Pedro
Cuando mi nombre escapa de sus labios lo hace como un suspiro, suave, como si su lengua acariciara la palabra. Como si al decir esa única palabra ella invocara todos sus sentimientos por mí, todas las veces que la he tocado, que ella ha demostrado que me ama..., incluso si parte de mí aún no puede creerlo. Pau se me acerca y puedo ver la comprensión en sus ojos.
—¿Por qué no me lo contaste antes? —pregunta.
Bajo la vista y comienzo a tirar de la gruesa cinta enrollada alrededor de mis manos.
—Sólo era un sueño. Sabes que algo así no podría ocurrir jamás —me asegura.
Cuando alzo la cabeza para mirarla, la presión en mis ojos, en mi pecho, es insoportable.
—Lo tengo grabado en mi cabeza, no puedo dejar de verlo una y otra vez. Se estaba burlando de mí todo el rato, riéndose mientras te follaba.
Las pequeñas manos de Pau se mueven rápidamente para cubrir sus orejas y arruga la nariz con disgusto. Entonces, al volver a mirarme, deja caer los brazos lentamente.
—¿Por qué crees que soñaste eso?
—No lo sé, probablemente porque tú aceptaste su propuesta de visitarte aquí.
—No sabía qué otra cosa decir, y tú y yo estábamos..., bueno, aún estamos en un extraño momento de nuestra extraña relación —murmura.
—No quiero que se te acerque. Sé que es una gilipollez, pero no me importa. De verdad, Zed es lo peor para mí; siempre será así. Ni todo el kickboxing del mundo va a cambiar eso. Estemos o no en un momento extraño, tú eres sólo mía. No sólo sexualmente, sino completamente.
—Él no ha estado cerca de mí desde que me llevó a casa de mi madre... aquella noche —me recuerda.
Pero el pánico que arde en mi interior no se apaga. Miro al suelo, inspirando y espirando profundamente para intentar calmarme un poco.
Pau da un paso hacia mí, aunque permanece fuera de mi alcance.
—Sin embargo —añade—, si eso va a hacer que dejes de pensar en esas cosas, le diré que no me visite.
Mis ojos se centran en su hermosa cara.
—¿Lo harías?
Esperaba que se resistiera mucho más.
—Sí, lo haré. No quiero que te pongas así por algo como eso —dice mientras me mira el pecho y de nuevo la cara con ojos nerviosos.
—Ven aquí. —Alzo una mano vendada para invitarla.
Como sus pies se mueven tan lentamente, me inclino hacia adelante y la cojo del brazo, pasando la mano alrededor de su codo para tenerla a mi lado más deprisa.
Mi respiración ya vuelve a ser normal. Tengo toda esa adrenalina que corre por mi cuerpo. No he podido evitar desquitarme golpeando el maldito saco, pero ahora me duelen las manos y los pies, y aún no he descargado toda la rabia. Hay algo en mi cabeza, sentado en la parte de atrás de mi mente que me molesta todo el tiempo, y me impide acabar con mi odio hacia Zed.
Hasta que sus labios tocan los míos. Ella me sorprende: empuja la lengua dentro de mi boca y enreda sus pequeñas manos entre mi cabello empapado, tirando con fuerza, quitándome la camiseta de la cabeza y dejándola caer al suelo.
—Pau...
Empujo suavemente contra su pecho y aparto la boca de la suya. Como estoy sentado en el banco de pesas, puedo ver que sus ojos se entornan.
No dice ni una palabra mientras se mueve hasta quedar de pie frente a mí.
—No aceptaré que me sigas rechazando por culpa de un sueño, Pedro. Si no me deseas, entonces vale, pero esto es una gilipollez —murmura entre dientes.
Por retorcido que sea, su rabia agita algo en mi interior que hace que toda la sangre me baje a la polla. He deseado a esta mujer desde la última vez que estuve dentro de ella, y ahora es ella la que me desea a mí, y se enfada porque le estoy impidiendo tomar lo que quiere.
Oírla correrse a través del teléfono nunca será suficiente. Necesito sentirlo.
Una guerra se libra en mi interior. Con una energía salvaje que aún se desliza por mis venas como fuego, por fin digo:
—No puedo evitarlo, Pau, sé que no tiene sentido, pero...
—Entonces fóllame —dice ella, y me quedo con la boca abierta—. Deberías follarme hasta que olvides ese sueño, porque estás aquí sólo por una noche y te he echado de menos, pero estás demasiado obsesionado con imaginarme con Zed para dedicarme la atención que quiero.
—¿La atención que quieres?
No puedo evitar la dureza en el tono de mi voz al oír sus ridículas y falsas palabras. Ella no tiene ni idea de cuántas veces me la he pelado fingiendo que estaba con ella, imaginando su voz en mis oídos que me decía lo mucho que me necesita, lo mucho que me ama.
