Pau
No puedo evitar que me invada la ansiedad mientras conduzco a través del campus. El campus de la WCU de Seattle no es tan pequeño como Ken había sugerido, y todas las carreteras parecen estar llenas de curvas o colinas que subir y bajar.
Me he preparado lo mejor que he podido para asegurarme de que hoy todo salga como lo he planeado. He salido dos horas antes para estar segura de llegar puntual a la primera clase. La mitad del tiempo lo he pasado sentada entre el tráfico escuchando un programa de radio matinal. Nunca había entendido esa nueva moda hasta esta mañana, cuando una mujer desesperada ha llamado y ha contado la historia de cómo su mejor amiga la traicionó acostándose con su marido. Los dos se fugaron juntos llevándose al gato, Mazzy, consigo. Entre lágrimas, aún ha sido capaz de conservar cierta dignidad..., bueno, toda la dignidad que alguien que llama a una emisora de radio para contar su propia versión del infierno podría tener. Me he mantenido enganchada a su dramática historia, y al final he tenido la sensación de que incluso ella sabía que estaría mejor sin ese tipo.
Para cuando he aparcado ante el edificio de administración y he recogido mi carnet de estudiante y el pase para el parking, sólo quedaban treinta minutos antes de clase. Tengo los nervios a flor de piel y no puedo calmar la ansiedad ante la posibilidad de llegar tarde mi primer día. Por suerte, encuentro el parking de estudiantes fácilmente y está cerca de donde tengo la clase, así que llego con quince minutos de margen.
Al sentarme en primera fila no puedo evitar sentirme un poco sola. No ha habido reunión con Landon en la cafetería antes de clase, y no está sentado junto a mí en esta aula, mientras recuerdo mi primer medio año de facultad.
La sala se llena de estudiantes y empiezo a arrepentirme de mi decisión cuando me doy cuenta de que, aparte de mí y de otra chica, el resto de la clase son todo chicos. Pensé en meter esta asignatura, que realmente no quería hacer, entre algunas otras del trimestre, pero ahora mismo desearía no haberme apuntado jamás a ciencias políticas.
Un chico atractivo de tez morena se sienta en la silla junto a mí y yo intento no mirarlo fijamente. Su camisa blanca de vestir está impecable, con las costuras perfectamente planchadas, y hasta lleva una corbata. Parece un político, sonrisa deslumbrante incluida.
Nota que lo estoy mirando y me sonríe.
—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta, con una voz llena de encanto y autoridad a partes iguales.
Sí, decididamente llegará a ser un político algún día.
—No, lo si... siento —tartamudeo, sin atreverme a mirarlo a los ojos.
Cuando la clase empieza evito mirarlo y, en lugar de eso, me concentro en tomar apuntes, consultar el programa repetidamente y estudiar el mapa del campus hasta que la lección acaba.
Mi siguiente clase, historia del arte, es mucho mejor. Me siento cómoda rodeada de una multitud de estudiantes corrientes. Un chico con el pelo azul se sienta cerca de mí y se presenta diciéndome que su nombre es Michael. Cuando el profesor nos pide que nos presentemos uno a uno, descubro que soy la única estudiante de Filología Inglesa de la sala. Sin embargo, todo el mundo se muestra amistoso, y Michael tiene un gran sentido del humor, se pasa el rato haciendo bromas y entreteniendo a la gente, incluso al profesor.
Mi última clase es la de escritura creativa, y sin duda es la que más disfruto. Me zambullo en el proceso de volcar mis pensamientos sobre el papel y es liberador, entretenido y me encanta. Cuando el profesor nos deja ir, tengo la sensación de que apenas han pasado diez minutos.
El resto de la semana transcurre más o menos igual. Paso de sentir que ya me muevo mejor en este nuevo mundo a creer que estoy tan confusa como siempre. Pero, sobre todo, me siento como a la espera de algo que nunca llega.
Para cuando llega el viernes, estoy exhausta y tengo todo el cuerpo tenso. Esta semana ha sido todo un reto, tanto de forma positiva como negativa. Echo de menos la familiaridad del viejo campus y tener a Landon a mi lado. Echo de menos quedar con Pedro entre clases, e incluso echo de menos a Zed y las radiantes flores que llenan el edificio de Ciencias Medioambientales.
Zed. No he vuelto a hablar con él desde que me rescató de Steph y Dan en la fiesta y me llevó hasta casa de mi madre. Me salvó de ser violada y humillada, y ni siquiera le he dado las gracias. Cierro mi libro de texto de ciencias políticas y cojo mi móvil.
