Divina

Divina

lunes, 7 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 80


Pedro

Oigo a Pau jadear y sé que está siguiendo mis instrucciones. La puedo imaginar perfectamente, tumbada en la cama con las piernas abiertas.
«Hostia puta.»

—Joder, ojalá estuviera ahí ahora mismo para verte —gruño, intentando ignorar la sangre que me baja de golpe hasta la polla.

—Eso te gusta, ¿verdad? Mirarme... —jadea a través de la línea.

—Sí, joder, sí, me gusta. Y a ti te gusta que te miren, lo sé.

—Sí, tanto como a ti te gusta cuando te tiro del pelo.

Mi mano se mueve sin pensar entre mis piernas. Imágenes de ella retorciéndose bajo mi lengua, con sus dedos tirándome del pelo mientras gime mi nombre llenan mi mente y aprieto la mano contra mí mismo. Sólo Pau es capaz de ponerme duro tan rápido.
Sus gemidos son silenciosos, demasiado silenciosos. Necesita más estímulo.

—Más rápido, Pau, mueve los dedos en círculos, más rápido. Imagina que estoy ahí, que soy yo y que son mis dedos los que te tocan, haciéndote sentir tan jodidamente bien, haciendo que te corras —le digo manteniendo el tono de voz bajo por si mi molesto invitado está en el pasillo.

—Oh, Dios... —jadea ella, y vuelve a gemir.

—Mi lengua también, nena, moviéndose contra tu piel, mis pecaminosos labios presionando los tuyos, chupando, mordiendo, jugueteando...

Me quito los pantalones de deporte y empiezo a acariciarme lentamente. Cierro los ojos y me concentro en sus suaves jadeos, en sus súplicas y sus gemidos.

—Haz lo que yo estoy haciendo..., tócate —susurra, y en mi mente puedo ver la imagen de su espalda arqueada sobre el colchón mientras se da placer a sí misma.

—Ya lo estoy haciendo —murmuro, y ella gime.

«Joder, quiero verla.»

—Sigue hablando —me suplica Pau. Adoro la forma en que su inocencia desaparece en estos momentos... Le encanta que le hable utilizando este lenguaje obsceno.

—Quiero follarte. No..., quiero tumbarte de espaldas en la cama y hacerte el amor, rápido y duro, con tanta fuerza que gritarás mi nombre mientras empujo una y otra vez...

—Me... —gime desde lo más profundo de su garganta. Se le corta el aliento.

—Vamos, nena, suéltalo. Quiero oírte...

Dejo de hablar cuando la oigo correrse, jadea y gime mientras muerde la almohada, o el colchón. No tengo ni puta idea, pero la imagen me lleva al límite y me corro en los calzoncillos gimiendo su nombre de forma estrangulada.
Nuestros jadeos acompasados son el único sonido en la línea durante segundos, o minutos, no podría calcularlo.

—Ha sido... —empieza a decir jadeando sin aliento.

Abro los ojos y apoyo los codos en el escritorio frente a mí. Mi pecho sube y baja mientras trato de recuperar mi propio aliento.

—Sí...

—Necesito un momento. —Pau se ríe. Una lenta sonrisa tira de las comisuras de mi boca y entonces ella añade—: Y yo que pensaba que ya lo habíamos hecho todo.

—Oh, hay un montón de cosas más que quiero hacerte. Sin embargo, y por desgracia, tendríamos que estar en la misma ciudad para practicarlas.

—Entonces, ven —se apresura a replicar.

Conecto el altavoz del teléfono y me examino la mano, la palma y el reverso.

—Dijiste que no querías que fuera a Seattle. Necesitamos espacio, ¿recuerdas, nena?

—Lo sé —contesta un poco triste—. Sí que necesitamos espacio..., y creo que nos está funcionando, ¿no te parece?

—No —miento.

Sin embargo, sé que tiene razón: he estado intentando ser mejor para ella, y me temo que, si volviera a perdonarme demasiado pronto, perdería la motivación y lo dejaría. Sí..., cuando encontremos la forma de volver a estar juntos, quiero que sea diferente para ella. Quiero que sea algo permanente para que pueda demostrarle que el patrón, el ciclo interminable, como ella lo llama, terminará.

—Te echo tanto de menos... —confiesa.

Sé que me quiere, pero cada vez que me ofrece una brizna de seguridad como ésta es como si me quitaran un peso de encima.

—Yo también te echo de menos —digo. Más que a nada en el mundo.

—No digas «también». Suena como si me dieras la razón o algo —repone con sarcasmo, y mi pequeña sonrisa crece, alcanzando todo mi ser.

—No puedes usar mis ideas. Vaya forma de ser original —la regaño en broma, y ella se ríe.

—Sí que puedo —replica de forma infantil. Si estuviera aquí seguro que me habría sacado la lengua con un desafío burlón.

—Joder, esta noche estás guerrera —digo rodando fuera de la cama. Necesito una ducha.

—Ésa soy yo.

—E increíblemente osada. ¿Quién iba a imaginar que te convencería para masturbarte al teléfono? —Me río y salgo al pasillo.

—¡ Pedro! —chilla con horror, como sabía que haría—. Y, por cierto, a estas alturas ya deberías saber que puedes conseguir que haga casi de todo.

—Si eso fuera verdad... —murmuro.

Si lo fuera, ahora ella estaría aquí.
El suelo del pasillo está frío bajo mis pies desnudos y hago una mueca. Pero cuando oigo una voz que empieza a hablar, se me cae el teléfono al suelo.

—Lo siento, tío —dice Richard cerca de mí—. Esto se estaba calentando y...

Se detiene cuando me ve recoger el móvil a toda prisa, pero ya es demasiado tarde.

—¿Quién es? —oigo exclamar a Pau a través del auricular de mi móvil. La chica medio dormida y relajada que era hasta hace unos segundos ha desaparecido y ahora está en alerta—. Pedro, ¿quién era? —pregunta con más fuerza.

Mierda. Boqueo un rápido «La has cagado» a su padre y cojo el teléfono, desconecto el altavoz y me encierro a toda prisa en el baño.

—Es... —empiezo.

—¿Es mi padre?

Quiero mentirle, pero eso sería una estupidez y estoy intentando no ser tan estúpido.

—Sí, es él —confieso, y espero a que grite contra el auricular.

—¿Qué hace ahí? —pregunta.

—Yo..., bueno...

—¿Has dejado que se quede contigo?

Su pregunta me libera del pánico que me supone tener que buscar las palabras correctas para explicar esta jodida situación.

—Algo así.

—Estoy confusa.

—Yo también —admito.

—¿Durante cuánto tiempo? Y ¿por qué no me lo habías dicho?

—Lo siento... Sólo lleva aquí un par de días.

Lo siguiente que oigo es el sonido del agua cayendo en la bañera, así que debe de estar bien si se ha puesto a hacer eso. Pero aun así, pregunta:

—Y ¿cómo es que se ha presentado ahí?

No soy capaz de contarle toda la verdad, al menos no ahora.

—Supongo que no tenía ningún otro sitio al que ir. —Abro el agua de la ducha cuando ella suspira.

—Vale...

—¿Estás enfadada? —pregunto.

—No, no estoy enfadada, estoy confusa... —dice, con la voz llena de sorpresa—. No me puedo creer que hayas dejado que se quede en tu apartamento.

—Yo tampoco.

El pequeño baño se llena de una espesa nube de vapor y limpio el espejo con la mano. Parezco un puñetero fantasma, apenas un cascarón vacío. Bajo mis ojos han aparecido círculos oscuros por la falta de sueño. Lo único que me da la vida es la voz de Pau, que llega a través de la línea.

—Significa mucho para mí, Pedro —dice por fin.

Esto está yendo muchísimo mejor de lo que esperaba.

—¿En serio?

—Sí, por supuesto que sí.

De pronto me noto aturdido, como un cachorrillo al que su dueño ha recompensado con una galleta... y, sorprendentemente, me siento perfectamente bien por ello.

—Bien.

No sé qué más decirle, me siento un poco culpable por no contarle lo de los... hábitos de su padre, pero de todos modos tampoco es cuestión de hacerlo por teléfono.

