Pedro
Quiero acercarme más a ella, tomar su mano temblorosa y encontrar una forma de borrar sus recuerdos. Odio que haya pasado por todo este sufrimiento, y de nuevo me impresiona su fuerza. Está sentada con la espalda recta como una tabla y lista para hablar conmigo.
—¿Por qué has venido? —me pregunta en voz baja.
En respuesta, le pregunto:
—¿Por qué ha venido él? —y señalo con la cabeza hacia la cocina.
Sé que Noah estará apoyado contra la pared, escuchando nuestra conversación. De verdad que no lo aguanto pero, dadas las circunstancias, probablemente debería callármelo.
Ella contesta jugueteando con las manos:
—Está aquí para asegurarse de que estoy bien.
—No necesita asegurarse de que estés bien. —Para eso estoy yo aquí.
— Pedro... —Frunce el ceño—. Hoy no, por favor.
—Lo siento. —Retrocedo un poco, sintiéndome incluso más cabrón que hace unos segundos.
—¿Por qué has venido? —pregunta de nuevo.
—Para traerte el coche. No me quieres aquí, ¿verdad?
Hasta ahora no había considerado esa posibilidad, ni una vez. Y me quema como el ácido. Que yo esté aquí seguro que sólo empeora las cosas para ella. Los días en los que encontraba su refugio en mí se han acabado.
—No es eso..., sólo estoy confusa.
—¿Sobre qué?
Sus ojos brillan bajo la tenue luz de la sala de estar de su madre.
—Tú, anoche, Steph..., todo. ¿Sabías que todo fue un juego para ella? Realmente me ha odiado durante todo este tiempo...
—No, claro que no lo sabía —le digo.
—¿No tenías ni idea de que tuviera esos sentimientos hacia mí?
«Maldita sea.» Pero quiero ser honesto, así que respondo:
—Quizá un poco, supongo. Molly lo mencionó un par de veces, pero no se explicó mucho, y nunca creí que fuera algo tan fuerte... o que Molly supiera de qué estaba hablando siquiera.
—¿Molly? ¿Desde cuándo se preocupa Molly por mí?
Así que blanco o negro. Pau siempre quiere que las cosas sean o blancas o negras, y eso me hace sacudir la cabeza, un poco triste porque las cosas nunca pueden ser tan simples.
—No lo hace, aún te odia —le digo, y miro hacia abajo—. Pero me llamó después de aquella mierda de Applebee’s, y me cabreé. No quería que ella o Steph echaran a perder las cosas entre nosotros. Pensé que Steph simplemente se estaba entrometiendo y comportándose como una zorra. No creía que también fuera una jodida psicópata.
Cuando vuelvo a mirar a Pau, se está secando las lágrimas de los ojos. Recorro la distancia que nos separa en el sofá y ella retrocede.
—Eh, está bien —le digo, y la cojo de la mano y la estrecho contra mi pecho—. Shhh...
Mi mano reposa sobre su cabello, y después de unos segundos tratando de apartarme, se rinde.
—Sólo quiero empezar de nuevo, olvidar todo lo ocurrido en los últimos meses —solloza.
Se me tensa el pecho mientras asiento, de acuerdo con ella aunque no lo quiera. No quiero que desee olvidarme.
—Odio la universidad. Siempre quise ir, pero ha sido un error tras otro para mí.
Me tira de la camiseta, acercándome aún más a ella. Permanezco en silencio porque no quiero que ella se sienta peor de lo que ya se siente. No tengo ni puñetera idea de en lo que iba a meterme cuando he llamado a la puerta, pero estoy más que seguro de que no esperaba acabar con Pau llorando entre mis brazos.
—Estoy siendo tan dramática... —Se aparta demasiado pronto, y por un momento considero la posibilidad de volver a abrazarla.
—No, para nada. Estás muy calmada teniendo en cuenta lo ocurrido. Dime qué recuerdas, no me hagas volver a preguntártelo. Por favor.
