Pedro
Al ojear las páginas de la pequeña libreta, me cuesta decidir por dónde empezar a leer. Es un diario de la clase de religión de Pau; tardo un minuto en comprender qué es porque, a pesar del título de la portada, cada entrada está encabezada con una palabra y una fecha, la mayoría de las cuales no tienen nada que ver con religión. También está menos estructurado que los ensayos que le he visto escribir a Pau, un poco más tipo monólogo interior.
«Dolor.» La palabra llama mi atención y comienzo a leer.
¿El dolor aleja a la gente de su dios? Si es así, ¿cómo?
El dolor puede alejar a cualquiera de casi todo. El dolor es capaz de obligarte a hacer cosas que nunca pensarías hacer, como culpar a Dios de tu infelicidad.
Dolor..., una simple palabra pero tan llena de significado. He llegado a comprender que el dolor es la emoción más fuerte que alguien puede llegar a sentir. Al contrario que cualquier otra emoción, es la única que todo ser humano tiene garantizado sentir en algún momento de su vida, y no hay ventaja en el dolor, no hay aspectos positivos que puedan hacerte verlo desde una perspectiva diferente..., sólo existe la abrumadora sensación del propio dolor. Recientemente he conocido el dolor de primera mano..., hasta convertirse en algo casi insoportable. A veces, cuando estoy sola, cosa que ocurre más de lo que desearía últimamente, me veo a mí misma tratando de decidir qué tipo de dolor es peor. La respuesta no es tan simple como pensé que sería. El dolor lento y constante, del tipo que sobreviene cuando has sido herido repetidamente por la misma persona, y aun así aquí estás, aquí estoy, permitiendo que el dolor continúe..., y nunca acaba.
Sólo en esos raros momentos cuando me estrecha contra su pecho y hace promesas que nunca parece ser capaz de mantener, el dolor desaparece. Justo cuando me acostumbro a la libertad, a vivir libre del dolor autoinfligido, retorna con otra oleada.
Esto no tiene nada que ver con la religión. Esto va sobre mí.
He decidido que el dolor ardiente, abrasivo e inevitable es el peor. Ese dolor llega cuando por fin comienzas a relajarte, cuando por fin respiras, pensando que algunos problemas son cosa del ayer, cuando en realidad son parte de hoy, de mañana y de todos los días después de mañana. Ese dolor llega cuando has puesto todas tus esperanzas en algo, en alguien, y éste te traiciona tan completa e inesperadamente que el dolor te machaca y te sientes como si casi no pudieras respirar, apenas aferrada a esa pequeña fracción de lo que sea que quede en tu interior y que te suplica que sigas adelante, que no te rindas.
Joder.
A veces la gente se aferra a la fe. A veces, si eres lo suficientemente afortunado, puedes apoyarte en alguien y confiar en que te apartará del dolor antes de que te instales en él demasiado tiempo. El dolor es uno de esos lugares horribles que, una vez los visitas, debes luchar para abandonarlos, e incluso cuando crees que has escapado, descubres que te han marcado de forma permanente. Si eres como yo, no tienes a nadie en quien apoyarte, nadie que te coja de la mano y te asegure que conseguirás salir de ese infierno. Por el contrario, tienes que atar tus propias botas, coger tu propia mano y sacarte de ahí tú misma.
Mis ojos buscan la fecha al inicio de la página. Escribió esto mientras yo estaba en Inglaterra. No debería seguir leyendo. Debería dejar el maldito diario y no volver a abrirlo jamás, pero no puedo. Tengo que saber qué más fue escrito en este libro de secretos. Me temo que esto es lo más cerca que volveré a estar de ella.
Me detengo en otra página titulada «Fe».
¿Qué significa la fe para ti? ¿Tienes fe en algo superior? ¿Crees que la fe puede aportar algo bueno a la vida de la gente?
Esto debería ir mejor. Esta entrada no debería retorcer el cuchillo y empeorar el dolor de mi pecho. Esto no debería tener nada que ver conmigo.
Para mí, la fe significa creer en algo más aparte de en ti mismo. No creo que haya dos personas que puedan tener la misma opinión sobre la fe, ya esté ésta basada en la religión o no. Yo creo en algo superior, me criaron así. Mi madre y yo íbamos a la iglesia cada domingo, y muchos miércoles también. Ahora no voy a la iglesia, cosa que probablemente debería hacer, pero aún estoy decidiendo cómo me siento con mi fe religiosa ahora que soy adulta y ya no estoy obligada a hacer lo que mi madre espera que haga.
