Pau
No puedo dormir. He intentado cerrar los ojos y bloquear el mundo entero, dejar el caos y el estrés del lío que es mi vida amorosa, pero no puedo. Es imposible. Es imposible luchar contra el irresistible poder que me atrae hacia la habitación de Pedro, que me suplica que me acerque a él. Está tan distante que tengo que saber por qué. Tengo que saber si se está comportando así por algo que he hecho o por algo que no he hecho. Tengo que saber que no está relacionado con Sasha y su diminuto vestido dorado, o porque Pedro ha perdido interés en mí.
Tengo que saberlo.
Vacilando, salgo de la cama y tiro del cordoncito que enciende la lámpara. Me saco la estrecha goma que me rodea la muñeca y me recojo el pelo con las manos, peinándolo en una cola de caballo. Tan silenciosamente como me es posible, cruzo de puntillas el pasillo y empujo en silencio la puerta de la habitación de invitados. Ésta se abre con un leve crujido y me sorprende encontrar la lámpara encendida y la cama vacía. Un mar de sábanas negras y mantas se apila al borde del colchón, pero Pedro no está en el cuarto.
Se me encoge el corazón al pensar que se ha ido de Seattle de vuelta a casa... su casa. Sé que las cosas estaban raras entre nosotros, pero deberíamos ser capaces de hablar sobre cualquier cosa que le esté preocupando a Pedro. Mirando por la habitación siento alivio al ver que la bolsa sigue en el suelo, las pilas de ropa limpias se han caído, pero al menos continúan ahí.
Me ha encantado ver los cambios en Pedro desde que llegó hace apenas unas horas. Está más tranquilo y es más dulce, e incluso me ha pedido disculpas de forma voluntaria, sin tener que arrancarle las palabras de la boca. A pesar del hecho de que ahora está siendo frío y distante, no puedo ignorar los cambios que una semana separados parece haber provocado, y el impacto positivo que la distancia entre nosotros ha tenido en él.
En silencio, camino por el pasillo en su búsqueda. La casa está a oscuras, la única claridad proviene de las pequeñas luces nocturnas del suelo a lo largo de los pasillos. Los baños, la sala de estar y la cocina están vacíos, y no oigo ni un sonido en el piso de arriba. Pero tiene que estar arriba..., ¿tal vez en la biblioteca?
Mantengo los dedos cruzados pidiendo no despertar a nadie durante mi búsqueda, y justo cuando cierro la puerta de la oscura y vacía biblioteca, veo una fina línea de luz saliendo por debajo de la puerta al final de un largo pasillo. Durante mi breve estancia aquí no he llegado a explorar esta parte de la casa, aunque creo que Kimberly me indicó vagamente que aquí es donde están la sala de proyección y el gimnasio. Al parecer, Christian pasa horas haciendo ejercicio.
La puerta no está cerrada con llave y se abre fácilmente al empujarla. Durante un momento temo estar a punto de cometer un error al imaginar que es Christian y no Pedro quien está en la habitación. Eso podría ser tremendamente incómodo, y rezo para que no sea el caso.
Las cuatro paredes de la sala tienen cristales del techo al suelo, y hay toda una colección de máquinas intimidantes, entre las que sólo soy capaz de reconocer la cinta de correr.
Pesas y más pesas cubren la pared más alejada, y la mayor parte del suelo está acolchado.
Mis ojos vuelan a las paredes de espejos y mi interior se deshace cuando los veo. Pedro, cuatro Pedros en realidad, se reflejan en los espejos. No lleva camiseta y sus movimientos son agresivos y rápidos. Sus manos están envueltas en la misma cinta negra que he visto en las de Christian todos los días de esta semana.
Pedro me da la espalda; sus duros músculos se tensan bajo la piel bronceada cuando eleva el pie para patear un gran saco negro que cuelga del techo. Sus puños golpean a continuación; un ruido sordo sigue a cada uno de sus movimientos y los repite con el otro puño. Lo contemplo mientras va propinando puñetazos y patadas al saco sin cesar, parece tan enfadado, y guapo, y sudoroso..., y casi no puedo ni pensar mientras lo miro.
Con movimientos rápidos golpea con su pierna izquierda, luego con la derecha, y después estrella ambos puños contra el saco con tanta facilidad que resulta increíble observarlo. Su piel brilla cubierta de sudor, su pecho y su estómago parecen ligeramente distintos, más definidos. Simplemente parece... más grande. La cadena metálica que cuelga del techo parece a punto de partirse bajo la fuerza de la agresión de Pedro. Mi boca se seca y mis pensamientos se ralentizan mientras lo veo y oigo los furiosos gruñidos que emite cuando empieza a usar sólo sus puños contra el saco.
No sé si es el suave gemido que escapa de mis labios al mirarlo, o si de alguna forma ha notado mi presencia, pero de pronto se detiene. El saco continúa balanceándose mientras cuelga de su cadena y, sin apartar los ojos de mí, Pedro alza una mano para detenerlo.
No quiero ser la primera en hablar, pero no me deja alternativa cuando continúa mirándome con los ojos muy abiertos y furiosos.
—Hola —digo con la voz ronca.
Su pecho sube y baja rápidamente.
—Eh —jadea él.
—¿Qué...? Esto... —Intento contenerme—. ¿Qué estás haciendo?
—No podía dormir —explica respirando pesadamente—. ¿Qué haces tú despierta?
Recoge su camiseta negra del suelo y se seca el sudor de la cara. Trago saliva, parezco incapaz de encontrar la fuerza para apartar los ojos de su cuerpo empapado en sudor.
