Pau
—¿Está rica tu pizza? —le pregunto a Smith, sentado frente a mí. Él me mira, la boca llena, y hace un gesto afirmativo con la cabeza. Come con cuchillo y tenedor, algo que no me sorprende.
Cuando termina, se levanta de la mesa y va a meter sus platos en el lavavajillas.
—Me voy a mi habitación, a la cama —anuncia el pequeño científico.
Pedro sacude la cabeza, le divierte la madurez del niño.
Yo me levanto y pregunto:
—¿Necesitas algo? ¿Agua o que te llevemos a tu cuarto?
Pero él rehúsa y coge la manta del sofá antes de dirigirse a su dormitorio.
Sigo con la mirada a Smith, que desaparece arriba, y después me siento otra vez y me doy cuenta de que Pedro apenas me ha dirigido la palabra en la última hora. Está guardando las distancias, y no puedo evitar comparar su comportamiento de esta noche con la forma en que hablaba durante nuestras llamadas de esta semana. Una pequeña parte de mí desearía que estuviéramos ahora al teléfono en vez de estar sentados en silencio en el sofá.
—Tengo que mear —anuncia.
Se va y yo zapeo por los canales de la televisión de pantalla plana.
Un poco después, Kimberly y Christian entran por la puerta principal seguidos por otra pareja. Una mujer rubia y alta vestida con un vestido corto y dorado recorre el suelo de parquet. Les echo un vistazo a sus altísimos tacones de aguja y mis tobillos se resienten en solidaridad con los suyos. Ella me sonríe y saluda con la mano mientras sigue a Kimberly a través del vestíbulo y hasta la sala de estar. Pedro aparece en el pasillo pero no intenta entrar en la habitación.
—Sasha, éstos son Pau y Pedro —nos presenta Kimberly con amabilidad.
—Encantada de conocerte. —Sonrío, odiándome por no haberme puesto unos pantalones de pijama mejores.
—Igualmente —responde Sasha, pero está mirando directamente a Pedro, que por un momento le devuelve la mirada pero ni saluda ni entra del todo en la sala de estar.
—Sasha es una amiga del socio de Christian —nos explica Kimberly.
Bueno, me lo explica a mí, porque Pedro no les presta ninguna atención, concentrado como está en un programa sobre vida animal en el que he aterrizado.
—Y éste es Max, que tiene negocios con Christian.
El hombre, que ha estado bromeando y riendo con Christian, sale de detrás de Sasha y, cuando finalmente puedo echarle un vistazo, me sorprendo al ver al amigo de universidad de Ken, el padre de aquella chica, Lillian.
—Max —repito, mirando discretamente a Pedro e intentando llamar su atención sobre la cara familiar que está ante nosotros.
La que sí que se da cuenta es Kimberly, que nos mira alternativamente a Max y a mí.
—¿Vosotros dos ya os conocíais?
—Sólo nos vimos una vez, en Sandpoint —contesto.
Los oscuros ojos de Max son amenazadores y tiene una presencia poderosa que de inmediato parece reclamar la estancia como suya, pero sus frías facciones parecen suavizarse ligeramente ante mi recuerdo.
—Ah, sí. Tú eres la... amiga de Pedro Alfonso —dice pronunciando la palabra amiga con una sonrisa.
—En realidad ella es... —comienza a decir Pedro uniéndose finalmente a nosotros en la sala.
Observo molesta cómo los ojos de Sasha siguen cada movimiento de Pedro cuando cruza la habitación. Se ajusta los tirantes dorados de su vestido y se humedece los labios. No podría estar más enfadada conmigo misma por llevar estos malditos pantalones de nubes ni aunque lo intentara. Los ojos de Pedro se posan en ella y veo cómo recorren su cuerpo lentamente, quedándose con cada detalle de su alta pero curvilínea figura antes de volver la atención hacia Max.
—No es sólo una amiga —acaba Pedro justo cuando la mano de Max se extiende para recibir un rápido pero incómodo apretón.
—Ya veo. —El hombre más mayor sonríe—. Bueno, en cualquier caso, es una joven encantadora.
—Sí que lo es —murmura Pedro. Puedo notar su irritación ante la presencia de Max.
