Pedro
—¿Cómo te fue el kickboxing ayer? —pregunta Landon con voz cansada y la cara contorsionada en una estúpida expresión de esfuerzo físico mientras levanta otro saco de abono. Cuando lo deja caer en su sitio, se lleva las manos a las caderas y añade poniendo los ojos dramáticamente en blanco—: Podrías ayudar, ¿sabes?
—Lo sé —respondo desde la silla en la que estoy sentado, y levanto los pies para reposarlos en una de las estanterías de madera del invernadero de Karen—. El kickboxing estuvo bien. La entrenadora era una mujer, así que fue bastante patético.
—¿Por qué? ¿Porque te pateó el trasero?
—¿Quieres decir el culo? No, no lo hizo.
—Y a todo esto, ¿por qué fuiste? Le dije a Pau que no te comprara ese bono para el gimnasio, que no lo usarías.
El fastidio se instala en mi pecho por la forma en que la llama Pau. No me gusta un pelo.
«Sólo es Landon», me recuerdo a mí mismo.
De todas las mierdas de las que tengo que preocuparme ahora mismo, Landon es la menor de todas ellas.
—Porque estaba cabreado y sentí que iba a romper todo lo que había en el maldito apartamento, así que cuando vi el bono al sacar todos los cajones de la cómoda, lo cogí, me puse las zapatillas y me fui allá.
—¿Sacaste todos los cajones? Pau te va a matar... —Sacude la cabeza y por fin se sienta sobre la pila de sacos de abono. Ni siquiera sé por qué se ha ofrecido a ayudar a su madre a mover todo eso.
—De todos modos, no lo verá... Ya no es su apartamento —le recuerdo, intentando mantener el tono cortante en mi voz.
Me mira con culpabilidad.
—Lo siento.
—Ya... —suspiro; ni siquiera tengo una réplica aguda para eso.
—Es duro para mí sentirme mal por ti cuando podrías estar allí con ella —suelta Landon después de unos segundos en silencio.
—Que te jodan. —Reclino la cabeza contra la pared y puedo notar cómo me mira.
—No tiene sentido —añade.
—No para ti.
—Ni para ella. Ni para nadie.
—No tengo que darle explicaciones a nadie —salto.
—Entonces, ¿qué haces aquí?
En vez de contestarle, miro a mi alrededor, no muy seguro de qué hago en este lugar.
—No tengo ningún otro sitio a donde ir.
«¿Acaso se cree que no la echo de menos cada puto segundo que pasa? ¿Que no preferiría estar con ella en vez de seguir aquí hablando con él?» Me mira de reojo.
—Y ¿qué hay de tus amigos?
—¿Te refieres a los que drogaron a Pau? ¿O al que me tendió una trampa para soltarle lo de la apuesta? —replico contándolos con los dedos de la mano para añadir un efecto dramático—. O tal vez te refieras al que constantemente intenta meterse en sus bragas. ¿Quieres que continúe?
—Supongo que no. Aunque yo podría haberte dicho que tus amigos dan asco —dice con un molesto retintín—. ¿Qué vas a hacer entonces?
Decido que mantener la paz es preferible a matarlo y me encojo de hombros.
—Exactamente lo que estoy haciendo ahora.
—¿Así que vas a quedarte conmigo lloriqueando por los rincones?
—No estoy lloriqueando. Estoy haciendo lo que me dijiste que hiciera: mejorarme a mí mismo. — Me burlo dibujando comillas con los dedos—. ¿Has hablado con ella desde que se marchó? —pregunto.
—Sí, me ha enviado un mensaje esta mañana para decirme que ha llegado.
—Está en casa de Vance, ¿verdad?
—¿Por qué no lo averiguas por ti mismo?
«Joder, mira que Landon puede ser pesado.»
—Sé que está ahí. ¿Dónde, si no, iba a estar?
—Con ese tal Trevor —sugiere Landon rápidamente, y su sonrisita me hace reconsiderar retirar la suspensión de la pena de muerte que le acabo de otorgar.
Si ahora mismo le hiciera un placaje, no le haría mucho daño. Total, no está ni a un metro del suelo.
Probablemente ni siquiera le dejaría marcas...
—Me había olvidado del puto Trevor —gruño masajeándome las sienes con fuerza.
Trevor es casi tan irritante como Zed. Pero creo que Trevor en realidad tiene buenas intenciones con respecto a Pau, lo que aún me cabrea más. Lo hace aún más peligroso.
—Y entonces, ¿cuál es el siguiente paso en el Proyecto de Automejora? —Landon sonríe, pero la sonrisa desaparece rápidamente y su expresión se vuelve seria—. Estoy realmente orgulloso de ti por hacer esto, ¿sabes? Es genial verte intentarlo en serio, en vez de esforzarte durante una hora para volver a ser como eras en el momento en que ella te perdona. También significará mucho para Pau ver que realmente estás trabajando para cambiar.
