Divina

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sábado, 5 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 61


Pedro

No pueden haber llegado hace mucho, he conducido treinta kilómetros por encima de lo permitido durante todo el trayecto. Casi vomito cuando por fin veo la furgoneta de Zed en la entrada de la pequeña casa de ladrillo. Cuando sale al porche, mi visión se vuelve roja.

Zed camina lentamente hasta su furgoneta y yo aparco en la calle para no bloquearle el paso y que pueda largarse cagando leches.

«¿Qué le diré? ¿Y qué voy a decirle a ella? ¿Será capaz de escucharme siquiera?» 

—Sabía que aparecerías —me dice Zed en voz baja cuando me planto ante él.

—¿Por qué no iba a hacerlo? —gruño conteniendo mi creciente rabia.

—Tal vez porque es culpa tuya.

—¿Lo dices en serio? ¿Es culpa mía que Steph sea una puta psicópata?

«Sí, sí lo es.»

—No, es culpa tuya no haber ido con Pau a la fiesta. Deberías haber visto su cara cuando entré a la fuerza en esa habitación.

Sacude la cabeza como para librarse de ese recuerdo. Se me tensa el pecho. Pau no debe de haberle dicho que ya no estamos juntos.

«¿Significa eso que aún le importo, pese a mi forma de ser?»

—Yo... Ni siquiera sabía que ella iba a ir, así que no me jodas. ¿Dónde está?

—Dentro. —Señala lo evidente con una mirada asesina.

—Ni se te ocurra mirarme así..., para empezar no tendrías ni que estar aquí —le recuerdo.

—De no haber sido por mí, la habrían violado, así que mira...

Mis manos encuentran las solapas de su chaqueta de cuero y lo empujo contra el lateral de su camioneta.

—No importa las veces que lo intentes, ni las veces que la «salves», ella nunca te querrá. No lo olvides.

Le doy un último empujón y me aparto. Quiero golpearlo, reventarle la puta nariz por ser un cabronazo engreído, pero Pau está dentro de esa casa, y ahora mismo verla es mucho más importante. Al pasar junto a la ventanilla de la camioneta veo en su asiento el bolso de Pau... y su vestido.

«¿Es que está desnuda?»

—¿Por qué no lleva el vestido puesto? —me atrevo a preguntar.

Tiro de la manija para abrir la puerta y recojo sus cosas. Como no me contesta, le lanzo una mirada fulminante, esperando una explicación.

—Se lo quitaron —dice simplemente con expresión triste.

—Joder —murmuro, y doy media vuelta para recorrer el sendero hasta la casa de la madre de Pau. Cuando llego al porche, Carol sale para bloquear la puerta principal.

—¿Qué demonios haces tú aquí?

Su hija está herida y en lo único que piensa es en gritarme a mí. Muy bonito, sí señor.

—Necesito verla.

Cojo el pomo de la puerta mosquitera. Ella niega con la cabeza pero se aparta. Tengo el presentimiento de que sabe que la empujaría para pasar.

—¡No vas a entrar en esta casa! —chilla.

La ignoro y la rodeo.

—¡¿Es que no me has oído?! ¡No pases por mi lado como si no me hubieses oído!

La mosquitera golpea contra el marco a mi espalda mientras escaneo la sala de estar para encontrar a mi chica.

Y entonces me quedo helado al verla. Está tumbada en el sofá con las rodillas ligeramente flexionadas, el cabello como un halo rubio alrededor de su cabeza y los ojos cerrados. 

Carol continúa gritándome, amenazando con llamar a la poli, pero me importa una mierda. 
Me acerco a Pau  y me arrodillo para quedar a la altura de su cara. Sin pensarlo apenas, le acaricio el pómulo con el pulgar y acuno su mejilla ruborizada en la palma de la mano.

—Mierda —maldigo, y la estudio atentamente mientras su pecho sube y baja despacio—. Joder, Pau, lo siento mucho. Todo esto es culpa mía —le susurro, esperando que pueda oírme.

Es tan hermosa también cuando está quieta y en calma, con los labios ligeramente separados... la inocencia evidente en un rostro que quita el aliento.

Por supuesto, Carol irrumpe en ese momento vertiendo su rabia sobre mí.

—¡En eso tienes toda la razón! Esto es culpa tuya. ¡Y ahora lárgate de mi casa antes de que la policía te saque a rastras!

—¿Por qué no se tranquiliza? —replico sin volverme—. No voy a ir a ningún sitio. Vaya a llamar a la policía si quiere. Si se presentaran a estas horas de la noche, usted sería la comidilla de la ciudad, y todos sabemos que no es eso lo que quiere.

Soy consciente de que me está fulminando con la mirada, lanzándome dagas con la mente, pero no puedo apartar la vista de la chica que tengo frente a mí.

—Vale —resopla por fin su madre—. Tienes cinco minutos.

Sus zapatos raspan la alfombra de la forma más espantosa posible.

«Pero ¿qué hace tan bien vestida a estas horas de la noche?»

—Espero que puedas oírme, Pau —comienzo. Mis palabras son precipitadas, pero la acaricio con cuidado, tocando la suave piel de sus mejillas. Las lágrimas acuden a mis ojos para caer sobre su piel clara—. Lo siento tanto... Joder, siento tanto todo esto... No debería haberte dejado marchar, para empezar. Pero ¿en qué estaba pensando?
»Habrías estado orgullosa de mí, al menos un poco, creo. No he matado a Dan cuando he dado con él, sólo le he pateado la cara... Oh, y también lo he estrangulado un poco, pero aún respira. —Hago una pausa antes de admitir—: Y he estado a punto de beber esta noche, pero no lo he hecho. No podría haber empeorado más las cosas entre nosotros. Sé que crees que no me importas, pero sí que me importas, es sólo que no sé cómo demostrártelo.

Me detengo para examinar la forma en que sus párpados tiemblan ante el sonido de mi voz.

—Pau, ¿puedes oírme? —pregunto, lleno de esperanza.

—¿Zed? —apenas suspira ella, y durante un segundo juro que el diablo me juega una mala pasada.

—No, cariño, soy Pedro. Soy Pedro, no Zed. —No puedo evitar la rabia que se apodera de mí al oírla susurrar su nombre tan suavemente.

Pedro no. —Frunce el ceño confusa, pero sus ojos permanecen cerrados—. ¿Zed? —repite, y retiro la mano de su mejilla.

Cuando me pongo en pie no veo a su madre por ningún lado. Me sorprende que no haya estado mirando por encima de mi hombro mientras trataba de hablar con su hija.
Y entonces, como si mis pensamientos la hubiesen conjurado, reaparece en la sala.

—¿Has acabado? —exige saber.

Alzo la palma de la mano para detenerla.

—No, aún no —aunque lo desearía. Al fin y al cabo, Pau ha preguntado por Zed.

Y de pronto, amablemente, como si admitiera que no puede controlar el mundo entero, su madre pregunta:

—¿Podrías llevarla a su habitación antes de irte? No puede quedarse tirada en el sofá...

—Así que no se me permite entrar, pero... —Me detengo, sabiendo que no conseguiré nada discutiendo con esta mujer por enésima vez desde que la conozco, por lo que me limito a asentir—. Claro; ¿dónde está su dormitorio?

—La última puerta a la izquierda —replica secamente, y desaparece de nuevo.

No sé de dónde ha sacado Pau su amabilidad, pero seguro que no le viene de esta mujer.
Suspirando, paso un brazo bajo las piernas de Pau y otro bajo su cuello y la alzo hasta mi pecho. Mantengo la cabeza un poco baja mientras recorro el pasillo con ella. Esta casa es pequeña, mucho más de lo que había imaginado.

La última puerta a la izquierda está casi cerrada, y cuando la abro con el pie me sorprende el sentimiento de nostalgia que me asalta al entrar en un dormitorio en el que nunca antes había estado. Una cama pequeña reposa contra la pared más alejada, ocupando casi la mitad del diminuto dormitorio. El escritorio del rincón tiene casi el mismo tamaño que la cama. Una Pau adolescente acude a mi imaginación, la de horas que debe de haber pasado sentada a ese gran escritorio trabajando en interminables deberes para clase. El ceño fruncido, la boca apretada en una línea de concentración, el cabello cayéndole sobre los ojos y su mano echándolo hacia atrás ligeramente antes de ponerse el lápiz tras la oreja.

Conociéndola como la conozco ahora, nunca habría imaginado que estas sábanas rosa y el cubrecama púrpura fueran suyos. Deben de ser herencia de la fase de muñeca Barbie por la que pasó y que una vez describió como «la mejor y la peor época de su vida». Recuerdo cómo me contaba que se pasaba el día entero preguntándole a su madre cosas como dónde trabajaba Barbie, a qué universidad había ido, si algún día tendría hijos...

Miro a la Pau adulta que tengo entre los brazos y reprimo una carcajada al pensar en su curiosidad constante, una de las cosas que más y que menos me gustan de ella ahora. Echo las sábanas hacia atrás y la deposito suavemente sobre la cama, asegurándome de que sólo tenga una almohada bajo la cabeza, tal y como duerme en casa.

En casa..., aquélla ya no es su casa. Igual que esta casita, nuestro apartamento fue una simple parada para ella de camino a su sueño: Seattle.

La pequeña cómoda cruje cuando abro el cajón superior en busca de ropa para cubrir su cuerpo medio desnudo. Pensar en Dan desnudándola me hace apretar los puños alrededor de la tela de una camiseta de su armario. Incorporo a Pau tan delicadamente como puedo y se la meto por la cabeza. Tiene el cabello enredado, y cuando trato de peinárselo sólo consigo dejárselo peor. Ella gime de nuevo y sus dedos tiemblan. Intenta moverse pero no puede. Odio esto. Me trago la bilis que me sube por la garganta y parpadeo para alejar los pensamientos de toda la mierda que ha tenido que soportar.


Por respeto, miro hacia otro lado mientras mis manos le meten los brazos por las mangas hasta que finalmente consigo vestirla. Carol está de pie en el umbral de la puerta. Su expresión es tensa pero no deja de estar cabreada, y me pregunto cuánto tiempo llevará ahí observando.

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