Kimberly, como siempre la anfitriona perfecta, se acerca al bar y saca unas copas para sus invitados. Pregunta educadamente qué quiere cada uno mientras yo intento no mirar a Sasha cuando se presenta a Pedro por segunda vez. Él le dedica un rápido asentimiento y se sienta en el sofá. Una punzada de decepción me asalta cuando deja un amplio espacio entre nosotros. ¿Por qué me siento tan posesiva de golpe? ¿Es porque Sasha es tan guapa, o es por la forma en que los ojos de Pedro han recorrido su cuerpo, o por lo rara que ha sido toda la noche?
—¿Cómo está Lillian? —pregunto para romper la extraña tensión y los celos que se agitan en mi interior.
—Bien. Ha estado ocupada con la universidad —explica Max con frialdad.
Kimberly le ofrece una copa con un líquido marrón y él se traga la mitad en cuestión de segundos. Luego alza las cejas en dirección a Christian.
—¿Bourbon?
—Sólo lo mejor —responde Christian con una sonrisa.
—Deberías llamar a Lillian alguna vez —dice entonces Max, y mira a Pedro —. Serías una buena influencia para ella.
—No creo que ella necesite ninguna influencia —replico.
No es que Lillian me importe mucho, debido a mis celos, pero siento la poderosa necesidad de defenderla ante su padre. No puedo evitar pensar que se está refiriendo a la orientación sexual de Lillian, y eso me molesta inmensamente.
—Oh, siento disentir. —Max muestra una sonrisa hiperblanqueada y yo vuelvo a dejarme caer contra los cojines del sofá.
Todo este intercambio ha sido muy incómodo. Max es encantador y rico, pero no puedo ignorar la oscuridad que se vislumbra en el interior de sus profundos ojos marrones y la malicia oculta en su amplia sonrisa.
«Y ¿qué hace aquí con Sasha?»
Es un hombre casado y, por la brevedad del vestido de ella y por la forma en que le sonríe, no parecen ser sólo amigos.
—Lillian es nuestra niñera habitual —interviene Kimberly.
—Qué pequeño es el mundo. — Pedro pone los ojos en blanco para parecer lo más desinteresado posible, pero sé que está que echa humo.
—¿A que sí? —le sonríe Max. Su acento británico es más cerrado que el de Pedro o Christian, o al menos no tan agradable al oído.
—Pau, ve al piso de arriba —me indica Pedro en voz baja.
Max y Kimberly lo miran atentamente, haciéndole saber que ambos han oído la orden.
La situación se vuelve aún más incómoda que hace unos segundos. Ahora que todos han oído a Pedro decirme que me vaya arriba, no quiero hacerle caso. Sin embargo, lo conozco y sé que se asegurará de que suba al piso superior, aunque tenga que subirme en brazos.
—Creo que Pau debería quedarse y tomar un poco de vino, o un trago de bourbon. Tiene buena añada y es excelente —dice Kimberly comportándose como la perfecta anfitriona que es. Se pone en pie y se acerca al minibar—. ¿Qué te apetece tomar? —Sonríe, desafiando claramente a Pedro.
Él le lanza una mirada furibunda y aprieta los labios hasta formar una línea fina y dura. Quiero reír o abandonar la sala, preferiblemente ambas cosas, pero Max está observando nuestro intercambio con más curiosidad de la necesaria, así que me mantengo firme.
—Tomaré una copa de vino —digo.
Kimberly asiente, sirve el líquido blanco en una copa de tallo largo y me la acerca.
El espacio entre Pedro y yo parece crecer a cada segundo, y casi puedo ver el calor que emana de él en pequeñas oleadas. Tomo un pequeño sorbo del vino fresco y Max por fin aparta la vista de mí.
Pedro está mirando la pared. Su humor ha cambiado drásticamente desde que nos hemos besado, y eso me preocupa de verdad. Pensé que estaría emocionado, feliz y, sobre todo, creí que se excitaría y que querría más, como siempre le pasa, igual que me pasa a mí.
—¿Los dos vivís aquí, en Seattle? —le pregunta Sasha a Pedro.
Tomo otro sorbo de vino. Últimamente he estado bebiendo un montón.
—Yo no —dice él sin mirarla siquiera.
—Mmm..., y ¿dónde vives?
—No en Seattle.
Si la conversación tuviera lugar bajo otras circunstancias lo regañaría por ser tan brusco, pero ahora mismo me alegro de que lo sea. Sasha frunce el ceño y se recuesta contra Max. Él me mira antes de guiarla amablemente en dirección opuesta.
