Pedro
Contemplar cómo el reloj avanza minuto a minuto me está matando lentamente. Casi preferiría arrancarme los cabellos uno a uno a seguir sentado aquí esperando en este maldito sendero hasta las cinco. No veo el coche de la madre de Pau, no hay ningún coche en la entrada excepto el de Pau, en el que estoy sentado. Landon ha aparcado en la calle después de seguirme hasta aquí para poder llevarme de vuelta. Por suerte, se preocupa por el bienestar de Pau más que nadie, aparte de mí, así que no necesité convencerlo.
—Ve y llama a la puerta o lo haré yo —me amenaza a través del teléfono.
—¡Que ya voy! Joder, dame un segundo. No sé si habrá alguien.
—Pues si no hay nadie, deja las llaves en el buzón y nos largamos.
Precisamente por eso no he hecho nada aún, porque quiero que ella esté dentro. Tengo que saber que está bien.
—Ahora voy —digo, y le cuelgo a mi molesto hermanastro.
Los diecisiete escalones hasta la puerta de la casa de su madre son los más difíciles de subir de mi vida. Llamo contra la puerta mosquitera pero no estoy seguro de si he golpeado lo suficientemente fuerte. A la mierda, vuelvo a llamar, esta vez mucho más fuerte. Demasiado fuerte, de hecho. Bajo la mano cuando el débil aluminio se vence y saltan un par de alambres de la mosquitera. Mierda.
La puerta cruje al abrirse y, en vez de Pau, su madre o cualquier otra persona del jodido planeta a quien no me importaría ver, aparece Noah.
—Tienes que estar de puta broma —digo.
Cuando intenta cerrarme la puerta en la cara, la detengo con mi bota.
—No seas capullo. —Abro y él se echa atrás.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con el rostro marcado por un profundo ceño fruncido.
¡Tendría que preguntar yo qué hace él aquí! Pau y yo no llevamos separados ni tres días y ya está aquí este cabrón, reptando de vuelta a su vida.
—He traído su coche. —Miro a su espalda pero no puedo ver una mierda—. ¿Está ella aquí?
Durante todo el viaje me he estado diciendo que no quiero que me vea o que recuerde que estuve anoche en su casa, pero sé que he estado engañándome a mí mismo.
—Puede. ¿Sabe que ibas a venir? —Noah se cruza de brazos y necesito hacer acopio de todo mi autocontrol para no derribarlo de un puñetazo, pasarle de largo, o por encima, y encontrarla.
—No, sólo quiero asegurarme de que está bien. ¿Qué te ha contado? —le pregunto alejándome del porche.
—Nada. Pero no ha hecho falta. No tenía que contarme nada, sé que no habría venido hasta aquí si no le hubieses hecho algo.
Frunzo el ceño.
—De hecho, te equivocas, no fui yo... esta vez. —Parece sorprendido por mi pequeña admisión, así que continúo, por ahora con calma—: Mira, sé que me odias y tienes toda la razón del mundo para hacerlo, pero voy a verla, te guste o no, así que puedes echarte a un lado o...
—¿ Pedro? —La voz de Pau es apenas un susurro casi perdido en un suspiro cuando aparece detrás de Noah.
—Eh... —Mis pies me llevan al interior de la casa y Noah, inteligentemente, se aparta de mi camino —. ¿Estás bien? —pregunto tomando sus mejillas entre las manos.
Pau aparta la cabeza porque tengo las manos frías, me digo, y se aleja de mí.
—Sí, estoy bien —miente.
Las preguntas se agolpan en mi boca.
—¿Estás segura? ¿Cómo te sientes? ¿Has dormido? ¿Te duele la cabeza?
—Sí, bien, un poco, sí —responde asintiendo, pero yo ya he olvidado lo que le he preguntado.
»¿Quién te lo ha contado? —me pregunta ruborizada.
—Molly.
—¿Molly?
—Sí, me llamó cuando estabas..., hum..., en mi antigua habitación. —No puedo eliminar el pánico de mi voz.
—Oh... —Pau mira más allá de mí, concentrándose en algún punto en la distancia, con las cejas fruncidas en un rictus de concentración.
¿Se acuerda de que estuve aquí? ¿Quiero que lo recuerde?
Sí, claro que sí.
—Pero ¿estás bien?
—Sí.
Noah se acerca a nosotros y la alarma es evidente en su voz cuando pregunta:
—Pau, ¿qué ha pasado?
Al mirar a Pau me doy cuenta de que ella no quiere que él sepa todo lo ocurrido. Eso me gusta más de lo que debería.
—Nada, no te preocupes —le contesto para que ella no tenga que hacerlo.
—¿Fue algo serio? —presiona.
—Ya te he dicho que no te preocupes —gruño, y él traga saliva. Me vuelvo hacia Pau—. He traído tu coche —le digo.
—¿En serio? —pregunta—. Gracias, pensé que Steph le habría reventado el parabrisas o algo — suspira; sus hombros se hunden más a cada palabra que pronuncia. Su intento de broma no funciona con nadie, ni siquiera consigo misma.
—¿Por qué, de entre toda la gente, recurriste a ella? —le pregunto.
Pau mira a Noah y de nuevo a mí.
—Noah, ¿nos dejas un minuto? —pregunta con dulzura.
Él asiente y me lanza lo que supongo debe de ser algún tipo de mirada de advertencia antes de dejarnos solos en la pequeña salita.
—¿Por qué a ella? Dímelo, por favor —repito.
—No lo sé. No tenía ningún otro sitio adonde ir, Pedro.
—Podrías haber recurrido a Landon, prácticamente tienes tu propio dormitorio en esa casa —señalo.
—No quiero seguir metiendo a tu familia en esto. Ya lo he hecho demasiadas veces y no es justo para ellos.
—Y sabías que iría allí, ¿verdad? —Cuando baja la vista a sus manos, añado—: No habría ido.
—Vale —dice con tristeza.
Joder, eso no era lo que quería decir.
—No quería decir eso. Quería decir que iba a darte espacio.
—Oh —susurra mordiéndose una uña.
—Estás muy callada.
—Es sólo que..., no sé..., ha sido una noche, y una mañana, muy largas.
Frunce el ceño y quiero ir hasta ella y alisar la línea entre sus cejas y besarla hasta alejar el dolor.
«No Pedro, Zed», dijo cuando estaba medio inconsciente.
—Lo sé. ¿Recuerdas lo ocurrido? —le pregunto, no muy seguro de si soportaré oír su respuesta.
Casi espero que me diga que me largue, o que incluso me insulte, pero no lo hace. En lugar de eso, dice que sí con la cabeza, se sienta en el sofá y me indica que me siente en el otro lado.
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