Divina

Divina

sábado, 5 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 67


Pau

Cuando Pedro alcanza la puerta, le pregunto:

—¿Qué has hecho con Dan?

Quiero saber más sobre anoche, incluso si Noah puede oírnos hablar. Cuando pasamos junto a él en el pasillo, Pedro apenas se fija en él. Noah lo fulmina con la mirada, sin saber qué más hacer, supongo.

—Dan. Dijiste que Molly te lo había contado. ¿Qué hiciste?

Conozco a Pedro lo suficiente como para saber que fue a por él. Aún estoy sorprendida por la ayuda de Molly, no la esperaba ni de lejos cuando la vi entrar en el dormitorio anoche. Me estremezco ante el recuerdo.
Pedro medio sonríe.

—Nada demasiado malo. «No he matado a Dan cuando he dado con él, sólo le he pateado la cara...» 

—Le pateaste la cara... —digo intentando excavar en el caos que es mi cabeza. Alza una ceja.

—Sí... ¿Te lo ha contado Zed?

—Yo..., no lo sé... —Recuerdo oír las palabras, pero no puedo recordar quién las dijo.

«Soy Pedro, no Zed», dijo Pedro, y su voz parece muy real en mi mente.

—Estuviste aquí, ¿verdad? ¿Anoche? —Doy un paso hacia él y Pedro retrocede contra la pared—. Sí que estuviste, lo recuerdo. Dijiste que estuviste a punto de beber pero no lo hiciste...

—No creí que lo recordarías —murmura.

—¿Por qué no me lo has dicho?

Me duele la cabeza mientras trato de separar los sueños inducidos por la droga de la realidad.

—No lo sé. Iba a hacerlo, pero entonces todo se volvió tan familiar..., y tú estabas sonriendo y no quería estropearlo. —Alza un hombro y sus ojos se concentran en el gran cuadro de las puertas del cielo que cuelga en la pared de mi madre.

—¿Cómo iba a estropearlo el hecho de que me dijeras que me habías traído a casa?

—Yo no te traje a casa. Fue Zed.

Eso lo recordé antes, más o menos. Es tan frustrante...

—Y ¿tú viniste luego? ¿Qué estaba haciendo yo?

Quiero que Pedro me ayude a ordenar la secuencia de acontecimientos. Parece que no soy capaz de hacerlo sola.

—Estabas tumbada en el sofá, casi no podías hablar.

—Oh...

—Estabas llamándolo —añade en voz baja, el veneno es evidente a través de su voz profunda.

—¿A quién?

—A Zed. —Su respuesta es simple, pero puedo sentir la emoción tras sus palabras.

—No, no lo llamaba —replico. Eso no tiene sentido—. Esto es tan frustrante...

Vadeo por el barro mental y finalmente encuentro un nódulo de sentido... Pedro hablando sobre Dan, Pedro preguntándome si podía oírlo, preguntándome sobre Zed...

—Quería saber cómo estaba, si le habías hecho daño. Creo.

El recuerdo es borroso, pero ahí está.

—Dijiste su nombre más de una vez; no importa. Estabas tan ida... —Sus ojos se dirigen a la alfombra y se quedan ahí—. De todas formas no esperaba que me quisieras aquí.

—No lo quería a él. Puede que no recuerde mucho, pero estaba asustada. Me conozco lo suficiente como para saber que sólo te llamaría a ti —admito sin pensar.

¿Por qué habré dicho eso? Pedro y yo acabamos de romper, otra vez. Ésta es, de hecho, nuestra segunda ruptura, pero parece como si lo hubiéramos hecho más a menudo. Quizá porque esta vez no he saltado a sus brazos a la menor muestra de afecto de su parte. Esta vez abandoné la casa y sus regalos, esta vez me voy a Seattle antes de veinticuatro horas.

—Ven aquí —dice abriendo los brazos para mí.

—No puedo —contesto pasándome los dedos por el pelo.

—Sí que puedes.

