Pau
La boca de Pedro deja un rastro de humedad hasta mi estómago y sobre mis pechos hasta que finalmente deposita un suave beso en mi sien. Me quedo tumbada en el suelo junto a él tratando de recuperar el aliento y revivo los hechos que nos han llevado a este momento. Tenía la intención de mantener una seria conversación con él sobre su..., no, sobre nuestra falta de comunicación, pero verlo asaltar furiosamente ese saco de arena me hizo jadear y gemir su nombre en cuestión de minutos. Me incorporo sobre un codo y lo miro desde arriba.
—Quiero compensarte.
—Adelante. —Sonríe con los labios cubiertos de mi humedad.
Me muevo rápidamente tomándolo en mi boca antes de que pueda recuperar el más mínimo aliento.
—Joder —gime.
El sensual ruido hace que abra demasiado la boca y se me escapa de entre los labios. Pedro levanta entonces las caderas del suelo para reencontrarse con ellos, metiéndose él mismo de nuevo en mi boca.
—Pau, por favor... —suplica.
Puedo saborearme a mí misma en él, pero apenas lo noto mientras gime mi nombre.
—No voy..., joder..., no voy a durar mucho —jadea, y yo incremento la velocidad.
Demasiado pronto él me tira del pelo para echarme la cabeza hacia atrás.
—Me voy a correr en tu boca y después te voy a llevar a la cama y te follaré otra vez. —Me pasa el pulgar por los labios y yo, juguetona, le muerdo con delicadeza el dedo. Echa la cabeza hacia atrás y me agarra con más fuerza del pelo cuando se la chupo.
Noto que el pene le vibra, sus piernas se agarrotan cuando casi está a punto.
—Joder, Pau... me encanta, nena —gime cuando su calor me llena la boca. Me lo quedo todo, me trago todo lo que tiene que darme. Después me pongo en pie y me paso un dedo por los labios.
—Vístete —me ordena lanzándome el sujetador.
Mientras nos vestimos a toda prisa, lo pillo mirándome de vez en cuando. No es que eso sea una sorpresa..., yo tampoco he dejado de mirarlo.
—¿Lista? —pregunta.
Asiento y Pedro apaga las luces, cierra la puerta a nuestro paso como si nada hubiera sucedido en esa habitación y me guía pasillo abajo. Caminamos en un silencio confortable, una gran diferencia después de toda la tensión anterior. Cuando llegamos delante de nuestras habitaciones, él se detiene y me coge suavemente del codo.
—Debería haberte contado antes lo de la pesadilla en vez de distanciarme de ti —dice.
Las luces nocturnas del suelo arrojan la suficiente claridad sobre su rostro como para que pueda ver la sinceridad y la amabilidad tras sus ojos.
—Ambos tenemos que aprender a comunicarnos.
—Eres muchísimo más comprensiva de lo que merezco —susurra, y acerca mi mano a su cara.
Sus labios rozan cada uno de mis nudillos y mis rodillas casi se doblan ante un gesto tan conmovedor.
Pedro abre la puerta, me coge de la mano y me guía hasta la cama.
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