Pau
El Four Seasons de Seattle es el hotel más bonito que he visto jamás. Intento caminar despacio para apreciar todos los detalles, pero Kimberly me arrastra al ascensor que hay al fondo del vestíbulo y deja atrás a Trevor y al señor Vance.
Al poco, nos detenemos delante de una puerta.
—Ésta es tu habitación —dice—. Te veo en nuestra suite en cuanto hayas terminado de deshacer las maletas para repasar el itinerario del fin de semana, aunque estoy segura de que ya lo has hecho. Deberías cambiarte, creo que tendrías que reservar ese vestido para cuando salgamos esta noche. — Me guiña el ojo y sigue andando por el pasillo.
La diferencia entre el hotel en el que he dormido las dos últimas noches y éste es abismal. Un cuadro del vestíbulo debe de costar más que todo lo que se han gastado en decorar una habitación entera del motel. Las vistas son increíbles. Seattle es una ciudad preciosa. Me imagino viviendo en ella, en un rascacielos, trabajando en Seattle Publishing, o incluso en Vance, ahora que van a abrir una sucursal aquí. Sería fantástico.
Cuelgo la ropa del fin de semana en el armario. Me pongo una falda lápiz negra y una camisa lila. Tengo muchas ganas de que empiece el congreso y los nervios a flor de piel. Sé que necesito divertirme un poco, pero todo esto es nuevo para mí y todavía siento el vacío del daño que Pedro me ha causado.
Son las dos y media cuando llego a la suite que comparten Kimberly y el señor Vance. Estoy muy nerviosa porque sé que tenemos que estar en la sala de congresos a las tres.
Kimberly me recibe con una sonrisa y me invita a pasar. Su suite tiene salón y sala de estar. Parece más grande que la casa de mi madre.
—Es... Caray... —digo.
El señor Vance se ríe y se sirve una copa de algo que parece agua.
—No está mal.
—Hemos llamado al servicio de habitaciones para poder comer algo antes de bajar. Llegará en cualquier momento —dice Kimberly, y sonrío y le doy las gracias.
No me había dado cuenta del hambre que tenía hasta que la he oído hablar de comida. No he probado bocado en todo el día.
—¿Lista para aburrirte hasta la saciedad? —pregunta Trevor acercándose desde el salón.
—No creo que se me haga nada aburrido. —Sonrío y él se echa a reír—. De hecho, es posible que no quiera irme de aquí —añado.
—Yo tampoco —confiesa.
—Lo mismo digo —dice Kimberly.
El señor Vance menea la cabeza.
—Eso tiene fácil arreglo, amor. —Le acaricia la espalda con la mano y aparto la mirada ante ese gesto tan íntimo.
—¡Deberíamos trasladar a Seattle la central y vivir todos aquí! —bromea Kimberly. O eso creo.
—A Smith le encantaría esta ciudad.
—¿Smith? —pregunto, luego me acuerdo de que su hijo estaba en la boda y me sonrojo—. Su hijo. Perdón.
—No pasa nada. Sé que es un nombre poco común. —Se ríe y se apoya en Kimberly.
Debe de ser muy bonito mantener una relación llena de cariño y confianza. Envidio a Kimberly; me da vergüenza admitirlo, pero ya querría yo algo así para mí. Tiene en su vida un hombre a quien le importa de verdad y que haría cualquier cosa por hacerla feliz. Es muy afortunada. Sonrío.
—Es un nombre precioso.
Bajamos después de comer y me encuentro en una enorme sala de congresos repleta de amantes de los libros. Estoy en el cielo.
—Contactos, contactos, contactos —dice el señor Vance—. Se trata de hacer contactos.
Y durante tres horas me presenta prácticamente a todos los asistentes. Lo mejor es que no me presenta como a una becaria, sino que él y todos me tratan como a una adulta.
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