Pau
Vuelvo a la realidad, despacio, de mala gana, pero feliz de que Pedro esté tumbado a mi lado.
—Eh. —Sonríe, besándome en los labios.
Me río: es un sonido perezoso, no quiero moverme. Tengo el cuerpo algo dolorido, pero de la mejor manera posible.
—Ojalá no te fueras mañana —musito mientras paso la punta de los dedos por una de las ramas de su tatuaje. El árbol es oscuro, inquietante e intrincado. Me pregunto: si Pedro se hiciera el tatuaje ahora, ¿volvería a tatuarse ese árbol muerto? O ahora que está más contento, más animado, ¿habría algunas hojas en las ramas?
—Ojalá —me responde simplemente.
No puedo ocultar la desesperación tras mi súplica cuando añado:
—Entonces, no lo hagas.
Los dedos de Pedro se extienden por mi espalda y aprieta mi cuerpo desnudo aún más contra el suyo.
—No quiero hacerlo, pero sé que sólo lo estás diciendo porque acabo de conseguir que te corras varias veces seguidas.
Un jadeo horrorizado escapa de mis labios.
—¡Eso no es verdad! —El cuerpo de Pedro se agita suavemente con una risa asombrada—. Bueno, no es la única razón... Tal vez podríamos vernos los fines de semana durante algún tiempo y ver qué tal funciona.
—¿Esperas que conduzca hasta aquí cada fin de semana?
—No todos. Yo también iría. —Inclino la cabeza para mirarlo a los ojos—. Hasta ahora está funcionando.
—Pau... —suspira él—. Ya te he dicho cómo me siento con esta mierda de la relación a distancia.
Desvío la vista hasta el ventilador del techo, que gira lentamente en la penumbra del dormitorio. En la tele están dando un episodio de «Friends». Rachel está vertiendo salsa en el bolso de Monica.
—Sí y, aun así, aquí estás —lo presiono.
Pedro suspira y me tira suavemente del pelo para obligarme a mirarlo de nuevo.
—Touché.
—Bueno, creo que hay algún tipo de compromiso al que podríamos llegar, ¿no crees?
—¿Cuál es tu oferta? —pregunta en voz baja, cerrando los ojos durante unos segundos y tomando aire.
—No lo sé exactamente..., dame un momento —le pido.
¿Qué le estoy ofreciendo en concreto? Permanecer distanciados el uno del otro sería lo mejor para nuestra salud mental. Por mucho que mi corazón olvide las cosas terribles por las que Pedro y yo hemos pasado, mi cerebro no me permitirá rendir la poca dignidad que me queda.
Estoy en Seattle, siguiendo mi sueño, sola y sin apartamento a causa de la naturaleza posesiva de Pedro y de la incapacidad de ambos de ceder sobre los detalles más triviales.
—No lo sé —confieso finalmente cuando no puedo llegar a ninguna sugerencia sólida.
—Vale, pero ¿aún me quieres por aquí? ¿Al menos durante los fines de semana? —pregunta. Sus dedos juguetean con mi pelo.
—Sí.
—¿Cada fin de semana?
—La mayoría. —Sonrío.
—¿Quieres que hablemos cada día por teléfono como hemos hecho esta semana?
—Sí.
Me ha encantado la forma en que Pedro y yo hemos estado hablando por teléfono, ninguno de los dos conscientes de los minutos y las horas que pasaban.
—Así que todo sería igual que ha sido esta semana. No sé si me convence —dice.
—¿Por qué no?
Hasta ahora parecía haber funcionado también para él, ¿por qué se opone a continuar de la misma manera?
—Porque, Pau, estás en Seattle sin mí y no estamos realmente juntos, podrías ver a otra persona, conocer a alguien...
— Pedro...
Me incorporo sobre un codo para mirarlo. Sus ojos se clavan en los míos mientras un mechón de mis rizos rubios cae sobre su cara. Sin romper contacto visual o parpadear siquiera, sus dedos se mueven para colocarme el cabello tras la oreja.
—No planeo ver o conocer a nadie. Todo cuanto busco es algo de independencia y que seamos capaces de comunicarnos.
—¿Por qué de repente es tan importante para ti la independencia? —pregunta.
Su pulgar y su índice acarician el borde de mi oreja, enviando un escalofrío por toda mi espalda. Si lo que intenta es distraerme, lo está consiguiendo.
A pesar de su suave toque y de sus ardientes ojos de jade, continúo mi cruzada para hacerle entender lo que necesito.
