Pedro
La cabeza me da vueltas y sé que está mal, pero no puedo evitarlo. La deseo, la necesito. Me muero por ella. Tiene que ser mía y me ha dado un ultimátum: o me la follo, o me largo. Si ésas son mis opciones, no pienso largarme. Lo que está saliendo por esa boca suena tan raro..., tan impropio de ella.
Pero me pone muchísimo.
Sus pequeñas manos intentan bajarme la cremallera de los vaqueros. Meneo la cabeza cuando el cinturón me cae por los tobillos. No puedo pensar con claridad. No puedo razonar. Estoy borracho y loco por esta mujer dulce y, en este momento salvaje, a la que quiero más de lo que puedo soportar.
—Espera... —repito.
No deseo que pare, pero mi lado bueno quiere oponer un mínimo de resistencia para no sentirse tan culpable.
—No..., no espero. Ya he esperado bastante —dice con voz suave y seductora mientras me baja el bóxer y me la coge con la mano.
—Joder, Pau...
—Ése es el plan: joder, Pau.
No puedo detenerla. Ni aunque quisiera. Lo necesita, me necesita. Y, borracha o no, soy lo bastante egoísta para aceptar si éste es el único modo en que puedo conseguir que me quiera.
Se arrodilla y se la mete en la boca. Cuando bajo la vista, me mira y pestañea. Joder, parece un ángel y un demonio a la vez, tan dulce y tan guarra mientras me vuelve loco con la boca, arriba y abajo y trazando círculos.
Hace una pausa, se saca la polla, se la pone junto a la cara y me pregunta con una sonrisa:
—¿Te gusto así?
Casi me corro sólo de oírla. Asiento, incapaz de hablar, y se me traga de nuevo, ahueca las mejillas y chupa con fuerza metiéndose un tramo más en su preciosa boca. No quiero que pare pero necesito tocarla. Sentirla.
—Para —le suplico, y le pongo la mano en el hombro para echarla atrás. Niega con la cabeza y me tortura subiendo y bajando a velocidad de vértigo—. Pau..., por favor —jadeo, pero la noto reír, una vibración profunda que me atraviesa hasta que, por fortuna, para justo cuando estoy a punto de correrme en su garganta.
Sonríe y se limpia los labios hinchados con el dorso de la mano.
—Es que sabes muy bien —dice.
—Joder, ¿desde cuándo tienes una boca tan sucia? —le pregunto cuando se levanta del suelo.
—No lo sé... Siempre pienso estas cosas, sólo es que nunca tengo los cojones de decirlas — responde acercándose a la cama.
Casi me echo a reír a carcajadas al oírla decir «cojones». No es propio de Pau, pero esta noche manda ella y lo sabe. Sé que está disfrutando de tenerme a su merced.
Ese vestido basta para hacer perder la razón a cualquiera. La tela abraza todas sus curvas, cada movimiento de su piel perfecta. Nunca he visto nada más sexi. Hasta que se lo quita por la cabeza y me lo tira juguetona. Creo que se me van a salir los ojos de las órbitas; tiene un cuerpo perfecto. El encaje blanco del sujetador apenas puede contener sus senos plenos, y lleva enrollado uno de los laterales de la braguita de encaje, dejando expuesta la suave piel entre la cadera y el pubis. Le encanta que la bese ahí, aunque sé que se avergüenza de las finas líneas blancas, casi transparentes de su piel. No sé por qué; para mí es perfecta. Con o sin marcas.
—Te toca. —Sonríe, y se deja caer en la cama.
He soñado con esto desde el día en que me dejó. No creía que fuera a llegar y aquí estamos. Sé que necesito prestar atención a cada detalle porque es probable que no vuelva a suceder.
Al parecer, lo pienso demasiado porque levanta la cabeza y me mira con una ceja enarcada. —¿Voy a tener que empezar yo sola? —me pincha.
«Joder, es insaciable.»