—Sí, Pedro. La-que-yo-quiero.
—Y ¿qué quieres exactamente? —le pregunto. Su mirada es dura y ligeramente desafiante.
—Quiero que pases el tiempo conmigo sin obsesionarte con Zed, que me toques y me beses sin apartarte. Eso, Pedro, es lo que quiero. —Frunce el ceño y coloca las manos en sus caderas—. Quiero que me toques... sólo tú —añade, relajando un poco su pose.
Sus palabras me tranquilizan y me halagan, y comienzan a apartar los pensamientos paranoicos de mi mente, y entonces comienzo a darme cuenta de lo estúpido que es todo este sufrimiento por el que estamos pasando. Ella es mía, no suya. Él está sentado en algún sitio solo, y yo estoy aquí con ella, y ella me desea. No puedo apartar los ojos de sus labios entreabiertos, de su furiosa mirada, de la suave curva de sus pechos bajo la fina camiseta blanca. La camiseta debería ser una de las mías, pero no lo es. Lo que también es resultado de mi cabezonería.
Pau recorre la distancia que nos separa, y mi por lo general tímida, aunque bastante sucia chica me está mirando, esperando una respuesta mientras su mano se mueve hasta mi hombro y me empuja lo suficiente como para subirse a mi regazo.
A la mierda. Me importa un carajo cualquier sueño estúpido, o cualquier regla estúpida sobre la distancia. Todo lo que quiero es que estemos ella y yo, yo y ella: Pau y el desastre andante que es el jodido Pedro.
Sus labios encuentran el camino hasta mi cuello y mis dedos se clavan en sus caderas. No importa cuántas veces lo haya imaginado durante la semana; ninguna fantasía puede compararse con su lengua recorriendo mi húmeda clavícula y regresando hasta el maldito punto bajo mi oreja.
—Cierra la puerta —le ordeno cuando sus dientes se clavan suavemente en mi piel y comienza a menear sus caderas contra las mías. Estoy duro como una jodida piedra contra sus ridículos pantalones de felpa y la necesito ya.
Ignoro el doloroso palpitar entre mis piernas mientras ella cruza la sala a toda prisa tal y como le he dicho que haga. No pierdo un solo segundo cuando regresa. Le bajo los pantalones, y a continuación los siguen sus braguitas negras, y forman una mancha alrededor de sus tobillos y sobre el suelo acolchado.
—Me he torturado durante toda la semana pensando qué aspecto tenías cuando estás así —gimo; mis ojos beben cada maldito detalle de su cuerpo medio desnudo—. Tan hermosa —susurro con reverencia.
Cuando se quita la camiseta por la cabeza no puedo evitar inclinarme y besar la curva de sus anchas caderas. Un lento escalofrío la recorre y se lleva las manos a la espalda para desabrocharse el sujetador.
Hostia puta. De todas las veces que le he hecho el amor, no puedo recordar haber estado jamás tan cachondo. Ni siquiera esas veces en que me despierta con la boca alrededor de mi polla, nunca me había sentido tan salvaje.
Voy a por ella, tomando uno de sus pechos con la boca y el otro con la mano. Las suyas se mueven hasta mis hombros para mantener el equilibrio mientras yo cierro los labios alrededor de la suave piel.
—Oh, Dios —gime; sus uñas se clavan en mi hombro y chupo más fuerte—. ¡Más abajo, por favor!
Intenta guiar mi cabeza hacia abajo con un suave empujón, así que uso los dientes contra ella, provocándola. Paso las puntas de los dedos por debajo de ambos pechos, lenta y tortuosamente... Esto es lo que merece por ser tan tentadora y juguetona.
Sus caderas se mueven hacia adelante y deslizo el cuerpo hacia abajo ligeramente para que mi boca quede a la altura perfecta para presionar el hinchado nudo de terminaciones nerviosas entre sus muslos. Con un suave gemido me anima a ir más allá, y mis labios la rodean, succionando y saboreando la humedad que ya se ha formado ahí. Es tan cálida y tan dulce...
—Tus dedos no te han satisfecho mucho, ¿verdad? —Me retiro un poco para preguntarle.
Ella respira agitadamente; sus ojos grises me observan mientras inclino la cabeza y le paso la lengua por el monte de Venus.
—No juegues conmigo —lloriquea tirándome del pelo otra vez.
—¿Has vuelto a tocarte esta semana, después de nuestra conversación telefónica? —La pongo a prueba.
Pau se retuerce y jadea cuando mi lengua aterriza en el lugar exacto que ella desea.
—No.
—Mientes —la acuso.
Puedo notar por el rubor que le sube por el cuello hasta las mejillas, y por la forma en que sus ojos se desvían hacia la pared de espejos que no me está diciendo la verdad. Se ha tocado desde la última vez al teléfono... y la imagen de ella ahí tumbada, con las piernas bien abiertas y los dedos moviéndose sobre sí misma, encontrando el placer en lo que le he enseñado... me hace jadear contra su piel caliente.
