Divina

Divina

sábado, 5 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 68


Pau

En el momento en que pierdo de vista el coche de Landon, el vacío se asienta pesadamente en mi pecho y me alejo de la entrada dejando que la puerta se cierre sola.
Noah está apoyado en el marco de la puerta de la cocina.

—¿Se ha ido? —pregunta suavemente.

—Sí, se ha ido. —Mi voz suena distante, desconocida incluso para mí.

—No sabía que ya no estabais juntos.

—Nosotros..., bueno..., estamos tratando de arreglarlo.

—¿Puedes decirme sólo una cosa antes de que cambies de tema? —Sus ojos estudian mi cara—.Conozco esa expresión, y sé que estás a punto de hacerlo.

Incluso después de los meses que llevamos separados, Noah es capaz de leerme a la perfección.

—¿Qué quieres saber? —pregunto.

Sus ojos azules se clavan en los míos. Me sostiene la mirada durante lo que me parece una eternidad.

—Si pudieras volver atrás, ¿lo harías, Pau? Te he oído decir que desearías borrar los últimos meses... pero, si pudieras, ¿de verdad lo harías?

«¿Lo haría?»

Me siento en el sofá para analizar la pregunta. ¿Lo olvidaría todo? ¿Borraría todo lo que me ha ocurrido en los últimos meses? La apuesta, las interminables peleas con Pedro, la espiral descendente en mi relación con mi madre, la traición de Steph, todas las humillaciones, todo.

—Sí. Sin pensarlo.

La mano de Pedro en la mía, la forma en que sus brazos tatuados me rodeaban atrayéndome contra su pecho. El modo en que a veces se reía tan fuerte que apretaba los ojos y el sonido llenaba mis oídos, mi corazón y todo el apartamento con una felicidad tan extraordinaria que me sentía más viva de lo que me había sentido jamás.

—No, no lo haría. No podría —digo cambiando de opinión.

Noah sacude la cabeza.

—Entonces, ¿con cuál te quedas? —Se ríe y se sienta en la butaca reclinable frente al sofá—. No sabía que fueras tan indecisa.

Niego firmemente con la cabeza.

—No lo borraría.

—¿Estás segura? Ha sido un mal año para ti..., y yo ni siquiera sé la mitad de lo ocurrido.

—Estoy segura. —Asiento un par de veces y me deslizo hasta el borde del sofá—. Aunque haría algunas cosas de forma diferente, sobre todo contigo.

Noah me dedica una leve sonrisa.

—Sí, yo también —acepta en voz baja.



—Paula. —Una mano me coge del hombro y me sacude—. Paula, despierta.

—Estoy despierta —gimo, y abro los ojos.

La salita. Estoy en la sala de estar de mi madre.

Aparto de una patada la manta que me cubre las piernas..., una manta con la que Noah me ha tapado después de que me tumbara tras hablar un poco más y de ponernos a ver la tele juntos. Como en los viejos tiempos.

Me libero de la mano de mi madre.

—¿Qué hora es?

—Las nueve de la noche. Iba a despertarte antes. —Frunce los labios.

Debe de haberse vuelto loca viéndome dormir durante todo el día. Curiosamente, la idea me divierte.

—Lo siento, ni siquiera recuerdo haberme dormido. —Me desperezo y me pongo de pie—. ¿Noah se ha ido? —Miro hacia la cocina y no lo veo.

—Sí, la señora Porter tenía muchísimas ganas de verte, pero le dije que no era buen momento —me informa, y entra en la cocina.

La sigo, oliendo algo que está cocinando.

—Gracias.

Me gustaría haberme despedido de Noah como es debido, sobre todo porque sé que volveré a verlo.
Mi madre se acerca al horno y dice por encima del hombro:

—Veo que Pedro ha traído tu coche. —La desaprobación tiñe su voz.

Un segundo más tarde, vuelve del horno y me tiende un plato con lechuga y tomates asados.
No he echado de menos su idea de una buena comida, pero de todos modos acepto el plato.

—¿Por qué no me dijiste que Pedro estuvo aquí anoche? Ahora lo recuerdo.

Ella se encoge de hombros.

—Él me pidió que no lo hiciera.

Me siento a la mesa y pincho la «comida» con indecisión.

—Y ¿desde cuándo te importa lo que él quiera? —la provoco, nerviosa por su reacción.

—No me importa —dice, y se prepara un plato para ella—. No lo mencioné porque era mejor para ti no recordar nada.

El tenedor resbala de mis dedos y golpea el plato con un tintineo agudo.

—Ocultarme cosas no es lo mejor para mí —replico. Estoy haciendo todo lo posible para mantener mi voz fría y calmada, de verdad.

Para enfatizarlo, limpio las comisuras de mi boca con una servilleta perfectamente doblada.

