Pedro
Empiezo a caminar arriba y abajo del dormitorio, tirándome con furia de mis cabellos empapados en sudor, y toda la ropa y los libros que pisoteo a mi paso van dejando marcas en mis pies descalzos.
—¿ Pedro? ¿Estás bien? —La voz de Pau suena profunda con el sueño.
Me alegro tanto de que haya contestado cuando la he llamado... Necesito tenerla aquí, junto a mí, aunque sólo sea a través de un hilo telefónico.
—Yo... no lo sé —grazno al teléfono.
—¿Qué pasa?
—¿Estás en la cama? —le pregunto.
—Sí, son las tres de la madrugada, ¿dónde, si no, iba a estar? ¿Qué pasa, Pedro?
—Es que no puedo dormir, eso es todo —admito con la vista fija en la oscuridad de nuestro... mi dormitorio.
—Oh... —Deja escapar un largo suspiro de alivio—. Por un segundo me habías asustado.
—¿Has vuelto a hablar con Zed? —le pregunto.
—¿Qué? No, no he hablado con él desde que te conté que pensaba venir a Seattle.
—Llámalo y dile que no puede ir. —Sé que parezco un lunático, pero me importa una mierda.
—No pienso llamarlo a estas horas, pero ¿se puede saber qué te pasa?
Está tan a la defensiva..., aunque supongo que no puedo culparla de ello.
—Nada, Paula. No importa —suspiro.
—¿Qué es lo que pasa, Pedro?
—Nada, es... nada.
Cuelgo la llamada y presiono el botón de apagado hasta que la pantalla se torna negra.
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