Pedro sigue la dirección de mi mirada y abre unos ojos como platos al
verla. Intenta cogerme de la mano, pero la retiro y echo a andar delante de él.
—Hola, mam...
—Pero ¡¿dónde diablos tienes la cabeza?! —me grita en cuanto nos tiene
cerca.
Quiero hacerme diminuta y desaparecer.
—Yo... ¿Qué?
No sé qué es lo que sabe, así que mejor me callo. Del enfado, su pelo rubio
parece más brillante y enmarca con severidad su perfecto rostro furibundo.
—¿Dónde tienes la cabeza, Paula? Noah ha estado evitándome las últimas dos
semanas. Al final, me he cruzado con la señora Porter mientras hacía la compra.
Y ¿a que no adivinas lo que me ha contado? ¡Que habéis roto! ¿Por qué no me lo
has dicho? ¡He tenido que enterarme del modo más humillante! —chilla.
—No es para tanto, mamá. Sólo hemos roto —digo, y ahoga un grito.
Pedro permanece detrás de mí, pero noto que me pone la mano en la cintura.
—¿Cómo que no es para tanto? — prosigue mi madre—. ¿Cómo te atreves? Noah y
tú lleváis años juntos. Él es lo mejor para ti, Pau. ¡Tiene futuro y es de
buena familia! —Hace una pausa para recobrar el aliento pero no la interrumpo
porque sé que hay más. Endereza la espalda y dice lo más calmada que puede—:
Por suerte, he hablado con él y ha accedido a darte otra oportunidad a pesar de
tu comportamiento promiscuo.
Siento un fogonazo de rabia.
—¿Que cómo me atrevo? —replico—. No tengo por qué salir con él si no quiero. ¿Qué más da su familia? Lo
importante es que no era feliz con él. ¿Cómo te atreves tú a hablar con él
sobre nuestros asuntos? ¡Ya soy adulta!
Le doy un empujón al pasar junto a ella para abrir la puerta. Pedro me
sigue de cerca y mi madre entra detrás.
—¡Ni te imaginas lo ridícula que estás diciendo esas cosas! Y apareces aquí
con... este... este... ¡macarra! Pero ¿tú lo has visto, Pau? ¿Así es como te
rebelas contra mí? ¿Qué he hecho yo para que me odies?
Pedro se queda junto a la cómoda apretando la mandíbula con las manos
embutidas en los bolsillos. Si mi madre supiera que el padre de Pedro es el
rector de la WCU y que tiene más dinero aún que la familia de Noah... Sin embargo, no pienso decírselo porque eso no
tiene importancia.
—¡No tiene nada que ver contigo! ¿Por qué todo tiene que girar siempre a tu
alrededor?
Las lágrimas amenazan con caer a chorro de mis ojos, pero me niego a que me
vea llorar. Odio cuando me enfado y lloro, me hace parecer débil, pero no puedo
evitarlo.
—Tienes razón, no tiene que ver conmigo —repone—. ¡Tiene que ver con tu
futuro! Debes pensar en el futuro, no sólo en lo que sientes ahora. Sé que
parece divertido y peligroso, ¡pero no tiene futuro! —añade señalando a Pedro—.
No con este... este... ¡marginado!
Antes de darme cuenta, me abalanzo sobre mi madre y Pedro tiene que
sujetarme por los codos para apartarme de ella.
—¡No hables así de él! —grito.
Ella abre unos ojos como platos. Los tiene rojos.
—¿Quién eres tú y dónde está mi hija? ¡Mi hija nunca me hablaría así! ¡Nunca pondría en peligro su futuro ni me
faltaría al respeto!
Empiezo a sentirme culpable, pero deseo estar con Pedro y tengo que
combatir ese sentimiento para defender lo que quiero.
—¡No estoy poniendo en peligro mi futuro! Mi futuro no es la cuestión.
Sacaré todo matrículas y mañana empiezo las prácticas. Eres una egoísta, más
que una egoísta, por venir aquí e intentar hacer que me sienta mal por ser
feliz. Él me hace feliz, mamá, y si no puedes aceptarlo será mejor que te
vayas.
—¿Cómo dices? —bufa, pero la verdad es que estoy tan sorprendida como ella
—. ¡Te arrepentirás de esto, Paula! ¡Me da asco mirarte!
La habitación empieza a darme vueltas. No estaba preparada para declararle
la guerra a mi madre, al menos hoy no. Sabía que era cuestión de tiempo que se
enterara, pero no me imaginaba que fuera a ser hoy.