—Es todo muy confuso, de verdad. Fue todo muy... extraño. Era consciente de todo, pero nada tenía sentido. No sé cómo explicarlo. No podía moverme, pero podía sentir cosas. —Se estremece.
—¿Sentir cosas? ¿Dónde te tocó? —No quiero saberlo.
—En las piernas... Me desnudaron.
—¿Sólo en las piernas?
«Por favor, di que sí.»
—Sí, eso creo. Podría haber sido muchísimo peor, pero Zed... —Se detiene. Toma aliento
—. De todos modos, las pastillas me volvieron el cuerpo muy pesado..., no sé cómo explicarlo. Asiento.
—Sé lo que quieres decir.
—¿Qué?
Recuerdos rotos de desmayos en bares y de hacer eses por las calles de Londres acuden a mi mente.
La idea de diversión que una vez tuve es completamente opuesta a lo que ahora considero pasarlo bien.
—Solía tomar esas malditas pastillas por aquel entonces, por diversión.
—¿En serio? —Se le abre la boca, y no me gusta la forma en que su mirada me hace sentir.
—Supongo que diversión no es la palabra más adecuada —replico—. Ya no.
Ella asiente y me dedica una dulce sonrisa de alivio. Se acomoda el cuello de su suéter, que ahora veo que le queda muy ajustado.
—¿De dónde has sacado eso? —pregunto.
—¿El suéter? —Sonríe tensa—. Es de mi madre..., ¿no se nota? —Sus dedos tiran de la gruesa tela.
—No sé, Noah estaba en la puerta y tú vas vestida así... Creí que había viajado en la máquina del tiempo o algo —bromeo.
Sus ojos se iluminan con humor, toda la tristeza ha sido momentáneamente olvidada, y se muerde el labio inferior para no reír.
Luego sorbe por la nariz y extiende una mano hacia la mesita para sacar un pañuelo de papel de la caja con flores.
—No. No hay máquinas del tiempo. —Pau asiente con la cabeza mientras se suena la nariz. «Joder, incluso cuando llora está preciosa.»
—Estaba preocupado por ti —le confieso.
Su sonrisa desaparece. Mierda.
—Eso es lo que me confunde —replica—. Dijiste que no querías seguir intentándolo, pero ahora me dices que estabas preocupado por mí. —Me mira con una expresión vacía y el labio tembloroso.
Tiene razón. No siempre lo digo, pero es cierto. He pasado días preocupado por ella. Emoción..., eso es lo que necesito de ella. Necesito el consuelo.
—Está bien, no estoy enfadada contigo. —Se ha tomado mi silencio de forma equivocada—. Agradezco que hayas venido hasta aquí a traerme el coche. Significa mucho para mí que lo hayas hecho.
Permanezco en silencio en el sofá, incapaz de hablar durante unos minutos.
—No ha sido nada —consigo decir encogiéndome de hombros. Pero necesito decir algo real, cualquier cosa.
Tras contemplar mi doloroso silencio durante un momento, Pau se pone en modo amable anfitriona.
—¿Cómo volverás a casa? Espera..., para empezar, ¿cómo has sabido llegar hasta aquí? Mierda.
—Landon. Él me lo dijo.
Sus ojos vuelven a iluminarse.
—Oh. ¿Está aquí?
—Sí, está fuera.
—¡Oh! Vaya, te estoy retrasando, lo siento. —Se ruboriza y se pone en pie.
—No, tranquila. Está bien ahí fuera, esperando —tartamudeo.
«No quiero irme. A no ser que te vengas conmigo.»
—Debería haber entrado contigo. —Pau mira entonces hacia la puerta.
—Él está bien.
—Gracias de nuevo por haberme traído el coche... —Está tratando de despedirme educadamente. La conozco.
—¿Quieres que entre tus cosas? —me ofrezco.
—No, me iré por la mañana, es mejor dejarlas donde están.
¿Por qué me sorprendo cada vez que me recuerda que se va a ir a Seattle? Sigo esperando que cambie de idea, pero eso nunca ocurrirá.
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