Pedro
Sé exactamente lo que le estoy haciendo. Sé lo mucho que le gusta mi boca sucia y, cuando la miro, ni siquiera se molesta en ocultarlo.
—Estás siendo tan buena chica... —le digo con una oscura sonrisa, arrancándole un gemido sin apenas tener que rozar su ardiente piel—. Dime qué deseas —le susurro al oído. Prácticamente puedo oír su pulso errático bajo la piel. La estoy volviendo loca, y me encanta.
—A ti —dice ella desesperada.
—Quiero hacerlo lentamente. Quiero que sientas cada momento que has pasado lejos de mí.
Tiro de su pantalón de pijama y le dedico una mirada autoritaria. Sin pronunciar una palabra, ella asiente y se lo baja. Entonces engancho sus braguitas de algodón con los pulgares y tiro de ellas hacia mí. Sus ojos se abren en la oscuridad, sus labios están rosados e hinchados. La fuerza de mi movimiento la acerca a mí y ella se aferra con las manos a mis brazos, clavándome sus preciosos dedos.
—Coge el condón —me recuerda.
Joder, están al otro lado del pasillo, en la habitación que nadie debería haber creído que utilizaría teniendo a Pau sólo a dos metros de distancia. Sin embargo, curiosamente, la mesilla de noche estaba bien surtida de preservativos al llegar.
—Coge tú el condón —replico juguetón, sabiendo que ni de coña voy a dejarla cruzar ese pasillo medio desnuda. Suavemente, pongo las manos bajo su espalda y desabrocho su sujetador, después le bajo los tirantes y lo dejo todo en el suelo detrás de nosotros.
—El cond... —comienza a recordarme ella.
Pero su propio jadeo cortante interrumpe sus pensamientos cuando succiono sus recién expuestos pezones. Es tan sensible a mi toque..., y quiero saborear cada segundo de ella.
—Shhh... —la silencio mordisqueando su piel.
Pero tras un momento, me pongo en pie. No gasto mi tiempo vistiéndome, al menos yo llevo el bóxer..., y aunque no lo llevara tampoco perdería el tiempo vistiéndome ahora mismo.
Regreso al dormitorio con cuatro condones en la mano. Soy un poco ambicioso y me gusta estar siempre preparado, pero por la forma en que Pau se está comportando esta noche, podríamos llegar a necesitar el cajón entero.
—Te he echado de menos —comenta dulcemente con una sonrisa tímida. Y entonces aparece un destello de vergüenza en sus ojos cuando comprende que lo ha dicho en voz alta
—Y yo a ti —le contesto, y suena tan cursi como sabía que sonaría.
Sin más preámbulos, todavia me quito el bóxer y me reúno con ella en la cama. Pau está sentada con la espalda contra la cabecera de la cama y las rodillas ligeramente dobladas. Está completamente desnuda; sólo las sábanas de color crema le cubren los muslos, fundiéndose con su cremosa piel.
Tengo que controlarme ante semejante visión, detenerme para no saltar literalmente sobre ella, arrancarle la sábana que la cubre y tomar lo que es mío. Esta noche..., bueno, ya es de madrugada más bien..., quiero ir despacio y no voy a correr.
Sonrío y contemplo a la mujer en nuestro aposento. Ella me devuelve la mirada; sus ojos son amables y cálidos, sus mejillas están teñidas de un rosa profundo. Cuando me reúno con ella en la cama, sus ansiosas manos se mueven directamente hacia la cinturilla de mi bóxer, y me lo bajan hasta los muslos. Sus pies acaban de hacer el trabajo y me toma en la mano, apretando suavemente.
—Joder —siseo, y por un momento lo único que existe para mí es su contacto.
Pau comienza a bombear, su pequeña muñeca se retuerce ligeramente al moverse arriba y abajo, y me encanta la forma en que parece saber cómo tocarme exactamente. Cuando se tumba, su mano continúa moviéndose con un ritmo perfecto, y le paso el condón, al tiempo que le digo en silencio qué debe hacer a continuación.
Ella asiente y se apresura a obedecer. Mientras el látex me va cubriendo yo nos maldigo en silencio, a ella y a mí, por no haber seguido con la idea de la píldora. La sensación de piel con piel con ella es celestial, y ahora que lo he sentido lo deseo más y más.
