Pau
Es imposible ignorar a Smith y su adorable forma de andar a tu alrededor, mirándolo todo, saludándote con un apretón de manos formal y cosiéndote después a preguntas mientras tú intentas hacer tus tareas. Así que cuando entra en la habitación en el momento en que estoy colgando mi ropa y me pregunta en voz baja «¿Dónde está tu Pedro?», no puedo enfadarme con él.
Me pone un poco triste tener que explicarle que lo he dejado en la WCU, pero este pequeñín es tan rico que atenúa el terrible dolor que siento.
—Y ¿dónde está la WCU? —pregunta.
Pongo la mejor de mis sonrisas.
—Lejos, muy muy lejos.
Smith entorna sus preciosos ojos verdes.
—¿Va a venir?
—No lo creo. Esto..., a ti te cae bien Pedro, ¿verdad, Smith? —Me río, paso las mangas de mi viejo vestido marrón por una percha y lo cuelgo en el armario.
—Más o menos. Es gracioso.
—¡Oye, que yo también soy graciosa! —bromeo, pero él simplemente me dedica una sonrisa tímida.
—No mucho —suelta con sinceridad.
Y eso me hace reír aún más fuerte.
— Pedro cree que soy graciosa —miento.
—¿En serio? —Smith se fija en lo que hago y empieza a ayudarme a desempaquetar y a volver a doblar mi ropa.
—Sí, aunque nunca lo admitiría.
—¿Por qué?
—No lo sé —digo encogiéndome de hombros. Probablemente porque no soy muy graciosa, y cuando intento serlo es aún peor.
—Bueno, dile a tu Pedro que venga a vivir aquí, como tú —dice con toda tranquilidad, como un pequeño rey emitiendo un edicto.
Mi pecho se contrae ante las palabras de este dulce niño.
—Se lo diré. No hace falta que dobles eso —le advierto, intentando coger la camisa azul que tiene entre las manitas.
—Me gusta doblar —replica, y esconde la camisa a su espalda.
¿Qué puedo hacer excepto asentir?
—Un día de éstos serás un buen marido —le digo, y sonrío.
Sus hoyuelos aparecen cuando me devuelve la sonrisa. Al menos parece que le caigo un poco mejor que antes.
—No quiero ser un marido —dice arrugando la nariz, y pongo los ojos en blanco ante este crío de cinco años que habla exactamente igual que un adulto.
—Algún día cambiarás de idea —lo pico.
—No. —Y con eso acaba la conversación y terminamos de colocar mi ropa en silencio.
Mi primer día en Seattle se está acabando y mañana será mi primer día en la nueva oficina. Estoy extremadamente nerviosa y ansiosa por ello. No me gustan las cosas nuevas; de hecho, me aterrorizan. Me gusta controlar cada situación y entrar en un nuevo entorno con un plan sólido. Pero no he tenido tiempo de planear mucho todo esto, aparte de apuntarme a mis nuevas clases, que, para ser sincera, tampoco es que me hagan especial ilusión. En algún momento durante mi autoflagelación, Smith ha desaparecido, dejando sobre la cama una pila de ropa perfectamente doblada.
Necesito salir y ver Seattle mañana después del trabajo. Necesito que me recuerden lo que tanto me gusta de esta ciudad, porque ahora mismo, en este dormitorio ajeno, a horas de distancia de todo lo que siempre he conocido me siento... sola.
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