—Qué pena que nos hayamos perdido la parte en la que te quito el vestido
—me susurra Pedro al oído mientras me lleva de vuelta a la cama.
En cuanto me quito su camiseta, me derriba sobre el colchón y se pone el
preservativo a mayor velocidad de la que creía que fuera posible.
—Mmm... —es lo único que consigo decir mientras entra y sale de mí. Es la
primera vez que, cuando hacemos el amor, no siento nada de dolor, sólo placer.
—Dios, nena... Qué gusto me das — gime empujando con las caderas contra las
mías.
Es una sensación indescriptible. Su cuerpo fibroso encaja perfectamente
entre mis piernas, y es una delicia notar su piel ardiente contra la mía. Me
planteo responderle, soltarle una guarrada como las que él me dice a mí, pero
estoy perdida en él y en el placer que me atraviesa mientras continúa con su
dulce asalto.
Me aferro a su espalda y le clavo las uñas. Pone los ojos en blanco. Me
encanta verlo de este modo, fuera de sí, tan salvaje. Me levanta el muslo y se
lo engancha a la cintura para que nuestros cuerpos estén más juntos. Sólo de
verlo estoy a punto de... Estiro los pies y se me tensa la pierna que tengo en
su cintura mientras gimo su nombre una y otra vez.
—Eso es, nena... Córrete para mí, que yo te vea... Joder... Que vea lo bien
que te hago sentir — dice a trompicones, y noto cómo palpita en mi interior.
Aunque termina unos segundos antes que yo, sus movimientos perfectos
continúan hasta que me deja incapaz de moverme y felizmente agotada. A
continuación se deja caer encima de mí. Yacemos en silencio, disfrutando de la
sensación de estar tan cerca el uno del otro, y al cabo de unos minutos ya está
roncando.
El tiempo aquí pasa volando. Es lo que tiene ser libre por primera vez en
la vida. Sigue siendo un poco raro tener mi propia casa, con mi propia ducha, y
prepararme mi café en mi cocina. No obstante, compartir todo eso con Pedro hace
que sea mucho mejor. Decido ponerme el vestido azul marino de batista perforada
y los tacones blancos. Empiezo a caminar mejor con ellos pero, por si acaso,
sigo llevando mis fieles y cómodas Toms en el bolso. Me rizo el pelo y me lo
recojo con horquillas, e incluso me aplico un poco de lápiz de ojos. Me está
gustando lo de tener mi propia casa.
Pedro se niega a levantarse y sólo se incorpora el tiempo justo y necesario
para darme un beso de despedida. Una vez más, me pregunto cómo se las apaña
para trabajar y hacer todos los deberes, porque yo todavía no lo he visto hacer
ni lo uno ni lo otro. En un acto de osadía, cojo las llaves de su coche y me lo
llevo a Vance. Si no va a ir a clase, no creo que lo eche de menos. Se me
olvida que ahora vivo mucho más cerca de la editorial, y tomo nota mental de
que tengo que darle a Pedro las gracias por haberlo previsto, aunque a él ahora
el campus le queda un poco más lejos que antes. El hecho de no tener que
conducir cuarenta y cinco minutos me alegra el día.
Cuando llego a la planta superior de Vance, Kimberly está colocando unos
donuts en filas perfectas en la sala de reuniones.
—¡Caray, Pau! ¡Pau! —exclama, y me silba con picardía. Me ruborizo y se
echa a reír—. Es obvio que el azul marino es tu color.
Me observa otra vez de arriba abajo. Me siento un poco incómoda, pero su
amplia sonrisa me calma los nervios. Últimamente me siento más sexi y segura de
mí misma, gracias a Pedro.
—Gracias, Kimberly. —Le devuelvo la sonrisa y cojo un donut y una taza de
café.
Entonces suena el teléfono de su mesa y ella se apresura a cogerlo.
Cuando llego a mi despacho, tengo un correo electrónico de Christian Vance
alabando mis notas sobre el primer manuscrito e informándome de que, aunque no
lo van a publicar, espera mi evaluación del siguiente. Me pongo manos a la
obra.
—¿Es bueno? —la voz de Pedro me devuelve a la realidad. Levanto la vista
sorprendida y me sonríe—. Debe de ser una pasada, porque ni siquiera te has
dado cuenta de que estaba aquí.
Tiene un aspecto increíble. Lleva el pelo levantado por delante, como
siempre, pero con menos volumen en los costados, y se ha puesto una camiseta
blanca lisa con el cuello de pico. Es algo más ajustada que de costumbre y se
le transparentan los tatuajes. Está muy bueno, y es todo mío.
—¿Qué tal el coche? —pregunta con una sonrisa satisfecha.
—Una maravilla —digo riendo como una adolescente.
—Así que crees que puedes cogerme el coche sin mi permiso, ¿eh? —Su tono es
grave, y no sé si lo está diciendo en serio o no.
—Yo... Eeehhh... —tartamudeo.
No dice nada, sólo se acerca a la mesa y aparta mi silla. Sus ojos viajan
de mis zapatos a mi cara y tira de mí para que me levante.
—Hoy estás muy sexi —dice con la boca en mi cuello antes de darme un
pequeño beso.
Me estremezco.
—¿Qué... qué haces aquí?
—¿No te alegras de verme? —Sonríe y me sienta encima de la mesa.
«Ah.»
—Sí... Claro que me alegro —le digo.
Siempre me alegro de verlo.
—Es posible que tenga que replantearme lo de volver a trabajar aquí, aunque
sólo sea para poder hacer esto todos los días —dice poniéndome las manos en los
muslos.
—Podría entrar alguien. —Intento sonar serena, pero me tiembla la voz.
—No. Vance estará reunido toda la tarde, y Kimberly me ha dicho que te
llamará si te necesita.
Que Pedro le haya dado a entender a Kimberly lo que vamos a estar haciendo
aquí hace que se me enciendan las mejillas, pero mis hormonas han tomado el
control. Miro la puerta de reojo.
—He cerrado con el pestillo — responde con chulería.
Sin pensar, lo atraigo hacia mí y le cojo el paquete con la mano. Gruñe, se
desabrocha los vaqueros y se los baja junto con el bóxer.
—Va a ser más rápido que de costumbre, ¿vale, nena? —dice bajándome las
bragas.
Asiento, a la espera, y me relamo. Se ríe y tira de mis caderas hasta que
están justo en el borde de la mesa. Mis labios atacan su cuello y oigo cómo
rasga el envoltorio del condón.
—Menudo cambio... Hace apenas unos meses te ruborizabas en cuanto alguien
hablaba de sexo, y ahora vas a dejar que te folle en la mesa de tu despacho —me
susurra al oído, y de un solo empujón entra en mí.
Me tapa la boca con la mano y se muerde el labio inferior. No me puedo
creer que vaya a dejar que me lo haga encima de una mesa, de mi mesa, en mi
lugar de trabajo, con Kimberly a menos de treinta metros. Por mucho que odie
admitirlo, la idea me vuelve loca... En el buen sentido.
—Tienes... que estar... callada... —dice moviéndose aún más rápido.
Asiento y jadeo. Me aferro a sus bíceps para que sus embestidas no me tiren
de la mesa.
—Te gusta que te lo haga así, ¿verdad? Duro y rápido —masculla.
Me tapo la boca con la mano y me muerdo la palma para no gritar.
—Contéstame o paro —amenaza.
Lo miro y asiento con la cabeza. Esto es demasiado como para poder
articular palabra.
—Ya lo sabía yo —dice, y me da la vuelta para que mi estómago quede pegado
a la mesa.
«Joder...»
Vuelve a entrar en mí y se mueve lentamente antes de cogerme del pelo y
tirar de él para poder besarme en el cuello. La tensión en mi vientre aumenta y
sus movimientos son más torpes. Los dos estamos a punto. Con un último envite,
me besa el hombro, sale de mí y me ayuda a levantarme de la mesa.
—Ha sido... —intento decir, pero me acalla con un beso.