Pau se sube encima de mí a toda prisa, cabalgándome la cintura; mi polla está sólo a un suspiro de entrar en ella.
—Espera... —La detengo, le rodeo el talle con las manos y vuelvo a tumbarla con delicadeza sobre el colchón a mi lado.
La confusión aparece en sus preciosos ojos.
—¿Qué pasa?
—Nada..., sólo que antes quiero besarte un poco más —le aseguro, y le pongo una mano en la nuca para acercar su cara a la mía.
Mi boca cubre la suya y desciendo sobre su cuerpo, obligándome a ir lentamente. Con su cuerpo desnudo apretado contra el mío, tengo que tomarme un momento para dar las gracias por el hecho de que, a pesar de toda la mierda por la que le he hecho pasar, ella sigue aquí, siempre está aquí, y ya va siendo hora de que la compense por ello. Apoyo mi peso en un brazo y me tumbo encima de ella, abriéndole las piernas con las rodillas.
—Te quiero..., te quiero tanto... Aún lo sabes, ¿verdad? —le pregunto entre caricia y caricia de mi lengua sobre la suya.
Ella asiente, pero por un terrible momento la cara de Zed aparece en mi mente. Su confesión de amor por mi Pau y su agradecida aceptación.
«Yo también te quiero», había gemido ella.
Un lento escalofrío me recorre y me detengo.
Al notar mis dudas, ella pasa los dedos entre mis rebeldes cabellos y su boca toma posesión de la mía.
—Vuelve a mí —me suplica.
Eso es todo cuanto necesito.
Todo desaparece excepto la suavidad de su cuerpo bajo el mío, la humedad entre sus piernas mientras la penetro lentamente. La sensación es exquisita. No importa cuántas veces la tome, nunca serán suficientes.
—Te quiero. —Pau repite las palabras y yo paso un brazo bajo su cuerpo para que estemos tan pegados el uno al otro como sea posible.
Me lamo los labios y vuelvo a enterrar la cara en su cuello, susurrándole guarradas al oído y moviéndome para besarla cada vez que gime mi nombre.
Siento que la ola de presión sube por mi espalda encendiendo cada puta vértebra. Las uñas de Pau se clavan en mi piel, justo entre los hombros, como si estuviera intentando alcanzar las palabras tatuadas en ella. Esas palabras dedicadas a ella y sólo a ella.
«Ya nada podrá separarme de ti», dicen. Voy a hacer todo lo posible para mantener esa promesa permanentemente.
Me inclino para mirarla. Una mano aún reposa bajo su espalda; la otra recorre su torso, pasa sobre sus pechos y descansa en su garganta.
—Dime cómo te sientes —le pido con un gruñido.
Casi no puedo contener el placer que me recorre por dentro. Quiero mantenerlo ahí para los dos, hacerlo durar. Quiero crear este espacio que los dos podamos habitar.
Acelero mis movimientos y ella baja una mano para aferrarse a las sábanas. Cada pecaminoso giro de mis caderas, cada embestida violenta contra su cuerpo hambriento intensifica y sella irremediablemente el poder de ella sobre mí.
—Tan bien, Pedro... Me siento tan bien... —Su voz es espesa y ronca, y devoro el resto de sus gemidos como el ansioso bastardo que soy.
Noto que su cuerpo comienza a tensarse y no puedo aguantar más. Con un suave grito de su nombre, me corro en el condón con empujones lentos y desacompasados antes de derrumbarme, casi sin respiración, junto a ella.
Extiendo una mano para atraer su cuerpo hacia el mío y, cuando abro los ojos, veo que una fina capa de sudor cubre su piel sedosa, tiene los ojos abiertos y está mirando el ventilador del techo.
—¿Estás bien? —le pregunto. Sé que he sido un poco bruto hacia el final, pero también sé lo mucho que le gusta que lo sea.
—Sí, claro.
Se inclina para depositar un beso sobre mi pecho desnudo y salta de la cama. Gimo decepcionado cuando veo que se pone su camiseta blanca por la cabeza, cubriendo su
cuerpo.
—Aquí tienes tu diadema. —Sonríe, orgullosa de su comentario irónico, y me lanza la camiseta sudada que me até alrededor de la cabeza en el gimnasio.
