Divina

Divina

lunes, 7 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 74


Pau

No puedo borrar esta ridícula sonrisa de mi cara mientras Kimberly y Christian me enseñan mi nuevo despacho. Las paredes son de un blanco nítido, las molduras y la puerta son gris oscuro y el escritorio y las estanterías son negros, elegantes y modernos. El tamaño de la sala es el mismo que el de mi primer despacho, pero las vistas son increíbles, de hecho quitan el aliento. La nueva oficina de Vance se encuentra en el centro de Seattle; la ciudad a sus pies es próspera, en constante movimiento y desarrollo, y yo me hallo justo en el meollo de todo.

—Esto es increíble... ¡Muchísimas gracias! —les digo, probablemente con más entusiasmo de lo que muchas personas podrían considerar profesional.

—Todo lo que necesitas está a un paseo de distancia, café y cualquier tipo de cocina que pueda apetecerte, todo está aquí. —Christian contempla la ciudad con orgullo y rodea con un brazo la cintura de su prometida.

—Deja de alardear, ¿quieres? —bromea Kimberly, y le planta un suave beso en la frente.

—Bueno, ya nos vamos. Y ahora, ponte a trabajar. —Christian me regaña de broma. 

Kimberly lo agarra por la corbata y prácticamente lo saca a rastras de la oficina.

Ordeno las cosas sobre mi escritorio tal y como me gustan y leo un poco, pero para la hora de comer ya le he enviado al menos diez fotos de mi nuevo despacho a Landon... y a Pedro. Sabía que Pedro no me contestaría, pero no he podido contenerme. Quería que apreciara las vistas, tal vez eso lo haría cambiar de opinión respecto a mudarse aquí, ¿no? 

Sólo estoy buscando excusas para mi breve lapsus de juicio al enviarle las fotos. Pero es que lo echo de menos... Ya está, ya lo he dicho. Lo echo terriblemente de menos, y esperaba una respuesta por su parte, aunque sólo fuera un mensajito. Algo. Pero no me ha enviado nada.

Landon sí que me manda una animada respuesta a cada foto, incluso cuando le envío una muy tonta en la que salgo con una taza de café con el logo de la editorial impreso en un lado.

Cuanto más pienso en mi impulsiva decisión de enviarle esas fotos a Pedro, más me arrepiento. ¿Y si se lo toma por lo que no es? Tiene tendencia a hacerlo. Podría considerarlo como un recordatorio del hecho de que sigo adelante, incluso puede llegar a pensar que se lo estoy restregando por la cara. De verdad que ésa no era mi intención y sólo espero que no se lo tome así.

Quizá debería mandarle otro mensaje explicándoselo. O decirle que le he enviado las fotos por accidente. No sé qué resultaría más creíble.

Ninguna de las dos opciones, seguro. Estoy dándole demasiadas vueltas a esto; después de todo, son sólo fotos. Y no puedo ser responsable de cómo decida interpretarlas. No puedo responsabilizarme así de sus emociones.

Cuando entro en la sala de descanso de mi planta me encuentro a Trevor sentado a una de las mesas cuadradas con una tableta frente a él.

—Bienvenida a Seattle —me dice con sus ojos azules brillando.

—Hola. —Le devuelvo el saludo con una sonrisa.

A continuación inserto mi tarjeta de débito en la rendija de la enorme máquina expendedora. Presiono unos cuantos botoncillos numerados y soy recompensada con un paquete de galletas saladas con mantequilla de cacahuete. Estoy demasiado nerviosa para tener hambre, así que ya saldré mañana a comer, después de que haya tenido la oportunidad de explorar la zona.

—¿Te gusta Seattle de momento? —me pregunta Trevor.

Lo miro pidiendo permiso y, cuando asiente, me deslizo en la silla frente a él.

—Aún no he podido ver mucho. Justo llegué ayer, pero me encanta este nuevo edificio.

Dos chicas entran en la sala y le sonríen a Trevor; una de ellas se vuelve para sonreírme a mí también y yo la saludo con la mano. Empiezan a hablar entre sí, y entonces la más bajita de ellas, que tiene el cabello negro, abre el frigorífico y saca un plato preparado para microondas mientras su amiga se muerde las uñas.