«Ya sé que tenéis una aventura, así que ahora no disimuléis.»
Sasha permanece en silencio y Kimberly mira a Christian en busca de un poco de ayuda para dirigir la conversación hacia asuntos más placenteros.
—Bueno... —Christian se aclara la garganta—. La inauguración del club ha sido genial; ¿quién iba a imaginar que tendríamos semejante éxito?
—Fue brillante, esa banda..., no recuerdo el nombre, pero la última... —empieza Max.
—¿Los Reford algo? —sugiere Kimberly.
—No, no eran ésos, cariño. —Christian se ríe y Kimberly va hacia él para sentarse en su regazo.
—Bueno, fueran quienes fuesen, necesitamos contratarlos para el próximo fin de semana —dice Max.
A los pocos minutos de que empiecen a hablar de trabajo, Pedro da media vuelta y desaparece pasillo abajo.
—Normalmente es más educado —le comenta Kimberly a Sasha.
—No, no lo es. Pero no lo querríamos si fuera de otra manera —se ríe Christian, y el resto de los presentes se suman a él.
—Voy a... —empiezo.
—Ve. —Kimberly me hace un gesto con la mano y me despido de todos con un buenas colectivo.
Para cuando llego al final del pasillo, Pedro ya está en la habitación de invitados y tiene la puerta cerrada. Dudo por un momento antes de girar el pomo y abrirla. Cuando finalmente entro, compruebo que está recorriendo la habitación de arriba abajo.
—¿Algo va mal? —le pregunto.
—No.
—¿Estás seguro? Porque has estado raro desde...
—Estoy bien. Sólo furioso. —Se sienta al borde de la cama y restriega las manos contra las rodillas de sus vaqueros.
Me encantan sus nuevos vaqueros. Me suena haberlos visto en nuestro... en su armario en el apartamento. Trish se los regaló por Navidad y él los odiaba.
—Y ¿eso por qué? —le pregunto en voz baja, asegurándome de que no puedan oírme desde la sala.
—Max es un capullo —explota Pedro. Es evidente que a él no le importa si lo oyen.
—Sí, lo es —susurro riendo.
—Cuando se ha puesto borde contigo me estaba pidiendo a gritos que perdiera la paciencia.
—No estaba siendo borde conmigo específicamente. Creo que es su personalidad. —Me encojo de hombros, un gesto que no le tranquiliza.
—Bueno, como sea, no me gusta, y es una mierda que justo la única noche que tenemos para estar juntos, la casa esté llena. — Pedro se aparta el pelo de la frente y agarra un cojín para ponerse cómodo.
—Lo sé —asiento. Espero que Max y su amante se vayan pronto—. Odio que engañe a su mujer. Denise parecía muy maja.
—Eso a mí me importa un huevo, la verdad. Simplemente no me gusta él —afirma Pedro.
Me sorprende un poco que le quite importancia inmediatamente a semejante traición.
—¿No te sientes mal por ella? ¿Ni siquiera un poquito? Seguro que no sabe nada de Sasha.
Él hace un gesto con la mano y después apoya la cabeza en el brazo.
—Pues yo estoy seguro de que lo sabe. Max es un cabrón. Ella no puede ser tan estúpida.
Imagino a su mujer sentada en una mansión en las colinas en algún sitio, llevando trajes caros, peluquería y maquillaje a diario, aguardando a que su infiel esposo vuelva al hogar.
La idea me entristece y espero, en secreto, que ella también tenga un «amigo». Me sorprende desear que le pague con la misma moneda, pero aquí el que lo está haciendo mal es su marido, y a pesar de que casi no la conozco, quiero que sea feliz, aunque ésa no sea precisamente la mejor decisión.
—Sea como sea, sigue estando mal —insisto.
—Ya, pero eso es el matrimonio. Engaños, mentiras y más y más.
—No siempre es así.
—Nueve de cada diez —replica Pedro encogiéndose de hombros. Odio la forma tan negativa que tiene de ver el matrimonio.
—Eso no es verdad.
—¿Vas a volver a discutir conmigo sobre matrimonio? No creo que debamos entrar en eso —me avisa. Sus ojos encuentran los míos y toma aire.