Cuando Pedro está cerca de mí, sea cual sea la situación, su esencia siempre penetra en cada fibra de mi ser. Podemos estar gritándonos el uno al otro o sonriendo y bromeando. Nunca existe la distancia, no hay espacio entre nosotros. Es algo tan natural para mí ahora..., realmente algo tan instintivo el sentirme cómoda en sus brazos, reírme de su actitud, ignorar los problemas que ha causado cualquier situación en la que estemos metidos...

—Ya no estamos juntos —digo en voz baja, más para recordármelo a mí misma que otra cosa.

—Lo sé.

—No puedo fingir que lo seguimos estando. —Me muerdo el labio inferior e intento no fijarme en la forma en que sus ojos se oscurecen al recordar nuestro estado.

—No te estoy pidiendo que lo hagas. Sólo te estoy pidiendo que vengas. —Sus brazos siguen abiertos, aún invitándome, llamándome, acercándome más y más.

—Si lo hago, volveremos a caer en ese círculo que ambos hemos decidido romper.

—Pau...

Pedro, por favor... —Me aparto. Esta salita es demasiado pequeña para evitarle, y mi autocontrol comienza a fallar.

—Vale —suspira finalmente y sus manos se enredan en su cabello, su habitual gesto de frustración.

—Necesitamos esto, sabes que lo necesitamos. Tenemos que pasar tiempo separados.

—¿Tiempo separados?

Parece herido, enfadado, y tengo miedo de lo que pueda salir por su boca. No quiero pelearme con él, y hoy no es el día para que me provoque.

—Sí, pasar tiempo a solas. No podemos estar juntos y todo parece ponerse en nuestra contra. Tú mismo lo dijiste el otro día, que estabas cansado de esto. Me echaste del apartamento. —Cruzo los brazos a la altura del pecho.

—Pau..., no puedes estar... —Me mira a los ojos y se detiene a media frase—. ¿Cuánto tiempo?

—¿Qué?

—¿Cuánto tiempo separados?

—Yo... —No esperaba que lo aceptara—. No lo sé.

—¿Una semana? ¿Un mes? —presiona para que le dé detalles.

—No lo sé, Pedro. Ambos necesitamos encontrar nuestro lugar.

—Tú eres mi lugar, Pau.

Sus palabras se extienden por mi pecho y me obligo a apartar los ojos de su cara antes de perder la poquísima resistencia que aún me queda.

—Y tú eres el mío, ya lo sabes —admito—, pero estás tan enfadado que siempre estoy al límite contigo. Tienes que hacer algo con esa rabia y yo necesito tiempo para mí misma.

—Entonces, ¿esto vuelve a ser culpa mía? —pregunta.

—No, también es culpa mía. Dependo demasiado de ti. Necesito ser más independiente.

—Y ¿desde cuándo importa eso? —El tono de su voz me dice que ni siquiera ha considerado jamás que mi dependencia de él sea un problema.

—Desde que tuvimos esa pelea explosiva en el apartamento hace unas noches. De hecho, empezó hace tiempo; Seattle y la discusión de la otra noche fueron sólo la guinda del pastel.

Cuando por fin reúno el valor para mirar a Pedro, veo que su expresión ha cambiado.

—Vale, ya lo pillo —dice—. Lo siento, sé que la he jodido, y mucho. Siempre estamos peleando a muerte por lo de Seattle y quizá ya sea hora de que te escuche más. —Busca mi mano y dejo que me la coja, momentáneamente confundida por su recién descubierta aceptación—. Te daré espacio, ¿vale? Ya has soportado bastante mierda sólo en las últimas veinticuatro horas. Por una vez, no quiero ser otro problema.

—Gracias —respondo simplemente.

—¿Me avisarás cuando llegues a Seattle? Y come algo y descansa, por favor —dice. Sus ojos verdes son suaves, cálidos y reconfortantes.

Quiero pedirle que se quede, pero sé que no es buena idea.

—Lo haré. Gracias..., de verdad.

—No tienes que darme las gracias. —Se mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros negros y estudia mi cara—. Le daré saludos a Landon de tu parte —añade, y sale por la puerta.


No puedo evitar sonreír ante el modo en que se entretiene alrededor del coche de su hermanastro, mirando hacia la casa de mi madre durante un buen rato antes de subir al asiento del acompañante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario