Pau
—Caaaallaaa —gruño cuando un molesto ruido me despierta de la mona.
Tardo unos segundos en darme cuenta de que no son los gritos de mi madre, sino que están llamando a la puerta a golpes.
—¡Ya va, ya va! —grito, y trastabillo mientras voy a abrir.
Entonces me paro y miro el reloj: son casi las cuatro de la madrugada.
«¿Quién diablos será?»
Incluso borracha, empieza a entrarme miedo. ¿Y si es Pedro? Han pasado más de tres horas desde que lo llamé con un pedo tremendo. Es imposible que me haya localizado. Y ¿qué le digo? No estoy preparada para esto.
Cuando vuelven a aporrear la puerta, aparto mis pensamientos y la abro, lista para lo peor.
Pero sólo es Trevor. Es una decepción tan grande que hasta me duele el pecho. Me froto los ojos.
Estoy tan borracha como antes de acostarme.
—Perdona que te haya despertado, pero ¿no tendrás tú mi móvil por casualidad? —pregunta.
—¿Eh? —digo, y doy un par de pasos atrás para que pueda entrar.
Cierra la puerta y nos rodea la oscuridad salvo por las luces de la ciudad que entran por la ventana.
Estoy demasiado borracha para ponerme a buscar el interruptor.
—Creo que hemos intercambiado los móviles. Yo tengo el tuyo, y creo que tú has cogido el mío por error. —Abre la mano y me enseña mi teléfono—. Iba a esperar a que se hiciera de día, pero tu móvil no ha parado de sonar.
—Ah —me limito a decir.
Encuentro mi bolso y lo abro. Lo primero que aparece es el móvil de Trevor.
—Perdona... Debo de haberlo cogido sin querer cuando íbamos en el coche —me disculpo y se lo devuelvo.
—No pasa nada. Perdona que te haya despertado. Eres la única chica que conozco que está igual de guapa al despertar que...
Un golpe tremendo en la puerta le impide acabar la frase, y el estruendo me pone de muy mal humor.
—Pero ¡¿qué pasa? ¿Hay una fiesta en mi habitación o qué?! —grito empezando a andar hacia la puerta, lista para echarle la bronca de su vida al empleado del hotel que seguramente ha venido a pedirnos a Trevor y a mí que no hagamos tanto ruido y que, irónicamente, ha hecho mucho más ruido que nosotros.
Alargo la mano para abrir cuando los porrazos se intensifican y me quedo petrificada del susto. A continuación, se oye:
—¡Pau! ¡Abre la maldita puerta!
La voz de Pedro retumba en el aire como si nada se interpusiera entre nosotros. Se enciende la luz detrás de mí. Trevor está lívido de terror.
Si Pedro lo encuentra en mi habitación, esto va a acabar en llanto y crujir de dientes, aunque no haya pasado nada.
—Escóndete en el baño —le digo, y él abre unos ojos como platos.
—¿Qué? ¡No puedo esconderme en el baño! —exclama.
Tiene razón, es una idea absurda.
—¡Abre la puta puerta! —vuelve a gritar Pedro. Entonces empieza a darle patadas. Sin parar.
Miro a Trevor una última vez para intentar memorizar sus hermosos rasgos antes de que Pedro le haga una cara nueva.
—¡Ya va! —grito, y abro la puerta hasta la mitad.
Pedro está que echa humo y va todo de negro. Lo recorro de arriba abajo con ojos de borracha. No lleva las botas de siempre, sino unas Converse negras. Nunca lo había visto sin sus botas. Me gustan esos zapatos...
Pero me estoy dispersando.
Entonces Pedro abre la puerta de un empujón, entra a la carga y va derecho a por Trevor. Por fortuna, lo cojo de la camiseta y consigo detenerlo.
—¡¿Crees que puedes emborracharla y meterte en su habitación?! —le grita mientras intenta soltarse. Sé que no lo está intentando con todas sus fuerzas porque, si así fuera, yo ya tendría el culo en tierra—. He visto cómo encendías la luz por el ojo de la cerradura. ¿Qué estabais haciendo a oscuras?
—No estábamos... —empieza a decir Trevor.
—¡ Pedro, para ya! ¡No puedes ir por ahí pegándole a todo el mundo! —grito tirándole de la camiseta.
—¡Sí que puedo! —brama.
—Trevor, vuelve a tu habitación para que intente hacerlo entrar en razón —intervengo—. Perdona que se esté comportando como una cabra loca.
Trevor casi se echa a reír por mi elección de palabras, pero se corta con una mirada de Pedro. Pedro se vuelve hacia mí y Trevor se marcha de mi habitación.
—¿Una cabra loca?
—¡Sí, porque estás chiflado! ¡No puedes aparecer hecho un energúmeno en mi habitación e intentar darle una paliza a mi amigo!
—No debería estar aquí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué sigues vestida? ¿De dónde coño ha salido ese vestido? —dice recorriéndome de arriba abajo con la mirada.
Paso de la oleada de calor que me revuelve el vientre y me concentro en estar indignada.
—Ha venido a coger su móvil porque yo se lo había quitado sin querer. Y... ya no me acuerdo de qué más me has preguntado —confieso.
—Ya, pues tal vez no deberías haber bebido tanto.
—Bebo lo que quiero, cuando quiero, donde quiero y siempre que quiero. Gracias.
Pone los ojos en blanco.
—Eres como un grano en el culo hasta cuando estás pedo —me espeta, y se deja caer en el sillón.
—Y tú eres un grano en el culo... siempre. ¿Quién te ha dicho que puedes sentarte? —resoplo cruzándome de brazos.
Él me mira con sus ojos verdes y brillantes. Joder, está tan bueno...
—No me puedo creer que lo haya pillado en tu habitación.