Cuando pienso en fe, mi mente no se dirige automáticamente a la religión. Probablemente debería, pero no es así. Piensa en él; todo gira en torno a él. Está en todos mis pensamientos. No estoy totalmente segura de si esto es bueno o no, pero así están las cosas y tengo fe en que, al final, lo nuestro funcionará. Sí, es difícil y sobreprotector, a veces incluso controlador... Vale, a menudo es controlador, pero tengo fe en él, en que piensa en mi bien por muy frustrantes que sean sus acciones. Mi relación con él me pone a prueba de formas que nunca creí imaginables, pero cada segundo vale la pena. Creo de verdad que un día su profundo temor a perderme desaparecerá y podremos emprender un futuro juntos; eso es todo cuanto quiero. Sé que él también lo desea, aunque nunca lo diría. Tengo tanta fe en ese hombre que aceptaré cada lágrima, cada discusión sin sentido..., lo aceptaré todo para poder estar cerca el día en que sea capaz de tener fe en sí mismo.
Mientras tanto, tengo fe en que un día Pedro dirá lo que siente abierta y honestamente, poniendo fin a su exilio autoimpuesto. Ese día finalmente verá que no es un villano. Se esfuerza mucho en serlo, pero en el fondo realmente es un héroe. Me salvó de mí misma.
He pasado mi vida entera fingiendo ser alguien que no era, y Pedro me ha mostrado que está bien ser yo misma. Ya no me ajusto a la idea que tenía mi madre de lo que debo llegar a ser, y le doy gracias desde lo más profundo de mi corazón por ayudarme a llegar a este punto. Creo que un día verá lo realmente increíble que es. Es tan increíble y perfectamente imperfecto que lo quiero aún más por eso.
Puede que no muestre el heroísmo en su interior de forma convencional, pero lo intenta, y eso es todo cuanto puedo pedirle. Tengo fe en que, si continúa intentándolo, finalmente se permitirá a sí mismo ser feliz. Yo seguiré teniendo fe en él hasta que él la tenga en sí mismo.
Cierro la libreta y me pellizco el puente de la nariz en un intento por controlar mis emociones. Pau cree en mí por alguna maldita razón. Para empezar nunca entenderé por qué perdió su tiempo conmigo, pero leer sus pensamientos de esta forma tan cruda retuerce el cuchillo en mi pecho, y lo saca para luego volver a empalarme con su hoja una vez más.
Comprender que Pau es como yo me asusta y me emociona al mismo tiempo. Saber que todo en su mundo gira... alrededor de mí me hace feliz, incluso me marea un poco, pero cuando recuerdo que lo he echado a perder, la felicidad desaparece tan rápido como ha llegado. Le debo a ella, y a mí mismo, el ser mejor. Le debo a ella intentar acabar con mi rabia.
Es raro, pero siento como si me hubiesen quitado un gran peso de encima desde la conversación con mi padre. No iría tan lejos como para decir que todos esos feos y dolorosos recuerdos quedan perdonados, o que de pronto seremos colegas, quedaremos para ver deportes juntos en la tele y toda esa mierda, pero lo odio menos de lo que lo odiaba antes. Soy más como mi padre de lo que querría admitir. He intentado dejar a Pau por su propio bien, pero aún tengo que ser lo suficientemente fuerte como para hacerlo.
Así que, de alguna forma, él es más fuerte que yo. Él se largó de verdad y no volvió. Si tuviera un hijo con Pau y supiera que iba a joderles la vida, yo también me largaría.
«A la mierda con eso.»
La idea de tener un hijo me da náuseas. Sería el peor padre posible, y Pau realmente estaría mejor sin mí. Ni siquiera soy capaz de demostrarle a ella mi amor, así que, ¿cómo iba a demostrárselo a un niño?
—Ya basta —me digo en voz alta, y suspiro poniéndome en pie.
Camino hasta la cocina y abro un armario. La botella medio vacía de vodka me llama desde el estante, suplicándome que la abra.
Soy un auténtico borracho. Planeo sobre la encimera de la cocina con una botella de vodka en las manos. Desenrosco el tapón y me la llevo directamente a los labios. Sólo un trago conseguirá ahuyentar la culpabilidad. Con un trago puedo obligarme a creer que Pau volverá pronto a casa. Ya antes ha adormecido el dolor, y lo haré de nuevo. Un trago.
Justo cuando cierro los párpados y echo la cabeza hacia atrás, puedo ver el rostro bañado en lágrimas de Pau ante mí. Abro los ojos, me vuelvo hacia el fregadero y echo el vodka por el desagüe.
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