Pedro
Carol cruza los brazos sobre el pecho.
—No voy a permitirlo.
—Lo sé.
Estoy que echo humo, y me pregunto cuánto se enfadaría Pau conmigo si insultara a su madre. Abandonar su habitación, su dormitorio infantil, ya es bastante malo sin tener además que oír el gimoteo estrangulado que sale de sus labios cuando cruzo el umbral de la puerta de vuelta al pasillo.
—¿Dónde estabas mientras todo esto ocurría? —pregunta su madre.
—En casa.
—¿Por qué no estabas allí para impedirlo?
—¿Cómo está tan segura de que yo no formaba parte de todo eso? Por lo general, no pierde el tiempo en echarme la culpa de todo lo malo que pasa en el mundo.
—Porque sé que, a pesar de tus pésimas decisiones y de tu actitud, nunca dejarías que algo así le ocurriera a Pau si pudieses impedirlo.
¿Es eso un cumplido de su parte? Un cumplido un tanto ambiguo... pero, diablos, lo aceptaré, especialmente teniendo en cuenta las circunstancias.
—Bueno... —empiezo a decir.
Ella levanta la mano para hacerme callar.
—No he acabado. No te culpo de todo lo malo que pasa en el mundo. —Señala hacia la chica que duerme medio inconsciente tumbada en la pequeña cama—. Sólo de lo que pasa en su mundo.
—No le discutiré eso —suspiro derrotado.
Sé que tiene razón; no se puede negar que he arruinado prácticamente todo en la vida de Pau.
«Él ha sido mi héroe, a veces mi torturador, pero sobre todo mi héroe», escribió Pau en su diario. ¿Un héroe? Estoy lejos de ser un maldito héroe. Daría cualquier cosa por serlo para ella, pero es que no sé cómo conseguirlo.
—Bueno, al menos estamos de acuerdo en algo. —Sus labios carnosos se elevan en una sonrisa, pero la borra enseguida y baja la vista a sus pies—. Bueno, si eso era todo cuanto necesitabas, ya puedes irte.
—De acuerdo...
Echo un último vistazo a Pau y me vuelvo de nuevo hacia su madre, que me mira fijamente otra vez.
—¿Cuáles son tus intenciones con respecto a mi hija? —me pregunta con cierta autoridad, pero también con un poco de miedo—. Tengo que saber cuáles son tus intenciones a largo plazo porque, cada vez que me doy la vuelta, le pasa algo, y no suele ser bueno. ¿Qué piensas hacer con ella en Seattle?
—No me voy a Seattle con ella. —Las palabras me pesan en la lengua.
—¿Qué? —Echa a andar pasillo abajo y la sigo.
—No voy. Se va sin mí.
—Por muy feliz que eso me haga, ¿puedo preguntar por qué? —Eleva una ceja perfectamente delineada y yo miro hacia otro lado.
—Porque no voy, eso es todo. De todos modos, es mejor para ella que no vaya.
—Hablas igual que mi exmarido. —Carol traga saliva—. A veces me culpo por el hecho de que Pau se haya colgado de ti. Temo que sea culpa de cómo era su padre antes de dejarnos.
Su mano, de manicura perfecta, se eleva para alisarse el cabello mientras trata de aparentar indiferencia ante la mención de Richard.
—Él no tiene nada que ver en su relación conmigo —replico—; Pau apenas lo conoció.
Los pocos días que han pasado juntos últimamente demuestran eso, que no lo recuerda lo suficiente como para que afecte a su elección de hombres.
—¿Últimamente? —Los ojos de Carol se abren con sorpresa, y observo con horror cómo el color abandona su cara. Y ese pequeño momento de entendimiento que habíamos creado parece desaparecer.
«Mierda. Joder. Hostia puta...»
—Ella..., hum..., bueno, nos lo encontramos hace poco más de una semana.
—¿Richard? ¿La ha encontrado? —Su voz se quiebra y se lleva la mano al cuello.
—No, ella se tropezó con él.
Empieza a pasar los dedos de forma nerviosa por las perlas de su collar.
—¿Dónde?
—No sé si debería contarle esto.
—¿Perdona? —Baja los brazos y se queda ahí de pie, mirándome con la boca abierta por el asombro.
—Si Pau hubiese querido que supiera que había visto a su padre, se lo habría dicho ella misma.
—Esto es más importante que tu odio hacia mí, Pedro. ¿Ha estado viéndolo a menudo? —Sus ojos grises brillan ahora, amenazando con derramar lágrimas en cualquier momento, pero conociendo a esta mujer, nunca, ni en un millón de años, soltaría una lágrima frente a nadie, y mucho menos frente a mí. Suspiro, no quiero traicionar a Pau, pero tampoco quiero crearme más problemas con su madre.
—Se quedó con nosotros unos días —explico.
—No pensaba decírmelo, ¿verdad? —Su voz es baja y ronca mientras se muerde sus uñas rojas.
—Probablemente no. Hablar con usted no resulta precisamente sencillo —le recuerdo. Me pregunto si éste es el mejor momento para sacar a relucir mi sospecha de que fue él quien se coló en el apartamento.
—Y ¿contigo sí? —Alza la voz y yo me acerco a ella—. Al menos yo me preocupo por su bienestar; ¡eso es más de lo que se puede decir de ti!
Sabía que una conversación civilizada entre nosotros no podía durar mucho.
—¡Me preocupo por ella más que nadie, incluso más que usted! —replico.
—Soy su madre, nadie la quiere más que yo. ¡El hecho de que creas que podrías hacerlo demuestra lo loco que estás!
Sus zapatos repiquetean contra el suelo mientras recorre el pasillo arriba y abajo.
—¿Sabe lo que creo? Creo que me odia porque le recuerdo a él. Odia el constante recuerdo de lo que echó a perder, y me odia para no tener que odiarse a sí misma... Pero ¿quiere saber algo? —Espero su sarcástico asentimiento antes de continuar—. Que usted y yo también nos parecemos mucho. Más de lo que nos parecemos Richard y yo: los dos rechazamos cualquier responsabilidad por nuestros errores. En vez de eso, culpamos a todos los demás. Apartamos a aquellos a quienes amamos y los obligamos a...
—¡No! ¡Te equivocas! —grita.
Sus lágrimas y sus gestos histriónicos impiden que acabe de decir lo que pienso: que acabará sus días sola.
—No me equivoco. Pero voy a irme. El coche de Pau sigue en alguna parte del campus, así que lo traeré mañana a no ser que quiera conducirlo usted misma. Carol se seca los ojos.
—Bien, trae el coche. Mañana a las cinco. —Me mira con los ojos enrojecidos y el rímel corrido—. Esto no cambia nada. Nunca me gustarás.
—Y a mí eso no me importará jamás.
Me dirijo hacia la puerta principal, planteándome por un momento volver a la habitación del fondo, coger a Pau y llevármela conmigo.
— Pedro, a pesar de lo que sientas por mí, sé que quieres a mi hija. Sólo deseo recordarte que, si la quieres, que si de verdad la amas, dejarás de interferir en su vida. Ella ya no es la misma chica que dejé en esa diabólica escuela hace apenas medio año.
—Lo sé. —Por mucho que odie a esta mujer, me da pena porque, al igual que yo, probablemente pasará sola el resto de su miserable vida—. ¿Puede hacerme un favor? —le pido. Me mira con sospecha.
—¿De qué se trata?
—No le diga que he venido. Si no lo recuerda, no se lo diga.
Pau está tan puesta que probablemente no se acordará de nada. No creo que sepa siquiera que estoy aquí ahora.
Carol me mira, reflexiona y por fin asiente.
—Eso puedo hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario