Pau
Permanecí bajo el agua todo cuanto pude, dejando que ésta cayera sobre mí. Quería que me purificara, que me diera confianza. Pero la ducha caliente no me ayudó a relajarme como esperaba que lo hiciera. No puedo pensar en nada que vaya a calmar el dolor que siento por dentro. Parece infinito. Permanente. Como un organismo que se ha aposentado en mi interior y a la vez como un agujero que poco a poco se va haciendo más grande.
—Siento mucho lo de la pared. Me he ofrecido a pagarla, pero Ken se niega —le digo a Landon mientras me cepillo el pelo húmedo.
—No te preocupes por eso. Ya tienes bastante —repone frunciendo el ceño mientras me pasa la mano por la espalda.
—No entiendo cómo mi vida ha acabado así, cómo he llegado a este punto —explico mirando al frente porque no quiero ver los ojos de mi mejor amigo—. Hace tres meses todo tenía sentido para mí. Tenía a Noah, que nunca me habría hecho nada parecido a esto. Estaba muy unida a mi madre y tenía una idea clara de cómo iba a ser mi vida. Y ahora no tengo nada. Nada en absoluto. Ni siquiera sé si debería volver a las prácticas porque Pedro puede aparecer por allí o tal vez convencer a Christian Vance de que me despida simplemente porque sabe que puede hacerlo. —Cojo la almohada que hay en la cama y la sujeto con fuerza—. Pedro no tenía nada que perder, pero yo sí. He permitido que me lo quitara todo. Mi vida antes de conocerlo era muy sencilla y lo tenía todo muy claro. Ahora..., después de él..., es sólo... después.
Landon me mira con los ojos muy abiertos.
—Pau, no puedes dejar las prácticas, ya te ha quitado bastante. No dejes que también te quite eso —dice casi suplicando—. Lo bueno de la vida después de Pedro es que puedes hacer con ella lo que quieras. Como si quieres empezar de cero.
Sé que tiene razón, pero no es tan fácil. Ahora todo a mi alrededor guarda relación con Pedro , incluso me pintó el puñetero coche. De algún modo se ha convertido en el pegamento que mantenía mi vida en su sitio, y en su ausencia sólo me quedan las ruinas de lo que fue mi existencia. Cuando cedo y asiento poco convencida, Landon me sonríe un poco y me dice:
—Voy a dejarte descansar.
Luego me abraza y se dirige hacia la puerta.
—¿Crees que pasará algún día? —pregunto, y da media vuelta.
—¿El qué?
Mi voz es apenas un susurro cuando digo: —El dolor.
—No lo sé... Quiero pensar que sí. El tiempo lo cura... casi todo —me contesta reconfortándome con su media sonrisa, ceño medio fruncido.
No sé si el tiempo me curará o no, pero sé que, si no lo hace, no sobreviviré.
Con mucha decisión disimulada con sus modales intachables y su buena educación, Landon me saca de la cama a la mañana siguiente para asegurarse de que no falto a las prácticas. Me tomo un minuto para dejarles una nota de agradecimiento a Ken y a Karen y para pedirles perdón una vez más por el agujero que Pedro les ha hecho en la pared.
Landon está muy callado y me mira con el rabillo del ojo mientras conduce, intentando animarme con sonrisas y pequeñas frases de auto ayuda. Pero yo sigo encontrándome fatal.
Los recuerdos invaden mi mente cuando entramos en el aparcamiento. Pedro de rodillas en la nieve. Zed explicándome la apuesta. Abro la puerta de mi coche lo más rápido que puedo para meterme dentro y escapar del frío. Hago una mueca al ver mi reflejo en el retrovisor. Tengo los ojos inyectados en sangre y rodeados de sendos círculos negros con unas bolsas enormes. Parezco sacada de una película de terror. Voy a necesitar mucho más maquillaje del que imaginaba.
Me dirijo a Walmart —la única tienda que hay abierta a estas horas— a comprar todo lo que necesito para enmascarar mis sentimientos, pero no tengo ni las fuerzas ni la energía para esforzarme de verdad con las apariencias, así que no estoy segura de tener muy buen aspecto.
Un ejemplo: llego a la editorial y Kimberly ahoga un grito al verme. Intento sonreírle cuando salta de su sillón.
—Pau, cielo, ¿estás bien? —me pregunta muy preocupada.
—¿Tan mala cara tengo? —digo encogiéndome de hombros, sin fuerzas.
—No, claro que no —miente—. Sólo es que se te ve...
—Agotada. Lo estoy. Los exámenes finales casi consiguen acabar conmigo —contesto.
