño te pasa, Pau? ¿Besaste a un tío en un puñetero club y a continuación te acostaste conmigo? Pero ¿tú quién eres?
Se pasa las manos por la cara. Si lo conozco tan bien como creo, está a punto de romper algo.
—Sucedió y ya está, y te recuerdo que tú y yo no estamos juntos. —Intento defenderme, pero sé que lo único que consigo es empeorarlo.
—Joder... Eres increíble. ¡Mi Pau jamás habría besado a un puto desconocido en un club! — ladra.
—No soy tu Pau —le informo.
Menea la cabeza una y otra vez. Al final me mira a los ojos y escupe:
—¿Sabes una cosa? Tienes razón. Y, sólo para que lo sepas, mientras tú te estabas besuqueando con ese pavo, yo me estaba follando a Molly.
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