—No me puedo creer que te haya dejado entrar en mi habitación —replico.
—¿Te lo has follado?
—¿Qué? ¡¿Cómo te atreves a preguntarme eso?! —grito.
—Responde a mi pregunta.
—No, gilipollas. Por supuesto que no.
—¿Ibas a follártelo? ¿Te apetece follártelo?
—¡Para el carro, Pedro! ¡Estás loco! —exclamo al tiempo que sacudo la cabeza y camino de la cama a la ventana.
—Entonces ¿por qué sigues vestida?
—¡Eso no tiene sentido! —Pongo los ojos en blanco—. Además, no es asunto tuyo con quién me acuesto o dejo de acostarme. Puede que me haya acostado con él, puede que me haya acostado con otro. —Las comisuras de mis labios amenazan con dibujar una sonrisa, pero me obligo a permanecer muy seria cuando digo lentamente—: Nunca lo sabrás.
Mis palabras producen el efecto deseado y a Pedro le cambia la cara hasta que parece la de una bestia.
—¡¿Qué acabas de decir?! —brama.
Ja. Esto es mucho más divertido de lo que creía. Me encanta estar borracha con Pedro porque digo las cosas sin pensar, cosas que van en serio, y todo me hace mucha gracia.
—Ya me has oído... —replico, y me acerco para plantarme delante de él—. A lo mejor he dejado que el tipo de la discoteca me llevara al baño. A lo mejor Trevor me lo ha hecho aquí mismo —digo mirando la cama por encima del hombro.
—Cállate. Cállate, Pau —me advierte Pedro.
Pero me echo a reír. Me siento fuerte, segura, y quiero arrancarle la camiseta.
—¿Qué te pasa, Pedro? ¿No te gusta imaginarme en brazos de Trevor? —No sé si es la ira de Pedro, el alcohol, o lo mucho que lo echo de menos, pero sin pensarlo dos veces me encaramo en su regazo. Apoyo las rodillas junto a sus muslos. Lo he pillado por sorpresa y, si no me equivoco, está temblando.
—¿Qué... qué estás haciendo..., Pau?
—Dime, Pedro, ¿te gustaría que Trevor...?
—Calla. ¡Deja de decir eso! —me suplica, y lo dejo estar.
—Anímate, Pedro. Sabes que no lo haría.
Le rodeo el cuello con las manos. La nostalgia de estar entre sus brazos me tiene casi sin aliento.
—Estás borracha, Pau —dice intentando soltarse.
—¿Y?... Te deseo. —Ni yo misma me esperaba decir eso.
Decido dejar de pensar, al menos con lógica, y lo cojo del pelo. Cómo echaba de menos sentir sus rizos entre mis dedos.
—Pau... No sabes lo que haces. Vas muy pedo —me dice.
Pero lo dice sin convicción.
— Pedro..., no le des tantas vueltas. ¿Es que no me echas de menos? —digo contra su cuello, chupándoselo un poco. Mis hormonas han tomado el control, y no sé si alguna vez lo he deseado más.
—Sí... —sisea, y succiono con más fuerza para asegurarme de que le hago un chupetón—. Pau, no puedo..., por favor.
Me niego a parar. Muevo las caderas sobre su entrepierna y gime.
—No... —susurra, y sus grandes manos se aferran a mis caderas y las obligan a detenerse.
Contrariada, le lanzo una mirada asesina.
—Tienes dos opciones: o me follas o te largas. Tú decides.
«¿Qué diablos acabo de decir?»
—Mañana me odiarás si te toco un solo pelo estando... como estás —dice mirándome a los ojos.
—Ya te odio ahora —espeto, y Pedro hace una mueca al oírlo—. Más o menos —añado con más dulzura de la que debería.
Me suelta las caderas hasta que puedo volver a moverlas.
—¿No podemos hablar primero?
—No, y deja de ser tan plomo —gruño restregándome contra su pierna.
—No podemos hacerlo... Así, no.
¿Desde cuándo tiene sentido de la moralidad?
—Sé que quieres hacerlo, Pedro. Noto lo dura que se te ha puesto —le susurro al oído.
No me puedo creer las guarradas que brotan de mi boca de borracha, pero la de Pedro es rosa y tiene las pupilas tan dilatadas que sus ojos parecen casi negros.
—Ven —le susurro mordisqueándole el lóbulo de la oreja—, ¿no te apetece follarme encima del escritorio? ¿O mejor en la cama? Las posibilidades son infinitas...
—Joder... Está bien. A la mierda todo —dice, y me coge del pelo y atrae mi boca hacia la suya.
En cuanto nuestros labios se tocan, mi cuerpo entra en ignición. Gimo y él me recompensa con un gemido similar. Enrosco los dedos en su pelo y tiro con fuerza, incapaz de controlarme, incapaz de controlar las ganas que le tengo. Sé que se está conteniendo y eso me vuelve loca. Le suelto el pelo y cojo el bajo de su camiseta negra, tiro de la tela y se la quito por la cabeza. Nuestros labios se separan un segundo y Pedro echa la cabeza atrás.
—Pau... —suplica.
— Pedro —respondo recorriendo sus tatuajes con los dedos.
Echaba de menos cómo sus músculos se tensan bajo la piel, cómo los intrincados remolinos de tinta negra le decoran el cuerpo perfecto.
—No puedo aprovecharme de ti —dice, pero entonces gime y le lamo el labio inferior con la lengua.
Tengo que reírme.
—Será mejor que te calles.
Mi mano desciende hasta su entrepierna. Sé que no puede resistirse a mí, cosa que me complace más de lo que debería. Nunca pensé que alguna vez sería yo la que tendría todo el control estando con él. Es curioso cómo se vuelven las tornas.
Está tan duro y tan excitado... Me bajo de su regazo y busco la cremallera.
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