—Algo me olía mal desde la primera vez que lo vi en tu cuarto. ¡Pero no me
imaginé que te abrirías tan rápido de piernas!
Pedro se mete entre las dos.
—Se está pasando —le advierte muy serio.
Creo que Pedro es la única persona en el mundo capaz de hacer que mi madre
huya para salvar el pellejo.
—¡Tú no te metas en esto! —salta ella cruzándose de brazos otra vez—. Si
sigues viéndolo dejaré de hablarte, y estoy segura de que no puedes permitirte
pagar tú sola la universidad. ¡Sólo la residencia ya cuesta una fortuna! —
aúlla.
Estoy alucinada de que mi madre llegue a esos extremos.
—¿Estás amenazándome con privarme de mi educación sólo porque no apruebas
de quién estoy enamorada?
—¿Enamorada? —se mofa—. Ay, Paula, qué ingenua eres. No tienes ni idea de
lo que es el amor. —Se echa a reír, aunque parece más bien una risotada
enfermiza—. Y ¿te crees que él está enamorado de ti?
—La quiero —la interrumpe Pedro.
—¡Por supuesto! —Echa la cabeza atrás.
—Mamá...
—Te lo advierto, Paula: si sigues viéndolo tendrás que cargar con las
consecuencias. Me marcho, pero espero que me llames cuando se te hayan aclarado
las ideas.
Sale de mi habitación hecha una furia y me asomo por la puerta para verla
avanzar por el pasillo.
El eco de sus tacones se oye en toda la residencia.
—Lo siento —digo volviéndome hacia Pedro.
—No tienes por qué disculparte. —Me coge la cara entre las manos—. Estoy orgulloso
de que le hayas plantado cara.
Me da un beso en la punta de la nariz. Miro alrededor y me pregunto cómo
hemos acabado así.
Apoyo la cabeza en el pecho de Pedro y él me masajea los músculos tensos
del cuello.
—Es increíble. No puedo creer que se haya puesto así y que haya amenazado
con dejar de ayudarme a pagar la universidad. Ella no lo paga todo, tengo una
beca parcial y varios préstamos de estudios. Sólo aporta el veinte por ciento,
y la mayor parte de ese dinero es para costear la residencia. ¿Y si deja de
pagarlo? Tendré que buscar un empleo además de hacer las prácticas — sollozo.
Su mano se traslada a mi cabeza y la atrae hacia sí para que pueda llorar
en su pecho.
—Ya, ya... No pasa nada. Encontraremos una solución. Puedes venirte a vivir conmigo —dice.
Me echo a reír y me enjugo las lágrimas, pero él sigue hablando.
—Lo digo en serio. O podríamos buscarnos un apartamento fuera del campus.
Tengo dinero.
Alzo la vista para verlo bien.
—No lo dirás en serio...
—Muy en serio.
—No podemos irnos a vivir juntos. — Me río mientras sorbo por la nariz.
—¿Por qué no?
—Porque sólo nos conocemos de hace dos meses y nos hemos pasado casi todo ese tiempo discutiendo —le recuerdo.
—¿Y? Este fin de semana no hemos reñido ni una vez.
Me sonríe y me río a carcajadas.
—Estás loco. No voy a irme a vivir contigo —replico, y Pedro me abraza de
nuevo.
—Piénsalo. Además, quiero dejar la fraternidad. No sé si lo has notado,
pero no encajo —dice, y él también se echa a reír.
Es verdad. Su pequeño grupo de amigos y él son los únicos allí que no
llevan polos y pantalones de pinzas.
—Sólo me uní a la fraternidad para cabrear a mi padre, pero no ha
funcionado todo lo bien que esperaba.
—Si no te gusta la fraternidad, puedes irte a vivir tú solo a un
apartamento — digo.
Ni de broma voy a irme a vivir con él tan pronto.
—Sí, pero eso no sería tan divertido. — Sonríe y me mira levantando las
cejas.
—Seguiríamos divirtiéndonos.
Su sonrisa picarona crece. Me coge el trasero con las dos manos y lo
pellizca. —¡Pedro! —lo riño en broma.
La puerta se abre entonces y el corazón se me sale por la boca. Recuerdo la
furia de mi madre y me aterra que vuelva a por la segunda ronda.
Así que es un gran alivio cuando veo a Steph y a Tristan.
—Parece que nos hemos perdido una buena. Tu madre acaba de sacarme el dedo
en el aparcamiento —dice Steph, y no puedo evitar que me haga gracia.
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