—¿Diga? —La voz de Zed suena extraña a pesar del hecho de que no ha pasado más de una semana desde que la oí.
—¿Zed? Soy Pau. —Me muerdo un carrillo y espero su respuesta.
—Eh, hola.
Tomo aire y sé que tengo que decir lo que se supone que debo decir.
—Oye, siento no haberte llamado antes para darte las gracias. Todo ha ido tan rápido esta semana..., y creo que una parte de mí intentaba no pensar en lo ocurrido. Sé que no es excusa suficiente... Mira, soy una idiota y lo siento y... —Las palabras acuden como un torrente a mi boca, tan rápido que apenas puedo procesar lo que estoy diciendo, pero él me interrumpe antes de acabar.
—Está bien, sé que estabas muy liada.
—Aun así, debería haberte llamado, sobre todo después de lo que hiciste por mí. No sé cómo expresar lo agradecida que estoy de que fueras a esa fiesta —digo, desesperada por hacerle entender lo mucho que le debo. Me estremezco al recordar los dedos de Dan recorriendo mi muslo—. Si no hubieses aparecido, quién sabe lo que me habrían hecho...
—Oye —interviene para silenciarme con amabilidad—. Los detuve antes de que pasara nada, Pau. Intenta no pensar en ello. Y no tienes que agradecerme nada.
—¡Claro que sí! Y no sabes lo mucho que me duele que Steph hiciera lo que hizo. Yo nunca le he hecho daño, ni a ella ni a ninguno de vosotros...
—Por favor, no me metas en el mismo saco —dice Zed, sintiéndose claramente insultado.
—No, no, lo siento... No quería decir que tú tuvieras nada que ver. Me refería a tu grupo de amigos. —Me disculpo por la forma en que mi boca se ha estado moviendo antes de que mi mente haya aprobado las palabras.
—Está bien —murmura—. De todos modos, ya no somos precisamente un grupo. Tristan va a marcharse a Nueva Orleans, en unos días, de hecho, y no he visto a Steph por el campus en toda la semana.
—Oh... —Hago una pausa y echo un vistazo a esta habitación en la que me hospedo, en esta casa enorme y de algún modo extraña—. Zed, también siento haberte acusado de enviarme mensajes desde el teléfono de Pedro. Steph admitió que fue ella durante el incidente de Dan. —Sonrío para intentar contrarrestar el escalofrío que este hombre me provoca.
Él deja escapar el aire, o tal vez sea una risa.
—Debo admitir que yo parecía el mejor candidato a haberlo hecho —replica dulcemente—. ¿Y bien? ¿Cómo va todo?
—Seattle es... diferente —digo.
—¿Estás ahí? Pensé que como Pedro había ido a casa de tu madre...
—No, estoy aquí —lo interrumpo antes de que pueda comentar que él también esperaba que me quedara con Pedro.
—¿Has hecho nuevos amigos?
—¿Tú qué crees? —Sonrío y alcanzo el vaso medio vacío de agua que hay al otro lado de la cama.
—Pronto los harás —dice riendo, y me uno a él.
—Lo dudo. —Pienso en las dos chicas que cotilleaban el otro día en la sala de descanso de la editorial. Cada vez que las he visto esta semana parecían estar riéndose entre sí, y no puedo evitar pensar que se reían de mí—. De verdad que siento haber tardado tanto en llamarte.
—Pau, está bien, para de disculparte. Lo haces demasiado.
—Lo siento —digo, y me golpeo la frente con la palma de la mano.
Tanto el camarero, Robert, como Zed me han dicho que me disculpo demasiado. Quizá tengan razón.
—¿Crees que vendrás a visitarnos pronto? ¿O aún no se nos permite ser... amigos? —pregunta en voz baja.
—Podemos ser amigos —remarco—. Pero no tengo ni idea de cuándo podré ir de visita.
En realidad esperaba volver a casa este fin de semana. Echo de menos a Pedro y las calles casi sin tráfico del este.
Pero espera..., ¿acabo de considerarla «mi casa»? Si sólo he vivido ahí durante unos pocos meses...
Y entonces me doy cuenta: Pedro. Es por Pedro. Cualquier lugar donde él esté siempre será mi hogar.
—Vaya, es una pena. Tal vez haga yo una escapada a Seattle pronto. Tengo algunos amigos por allí —dice Zed—. ¿Te parecería bien? —pregunta segundos después.