En vez de contestarle, me acerco a la cama, me siento junto a sus piernas y ella comienza a dar tirones con impaciencia a las bragas. Le aparto las manos y se las bajo.
—Te he echado mucho de menos —digo, pero ella sólo me coge del pelo y me hunde la cabeza ahí abajo, donde me quiere.
Me resisto un poco pero al final cedo y la acaricio con los labios. Gime y se arquea cuando le dedico todas las atenciones de mi lengua a su punto más sensible. Sé lo mucho que le gusta. Recuerdo que la primera vez que se lo toqué me preguntó qué era eso.
Su inocencia me excitaba mucho. Me sigue excitando muchísimo.
—Así, Pedro... —gime.
Lo echaba de menos. Normalmente haría algún comentario sobre lo mojada que está, pero no encuentro las palabras. Me consumen sus gemidos y el modo en que se agarra a la sábana por el placer que le estoy dando. Le meto un dedo, lo deslizo dentro y fuera y ella arquea la espalda.
—Más, Pedro. Más, por favor —me suplica, y le doy lo que quiere.
Curvo dos dedos dentro de ella antes de sacarlos y regalarle mi lengua. Se le tensan las piernas, como pasa siempre que está a punto. Me aparto para observar las caricias de mis dedos, que se mueven cada vez más veloces de un lado a otro. Grita. Grita mi nombre mientras se corre en mis dedos. La miro memorizando cada detalle, los ojos cerrados, sus labios entreabiertos, su pecho que sube y baja y el rubor sonrosado que cubre sus mejillas durante el orgasmo. La quiero. Joder, cuánto la quiero. No puedo evitar meterme los dedos en la boca cuando ha terminado. Sabe a gloria, y espero poder recordarlo cuando me deje otra vez.
El subir y bajar de su pecho me distrae hasta que abre los ojos. Tiene una sonrisa de oreja a oreja en su preciosa cara y no puedo evitar sonreír cuando me indica con el dedo que me acerque.
—¿Llevas un condón? —me pregunta mientras me tumbo encima de ella.
—Sí... —digo. La sonrisa desaparece y frunce el ceño. Espero que no saque conclusiones equivocadas—. Es la costumbre —admito con sinceridad.
—Me da igual —masculla mirando mis vaqueros tirados en el suelo.
Se sienta, los coge y rebusca en los bolsillos hasta que encuentra lo que quiere.
Cojo de mala gana el envoltorio del preservativo y le sostengo la mirada.
—¿Estás segura? —le pregunto por enésima vez.
—Sí. Y si vuelves a preguntármelo me iré a la habitación de Trevor con tu condón —ladra.
Bajo la vista. Esta noche no tiene ningún pudor, pero no me la puedo imaginar con nadie más, sólo conmigo. Tal vez porque creo que eso me mataría. Se me acelera el pulso cuando me la imagino con el falso ese de Noah. La sangre me hierve en las venas y me pongo de mal humor.
—Como quieras. Estoy segura de que le encantará... —empieza a decir, pero le tapo la boca con la mano para hacerla callar.
—No te atrevas a acabar la frase —amenazo, y noto cómo sus labios dibujan una sonrisa bajo mis dedos.
Sé que esto es muy mal rollo, y que me provoque así, y tirármela estando borracha, pero no parece que ninguno de los dos podamos evitarlo. No puedo negarme cuando sé que soy lo que quiere y que cabe la posibilidad..., la remota posibilidad de que recuerde lo que tenemos juntos y me dé otra oportunidad. Le quito la mano de la boca y rasgo el envoltorio del condón. En cuanto me lo pongo, se encarama a mi regazo.
—Quiero hacerlo así primero —insiste cogiéndome la polla antes de metérsela dentro.
Dejo escapar un suspiro de placer y de derrota y ella empieza a mover las caderas contra las mías. Traza círculos lentos; es el ritmo más delicioso del mundo. Su cuerpo, su boca carnosa y perfecta..., esto es hipnótico y tremendamente sexi. Sé que no voy a durar mucho, llevo demasiado sin hacerlo. Últimamente lo único que he hecho ha sido cascármela yo solo imaginándome que estaba con ella.