Asiente y me dedica una cálida sonrisa, pero sé que no me quita ojo de encima hasta que llego a mi despacho. Después de eso, el día se me hace eterno, como si no fuera a acabar nunca, hasta que a última hora el señor Vance llama a mi puerta.
—Buenas tardes, Pau—dice con una sonrisa.
—Buenas tardes —consigo responder.
—Sólo quería que supieras que estoy muy impresionado con el trabajo que has hecho hasta ahora. —Sonríe—. En realidad, haces un trabajo mejor y más detallado que muchos de mis empleados.
—Gracias, significa mucho para mí —digo, y de inmediato una voz en mi cabeza me recuerda que conseguí estas prácticas gracias a Pedro.
—Dicho esto, me gustaría invitarte a un congreso en Seattle el fin de semana que viene. Suelen ser muy aburridos, pero éste tratará sobre edición digital, «el futuro ya está aquí» y todo eso. Conocerás a mucha gente y aprenderás cosas. Voy a abrir una sucursal en Seattle dentro de unos meses y necesito hacer contactos. —Se ríe—. ¿Qué me dices? Tendrás los gastos pagados y saldremos el viernes por la tarde. Puedes traerte a Pedro si quieres. No al congreso, pero sí a Seattle —me explica con una sonrisa de complicidad.
Si supiera lo que de verdad está pasando...
—Por supuesto que quiero ir, y agradezco mucho su invitación —le digo sin poder disimular mi entusiasmo y el alivio que siento. Por fin me sucede algo bueno.
—¡Genial! Kimberly te dará todos los detalles y te explicará cómo va lo de los gastos... —
prosigue, aunque yo tengo la cabeza en otra parte.
La idea de asistir al congreso alivia un poco el dolor. Estaré lejos de Pedro pero, por otra parte, Seattle ahora me recuerda a cuando Pedro hablaba de llevarme allí. Lo ha mancillado todo en mi vida, incluyendo el estado de Washington. El despacho se hace más pequeño y el aire más denso.
—¿Te encuentras bien? —pregunta el señor Vance frunciendo el ceño preocupado.
—Sí, sí... Sólo es que... no he comido y anoche tampoco dormí mucho —le digo.
—Anda, vete a casa. Puedes acabar lo que estés haciendo allí.
—No pasa nada, puedo...
—No, vete a casa. Aquí no hay emergencias. Nos las apañaremos sin ti —me asegura con un gesto, y se marcha.
Recojo mis cosas y me miro en el espejo del baño. Sí, sigo estando hecha una pena. Estoy a punto de subir al ascensor cuando Kimberly me llama.
—¿Te vas a casa? —me pregunta, y asiento—. Que sepas que Pedroestá de mal humor. Ten cuidado.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
—Porque me ha dicho de todo cuando no he querido pasarte sus llamadas. —Sonríe—. Ni siquiera la décima vez que lo ha intentado. Me figuro que, si quisieras hablar con él, te habría llamado al móvil.
—Gracias —le digo, y se lo agradezco también en silencio por ser tan observadora. La voz de Pedro por el auricular habría hecho diez veces más grande el agujero que tengo en el pecho.
Consigo llegar al coche antes de echarme a llorar de nuevo. El dolor sólo parece ir a peor cuando no tengo con qué distraerme, cuando me quedo sola con mis pensamientos y mis recuerdos y, por supuesto, cuando veo las quince llamadas perdidas de Pedro en la pantalla de mi móvil y los diez mensajes de texto que no voy a leer.
Me recompongo lo suficiente para poder conducir y hago lo que tanto miedo me da hacer: llamar a mi madre.
Responde al primer timbre.
—¿Diga?
—Mamá —sollozo. La palabra se me hace rara cuando sale de mi boca, pero ahora mismo necesito su consuelo.
—¿Qué te ha hecho?
Ésa es la reacción de todo el mundo. Todos veían que Pedro era un peligro inminente. Todos menos yo.
—Yo..., él... —No consigo articular una frase completa—. ¿Puedo ir a casa, aunque sólo sea un día? —le pregunto.
—Por supuesto, Pau. Nos vemos dentro de dos horas —me dice, y cuelga.
Mucho mejor de lo que me imaginaba, pero no tan cariñosa como esperaba. Ojalá tuviera un carácter parecido al de Karen, dulce y capaz de aceptar cualquier defecto. Desearía que fuera un poco más tierna, lo justo para que yo pudiera tener el consuelo de una madre, una madre afectuosa y comprensiva.
Me meto en la autopista y apago el móvil antes de hacer una estupidez, como leer alguno de los mensajes de Pedro.
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