Pau
—¡Ha sido increíble! Muchísimas gracias por haberme traído, señor Vance —le suelto de un tirón a mi jefe cuando nos metemos todos en el ascensor.
—Ha sido un placer, de verdad. Eres una de mis mejores empleadas, muy brillante a pesar de ser una becaria. Y, por el amor de Dios, llámame Christian, como ya te dije —repone con falsa indignación.
—Sí, sí, de acuerdo. Pero es que no tengo palabras, señor... Christian. Ha sido genial poder oír a todo el mundo dar su opinión sobre la edición digital, y más porque no va a parar de crecer y es tan cómodo y tan fácil para los lectores. Es tremendo, y el mercado va a seguir en expansión... —continúo con mi perorata.
—Cierto, cierto. Y esta noche hemos ayudado a que Vance crezca un poco más. Imagina la de clientes nuevos que vamos a conseguir cuando hayamos terminado de optimizar nuestras operaciones.
—Vosotros dos, ¿habéis acabado ya? —protesta Kimberly cogiéndose del brazo de Christian—. ¡Vamos a cambiarnos y a comernos la ciudad! Es el primer fin de semana en meses que tenemos niñera —añade con un mohín juguetón.
Él le sonríe.
—A sus órdenes, señora.
Me alegro de que el señor Vance, quiero decir, Christian, haya vuelto a encontrar la felicidad tras la muerte de su esposa. Miro a Trevor, que me regala una pequeña sonrisa.
—Necesito un trago —dice Kimberly.
—Yo también —asiente Christian—. Nos vemos en el vestíbulo dentro de media hora. El chófer nos recogerá en la puerta. ¡Yo invito a cenar!
Vuelvo a mi habitación y enchufo las tenacillas para retocarme el peinado. Me aplico una sombra de ojos oscura en los párpados y me miro al espejo. Se nota pero no es excesiva. Me pongo delineador de ojos negro y un poco de colorete en las mejillas. Luego me arreglo el pelo. El vestido azul marino de esta mañana ahora me queda mucho mejor, con el maquillaje de noche y el pelo algo cardado. Cómo me gustaría que Pedro...
«No, no me gustaría. No, no y no», me repito a mí misma mientras me pongo los zapatos negros de tacón. Cojo el móvil y el bolso antes de salir de la habitación para reunirme con mis amigos... ¿Son mis amigos?
No lo sé. Siento que Kimberly es mi amiga y Trevor es muy amable. Christian es mi jefe, así que es otra cosa.
En el ascensor le envío un mensaje a Landon diciéndole que me lo estoy pasando muy bien en Seattle. Lo echo de menos y espero que podamos seguir siendo buenos amigos, aunque yo ya no esté con Pedro.
Al salir del ascensor veo el pelo negro de Trevor cerca de la entrada. Lleva pantalones negros de vestir y un jersey de color crema. Me recuerda un poco a Noah. Admiro durante un segundo lo apuesto que es antes de hacerle saber que ya estoy aquí. Cuando me ve, abre mucho los ojos y emite un sonido entre una tos y un gritito. No puedo evitar echarme a reír un poco al ver cómo se ruboriza. —Estás... estás preciosa —dice.
Sonrío y le contesto:
—Gracias. Tú tampoco estás mal.
Se ruboriza un poco más.
—Gracias —musita.
Es muy extraño verlo así de tímido. Normalmente es siempre muy tranquilo, muy sereno.
—¡Ahí están! —oigo que exclama Kimberly.
—¡Vaaaya, Kim! —le digo llevándome la mano a la boca como si tuviera que contener las palabras.
Está espectacular con un vestido rojo de los que se atan al cuello que sólo le llega a la mitad del muslo. Lleva el pelo corto y rubio recogido con horquillas. Le da un aspecto sexi pero elegante a la vez.
—Me parece que nos vamos a pasar la noche espantando moscones —le dice Christian a Trevor, y ambos se ríen mientras nos acompañan a la salida del hotel.
Con una orden de Christian, el coche nos lleva a una marisquería muy bonita en la que tomamos el salmón y las croquetas de cangrejo más suculentos del mundo. Christian nos cuenta unas anécdotas divertidísimas de cuando trabajaba en Nueva York. Lo pasamos muy bien, y Trevor y Kimberly bromean con él. Es un hombre con sentido del humor y se ríe de todo.
Después de cenar, el coche nos lleva a un edificio de tres plantas que es todo de cristal. Por las ventanas se ven cientos de luces brillantes que iluminan cuerpos en movimiento y crean una fascinante combinación de luces y sombras en cuerpos, piernas y brazos. No dista mucho de cómo me imaginaba que era un club, sólo que es mucho más grande y hay mucha más gente.
Al salir del coche Kimberly me coge del brazo.
—Mañana iremos a un lugar más tranquilo. Unas cuantas personas del congreso querían venir aquí. ¡Y aquí estamos! —dice con una carcajada.
El gigantesco hombre que vigila la puerta sostiene una carpeta en la mano, y es evidente que controla el acceso al interior. La cola da la vuelta a la esquina.
—¿Vamos a tener que esperar mucho? —le pregunto a Trevor.
—No —dice con una sonrisa—. El señor Vance nunca tiene que esperar.
No tardo en averiguar a qué se refiere. Christian le susurra algo al portero y, al instante, el gigantón retira el cordón para dejarnos pasar. Me mareo un poco al entrar, la música está muy alta y las luces bailan en el interior, enorme y lleno de humo.
Estoy segura de que jamás entenderé por qué a la gente le gusta pagar por tener dolor de cabeza y respirar humo artificial mientras se restriegan contra extraños.
Una mujer con un vestido muy corto nos conduce escaleras arriba, a una pequeña sala con finas cortinas en lugar de paredes. En él hay dos sofás y una mesa.
—Es la zona vip, Pau —me dice Kimberly, y miro alrededor con curiosidad.
—Ah —contesto. Sigo su ejemplo y me siento en uno de los sofás.
—¿Qué sueles beber? —me pregunta Trevor.
—No suelo beber —digo.
—Yo tampoco. Bueno, me gusta el vino, pero no soy un gran bebedor.
—Ah, no. Esta noche vas a beber, Pau. Te hace falta —interviene Kimberly.
—Yo... No... —empiezo a decir.
—Un sexo en la playa para ella y otro para mí —le dice a la mujer que nos ha acompañado.
Ella asiente, y Christian le pide una bebida que no conozco y Trevor una copa de vino tinto. Nadie me ha preguntado si tengo edad de beber. A lo mejor es que parezco mayor de lo que soy, o Christian es tan famoso que no quieren contrariarlo ni molestar a sus acompañantes.
No tengo la menor idea de qué es eso de «sexo en la playa», pero prefiero no mostrar mi ignorancia. Cuando regresa, la mujer me trae un vaso de tubo con una rodaja de piña y una sombrilla rosa. Le doy las gracias y pruebo un sorbo con la pajita. Está delicioso, dulce pero con un punto amargo al tragar.
—¿Te gusta? —pregunta Kimberly.
Asiento y le doy un trago más largo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario