Pau
Mis pensamientos vuelan mientras pongo en marcha la lavadora. Pedro ha venido, a Seattle, y ni siquiera he tenido que pedírselo o suplicar. Ha venido por su propia voluntad.
Aunque sólo sea por una noche, significa muchísimo para mí, y espero que sea un paso en la dirección correcta para nosotros. Aún me siento muy insegura en lo que respecta a nuestra relación..., tenemos siempre tantos problemas, tantas peleas sin sentido... Somos dos personas muy diferentes. Y ahora mismo estoy en un punto en el que no sé si esto va a funcionar.
Pero ahora mismo, ahora que está aquí conmigo, no quiero nada más que probar a ver si funciona esta media relación/media amistad a distancia, y ver adónde nos lleva.
—Sabía que aparecería —dice Kimberly a mi espalda.
Cuando me vuelvo veo que está apoyada contra el marco de la puerta del cuarto de lavar.
—Pues yo no —confieso.
Ella me lanza una mirada tipo «¡Venga ya!».
—Tenías que saber que lo haría. Nunca he visto una pareja como vosotros.
Suspiro.
—No somos exactamente una pareja...
—Te has echado en sus brazos como en una película. Él lleva aquí menos de quince minutos y ya le estás haciendo la colada —replica mientras cabecea hacia la lavadora.
—Bueno, es que su ropa olía fatal... —explico, ignorando la primera parte de su discurso.
—No podéis estar separados el uno del otro, realmente es algo digno de ver. Me encantaría que salieras con nosotros esta noche para que pudieras arreglarte y enseñarle todo lo que se está perdiendo por no venir a vivir contigo a Seattle —añade, me guiña un ojo y se va, dejándome sola en el cuarto de lavar.
Tiene razón sobre Pedro y sobre mí, no somos capaces de permanecer separados el uno del otro. Siempre ha sido así, desde el día que lo conocí. Incluso cuando trato de convencerme a mí misma de que no lo quiero, no puedo ignorar el cosquilleo que siento en mi interior cada vez que nos encontramos.
Antes Pedro siempre aparecía dondequiera que yo estuviera. Por supuesto, yo me pasaba por la casa de su fraternidad cada vez que surgía la oportunidad. Odiaba aquel sitio, pero algo en mi interior me arrastraba hasta allí, sabiendo que si iba lo vería. No lo admití en ese momento, ni siquiera para mí misma, pero deseaba su compañía, incluso cuando era cruel conmigo. Parece que haga tanto tiempo de eso..., es casi como parte de un sueño, y recuerdo la forma en que solía mirarme fijamente durante las clases para después poner los ojos en blanco cuando lo saludaba.
La lavadora emite un breve pitido, devolviéndome a la realidad, y me apresuro pasillo abajo hacia el cuarto de invitados que le ha sido asignado a Pedro para pasar la noche. La habitación está vacía; su bolsa sigue sobre la cama, pero a él no lo veo por ningún lado.
Cruzo el pasillo y lo encuentro de pie delante del escritorio de mi habitación. Sus dedos acarician las tapas de uno de mis cuadernos de notas.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto.
—Sólo quería ver dónde estás viviendo... ahora. Quería ver tu habitación.
—Oh. —Noto la forma en que sus cejas se juntan cuando la llama tu habitación.
—¿Esto es para alguna asignatura? —pregunta sosteniendo el cuaderno de cuero negro.
—Es para escritura creativa —asiento—. ¿Lo has leído?
No puedo evitar sentirme un poco nerviosa ante la idea de que lo haya hecho. Hasta ahora sólo he conseguido escribir uno de los trabajos, pero como todo lo demás en mi vida, al final acabé relacionándolo con él.
—Un poco.
—Es sólo un trabajo —digo tratando de explicarme—. Nos pidieron que escribiéramos una redacción de tema libre como primer trabajo del curso y...
—Es bueno, realmente bueno —me halaga, y coloca el cuaderno de vuelta sobre la mesa durante un momento, antes de volver a cogerlo y abrirlo por la primera página.
—«¿Quién soy?» —Lee la primera línea en voz alta.
—Por favor, no —le suplico.
Él me dedica una sonrisita interrogativa.
—¿Desde cuándo te da vergüenza enseñar tus trabajos de clase?
—No es vergüenza. Es sólo que... es un ensayo muy personal. Ni siquiera estoy segura de querer entregárselo al profesor.
—He leído tu diario de religión —dice de pronto, y se me para el corazón.
—¿Qué? —Rezo para haberlo oído mal.
—Lo he leído. Te lo dejaste en el apartamento y lo encontré.
Esto es humillante. Guardo silencio mientras Pedro me mira fijamente desde el otro lado de la habitación. Ésos eran pensamientos íntimos que no esperaba que nadie llegara a leer nunca, salvo quizá mi profesor. Me avergüenza que Pedro haya escudriñado mis pensamientos más personales.
—No deberías haberlos leído. ¿Por qué lo has hecho? —pregunto, intentando no mirarlo.
—Mi nombre estaba por todas partes —se defiende.
—Ésa no es la cuestión, Pedro. —Me noto el estómago en la garganta, y me cuesta respirar—. Estaba pasando una racha muy mala, y ésos eran pensamientos íntimos para mi diario. No tendrías que haberlos...
—Eran muy buenos, Pau. Increíbles, Me dolió saber que te sentías así, pero las palabras, lo que tenías que decir... era perfecto.
Sé que intenta hacerme un cumplido, pero así sólo consigue abochornarme más.
—¿Cómo te sentirías tú si alguien leyera algo que escribiste para expresar lo que sentías de forma privada? —Paso por alto sus halagos sobre mi forma de escribir. A sus ojos asoma una mirada de pánico, y ladeo la cabeza, confusa—. ¿Qué?
—Nada —se limita a decir, sacudiendo la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario