Pedro
La mirada en sus ojos casi hace que me detenga, pero debo ser honesto, y quiero que sepa lo interesante que encuentro su escritura.
—Lo he leído al menos diez veces —admito.
Sus grandes ojos abiertos como platos no se encuentran con los míos, pero sus labios se separan ligeramente para contestar:
—¿En serio?
—No seas tímida. Soy yo... —Le sonrío, y ella da un paso hacia mí.
—Lo sé, pero probablemente sonaba patética. —No pensaba con claridad cuando lo escribí. Coloco un dedo sobre sus labios para silenciarla.
—No, para nada. Es brillante.
—Yo... —Intenta hablar tras mis dedos, y aprieto con más fuerza.
—¿Has acabado? —Le sonrío, y ella asiente.
Lentamente retiro los dedos de sus labios, y su lengua asoma para humedecerlos. No puedo evitar mirarla fijamente.
—Tengo que besarte —susurro, nuestras caras apenas están a unos centímetros de distancia. Sus ojos se miran en los míos y traga saliva ruidosamente antes de volver a humedecerse los labios.
—Vale —susurra también en respuesta. Me agarra la camisa con voracidad. Tira de mí, con la respiración pesada.
Justo antes de que nuestros labios puedan tocarse, un golpe resuena en la puerta del dormitorio.
—¿Pau? —La voz un poco chillona de Kimberly la llama a través de la puerta entreabierta.
—Líbrate de ella —murmuro, y Pau se aparta de mí.
Primero el crío y ahora la madre. Ya de paso podríamos invitar también a Vance a que se una a la fiesta.
—Nos vamos en unos minutos —dice Kimberly sin llegar a entrar.
«Bien por ti. Y ahora lárgate a tomar...»
—Vale, enseguida salgo —contesta Pau, y mi irritación aumenta.
—Gracias, cielo —dice Kimberly, y se va tarareando una cancioncilla pop.
—Joder, ni siquiera tendría que haber... —empiezo.
Cuando Pau me mira me detengo antes de acabar la frase. Pero no era verdad... Nada podría haberme impedido estar aquí ahora.
—Tengo que salir y cuidar de Smith. Si quieres quedarte en mi cuarto, puedes hacerlo.
—No, quiero estar donde estés tú —le digo, y ella sonríe.
Joder, quiero besarla. La he echado tanto de menos... y ella dice que también me añora..., así que, ¿por qué no?... Sus manos se cierran alrededor de la pechera de mi camiseta negra y aprieta los labios contra los míos. Me siento como si alguien me hubiera conectado a una toma de corriente, cada fibra de mí se enciende y vibra. Su lengua penetra suavemente en mi boca, presionando y acariciando, y mis manos se aferran a sus caderas.
Tiro de ella a través de la habitación hasta que mis piernas tropiezan con la cama. Me tumbo y ella cae suavemente sobre mí. Rodeo su cuerpo con los brazos y giro hasta que queda debajo de mí. Puedo sentir su pulso martilleando por mis labios cuando los deslizo bajo su escote y de nuevo hacia arriba, hacia ese dulce lugar justo debajo de la oreja.
Jadeos y suaves gemidos son mi recompensa. Lentamente empiezo lo que sé que son movimientos de tortura, girando las caderas contra las suyas, clavándola contra el colchón. Los dedos de Pau se mueven para tocar la ardiente piel bajo mi camiseta, y sus uñas me arañan la espalda.
La imagen de Zed penetrándola se me aparece de pronto y me pongo en pie en apenas unos segundos.
—¿Qué pasa? —pregunta ella. Sus labios son de un profundo color rosado y están inflamados tras el suave asalto.
—Na... nada, no es nada. Deberíamos..., hum..., salir. Cuidar del pequeño cabroncete —respondo a toda prisa.
— Pedro... —me presiona.
—Pau, olvídalo. No es nada.
«Sólo que, ya sabes, soñé que Zed te follaba hasta casi romper la cama y ahora no puedo dejar de imaginármelo.»
—Vale.
Se levanta de la cama y se seca las manos contra la suave tela de sus pantalones de pijama.
Cierro los ojos por un momento intentando liberar mi mente de esas repugnantes imágenes. Si ese cabrón interrumpe un solo segundo más de mi tiempo con Pau, le romperé cada hueso de su maldito cuerpo
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