—Paula, no pagues tus frustraciones conmigo —dice mi madre, uniéndose a mí en la mesa—. Sea lo que sea que haya hecho ese chico para que te hayas vuelto así, es culpa tuya. No mía.

En el momento en que sus rojos labios se curvan en una sonrisa confiada me pongo en pie, arrojo la servilleta sobre el plato y salgo a toda prisa de la cocina.

—¿Adónde te crees que vas, jovencita? —me llama.

—A la cama. ¡Mañana debo levantarme a las cuatro de la mañana y tengo un largo viaje por delante! —grito desde el pasillo, y cierro la puerta de mi dormitorio.

Me siento en la cama de mi niñez... e inmediatamente esas paredes gris pálido parecen cernirse sobre mí. Odio esta casa. No debería, pero la odio. Odio la forma en que me siento cuando estoy en ella, como si no pudiera respirar sin que me regañen o me corrijan. 

Nunca me había dado cuenta de lo enjaulada y controlada que había estado toda mi vida hasta que probé por primera vez la libertad junto a Pedro. Me encanta cenar pizza y pasar todo el día desnuda en la cama con él. Nada de servilletas dobladas. Nada de ondas en el cabello. Nada de horribles cortinas amarillas.

Antes de poder detenerme lo estoy llamando y me contesta al segundo tono.

—¿Pau? —dice sin aliento.

—Hum..., hola —susurro.

—¿Algo va mal? — jadea recuperando el aliento.

—No. ¿Estás bien?

—¡Vamos, Alfonso, vuelve aquí! —grita una voz femenina al fondo.

El corazón empieza a martillearme contra las costillas mientras las posibilidades inundan mi mente.

—Oh, estás... No te molesto más.

—No, no pasa nada. Ella puede esperar.

Los ruidos de fondo se van acallando segundo a segundo. Debe de haberse alejado de donde sea que esté la mujer.

—De verdad que no importa —digo—. Te dejo, no quería... interrumpir. —Al mirar la pared gris junto a mi cama, juraría que se está acercando a mí, como si estuviera a punto de golpearme.

—De acuerdo —jadea él.

«¿Qué?»

—Vale, pues adiós —digo rápidamente, y cuelgo, tapándome la boca con una mano para no vomitar sobre la alfombra de mi madre.

Tiene que haber algún motivo lógico para...

Mi móvil vibra entonces junto a mi muslo, el nombre de Pedro es claramente visible en la pantalla. Contesto a pesar de mí misma.

—No estoy haciendo lo que crees..., ni siquiera me había dado cuenta de cómo ha sonado —me asegura de inmediato. Puedo oír el viento soplando a su alrededor y ahogando su voz.

—No pasa nada, en serio.

—No, Pau, sí que pasa —me corta—. Si estuviera con alguien ahora mismo no estaría bien, así que deja de actuar como si no importara.

Me tumbo en la cama, admitiendo para mí misma que tiene razón.

—No pensé que estuvieras haciendo algo —miento. De alguna forma sabía que no lo estaba haciendo, pero mi imaginación... me ha traicionado.

—Bien, tal vez por fin confíes en mí.

—Quizá.

—Lo que sería mucho más relevante si no me hubieses abandonado —replica en tono cortante.

Pedro...

Suspira.

—¿Para qué llamabas? ¿Tu madre se está comportando como una zorra?

—No la llames así. —Pongo los ojos en blanco—. Bueno..., vale, se está comportando un poco como si lo fuera, pero nada importante. Es sólo que... en realidad no sé por qué te he llamado.

—Bueno... —Hace una pausa y oigo cerrarse la puerta de un coche—. ¿Quieres hablar o algo?

—¿No te importa? ¿Podemos? —le pregunto.

Apenas unas horas antes le estaba diciendo que necesitaba ser más independiente, y aquí estoy, llamándolo al más mínimo problema.

—Claro.

—Por cierto, ¿dónde estás? —Necesito mantener la conversación lo más neutra posible..., aunque no es que sea fácil mantener las cosas entre Pedro y yo en territorio neutral.

—En un gimnasio.

Casi me echo a reír.

—¿Un gimnasio? Tú no vas al gimnasio.

Pedro es una de esas pocas personas bendecidas con un cuerpo increíble sin necesidad de trabajárselo. Su constitución es perfecta, alto y de hombros anchos; él asegura que de adolescente era desgarbado y flaco. Sus músculos son duros pero no están demasiado definidos, su cuerpo es una mezcla perfecta entre blando y duro.

—Lo sé. Esa tía me estaba pateando el culo. Estaba realmente abochornado.

—¿Quién? —digo tal vez con demasiada fuerza.

«Cálmate, Pau, obviamente habla de la mujer que has oído.»

—Oh, la entrenadora. He decidido usar la mierda esa del kickboxing que me regalaste por mi cumpleaños.

—¿De verdad?

