Divina

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viernes, 11 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 100


Pedro

Cuando entro en la cocina, Kimberly está sentada frente a la barra de desayuno. No se ha maquillado y lleva el pelo recogido hacia atrás. Creo que no la había visto nunca sin una tonelada de porquería en la cara, y juro por Vance que he pensado en esconderle esa mierda porque está mucho mejor sin ella.

—Vaya, mira quién se ha levantado por fin —dice en tono alegre.

—Sí, sí —gruño pasando junto a ella, y voy directo a la cafetera que está en una esquina de la encimera de granito oscuro.

—¿A qué hora te vas? —me pregunta mientras picotea un bol con lechuga.

—Me iré mañana, si no te importa. ¿O quieres que me vaya ya? —Lleno una taza con café y me vuelve para mirarla.

—Claro que puedes quedarte. —Sonríe—. Siempre que no te estés comportando como un capullo con Pau.

—No lo estoy haciendo. —Pongo los ojos en blanco cuando Vance entra en la habitación—. A ésta sí que tienes que atarla corto, puede que hasta ponerle un bozal —le digo.

Su prometido suelta una risotada mientras Kimberly me mira levantando el dedo corazón.

—Eso es clase —me burlo.

—Te veo de muy buen humor. —Christian sonríe con malicia y Kimberly lo fulmina con la mirada.

¿De qué coño va todo esto?

—¿Te preguntas por qué puede ser? —añade, y ella le da un codazo.

—Christian... —lo regaña.

Él niega con la cabeza y levanta la mano para impedir que repita el ataque juguetón.

—Seguramente porque echaba de menos a Pau —sugiere Kimberly, que sigue a Christian con la mirada mientras rodea la enorme isla de la cocina para coger un plátano del frutero.

Sus ojos brillan divertidos mientras pela la fruta.

—Creo que eso lo arreglan los ejercicios de madrugada.

Se me hiela la sangre.

—¿Cómo has dicho?

—Tranquilo..., apagó la cámara antes de que empezara lo bueno —me asegura Kimberly.

¿Una cámara?

Mierda. Está claro que este capullo debe de tener una cámara en el gimnasio... Joder, seguramente todos los accesos a las habitaciones principales están equipados con cámaras de seguridad. Siempre ha sido más paranoico de lo que aparenta su actitud pasota.

—¿Qué viste? —gruño intentando contener la rabia.

—Nada. Sólo que Pau entraba en la sala... y prefirió no seguir mirando... —Kimberly reprime una sonrisa y un gran alivio recorre mi cuerpo.

Estaba demasiado inmerso en lo que pasaba, inmerso en Pau, como para pensar en chorradas como cámaras de seguridad.

—Y ¿qué hacías tú viendo esas imágenes? —le digo a Vance frunciendo el ceño—. Es un poco rarito que me mires mientras hago ejercicio.

—No seas creído. Estaba comprobando el monitor de la cocina porque fallaba, y el del gimnasio resultó ser el que se veía al lado justo en ese momento.

—Ya —exclamo alargando la palabra.

Pedro se va a quedar otra noche. No pasa nada, ¿no? —le pregunta Kim.

—Claro que no pasa nada. De todas formas, no entiendo por qué no has movido el culo hasta aquí para quedarte. Sabes que te pagaría más que en Bolthouse.

—No lo hiciste la primera vez, ése fue el problema —le recuerdo con una mueca de suficiencia.

—Eso es porque acababas de empezar la universidad por aquel entonces. Tuviste suerte de tener unas prácticas remuneradas, por no hablar de un trabajo real, sin tener una titulación. —Se encoge de hombros, intentando desechar mi argumento. Yo cruzo los brazos a la defensiva.

—En Bolthouse no opinan lo mismo.

—Son gilipollas. ¿Tengo que recordarte que sólo en el último año la editorial Vance los ha superado de largo? He abierto una sede en Seattle y tengo pensado abrir otra en Nueva York el año que viene.

—¿Tanto fanfarroneo es por algo? —le pregunto.

—Sí. Que Vance es mejor, más grande, y resulta que también es donde ella trabaja.

No hace falta que diga el nombre de Pau para que sienta el peso de sus palabras.

—Te graduarás el próximo trimestre; no tomes una decisión impulsiva ahora que podría afectar al resto de tu carrera antes de que empiece siquiera.

Le da un bocado a la fruta que tiene en la mano y yo lo miro con el ceño fruncido intentando encontrar una respuesta cortante, aunque parece que no encuentro ninguna.

—Bolthouse tiene una sede en Londres.

Me mira con burlona incredulidad.

—¿Quién va a volver a Londres? ¿Tú? —replica sin ocultar el sarcasmo en su voz.

—Puede. Es lo que planeaba, y sigo pensando en ello.

—Sí, yo también. —Mira a su futura esposa—. No volverás a vivir allí, ni yo tampoco.

Kimberly se pone colorada y se derrite al oír esas palabras, y yo llego a la conclusión de que son la pareja más repulsiva que he conocido. Puedes notar lo mucho que se quieren al verlos interactuar. Es incómodo y molesto.

—Demostrado —ríe Christian.

—No estoy de acuerdo contigo —le digo.

—Sí —Kimberly se mete como la buena tocapelotas que es—, pero tampoco estás en total desacuerdo.


Sin mediar palabra, cojo mi taza de café y mis pelotas y me las llevo lo más lejos de ella que puedo.

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