—Oh..., lo mismo que tú, no podía dormir. —Sonrío débilmente y mis ojos se ven atraídos hacia su torso tonificado; los músculos se mueven en sincronía con su trabajosa respiración.
Él asiente; sus ojos no buscan los míos, y no puedo hacer otra cosa que preguntar:
—¿Es que he hecho algo? Si es así, podemos hablar y solucionarlo.
—No, tú no has hecho nada.
—Entonces dime qué es lo que va mal, por favor, Pedro. Necesito saber qué está pasando.
—Reúno tanta confianza como me es posible y comienzo—: ¿Tú...? No importa —digo.
El atisbo de confianza se desvanece bajo su fija mirada.
—¿Si yo qué?
Se sienta sobre un largo cojín negro, que creo que es algún tipo de banco para pesas. Tras pasarse nuevamente la camiseta por la cara, se la anuda alrededor de la cabeza para mantener a raya su sudoroso cabello.
La bandana improvisada resulta extrañamente adorable y muy atractiva, lo suficiente como para que de pronto no encuentre las palabras apropiadas.
—Estoy empezando a preguntarme si tal vez... si sería posible que tú... si a lo mejor ya no te gusto como te gustaba.
La pregunta sonaba mucho mejor en mi cabeza. Cuando la digo en voz baja, suena patética y necesitada.
—¿Qué? —Deja caer las manos sobre las rodillas—. ¿De qué estás hablando?
—¿Sigues sintiéndote atraído por mí... físicamente? —pregunto patéticamente.
No me sentiría tan avergonzada o insegura si no me hubiese rechazado al principio de la noche. Eso, y si la señorita Piernas Largas Falda Corta no hubiese estado revoloteando a su alrededor justo delante de mis narices. Por no mencionar la manera en que él le recorrió el cuerpo con los ojos...
—¿Qué...? ¿De dónde ha salido eso? —Mientras su pecho sube y baja, el gorrión tatuado justo bajo su clavícula parece estar aleteando al compás de su respiración.
—Bueno... —comienzo. Aunque he recorrido algunos pasos hacia el interior de la sala, me aseguro de dejar varios metros de distancia entre Pedro y yo—. Hace unas horas... cuando nos estábamos besando..., paraste, y apenas me has tocado desde entonces, y después de aquello te levantaste y te fuiste a la cama.
—¿De verdad crees que ya no me siento atraído por ti? —Abre la boca para continuar, pero a continuación la vuelve a cerrar y permanece en silencio.
—Se me ha pasado por la cabeza —admito. El suelo acolchado de pronto se ha vuelto fascinante y me lo quedo mirando fijamente.
—Esto es una puta locura —replica—. Mírame.
Mis ojos se encuentran con los suyos y Pedro suspira profundamente antes de proseguir.
—No puedo ni empezar a imaginar por qué se te ha ocurrido pensar siquiera que no me siento atraído por ti, Pau. —Parece analizar su propia respuesta y añade—: Bueno, supongo que puedo ver por qué has pensado eso, después de cómo he actuado últimamente, pero no es verdad; es, de hecho, literalmente lo más alejado posible de la puta realidad.
El dolor de mi pecho empieza a disolverse.
—Entonces, ¿por qué?
—Vas a pensar que soy un jodido morboso.
«Oh, no...»
—¿Por qué? Dímelo, por favor —le suplico.
Observo cómo se pasa los dedos por la ligera pelusilla del mentón; casi no hay, probablemente sea el resultado de un día sin afeitarse.
—Escúchame antes de enfadarte, ¿vale? —dice.
Asiento lentamente, una acción que contradice completamente los pensamientos paranoicos que empiezan a abordarme.
—Verás, tuve un sueño... Bueno, más bien una pesadilla...
El pecho me duele y rezo para que no sea algo tan malo como está dando a entender. Parte de mí se siente aliviada de que esté enfadado por una pesadilla y no por un hecho real, pero la otra mitad lo siente por él. Ha estado toda la semana solo y hace daño saber que sus pesadillas han vuelto.
—Sigue —lo animo amablemente.
—Era sobre tú... y Zed.
«No...»
—¿Qué quieres decir? —pregunto.
—Él estaba en nuestro... en mi apartamento, y yo llegué a casa para encontrarlo entre tus piernas. Tú estabas gimiendo su nombre y...
—Vale, vale, lo pillo —lo corto, alzando una mano para detenerlo.
La expresión de dolor de su cara me impulsa a sostener la mano en alto durante unos segundos para mantenerlo en silencio, pero entonces él dice:
—No, deja que te lo explique.
Me siento extremadamente incómoda por tener que escuchar cómo Pedro habla de Zed y de mí en la cama, pero es evidente que necesita decírmelo. Si contármelo va a ayudarlo a que lo supere, me morderé la lengua y escucharé.
—Estaba encima de ti, follándote, en nuestra cama. Tú decías que lo querías. —Hace una mueca de dolor.
¿Así que toda esta tensión y el extraño comportamiento de Pedro desde que llegó a Seattle viene de un sueño que tuvo sobre Zed y yo? Al menos eso explica las demandas a medianoche para que llamara a Zed y le retirara la invitación a visitar Seattle a la que accedí.
Mientras contemplo desde el otro lado de la sala a este hombre de ojos verdes consumido por la pena que esconde la cara entre las manos, mi anterior paranoia y mi frustración se deshacen como el azúcar en mi lengua.
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