—No es algo repentino. Te lo había mencionado antes. Tampoco había notado lo dependiente que me he vuelto de ti hasta hace poco, y no me gusta. No me gusta ser así.
—A mí sí —dice en voz baja.
—Ya sé que a ti te gusta, pero a mí no —repito, negándome a perder la confianza en mi voz. Una parte de mí me da una palmadita en la espalda y después pone los ojos en blanco porque no se cree lo que estoy diciendo.
—Y ¿qué pinto yo en toda esta mierda de tu independencia?
—Sólo te pido que sigas haciendo lo mismo que hasta ahora. Debo ser capaz de tomar decisiones sin pensar en si me darás tu permiso o en qué opinarás al respecto.
—Está claro que no has pensado que necesitas mi permiso ahora, o no harías la mitad de lo que haces.
No quiero discutir.
— Pedro —le advierto—. Esto es importante para mí. Necesito ser capaz de pensar por mí misma. Deberíamos ser compañeros..., iguales, ninguno de nosotros debería tener más... poder que el otro. — Tengo que hacerlo. Esto forma parte de quién soy o de quién quiero ser. Estoy esforzándome mucho por averiguar quién soy por mi cuenta, con o sin Pedro.
—¿Iguales? ¿Poder? Es evidente que tú tienes mucho más poder. O sea..., venga ya...
—No es sólo por mí..., también ha sido bueno para ti, reconócelo.
—Supongo que sí, pero ¿qué dice de nosotros el hecho de que sólo nos vaya bien cuando estamos en ciudades diferentes? —pregunta, pronunciando en voz alta lo que me ha estado preocupando desde que llegó.
—Eso ya lo pensaremos más adelante.
—Claro.
Pone los ojos en blanco pero suaviza el gesto besándome en la frente.
—¿Recuerdas lo que dijiste acerca de que había una diferencia entre amar a alguien y no ser capaz de vivir sin él? —pregunto.
—No quiero volver a oír eso nunca más.
Le aparto el flequillo húmedo de la frente.
—Tú fuiste el que lo dijo —le recuerdo. Mis dedos recorren el puente de su nariz y siguen hasta sus labios hinchados—. He estado pensando mucho al respecto —admito. Pedro gime.
—¿Por qué?
—Porque lo dijiste por una razón, ¿verdad?
—Estaba cabreado, eso es todo. Ni siquiera tenía idea de lo que significaba. Sólo me estaba comportando como un capullo.
—Bueno, sea como sea, yo he seguido pensando en ello. —Mi dedo golpea suavemente la punta de la nariz.
—Pues desearía que no lo hicieras porque no hay diferencia entre ambas. —Sus palabras caen lentamente entre nosotros, su tono es pensativo.
—¿Y eso?
Me dedica una pequeña sonrisa.
—Yo no puedo vivir sin ti y te quiero. Las dos cosas van de la mano. Si pudiera vivir sin ti, no estaría tan enamorado de ti como lo estoy, y es evidente que no puedo estar alejado de ti.
—Eso parece.
Contengo la risa que amenaza con surgir.
Él nota que estoy más tranquila.
—Sé que no estás hablando de mí... Tú casi te rompiste la crisma corriendo para saltarme encima cuando llegué.
Incluso en la oscuridad de la habitación puedo ver su amplia sonrisa y contengo la respiración al reparar en su cruda belleza. Cuando está así, con la guardia baja y actuando de forma natural, no existe nadie mejor en mi mundo.
—¡Sabía que acabarías echándomelo en cara! —Le doy un manotazo en el pecho y sus largos dedos se cierran sobre mi muñeca.
—¿Intentas volver a ponerte violenta conmigo? Mira lo que pasó la última vez.
Levanta la cabeza del colchón y el fuego empieza a bajar por mi cuerpo hasta anidar entre mis ya doloridos muslos.
—¿Puedes quedarte un día más? —pregunto, ignorando su comentario sobre ponerme violenta. Necesito saber si voy a tener más tiempo con él mañana para poder pasar el resto de la mañana..., bueno, siendo violentos—. Por favor... —añado escondiendo la cabeza en el hueco de su cuello.
—Vale —concede. Puedo notar cómo su mandíbula se mueve al sonreír contra mi frente—. Pero sólo si vuelves a vendarme los ojos.
En un solo movimiento me rodea con los brazos y rueda para poner mi cuerpo bajo el suyo, y segundos después nos perdemos el uno en el otro... una y otra vez...
se puso buenísima, es genial esta historia
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