Pau
Para cuando mi plato está vacío, estoy prácticamente saltando en mi asiento. En el momento en que pedimos la cena me di cuenta de que me había dejado el móvil en el coche, y eso me está volviendo más loca de lo que debería. Total, nadie me llama tanto.
Sin embargo, no puedo evitar pensar que Pedro lo ha hecho, o que al menos me ha enviado un mensaje. Intento con todas mis fuerzas escuchar a Trevor mientras me habla de un artículo que ha leído en el Times, tratando de no pensar en Pedro y en la posibilidad de que me haya llamado, pero no puedo evitarlo. Estoy distraída durante toda la cena y estoy segura de que Trevor lo ha notado, pero es demasiado amable para comentarlo.
—¿No estás de acuerdo? —La voz de Trevor me saca de mi ensueño.
Repaso los últimos segundos de la conversación intentando recordar de qué podría estar hablando. El artículo sobre cuidados clínicos... creo.
—Sí, por supuesto —miento. No tengo ni idea de si estoy de acuerdo o no, pero ojalá el camarero se dé prisa en traernos la cuenta.
Como si me hubiese oído, el joven coloca una pequeña carpeta en nuestra mesa y Trevor saca su cartera rápidamente.
—Yo puedo... —comienzo a decir.
Sin embargo, él desliza varios billetes dentro y el camarero desaparece en la cocina del restaurante.
—Yo invito —responde.
Le doy las gracias en voz baja y le echo un vistazo al gran reloj de piedra que cuelga sobre la puerta. Son las siete pasadas; llevamos una hora en este restaurante. Dejo escapar un suspiro de alivio cuando Trevor exclama:
—Bueno... —Da una palmada y se levanta.
De camino a su casa pasamos por delante de una pequeña cafetería y Trevor alza una ceja a modo de silenciosa invitación.
—¿Quizá otra noche de esta semana? —sugiero con una sonrisa.
—Parece un buen plan —dice, y eleva la comisura de la boca formando su famosa media sonrisa mientras continuamos el camino a su edificio.
Con un rápido adiós y un abrazo amistoso, subo a mi coche e inmediatamente cojo el teléfono. Me siento exhausta por culpa de la ansiedad y la desesperación, pero empujo todos esos sentimientos hacia la oscuridad. Nueve llamadas perdidas, todas de Pedro.
Lo llamo de inmediato, pero salta el buzón de voz. El trayecto desde el apartamento de Trevor hasta casa de Kimberly es largo y fastidioso. El tráfico de Seattle es horrible, lento y ruidoso. Cláxones sonando, coches pequeños zigzagueando de carril a carril... Resulta bastante agobiante y, para cuando aparco en la entrada de la casa, tengo un dolor de cabeza terrible.
Entro por la puerta principal y veo a Kimberly sentada en el sillón de cuero blanco con una copa de vino en la mano.
—¿Qué tal el día? —pregunta, y se inclina para dejar la bebida en la mesita de cristal a su lado.
—Bien, pero el tráfico de esta ciudad es surrealista —gimoteo, y me dejo caer en la butaca carmesí junto a la ventana—. La cabeza me está matando.
—Sí que lo es. Toma algo de vino. Te sentará bien —dice levantándose y cruzando la sala de estar.
Antes de que pueda protestar, sirve un burbujeante vino blanco en una copa de tallo largo y me la acerca. Tras el primer sorbo descubro que es fresco y vigoroso, dulce al paladar.
—Gracias —digo con una sonrisa, y doy otro sorbo.
—Así que... estabas con Trevor, ¿no? —Kimberly es tan entrometida..., de la forma más dulce posible, eso sí.
—Sí, hemos quedado para cenar. Como amigos —contesto con inocencia.
—Tal vez deberías tratar de responder de nuevo y usando un poco más la palabra amigos —bromea, y no puedo evitar echarme a reír.
—Sólo intento dejar claro que no somos más que..., esto..., amigos.
Sus ojos castaños brillan con curiosidad.
—¿ Pedro sabe que eres «amiga» de Trevor?