—Sí..., lo ha sido —dice terminando mi frase mientras se sube los
pantalones.
Me peino con los dedos y me seco los ojos para asegurarme de que mi
maquillaje sigue en su sitio antes de mirar el reloj. Son casi las tres. Otra vez
se me ha pasado el día sin enterarme.
—¿Estás lista? —me pregunta.
—¿Qué? Si sólo son las tres —digo señalando el reloj.
—Christian me ha dicho que podías salir pronto. He hablado con él hace una
hora.
—¡ Pedro! No puedes ir y preguntarle a mi jefe si me deja salir antes de
hora. Estas prácticas son muy importantes para mí.
—Nena, relájate. Me ha dicho que estaría reunido todo el día, y ha sido él
quien ha sugerido que salieras un poco antes.
—No quiero que piense que me estoy aprovechando.
—Nadie lo piensa. Tu nota media y tu trabajo hablan por sí mismos.
—Espera... Entonces ¿por qué no me has llamado para decirme que podía
volver a casa? —Lo miro con una ceja enarcada.
—Porque llevo queriendo hacerlo sobre esa mesa desde tu primer día de
prácticas. —Me sonríe muy satisfecho y recoge mi chaqueta.
Quiero decirle que está como una regadera por venir hasta aquí sólo para
hacérmelo encima de la mesa, pero no puedo negar que me ha encantado. Con esa
camiseta ajustada y esos músculos llenos de tatuajes no podría negarle nada.
Caminamos hacia nuestros coches. Pedro entorna los ojos por el sol y dice:
—Estaba pensando que deberíamos ir a comprar lo que sea que vayamos a
ponernos para la boda de marras.
—Buena idea —convengo—. Llevaré tu coche de vuelta a casa, tú me sigues con
el mío, lo dejamos allí y luego nos vamos de compras.
Me meto en su coche antes de que pueda protestar. Menea la cabeza y sonríe.
Después de dejar mi coche, nos dirigimos al centro comercial. Pedro lloriquea
y protesta como un chiquillo todo el tiempo, y finalmente tengo que sobornarlo
con promesas de favores sexuales para que se compre una corbata. Acaba con unos
pantalones negros de vestir, chaqueta negra, camisa blanca y una corbata negra.
Sencillo pero perfecto para él. Se niega a probarse nada, así que espero que le
siente bien. Cualquier excusa es buena para no ir a la boda, pero no pienso
dejar que eso suceda. En cuanto paguemos lo suyo, iremos a por lo mío.
—El blanco —dice señalando el vestido blanco corto que llevo en la mano.
La alternativa es un vestido negro más largo. Karen dijo que la paleta de
colores era el blanco y el negro, así que vamos a atenernos a eso. A Pedro parece
que le gustó mucho el vestido blanco que me puse ayer, y decido hacerle caso.
Para mi exasperación, antes de que me dé cuenta ha pasado de sujetarme el
vestido y los zapatos a pagarlos. Cuando protesto, la cajera se encoge de
hombros como diciendo: «Y ¿qué quieres que haga yo?».
—Esta noche tengo que trabajar, así que no iré a casa a cenar —me dice Pedro
cuando salimos del centro comercial.
—Ah, creía que trabajabas desde casa.
—Sí, pero necesito ir a la biblioteca — me explica—. No volveré tarde.
—Aprovecharé para hacer la compra — le digo, y asiente.
—Ten cuidado y no esperes a que se haga de noche —añade.
Me hace una lista con las cosas que le gustan y se marcha en cuanto volvemos
al apartamento. Me pongo unos vaqueros y una sudadera y voy a la tienda que hay
al final de la calle.
Cuando vuelvo, lo guardo todo en su sitio, me pongo al día con los deberes
y me preparo algo de cenar. Le envío un mensaje a Pedro. No contesta, así que le
dejo un plato de comida en el microondas para que se lo caliente al volver y me
tumbo en el sofá a ver la tele.
continuara............
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9 cap y termina
buenísimos, es genial esta historia
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