—Háblame, Pedro, háblame como antes —gimotea rodeándome el cuello con los brazos y atrayéndome hacia sí. Odio el modo en que dice «como antes», como si fuera hace cien años.
Me incorporo un poco sobre la cama para seguir sus movimientos y pegarle la boca al oído.
—Te gusta que te diga guarradas, ¿verdad? —susurro, y Pau gime—. Contéstame —digo, y asiente con la cabeza—. Lo sabía. Intentas parecer una ingenua pero yo te conozco bien. —Le muerdo el cuello.
Mi autocontrol ha desaparecido y chupo con fuerza para dejarle marca. Para que el puto Trevor la vea. Para que todos la vean.
—Sabes que soy el único que puede hacerte sentir así... Sabes que nadie más puede hacerte gritar como yo... Nadie más sabe exactamente cómo tocarte —digo bajando la mano y frotando con los dedos el punto en el que se unen nuestros cuerpos.
Está empapada y mis dedos se deslizan con facilidad gracias a la humedad.
—¡Sí, sí! —ronronea.
—Dilo, Pau. Di que soy el único.
Le acaricio el clítoris en pequeños círculos y la embisto con las caderas sin que ella deje de moverse.
—Lo eres. —Los ojos le van a llegar a la coronilla. Está perdida en la pasión que siente por mí y yo estoy a punto de unirme a ella.
—¿Qué soy?
Necesito que lo diga, aunque sea mentira. La quiero con tal desesperación que me da miedo. La cojo de las caderas y con un movimiento rápido la tumbo de espaldas sobre la cama y me pongo encima de ella. Grita cuando entro y salgo de su cuerpo con más fuerza que nunca. Le meto los dedos en la boca. Quiero que me sienta. Que me sienta del todo y que me quiera tanto como yo a ella. Es mía y yo soy suyo. El sudor brilla en su piel suave y está para comérsela. Sus senos suben y bajan con cada embestida y echa la cabeza atrás.
—Eres el único..., Pedro..., el único... —dice, y se muerde el labio.
Se lleva las manos a la cara y luego me coge la mía. Observo cómo se corre debajo de mí... y es muy hermoso. Tiene una forma de olvidarse de todo que es más que perfecta. Sus palabras son todo cuanto necesito para acabar, y entonces ella me clava las uñas en la espalda. Se agradece el dolor, me encanta la pasión que hay entre nosotros. Me incorporo y la levanto conmigo. La siento en mi regazo para que pueda montarme otra vez. La abrazo y su cabeza cae sobre mis hombros mientras levanto las caderas fuera de la cama.
Mi polla entra y sale de su interior a buen ritmo mientras me corro en el condón rugiendo su nombre.
Me tumbo sin soltarla y suspira cuando le acaricio la frente con los dedos y le aparto el pelo empapado de la cara. Su pecho sube y baja, sube y baja, y me reconforta.
—Te quiero —le digo, e intento mirarla pero vuelve la cabeza y me tapa la boca con un dedo.
—Calla...
—No, no me callo... —Ruedo hacia un lado y añado en voz baja—: Tenemos que hablar.
—A dormir... Tengo que levantarme dentro de tres horas... A dormir... —musita rodeándome la cintura con el brazo.
Que me abrace me hace sentir mejor que el polvo que acabamos de echar, y la idea de dormir en la misma cama que ella es una gozada, ha pasado demasiado tiempo.
—Vale —digo, y le doy un beso en la frente.
Hace una mueca pero sé que está demasiado cansada para resistirse.
—Te quiero —le repito, pero cuando no dice nada más me tranquilizo pensando que ya debe de haberse dormido.
Nuestra relación, o lo que sea esto, ha cambiado por completo en una sola noche. De repente me he convertido en lo que más miedo me daba ser, y ella me controla a su antojo.
Podría hacerme el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra o podría hundirme en la miseria con una sola palabra.
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