Dejo caer los pies y me balanceo ligeramente en la silla. Hablar de esto despierta algo en mi interior.
—No intentes sermonearme, aún no he hecho una mierda; sólo ha pasado un día.
—Un largo, miserable y solitario día.
Landon abre mucho los ojos en señal de simpatía.
—No, lo digo en serio. No has recurrido al alcohol ni te has metido en peleas, no te han arrestado y, además, sé que viniste a hablar con tu padre.
Me quedo con la boca abierta.
—¿Te lo ha contado? Qué capullo.
—No, él no me ha dicho nada. Pero vivo aquí y vi tu coche.
—Ah...
—Creo que el hecho de que hables con él significará mucho para Pau —continúa.
—¿Quieres parar? —le imploro con una rápida caída de hombros—. Joder, que no eres mi loquero. Deja de actuar como si fueses mejor que yo y yo no fuera más que alguna clase de animal herido al que tienes que...
—¿Por qué no puedes simplemente aceptar un cumplido? —me interrumpe él—. Nunca he dicho que sea mejor que tú. Lo único que intento es estar ahí para ti, como un amigo. No tienes a nadie, tú mismo lo has dicho, y ahora que has permitido que Pau se mude a Seattle, no tienes ni a una sola persona para darte apoyo moral. —Me mira fijamente pero yo aparto los ojos—. Debes dejar de alejar a la gente de ti, Pedro. Sé que no te caigo bien; me odias porque crees que de algún modo soy el responsable de algunos de los problemas que tienes con tu padre, pero Pau y tú me importáis muchísimo, lo quieras oír o no.
—No quiero oírlo —le suelto.
¿Por qué siempre tiene que decir mierdas como ésa? Había venido a..., no sé, a hablar con él, no a que me dijera lo mucho que le importo.
Además, ¿por qué tendría que importarle? No he sido más que un cabrón desde el día que lo conocí, pero no lo odio. ¿De verdad cree que lo odio?
—Bueno, ésa es una de las cosas en las que necesitas trabajar. —Se pone en pie y sale del invernadero, dejándome a solas.
—Joder.
Balanceo un pie delante de mí y golpeo sin querer una de las estanterías de madera. Un crujido resuena por toda la sala y me pongo en pie de un salto.
—¡No, no, no!
Intento cazar al vuelo las cajas de flores, las macetas y todo lo que puedo antes de que caiga al suelo. En segundos, todo, absolutamente todo está por los suelos. Esto no está ocurriendo, yo no quería romper esta mierda, y aquí estoy, con un montón de tierra, flores y macetas rotas a mis pies.
Tal vez pueda limpiarlo antes de que Karen...
—Oh, Dios mío... —La oigo contener el aliento y me vuelvo hacia la puerta para verla allí de pie, con una pequeña pala de jardinero en la mano.
«Mieeeeerda.»
—No quería tirarlo, lo juro. Le he dado con el pie sin querer, la estantería se ha roto y... y toda esta mierda ha empezado a caer... ¡He intentado cogerlo! —trato de explicarle desesperado mientras ella corre hacia la pila de cerámica rota.
Sus manos se mueven entre los pedazos, tratando de volver a juntar una maceta azul que no podrá volver a estar de una pieza. Karen no dice nada, pero la oigo sorber por la nariz y trata de secarse las mejillas con sus manos llenas de tierra.
Tras unos segundos, murmura:
—He tenido esta maceta desde que era una niña. Fue la primera maceta que usé para trasplantar un esqueje.
—Yo... —No sé qué decirle. He roto muchísimas cosas, pero esta vez sí que ha sido un accidente.
Me siento como una auténtica mierda.
—Esto y la porcelana eran lo único que me quedaba de mi abuela —llora. La porcelana.
La porcelana que he roto en un millón de pedazos.
—Karen, lo siento. Yo...
—Está bien, Pedro —suspira y arroja los trozos de la maceta sobre la pila de suciedad.
Pero no está bien, puedo verlo en sus ojos castaños. Percibo lo herida que se siente, y me sorprendo ante el peso de la culpa que se instala en mi pecho a la vista de la tristeza en sus ojos. Contempla la maceta rota durante unos segundos más y yo la observo en silencio.
Trato de imaginar a Karen de niña, con unos grandes ojos castaños y un alma amable incluso entonces. Apuesto a que era una de esas niñas cariñosas con todo el mundo, hasta con los cabrones como yo. Pienso en su abuela, que probablemente era tan buena como ella, entregándole algo que Karen consideró lo suficientemente importante como para conservarlo durante todos estos años. Yo nunca he tenido nada en mi vida que no haya acabado destruido.
—Voy a terminar de preparar la cena. Pronto estará lista —dice al final.
Y entonces, secándose los ojos, abandona el invernadero igual que su hijo lo ha hecho hace apenas unos minutos.
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