—¡Oh, sí! Por supuesto.
—Genial. —Se echa a reír—. Este fin de semana vuelo hasta Florida para ver a mis padres. De hecho, llego tarde a mi vuelo, pero tal vez podría intentar ir el fin de semana que viene o algo así.
—Sí, claro. Tú avísame. Diviértete en Florida —le digo antes de colgar.
Pongo el móvil sobre una pila de notas y apenas unos segundos más tarde comienza a vibrar.
El nombre de Pedro aparece en la pantalla y, tras tomar aire, ignoro el palpitar de mi pecho y contesto.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta de inmediato.
—Eh..., nada.
—¿Dónde estás?
—En casa de Kim y Christian. ¿Dónde estás tú? —replico con sarcasmo.
—En casa —dice con tranquilidad—. ¿Dónde iba a estar, si no?
—Pues no sé..., ¿en el gimnasio?
Pedro ha estado yendo regularmente al gimnasio, cada día de la semana.
—Acabo de volver. Ahora estoy en casa.
—Y ¿cómo te ha ido, capitán Brevedad?
—Como siempre —responde cortante.
—¿Pasa algo? —le pregunto.
—No, estoy bien. ¿Cómo te ha ido el día? —Se apresura a cambiar de tema y me pregunto por qué, pero no quiero presionarlo, no con la llamada de Zed ya sobre mi conciencia.
—Ha ido bien. Largo, supongo. Sigue sin gustarme la clase de ciencias políticas —gimo.
—Ya te dije que la dejaras. Puedes coger otra asignatura entre tus optativas de ciencias sociales — me recuerda.
Me tumbo en la cama.
—Lo sé..., pero estaré bien.
—¿No sales esta noche? —pregunta; su tono es de alerta.
—No, ya estoy en pijama.
—Bien —dice, cosa que me hace poner los ojos en blanco.
—He llamado a Zed hace unos minutos —suelto de golpe. Mejor sacármelo de encima cuanto antes. Se hace el silencio en la línea y espero pacientemente a que la respiración de Pedro se calme.
—¿Que has hecho qué? —dice cortante.
—Lo he llamado para darle las gracias... por lo del fin de semana pasado.
—Pero ¿por qué? Pensé que estábamos... —Su fuerte respiración sobre el auricular me dice que apenas es capaz de controlar la rabia—. Pau, creía que estábamos solucionando nuestros problemas.
—Y lo estamos haciendo, pero se lo debía. Si no hubiese aparecido cuando lo hizo...
—¡Lo sé! —salta Pedro, como si tratara de contenerse.
No quiero discutir con él, pero no puedo esperar que las cosas cambien si le oculto información.
—Dijo que había pensado venir de visita —lo informo.
—Él no va a ir. Fin de la discusión.
— Pedro...
—No va a ir. Estoy esforzándome al máximo, ¿vale? Estoy intentando con todas mis putas fuerzas no perder los nervios ahora mismo, así que lo mínimo que puedes hacer es ayudarme a conseguirlo. Suspiro derrotada.
—Vale.
Pasar tiempo con Zed no podría ser bueno para nadie, Zed incluido. No puedo volver a darle esperanzas, no es justo para él, y tampoco creo que podamos mantener una relación estrictamente platónica, al menos no a ojos de Pedro, o a los del propio Zed.
—Gracias. Si siempre fuera tan fácil hacerte obedecer... «¿Qué?»
— Pedro, yo no tengo que obedecerte en nada, eso es...
—Tranquila, tranquila, sólo te tomaba el pelo. No hace falta que te mosquees —se apresura a replicar—. ¿Hay algo más que necesite saber, ya que estamos?
—No.
—Bien. Y ahora cuéntame qué ha estado pasando en esa emisora de radio de mierda que te tiene tan obsesionada.
Mientras le cuento la historia de una mujer que buscaba a su largamente perdido amor de instituto mientras ya estaba preñada de su vecino, todos los sórdidos detalles y el escándalo resultante me mantienen animada y riendo. Al mencionar el gato, Mazzy, me pongo a reír como una histérica. Le digo que debe de ser difícil enamorarse de un hombre cuando se está esperando el hijo de otro, pero Pedro no está de acuerdo. Por supuesto, él cree que el hombre y la mujer se buscaron el escándalo ellos mismos, y se burla de mí por obsesionarme con un programa radiofónico de entrevistas. Se ríe con mi historia, y yo cierro los ojos e imagino que está tumbado junto a mí.
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