Pau
Las manos de Pedro aún están cubiertas con la rugosa cinta negra, pero las siento tan tiernas cuando se cierran alrededor de las mías...
—Espero no haberte cansado mucho. —Sonríe, y me pasa sus nudillos recubiertos de cinta por los pómulos.
—No. —Sus dedos se han encargado de deshacer la mayor parte de la tensión que había estado sintiendo mi cuerpo. Sin embargo, el ansia no tan sutil que siento por él sigue ahí. Siempre está ahí.
—Esto está bien, ¿verdad? Quiero decir que querías espacio... y esto no es precisamente espacio. — Sus brazos me rodean mientras permanecemos de pie ante la cama, dudando.
—Aún necesitamos espacio, pero esto es lo que quiero ahora mismo —le explico.
Estoy segura de que todo esto no tiene mucho sentido para Pedro porque, siendo sincera, tampoco tiene mucho sentido para mí, especialmente ahora que su abrumadora presencia está justo aquí, frente a mí.
—Yo también. —Toma aire e inclina la cabeza hacia mi cuello—. Esto es lo bueno para nosotros..., estar juntos así —susurra.
Sus brazos se estrechan alrededor de mi cuerpo y usa las rodillas para guiarnos hasta la cama mientras sus labios succionan suavemente mi piel cosquilleante.
—Te he echado tanto de menos..., echaba de menos tu cuerpo —sisea.
Me mete las manos por debajo de la fina camiseta de algodón y me la quita por la cabeza. Mi cola de caballo se enreda con el escote, pero Pedro me suelta el pelo con suavidad y sus dedos me quitan la goma, dejando que el pelo caiga sobre el colchón. Después me besa con ternura en la frente: su actitud ha cambiado desde que se aprovechó de mí en el gimnasio. Allí estuvo duro, sexy y autoritario, pero ahora está siendo mi Pedro, el hombre delicado y cariñoso que se oculta tras la fachada de tipo duro.
—La forma en que tu pulso... —sus labios se mantienen a centímetros de los míos y sus dedos presionan el delicado latido en mi cuello mientras respira— enloquece cuando te toco, especialmente aquí...
Su mano se desliza hacia abajo, sobre mi estómago, hasta desaparecer bajo mis pantalones de pijama.
—Siempre estás tan a punto para mí... —gruñe, moviendo el dedo corazón arriba y abajo.
Noto que la piel se me enciende: es una quemadura permanente, en lugar de una explosión, acorde con su delicada forma de tocarme. Pedro retira la mano y se lleva el dedo a los labios—. Tan dulce... —dice, y su lengua húmeda sale lentamente para cubrir la punta de su dedo.
Sabe exactamente lo que me está haciendo. Sabe lo mucho que sus sucias palabras me afectan y lo mucho que me hacen desearlo. Lo sabe, y está haciendo un muy buen trabajo consiguiendo que arda de deseo de dentro afuera.
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