La idea de Pedro haciendo kickboxing me hace imaginar cosas que no debería. Como él sudando...

—Sí —contesta con cierta timidez.                        

Sacudo la cabeza para intentar borrar la imagen de Pedro sin camiseta.

—Y ¿qué tal te ha ido?

—Bien, supongo. Aunque prefiero otro tipo de ejercicio. Pero, por otro lado, ya no estoy tan nervioso como lo estaba hace unas horas.

Entorno los ojos ante su respuesta aunque él no pueda verme.
Mis dedos resiguen el estampado floral del cubrecama.

—¿Crees que seguirás yendo?

Por fin puedo respirar ahora que Pedro empieza a explicarme lo rara que ha sido la primera media hora de entrenamiento, cómo no hacía más que insultar a la mujer hasta que ella ha comenzado a golpearlo en la nuca repetidamente, que esto le ha hecho respetarla y dejar de comportarse como un imbécil con ella.

—Espera —digo por fin—. ¿Aún estás ahí?

—No, ahora estoy en casa.

—Entonces... ¿te has ido? ¿La has avisado?

—No, ¿por qué tendría que hacerlo? —pregunta, como si toda la gente actuara como él constantemente.

Me gusta la idea de que deje todo lo que está haciendo para hablar conmigo por teléfono. No debería, pero me gusta. Me reconforta, aunque también me hace suspirar y añadir:

—No estamos llevando bien esto de darnos espacio.

—Nunca lo hacemos. —Puedo imaginarlo sonriendo, aunque esté hablando a más de ciento cincuenta kilómetros de distancia.

—Lo sé, pero...

—Ésta es nuestra versión del espacio. No te has metido en el coche y has venido hasta aquí. Sólo has llamado.

—Supongo...

Me permito aceptar su lógica retorcida, aunque de alguna forma tiene razón. Todavía no sé si eso es bueno o malo.

—¿Noah sigue por ahí? —pregunta entonces.

—No, se fue hace horas.

—Bien.

Estoy contemplando la oscuridad más allá de las horrorosas cortinas de mi habitación cuando Pedro se echa a reír y dice:

—Hablar por teléfono es tan jodidamente raro...

—¿Por qué? —pregunto.

—No sé... Llevamos hablando más de una hora.

Aparto el teléfono de mi oreja para comprobar la hora y, sí, tiene razón.

—No me parecía que lleváramos tanto —digo.

—Lo sé, nunca he hablado tanto tiempo con nadie por teléfono. Excepto cuando me llamas para darme el coñazo con que vas a traer a alguien a cenar o alguna llamada de mis amigos, aunque ellos nunca hablan más de un par de minutos.

—¿En serio?

—Sí, ¿por qué no? Nunca se me dio bien lo de las citas adolescentes; todos mis amigos solían pasar horas al teléfono escuchando a sus novias hablar sobre pintaúñas o de lo que coño hablen las chicas durante horas sin parar. —Se ríe y yo frunzo un poco el ceño al recordar que Pedro nunca tuvo la oportunidad de ser un adolescente normal.

—No te has perdido mucho —le aseguro.

—¿Con quién hablabas tú durante horas? ¿Con Noah? —El desprecio está claro en su pregunta.

—No, yo tampoco hice lo de hablar durante horas. Estaba demasiado ocupada leyendo novelas. — Puede que yo tampoco fuese una adolescente normal.

—Bueno, entonces me alegro de que fueras una empollona —dice, haciendo que el estómago me dé un vuelco.

—¡Paula! —la repetida llamada de mi madre me devuelve a la realidad.

—¡Oh! ¿Se te ha pasado la hora de dormir? —se burla Pedro. Nuestra relación, no relación, darnos-espacio-pero-hablar-por-teléfono se ha vuelto más confusa en la última hora.

—Cállate —respondo, y cubro el auricular lo suficiente como para gritarle a mi madre que ahora voy—. Tengo que ver qué quiere.

—¿De verdad te irás mañana?

—Sí.

Después de un momento de silencio, añade:

—De acuerdo, vale, pues ten cuidado... y esas cosas.

—¿Puedo llamarte por la mañana? —Mi voz tiembla al preguntar.

—No, probablemente no deberíamos volver a hacer esto —contesta, y mi pecho se contrae—. Al menos no muy a menudo. No tiene sentido que hablemos a todas horas si no vamos a estar juntos.

—Vale. —Mi respuesta suena baja, derrotada.

—Buenas noches, Pau —dice, y la línea se corta.

Tiene razón y lo sé, pero saberlo no hace que duela menos. En primer lugar, no debería haberlo llamado.

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bueno aca les dejo los capitulos de Hoy.. (ACLARO: mañana capaz que suba mas tarde porque me voy de viaje.. llegare eso de las 18 asi que apenas llegue y descanse subo)

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