—Entonces deberías explorar un poco. Hay demasiadas cosas que hacer aquí. Es una ciudad preciosa —declara Trevor al tiempo que yo mordisqueo una galleta, pensativa—. La Aguja Espacial, el Centro de Ciencias del Pacífico, museos de arte..., lo que quieras.

—Me gustaría ver la Aguja Espacial y el mercado de Pike Place —le digo. Pero empiezo a sentirme un poco incómoda porque, cada vez que miro a las dos chicas, me doy cuenta de que me están observando y hablando en voz baja.

Hoy estoy un poco paranoica.

—Deberías hacerlo. ¿Ya has decidido dónde te quedarás? —pregunta deslizando el dedo índice por la pantalla para cerrar la ventana de su tableta y dedicarme toda su atención.

—De momento estoy en casa de Kimberly y Christian... Sólo será durante una o dos semanas, hasta que pueda encontrar un lugar donde vivir.

La urgencia en mi voz resulta embarazosa. Odio tener que quedarme con ellos después de que Pedro fastidiara mi oportunidad de alquilar el único apartamento que pude encontrar. Quiero vivir sola y no estar preocupada por si soy una molestia para nadie.

—Podría preguntar por ahí y ver si hay algún apartamento libre en mi edificio —se ofrece Trevor.

Se ajusta la corbata y se alisa la tela plateada antes de pasarse las manos por las solapas de su traje.

—Gracias, pero no creo que tu edificio entre dentro de mi presupuesto —le recuerdo en voz baja.

Él es el jefe de finanzas, y yo soy una becaria... con un sueldo decente. Ni siquiera estoy segura de que pudiera alquilar el contenedor de basura de detrás de su edificio.
Trevor se sonroja.

—Vale —dice al darse cuenta de la gran diferencia entre nuestros sueldos—. Pero de todos modos puedo preguntar por ahí, por si alguien sabe de algún otro sitio.

—Gracias. —Sonrío convencida—. Seguro que Seattle me parecerá más acogedora en cuanto encuentre mi propio hogar.

—Estoy de acuerdo; te llevará algo de tiempo, pero sé que te encantará estar aquí. —Su media sonrisa es cálida y agradable.

—¿Tienes planes para después del trabajo? —le pregunto antes de poder evitarlo.

—Pues sí —dice, con voz suave y titubeante—. Pero puedo cancelarlos.

—No, no importa, sólo pensaba que, como tú conoces la ciudad, me podrías llevar por ahí, pero si ya tienes planes no te preocupes. —Espero poder hacer amigos en Seattle.

—Me encantaría enseñarte la ciudad. Sólo iba a salir a hacer jogging, eso es todo.

—¿Jogging? —Arrugo la nariz—. ¿Por qué?

—Por diversión.

—A mí no me suena muy divertido. —Me río, y él sacude la cabeza con fingido disgusto.

—Normalmente voy todos los días después del trabajo. Yo también estoy conociendo la ciudad aún, y es una buena forma de explorar los alrededores. Deberías acompañarme algún día.

—No lo sé... —La idea no acaba de entusiasmarme.

—O podríamos caminar. —Se ríe—. Yo vivo en Ballard, es un barrio bastante bueno.

—De hecho, he oído hablar de Ballard —comento, recordando haber pasado por páginas y más páginas web donde se mostraban los barrios de Seattle—. De acuerdo, sí. Entonces pasearemos por Ballard. —Cierro las manos frente a mí y las dejo sobre mi regazo.

No puedo evitar pensar cómo Pedro se tomaría esto. Desprecia a Trevor y ya está pasándolo mal con nuestro acuerdo de «darnos espacio». No es que él lo haya dicho, pero me gusta pensar que es así. No importa cuánto espacio haya entre Pedro y yo, literal o metafóricamente, yo sólo veo a Trevor como a un amigo. Lo último que tengo en este momento en mente es un romance con nadie, especialmente con alguien que no sea Pedro.

—Entonces de acuerdo. —Sonríe, claramente sorprendido de que haya accedido—. Mi hora de la comida ha acabado, así que tengo que volver a mi despacho, pero te enviaré un mensaje con mi dirección, o podemos ir directamente después del trabajo si quieres.

—Mejor vamos directamente desde el trabajo. Llevo zapatos cómodos —y señalo mis bailarinas, dándome palmaditas mentales en la espalda por no llevar hoy tacones.

—Me parece bien. ¿Quedamos en tu despacho a las cinco? —propone él poniéndose en pie.

—Sí, genial.

Yo también me levanto y tiro el envoltorio de las galletas a la basura.

—Pues ya sabemos cómo consiguió el trabajo —oigo que dice una de las chicas a mi espalda.

Cuando, por curiosidad, miro hacia el lugar donde están sentadas, las dos se callan de golpe y bajan la vista a la mesa. No puedo evitar presentir que estaban hablando sobre mí.
Adiós a mi idea de hacer amigos en Seattle.

—Esas dos no hacen otra cosa más que cotillear, ignóralas —me dice Trevor, poniéndome una mano en la espalda y guiándome fuera de la sala de descanso.

Cuando regreso a mi despacho, rebusco en el cajón de mi escritorio para sacar mi móvil. Dos llamadas perdidas, ambas de Pedro.
¿Debería devolvérselas ahora mismo?

«Me ha llamado dos veces, puede que haya pasado algo malo. Debería llamar», pienso discutiendo conmigo misma.
Él contesta al tercer tono y dice a toda prisa:

—¿Por qué no has contestado cuando te he llamado?

—¿Ha pasado algo? —Me levanto de mi sillón, presa del pánico.

—No, no pasa nada. —Respira, y puedo imaginar la forma exacta en que sus labios rosados se mueven mientras pronuncia esas simples palabras—. ¿Por qué me has enviado esas fotos?

Miro alrededor de mi despacho, preocupada por si lo disgusto.

—Es que estaba emocionada con mi nueva oficina y quería que la vieras. Espero que no creyeras que estaba fanfarroneando. Siento que...

—No, es que estaba confuso —interviene con tranquilidad, y después se queda en silencio.
Después de unos segundos, digo:

—No te enviaré ninguna más, no debería haberte mandado ésas. —Apoyo la frente contra el cristal de la ventana y miro hacia abajo, a las calles de la ciudad.

—No te preocupes, está bien... ¿Qué tal es aquello? ¿Te gusta el sitio? —La voz de Pedro es sombría, y quiero suavizar el ceño que sé que acaba de aparecer en su cara.

—Es precioso.

Acto seguido me llama la atención, sabía que lo haría:

—No has contestado a mi pregunta.

—Me gusta el lugar —digo en voz baja.

—Pareces absolutamente eufórica.

—No, de verdad que me gusta, sólo estoy... adaptándome, nada más. ¿Qué está pasando por ahí? — pregunto para continuar con la conversación. Aún no estoy preparada para dejar de hablar con él.

—Nada —se apresura a contestar.

—¿Esto te resulta incómodo? Sé que dijiste que no querías hablar por teléfono, pero has llamado tú, así que...

—No, no es incómodo —me interrumpe—. Nunca me siento incómodo contigo, y lo que quise decir en su momento fue que no creía que debiéramos hablar durante horas cada día si no vamos a estar juntos, porque no tiene sentido y sólo serviría para torturarme.

—Entonces, ¿quieres hablar conmigo? —pregunto porque soy patética y necesito oír cómo lo dice.

—Sí, claro que sí.

Se oye el claxon de un coche de fondo e imagino que debe de estar conduciendo.

—Y entonces, ¿qué? ¿Vamos a hablar por teléfono como amigos? —pregunta él sin rabia en la voz, sólo curiosidad.

—No lo sé... ¿No podríamos intentarlo?

Esta separación es diferente de la última; esta vez nos hemos separado de buen rollo y no ha sido una ruptura total. No estoy lista para decidir si una ruptura total con Pedro es lo que realmente necesito, así que aparto ese pensamiento, lo archivo y prometo volver a él más tarde.

—No funcionará —replica.

—No quiero que nos ignoremos el uno al otro y no volvamos a hablar, pero no he cambiado de idea respecto a lo de darnos espacio —contesto.

—Vale, entonces háblame de Seattle —dice finalmente contra el auricular

No hay comentarios:

Publicar un comentario