Quiero pelear por esto con él, decirle que se equivoca y hacerle cambiar de idea al respecto, pero sé que no tiene sentido. Pedro ya había tomado una decisión sobre estos temas mucho antes de conocernos.
—Tienes razón, no deberíamos hablar de esto. Especialmente si ya estás mosqueado.
—No estoy mosqueado —bufa.
—Vale —digo poniendo los ojos en blanco, y él se levanta.
—Deja de poner los ojos en blanco —salta.
No puedo evitar volver a poner los ojos en blanco.
—Pau... —gruñe.
Me mantengo firme, sin moverme ni vacilar. No tiene motivos para perder los nervios conmigo. Que Max sea un capullo pomposo no es culpa mía. Ésta es la típica rabieta de Pedro Alfonso y esta vez no la voy a sufrir yo.
—Has venido sólo por una noche, ¿recuerdas? —le digo, y veo cómo la dureza y la energía abandonan su rostro.
Él continúa estudiándome, como esperando una pelea que no pienso darle.
—Maldita sea, tienes razón —suspira por fin, impresionándome con su repentino cambio de humor y su habilidad para calmarse—. Ven aquí.
Abre los brazos como siempre hace, y me dejo rodear por ellos como hacía tiempo que no lo hacía. Él no dice nada, sólo me abraza y apoya la barbilla en lo alto de mi cabeza. Su esencia es abrumadora, su respiración se ha calmado desde su pequeño cabreo, y ahora es cálida, tan cálida... Segundos, o tal vez minutos más tarde, se aparta de mí y pone el pulgar bajo mi barbilla.
—Siento haberme comportado como un capullo. No sé por qué me he puesto así. Creo que Max me cabrea, o quizá fue lo de hacer de niñero, o esa insoportable Stacey. No lo sé, pero lo siento.
—Sasha —lo corrijo con una sonrisa.
—Es lo mismo. Una zorra es una zorra.
—¡ Pedro! —exclamo, golpeándolo suavemente en el pecho.
Los músculos bajo su piel están más duros de lo que recordaba. Ha estado entrenando cada día... Por un momento mi mente vuela imaginando el aspecto que tendrá bajo su camiseta negra, y me pregunto si su cuerpo habrá cambiado desde la última vez que le eché un vistazo.
—Sólo es un comentario. —Se encoge de hombros y me pasa los dedos por la delicada línea de la mandíbula—. De verdad que lo siento. No quiero echar a perder mi tiempo contigo. ¿Me perdonas?
Tiene las mejillas ruborizadas, su voz es dulce y sus dedos acarician suavemente mi piel, y me hace sentir tan bien... Cierro los ojos cuando traza la forma de mis labios con el pulgar.
—Contéstame —me presiona en voz baja.
—Siempre lo hago, ¿no? —murmuro con un suspiro. Apoyo las manos en sus caderas; mis pulgares aprietan la piel desnuda bajo su camiseta. Espero a sentir sus labios contra los míos, pero cuando abro los ojos sus escudos vuelven a estar alzados. Dudo, pero al final pregunto—: ¿Pasa algo?
—Yo... —Se detiene a media frase—. Me duele la cabeza.
—¿Necesitas algo? Puedo pedirle a Kim si...
—No, a ella no. Creo que sólo necesito dormir o algo. De todos modos, ya es tarde.
Se me cae el alma a los pies al oírlo. ¿Qué está pasando y por qué no quiere volver a besarme? Hace sólo un momento me estaba diciendo que no quería echar a perder el poco tiempo que tenía para estar conmigo, y ¿ahora quiere irse a dormir?
Suspiro un «de acuerdo» casi inaudible. No voy a suplicarle que se quede despierto para pasar tiempo conmigo. Me avergüenza su rechazo y, sinceramente, necesito un momento a solas sin su aliento mentolado acariciándome las mejillas y sus ojos verdes clavándose en los míos, nublando el poco juicio que todavía me queda.
Aun así, me quedo un poco más, esperando a que me pregunte si puede dormir conmigo o viceversa. No lo hace.
—¿Nos vemos por la mañana? —pregunta.
—Sí, claro.
Abandono la habitación antes de humillarme más y cierro con llave la puerta de mi habitación. Patéticamente, vuelvo sobre mis pasos y quito el cerrojo, esperando que tal vez, sólo tal vez, él venga a visitarme.
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