—Espera..., entonces mi padre estaba ahí mientras tú estabas..., ya sabes... —susurra, y oigo un pequeño rugido al otro lado de la línea. Debe de haber encendido el extractor del baño para amortiguar su voz.

—Bueno, no estaba en la habitación, no me van ese tipo de cosas —bromeo para quitarle importancia, y ella se ríe.

—Seguro que sí que te van —se burla.

—Qué va, me creas o no, ésa es una de las pocas cosas que no me van —digo con una sonrisa—. Nunca te compartiría con nadie, nena. Ni siquiera con tu padre.

No puedo evitar reír cuando ella emite un sonido de asco.

—¡Estás enfermo!

—Y tanto —replico, y ella se ríe.

El vino la ha vuelto atrevida y ha elevado su sentido del humor. ¿Y yo? Bueno, yo no tengo excusa alguna para esta ridícula sonrisa que me cruza la cara.

—Necesito darme una ducha. Estoy aquí de pie con toda la corrida por encima —informo mientras me quito los calcetines.

—Sí, yo también —dice ella—. No la parte de tener por encima..., ya sabes, pero yo también estoy hecha un asco y necesitaría una ducha.

—Vale..., supongo que deberíamos acabar...

—Ya lo hemos hecho —se ríe, orgullosa de su penoso intento de broma.

—Ja, ja —me burlo. Pero enseguida añado—: Buenas noches, Pau.

—Buenas noches —responde, alargando el momento, y cuelgo antes de que ella pueda hacerlo.

El agua caliente cae sobre mi cuerpo. Aún no me he recuperado del todo de la idea de Pau tocándose mientras estábamos al teléfono. No es sólo que me ponga un montón, es... más que eso. Demuestra que aún confía en mí, aún confía lo suficiente como para exponerse ante mí. Perdido en mis pensamientos, me paso la dura pastilla de jabón por mi piel tatuada. Es difícil imaginar que hace sólo dos semanas estábamos juntos bajo esta ducha...

—Creo que éste es mi favorito —me dijo mientras tocaba uno de mis tatuajes y me observaba a través de sus pestañas mojadas.

—¿Por qué? Yo lo odio —repuse mirando hacia abajo, hacia los pequeños dedos que reseguían la gran flor tatuada cerca de mi codo.

—No sé, resulta hermoso que tengas una flor rodeada de toda esta oscuridad —dijo, mientras su dedo se movía sobre el maldito diseño de una calavera marchita justo debajo.

—Nunca lo había visto de esa manera. —Puse un pulgar bajo su barbilla para hacerle alzar los ojos hacia mí—. Tú siempre ves la luz en mí... ¿Cómo es posible, si no hay ninguna?

—Hay muchas. Y tú también las verás, algún día.

Me sonrió y se puso de puntillas para posar la boca sobre la comisura de la mía. El agua caía sobre nuestros labios y ella sonrió de nuevo antes de apartarse.

—Espero que tengas razón —susurré bajo la cascada de agua, en voz tan baja que ella ni siquiera me oyó.

El recuerdo me persigue, repitiéndose mientras intento alejarlo de mí. No es que no quiera recordarla a ella, eso quiero hacerlo. Pau es mi único pensamiento, siempre lo es. Sólo quiero olvidar los recuerdos y las veces en las que me ha elogiado demasiado, cuando ha intentado convencerme de que soy mejor de lo que soy, eso es lo que me vuelve loco.
Ojalá pudiera verme a mí mismo como ella me ve. Ojalá pudiera creerla cuando me dice que soy bueno para ella. Pero ¿cómo puede ser cierto cuando estoy tan jodido?

«Significa mucho para mí, Pedro », me ha dicho hace apenas unos minutos.

Quizá, si sigo haciendo lo que estoy haciendo ahora y me mantengo alejado de la mierda que podría meterme en problemas, pueda continuar haciendo cosas que signifiquen mucho para ella. Tal vez pueda hacerla feliz en vez de desgraciada, y quizá, sólo quizá, podría ver algo de esa luz en mí que ella afirma ver.


Tal vez aún haya esperanza para nosotros.

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