—No, pero pienso decírselo en cuanto consiga hablar con él. Por alguna razón, Trevor no le cae muy bien.
Kimberly asiente.
—No puedo culparlo. Trevor podría ser modelo si no fuera tan tímido. ¿Te has fijado en esos ojazos azules que tiene? —Mi amiga se abanica la cara con la mano para enfatizar sus palabras y las dos nos reímos como colegialas.
—¿No querrías decir «ojazos verdes», mi amor? —interviene Christian apareciendo de repente en el vestíbulo y haciendo que casi se me caiga la copa de vino sobre el parquet. Kim le sonríe.
—Por supuesto.
Pero él simplemente sacude la cabeza y nos dedica una sonrisa ladina.
—Supongo que yo también podría ser modelo —comenta con un guiño.
Por mi parte, me alegro de que no esté molesto. Pedro ya habría volcado la mesa si me hubiera oído hablar de Trevor de la forma en que lo ha hecho Kimberly.
Christian se sienta en el sillón junto a ella y Kim trepa a su regazo.
—Y ¿cómo le va a Pedro? Supongo que hablas con él, ¿no? —pregunta. Aparto la mirada.
—Sí, un poco. Está bien.
—Es un cabezota. Aún sigo ofendido por que no haya aceptado mi oferta, dada su situación.
Christian sonríe contra el cuello de Kim y la besa suavemente bajo la oreja. Está claro que estos dos no tienen problemas para mostrar su afecto en público. Intento apartar la vista, pero no puedo. Un momento...
—¿Qué oferta? —pregunto. Mi sorpresa es evidente.
—Pues la de trabajo que le hice. Te lo conté, ¿verdad? Ojalá hubiese venido contigo. Quiero decir que sólo le queda un trimestre, y se graduará antes de tiempo, ¿no?
«¿Qué? ¿Por qué no sabía nada de eso?» Ésta es la primera vez que oigo que Pedro vaya a graduarse antes, pero igualmente contesto:
—Esto..., sí..., creo que sí.
Christian rodea a Kimberly con los brazos y la mece un poco.
—Ese chico es prácticamente un genio. Si se aplicara un poco más, sacaría matrícula de honor en todo.
—Sí, es muy listo... —afirmo, y es verdad. La mente de Pedro nunca deja de sorprenderme y de intrigarme. Es una de las cosas que más me gustan de él.
—Y también es bueno escribiendo —continúa Christian, sorbiendo del vino de Kimberly—. No sé por qué dejó de hacerlo. Estaba deseando leer más de sus trabajos.
Christian suspira mientras Kimberly le afloja el nudo de la corbata.
Estoy abrumada por toda esta información. Pedro... ¿escribiendo? Recuerdo que una vez mencionó de pasada que hizo sus pinitos durante su primer año en la universidad, pero nunca entró en detalles. Cada vez que yo sacaba la conversación, él cambiaba de tema o desechaba la idea, dándome la impresión de que no era muy importante para él.
—Sí. —Me acabo el vino y me levanto, señalando la botella—. ¿Puedo?
Kimberly asiente.
—Por supuesto, sírvete más si te apetece. Tenemos una bodega entera —dice con una dulce sonrisa.
Tres copas de vino blanco más tarde, mi dolor de cabeza se ha evaporado y mi curiosidad ha crecido exponencialmente. Espero a que Christian saque de nuevo el tema de los escritos de Pedro o de la oferta de trabajo, pero no lo hace. Se lanza a explicar con pelos y señales sus negociaciones con un grupo de comunicación con el fin de expandir el departamento de cine y televisión de Vance. Por muy interesante que sea, quiero ir a mi habitación e intentar localizar a Pedro de nuevo. Así pues, en cuanto se presenta la ocasión, les deseo a ambos buenas noches y me retiro a toda prisa a mi dormitorio provisional.
—¡Llévate la botella! —me sugiere Kimberly cuando paso junto a la mesa donde descansa la botella de vino medio llena.
Le doy las gracias con un cabeceo y hago lo que me dice.
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