—Sólo una vez —vuelve a mentir.
—Muy mal. —Me separo completamente de ella.
—Tres veces, ¿vale? —admite al fin, con vergüenza evidente en su voz.
—¿En qué pensabas? ¿Qué fue lo que te hizo correrte? —pregunto con una sonrisa malvada.
—Tú, sólo tú —dice. Sus ojos están llenos de esperanza y necesidad.
Su admisión me emociona y quiero darle más placer del que le he dado jamás. Sé que puedo hacer que se corra en menos de un minuto usando la lengua, pero no quiero eso. Con un último beso al vértice de sus muslos, me aparto y me pongo en pie. Pau está completamente desnuda, y los espejos..., joder, los espejos reflejan su cuerpo perfecto, multiplicando por diez esas curvas tan sensuales que tiene. Su suave piel me envuelve, me bajo los pantalones y el bóxer hasta los tobillos con una sola mano.
Empiezo a tirar de la cinta enrollada alrededor de mis nudillos, pero su mano me detiene rápidamente.
—No, déjala —me pide, mientras un brillo de oscura lujuria centellea en sus ojos.
Así que le gusta la cinta..., o quizá le guste verme entrenar... o los espejos...
Hago lo que me pide y aprieto el cuerpo contra el suyo, mi boca reclama la suya, y la tumbo sobre el suelo acolchado conmigo.
Sus manos me recorren el pecho desnudo y sus ojos se oscurecen hasta volverse gris humo.
—Tu cuerpo es diferente ahora.
—Sólo llevo entrenando una semana.
Hago rodar su cuerpo desnudo hasta clavarla en el suelo bajo mi peso.
—Pero lo noto...
Se pasa la lengua por sus carnosos labios tan lentamente que no dudo en aplastarme contra ella para dejarle saber lo increíblemente duro que estoy. Ella es suave y la noto tan húmeda contra mí que un solo movimiento bastaría para estar dentro de ella.
Entonces caigo.
—No tengo ni un puto condón aquí —maldigo, enterrando la cara en su hombro.
Ella suelta un gemido de frustración pero me clava las uñas y tira de mí.
—Te necesito —gime, pasándome la lengua por la boca.
Me pego a la carne caliente, empapada, y la penetro despacio.
—Pero... —Hago el intento de recordarle los riesgos, pero sus ojos se cierran y la sensación me abruma mientras flexiono las caderas para llegar más adentro, tan dentro de ella como sea posible.
—Joder, te he echado de menos —gimo.
No puedo dejar de pensar en lo increíblemente cálida y suave que la siento sin la barrera del condón. Todo mi sentido común ha desaparecido, todas las advertencias que me he hecho a mí mismo y a ella se han desvanecido. Sólo necesito unos pocos segundos. Unos pocos empujones dentro de su hambriento y deseado cuerpo y pararé.
Alzo mi peso sobre los brazos, estirándolos para ganar ventaja. Quiero mirarla mientras entro y salgo de ella. Ha levantado la cabeza del suelo acolchado y está mirando el lugar exacto donde nuestros cuerpos se unen.
—Mira en el espejo —le digo.
Pararé después de tres más..., vale, cuatro. No puedo evitar seguir moviéndome mientras ella gira la cabeza para vernos en la pared de espejos. Su cuerpo parece tan suave y perfecto, e increíblemente limpio comparado con los negros churretones que cubren el mío. Somos la pura pasión personificada, demonio y ángel, y nunca he estado tan jodidamente enamorado de ella.
—Sabía que te gustaba mirar, incluso si es sólo por ti misma, lo sabía.
Sus dedos se clavan en la parte baja de mi espalda, acercándome aún más, enterrándome aún más profundamente en ella y, joder, tengo que parar ahora, siento que la presión crece en la parte baja de mi espina dorsal, desplazándose hacia mi ingle cuando descubro otra de sus fantasías. Tengo que parar...
Me retiro lentamente de ella, dándonos el tiempo suficiente para disfrutar del momento de conexión. Sus gemidos se hacen más cortos y desesperados cuando deslizo los dedos en su interior con facilidad.
—Ahora voy a hacer que te corras y luego te llevaré a la cama —le prometo, y ella esboza una sonrisa desenfocada antes de volver a mirar hacia el espejo, observándome—. Shhh, nena, despertarás a los demás —susurro contra ella.
Me encantan los ruiditos que hace, la forma en que gime mi nombre, pero lo último que necesito es que uno de los Vance nos corte el rollo llamando a la puerta.
En segundos noto cómo se tensa alrededor de mis dedos. Mordisqueo y succiono el pequeño botón sobre su entrada y ella me tira del pelo sin dejar de observar cómo la follo con los dedos hasta que se corre, jadeando y gimiendo mi nombre una y otra vez.
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