Pau
Después de pasar media tarde al teléfono con Pedro y de no haber trabajado nada, mi primer día en la nueva oficina acaba y espero pacientemente a Trevor en la puerta de mi despacho.
Pedro estaba tan tranquilo, parecía tan seguro de sí mismo... como si estuviera concentrado en algo. De pie en el pasillo, no puedo contener la alegría por seguir en contacto; es mucho mejor ahora que no nos estamos evitando el uno al otro. En el fondo sé que no será siempre tan fácil, hablando así, engañándome a mí misma con pequeñas dosis de Pedro cuando en realidad lo quiero a él, todo él, todo el tiempo. Quiero que esté aquí conmigo, abrazándome, besándome, haciéndome reír.
Así es como debe de funcionar la negación.
Por ahora me conformo con esto. Está bastante bien comparado con mi otra opción: la tristeza.
Suspiro y recuesto la cabeza contra la pared mientras continúo esperando. Estoy empezando a desear no haberle preguntado a Trevor si estaba libre después del trabajo.
Preferiría estar en casa de Kimberly hablando con Pedro. Ojalá me hubiera acompañado, así sería él quien vendría a recogerme. Podría tener una oficina cerca de la mía, podría pasarse por aquí varias veces al día y, entre visitas, yo buscaría excusas para ir a la suya. Estoy segura de que Christian le daría un trabajo a Pedro si se lo pidiera. Un par de veces dejó bastante claro que quería que Pedro volviera a trabajar para él.
Podríamos comer juntos, tal vez incluso recrear algunos de los recuerdos que compartimos en la antigua oficina. Empiezo a imaginar a Pedro a mi espalda, yo doblada sobre la superficie de mi escritorio, mi cabello fuertemente atrapado en su puño...
—Siento llegar un poco tarde, la reunión se ha alargado. —Trevor interrumpe mi ensueño y doy un salto por la sorpresa y la vergüenza.
—Oh, hum..., no pasa nada, sólo estaba... —me acomodo un mechón de cabello tras la oreja y trago saliva— esperando.
Si supiera lo que estaba pensando... Menos mal que no tiene ni idea. Ni siquiera sé de dónde han salido esos pensamientos.
Trevor inclina la cabeza a un lado, echando un vistazo hacia el pasillo vacío.
—¿Lista para irnos?
—Sí.
Charlamos de banalidades mientras recorremos el edificio. Casi todo el mundo ha acabado su jornada, dejando la oficina en silencio. Trevor me habla del nuevo empleo de su hermano en Ohio y también me cuenta que ha ido a comprarse un traje para la boda de una compañera de trabajo, Krystal, que se casa el próximo mes. No sé por qué me pregunto cuántos trajes debe de tener Trevor.
Cuando llegamos a nuestros coches, sigo el BMW de Trevor mientras conduce a través de la congestionada ciudad hasta finalmente llegar al pequeño barrio de Ballard. Según los blogs que había leído antes de mudarme, es uno de los barrios más hippies de Seattle.
Cafeterías, restaurantes vegetarianos y bares hipsters flanquean las estrechas calles. Entro con mi coche en el garaje que hay bajo el edificio de apartamentos de Trevor y me río al recordar que se ofreció a buscarme uno en este sitio tan caro.
Él sonríe y señala su traje.
—Obviamente necesito cambiarme.
Una vez en su apartamento, él desaparece y yo curioseo por su carísimo salón. Fotografías de familia y artículos recortados de periódicos y revistas llenan la repisa de su chimenea; una intrincada pieza hecha de botellas de vino fundidas y moldeadas ocupa toda la mesita de café. No hay ninguna esquina donde se permita la acumulación de polvo. Estoy impresionada.
—¡Listo! —anuncia Trevor saliendo de su dormitorio al tiempo que se sube la cremallera de una sudadera roja.
Siempre me sorprendo cuando lo veo vestido de manera tan informal. Es tan diferente de como lo hace normalmente...
Tras recorrer tan sólo dos calles desde su edificio, ya estamos tiritando de frío.
—¿Tienes hambre, Pau? Podríamos comer algo —dice. Nubes blancas de aire frío acompañan cada una de sus palabras.
Asiento ansiosa. Mi estómago ruge de hambre, recordándome lo insuficiente que resulta un paquete de galletas saladas de mantequilla de cacahuete como comida.
Le pido a Trevor que escoja el restaurante que prefiera y acabamos en un italiano a sólo unos metros de donde estamos paseando. El dulce aroma del ajo llena mis sentidos y se me hace la boca agua mientras nos escoltan hasta un pequeño reservado al fondo del local.
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