Enrollo la tela y me la vuelvo a poner en la cabeza sólo para ver cómo reacciona.
—¿No te gusta? —pregunto, y ella se ríe.
—De hecho, sí.
Pau está montando todo un espectáculo mientras se inclina para recoger sus braguitas negras del suelo y se las sube hasta los muslos. Cuando agita el cuerpo resulta maravillosamente evidente que no lleva sujetador.
—Bien, es más fácil así —digo señalando el recogido de mi cabeza.
De verdad que necesito un puto corte de pelo, pero siempre me lo ha hecho la amiga de Steph, una tipa con el pelo color lavanda llamada Mads. La sangre me empieza a arder al pensar en Steph. Esa estúpida y jodida...
—¡Tierra llamando a Pedro!
La voz de Pau me saca de mis pensamientos llenos de odio. Levanto la cabeza hacia ella.
—Lo siento —digo.
Con el pijama otra vez puesto, se acurruca junto a mí y, lo que es más extraño, coge el mando a distancia de la tele y empieza a zapear intentando encontrar algo para ver. Estoy un poco mareado, así que agradezco tener unos momentos para recuperarme, pero tras varios minutos así me doy cuenta de que ella ha suspirado varias veces. Y, cuando la miro, hay un profundo ceño en su cara, como si encontrar un buen programa para ver fuera más frustrante de lo que debería.
—¿Algo va mal? —pregunto.
—No —miente ella.
—Dímelo —la presiono, y ella deja escapar el aire.
—No es nada..., sólo estoy un poco... —Sus mejillas enrojecen—. Tensa.
—¿Tensa? Después de esto deberías estar de todo menos tensa —replico, y me aparto un poco para mirarla.
—Es que no..., ya sabes. Yo no... —tartamudea.
Su timidez nunca deja de sorprenderme. Un minuto está gimiendo en mi oído que la folle con más fuerza, más rápido y más profundo, y al siguiente ni siquiera puede formar una frase.
—Suéltalo —exijo.
—No he acabado.
—¿Qué? —Me atraganto.
¿Cómo he podido estar tan consumido por mi propio placer como para no notar que ella no se corría?
—Paraste justo antes... —explica en voz baja.
—¿Por qué no me lo habías dicho? Ven aquí. —Tiro de su camiseta para quitársela por la cabeza.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta, con evidente excitación en su tono.
—Shhh...
En realidad no sé qué voy a hacer... Quiero volver a hacerle el amor, pero necesito más tiempo para recuperarme.
«Espera..., ya lo tengo.»
—Vamos a hacer algo que sólo hemos hecho una vez. —Sonrío con malicia y sus ojos se abren aún más—. Porque, ya sabes, la práctica lleva a la perfección.
—¿Qué es? —pregunta, y en un segundo su excitación se ve reemplazada por el nerviosismo. Me tumbo apoyando el peso en los codos y le hago gestos para que se acerque.
—No lo entiendo —dice ella.
—Ven, pon los muslos aquí —y palmeo el espacio a ambos lados de mi cabeza.
—¿Qué?
—Pau, ven y siéntate sobre mi cara para que pueda comértelo como es debido —le explico clara y lentamente.
—Oh —exclama ella.
Veo la duda en sus ojos y extiendo una mano para apagar la luz. Quiero que se sienta lo más cómoda posible. A pesar de la oscuridad, aún alcanzo a distinguir la suave silueta de su cuerpo, la plenitud de su pecho, la curva sexi de sus caderas.
Pau se quita las braguitas y en cuestión de segundos está siguiendo mis instrucciones y arrodillándose sobre mí.
—Menudas vistas tengo aquí —bromeo, y mi visión desaparece. Me acaba de bajar mi camiseta sobre los ojos.
—Bueno, así resulta incluso más excitante. —Sonrío contra sus muslos. Ella me golpea la cabeza de broma—. En serio..., es de lo más sexi —añado.
La oigo reír en la oscuridad y levanto las manos hasta sus caderas, guiando sus movimientos. Una vez mi lengua la toca, ella empieza a moverse a su propio ritmo, tirándome del pelo y susurrando mi nombre hasta que se pierde en el placer que le estoy dando.
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