Pedro
—Pareces mucho más... higiénico ahora —le digo a Richard cuando sale del baño secándose su cara recién afeitada con una toalla blanca.
—Llevaba meses sin afeitarme —contesta frotando la suave piel de su mejilla.
—No me digas. —Pongo los ojos en blanco y él me dedica media sonrisa.
—Gracias por dejar que me quede... —Su voz profunda se pierde.
—No es algo permanente, así que no me des las gracias. Estoy más que cabreado con toda esta situación —replico, y le doy otro mordisco a la pizza que he encargado para mí solo... y que acabo compartiendo con Richard.
Tengo que encontrar alguna forma de quitarle cierta presión a Pau. Ahora mismo ya tiene demasiado entre manos, y si puedo ayudarla de algún modo ocupándome del lío con su padre, lo haré.
—Lo sé. Me sorprende que no me hayas echado —dice él con una carcajada. Como si esto fuera algo sobre lo que bromear.
Lo miro fijamente. Sus ojos parecen demasiado grandes para su cara, con unos círculos oscuros transparentándose bajo su blanca piel.
Suspiro.
—Yo también estoy sorprendido —admito molesto.
Richard tiembla mientras lo miro, y no de miedo, sino por la abstinencia de cualquier mierda que se meta.
Quiero saber si trajo drogas a nuestro apartamento mientras se quedó la semana pasada. Sin embargo, si le pregunto y dice que sí, perderé los nervios y estará fuera del apartamento en cuestión de segundos. Por Pau, y por mí, me pongo en pie y dejo la sala de estar con mi plato vacío en la mano. La pila de platos en el fregadero ha doblado su tamaño, y cargar el lavavajillas es lo último que me apetece hacer ahora mismo.
—¡Friega los platos como pago! —le grito a Richard.
Oigo su risa profunda desde el pasillo, y entra en la cocina justo cuando yo llego hasta el dormitorio, me meto en él y cierro la puerta.
Quiero llamar a Pau de nuevo sólo para oír su voz. Quiero saber cómo le ha ido el resto del día..., ¿qué planea hacer después del trabajo? ¿Se quedó contemplando su teléfono con una estúpida sonrisa en la cara después de colgar hace un rato, como me pasó a mí?
Probablemente no.
Ahora sé que todos mis pecados anteriores por fin están pasándome factura, por eso llegó Pau a mi vida. Un inmisericorde castigo disfrazado de hermosa recompensa. Tenerla a mi lado durante meses sólo para que ahora me la arrebaten, pero aún apareciéndose frente a mi cara en forma de ocasionales llamadas telefónicas. No sé cuánto aguantaré hasta sucumbir a mi destino y permitirme ponerle fin a esta fase de negación.
Porque eso es precisamente lo que es, la fase de negación.
Aunque no tiene por qué serlo. Puedo cambiar el resultado de todo esto. Puedo ser quien ella necesita que sea sin arrastrarla de nuevo al infierno. Tengo una visión de su cara flotando ante mis ojos, y es como si me estuviera mirando a través de los barrotes de una prisión que yo mismo he creado. Su imagen me levanta del suelo y me hace buscar una salida.
A la mierda todo, voy a llamarla.
Su teléfono suena y suena, pero no lo coge. Son casi las seis de la tarde. A esta hora debería haber acabado de trabajar y estar de vuelta en casa. ¿Adónde más podría ir? Mientras me debato entre llamar o no a Christian, meto los pies en las zapatillas de deporte, las ato con pereza y paso los brazos por mi chaqueta.
Sé que estaría molesta, más que cabreada, de hecho, si la llamara, pero ya la he llamado seis veces y no ha contestado ni una. Gruño y me paso los dedos por mi cabello sucio. Esta mierda de darnos espacio me está fastidiando de verdad.
—Voy a salir —le anuncio a mi indeseado invitado.
Él asiente, incapaz de hablar debido al puñado de patatas chips que está masticando. Al menos, el fregadero ya está libre de platos sucios.
Pero ¿adónde coño se supone que voy?
Al cabo de unos minutos aparco el coche en el solar detrás del pequeño gimnasio. No sé qué mejorará o cómo podría ayudarme estar aquí, pero ahora mismo me estoy cabreando cada vez más con Pau y en lo único que puedo pensar es en insultarla o en conducir hasta Seattle para encontrarla. Sin embargo, no necesito hacer ninguna de esas cosas... Sólo empeorarían la situación.
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