Pedro
Cuando llamo a la puerta del despacho de mi padre, siento náuseas. No me puedo creer que haya llegado a esto, a acudir a él en busca de consejo. Sólo necesito a alguien que me escuche, alguien que sepa cómo me siento, o que al menos pueda imaginarlo.
Su voz me llega desde el interior de la estancia:
—Entra, cariño.
Dudo antes de hacerlo, sabiendo que esto es incómodo, aunque necesario. Me siento en la silla frente a su gran escritorio y veo cómo pasa de mostrarse expectante a estar sorprendido.
Una leve risa escapa de su boca.
—Lo siento, creí que eras Karen —dice, pero viendo mi humor se interrumpe y me observa con detenimiento.
Asiento y miro hacia otro lado.
—No sé por qué he venido, pero es que no sabía adónde ir.
Escondo el rostro entre las manos y mi padre se sienta al borde de su escritorio de caoba.
—Me alegro de que hayas recurrido a mí —me dice en voz baja, calibrando mi reacción.
—Yo no diría exactamente que haya recurrido a ti —replico.
Sí que lo he hecho, pero no quiero que crea que esto es un gran paso en nuestra relación o alguna mierda por el estilo, aunque puede que sí lo sea. Lo observo tragar saliva y asentir lentamente; sus ojos se fijan en cualquier punto de la sala excepto en mí.
—No hace falta que te pongas nervioso, no me va a dar un chungo ni voy a romper nada —le digo mirando la hilera de placas decorativas a su espalda—. No tengo energía para eso.
Cuando no responde, dejo escapar un suspiro.
Por supuesto, eso sí que lo hace reaccionar, esa señal de mi derrota, así que dice:
—¿Quieres contarme qué ha ocurrido?
—No, no quiero —contesto mirando los libros alineados en su pared.
—De acuerdo...
Suspiro, sintiendo la inevitabilidad del momento.
—No quiero, pero supongo que tendré que hacerlo.
Mi padre me mira, perplejo durante un segundo, y sus ojos castaños se agrandan al estudiarme detenidamente, sin duda esperando una trampa.
—Créeme —le aseguro—, si tuviera alguien más a quien acudir no estaría aquí, pero Landon es un jodido chaquetero y siempre se pone de su parte.
Sé que eso no es ni medio verdad, pero en estos momentos no quiero los consejos de Landon. Es más, no quiero admitir ante él lo capullo que he sido y la mierda que le he soltado a Pau durante los últimos días. No es que su opinión me importe mucho, pero por alguna razón me importa más que la de ningún otro, excepto la de Pau, claro.
Mi padre me dedica una dolorosa sonrisa.
—Lo sé, hijo.
—Bien.
No sé por dónde empezar y, honestamente, aún no estoy seguro de por qué he venido aquí. Tenía la intención de ir a un bar y tomarme algo, pero de algún modo he acabado aparcando frente a la casa de mi padre..., no, de papá. La manía de Pau de llamarlos sólo madre y padre en vez de mamá o papá solía volverme loco, pero ahora se me escapa a mí también. Aunque tiene suerte de que me refiera a él como padre o papá en vez de Ken o cabrón, como he estado llamándolo la mayor parte de mi vida.
—Bueno, como probablemente habrás deducido, al final Pau me ha dejado —admito alzando los ojos hacia él. Mi padre se esfuerza por mantener una expresión neutra mientras espera a que yo continúe, pero todo cuanto añado es—: Y no la he detenido.
—¿Estás seguro de que no volverá? —pregunta.
—Sí, estoy seguro. Me dio multitud de oportunidades para que la detuviera, y no ha intentado llamarme ni enviarme un mensaje en... —miro el reloj de la pared— casi veintiocho horas; además, no tengo ni la menor idea de dónde está.
Había esperado encontrar su coche en la entrada cuando llegué a casa de Ken y Karen. Estoy seguro de que ésa es una de las razones por las que he venido aquí. ¿Adónde más podría haber ido? Espero que no haya conducido todo el camino hasta casa de su madre.
—Pero ya habéis pasado por esto antes —empieza a decir mi padre—. Y siempre encontráis la manera de...
—¿Me estás escuchando? Te he dicho que no va a volver —resoplo interrumpiéndolo.
—Te estoy escuchando, sí. Sólo siento curiosidad por saber por qué esta vez es diferente.
Cuando lo miro fijamente, él me devuelve la mirada impasible, y resisto la necesidad de levantarme y abandonar su recargado despacho.
—Es así y punto. No sé cómo estoy tan seguro de ello, y probablemente pensarás que soy un idiota por haber venido aquí, pero estoy cansado, papá, estoy terriblemente cansado de ser así, y no sé qué hacer al respecto.
«Joder. Parezco desesperado y terriblemente patético.»
Él abre la boca para hablar, pero se detiene y no dice nada.
—La culpa es tuya —continúo—. De verdad que es tuya. Porque si hubieses estado ahí para mí, quizá podrías haberme enseñado a..., no sé..., a no tratar a la gente como una mierda. Si hubiese tenido una figura masculina en casa mientras crecía, quizá ahora no sería un mierda. Si no encuentro alguna solución para Pau y para mí, acabaré siendo como tú. Bueno, como tú antes de convertirte en esto. — Señalo su chaleco de punto y sus pantalones de vestir perfectamente planchados—. Si no puedo encontrar una forma de dejar de odiarte, nunca seré capaz de...
No quiero acabar la frase delante de él. Lo que quiero decir es que, si no puedo dejar de odiarlo, nunca seré capaz de mostrarle a ella lo mucho que la quiero y tratarla como debo, como ella se merece.
Mis palabras no mencionadas flotan en el sofocante estudio de paneles de madera como un espíritu torturado que ninguno de nosotros sabe cómo exorcizar.
—Tienes razón —me sorprende al final.
—¿La tengo?
—Sí, la tienes. Si hubieses tenido un padre para guiarte y enseñarte a ser un hombre, estarías más preparado para hacer frente a estas situaciones, y para la vida en general. Yo me culpo a mí mismo por tu... —lo veo buscar las palabras apropiadas y me descubro a mí mismo inclinándome un poco hacia él — comportamiento. Tu forma de ser es culpa mía. Todo es parte de mí y de los errores que he cometido. Cargaré con la culpa por mis pecados durante el resto de mi vida, y por todo ello lo siento mucho, hijo, muchísimo.
La voz se le quiebra al final y de pronto siento... siento...
Que estoy a punto de vomitar.
—Bueno, esto es genial, tú puedes ser perdonado, ¡pero el resultado de tus acciones es cómo soy yo ahora! ¿Qué se supone que voy a hacer al respecto?
Comienzo a tirarme de las pieles de alrededor de las uñas y me doy cuenta de que, sorprendentemente, tengo los nudillos sin marcas para variar. De algún modo, eso aplaca parte de mi rabia.
—Tiene que haber algo que pueda hacer —digo en voz baja.
—Creo que deberías hablar con alguien —sugiere mi padre.
Pero su respuesta me resulta insuficiente, y la rabia vuelve a aflorar. «¿En serio que tengo que hablar con alguien?, ¿quién coño lo iba a decir?» Sacudo la mano en el aire, entre los dos.
—Y ¿qué estamos haciendo ahora? Estamos hablando.
—Me refiero a un profesional —replica con calma—. Tienes mucha rabia acumulada desde la infancia, y a no ser que encuentres la forma de liberarla, o al menos de gestionarla de una forma sana, me temo que no conseguirás ningún progreso. Yo no puedo darte las herramientas para ello; yo soy el responsable de tu dolor, y dudarías de todo lo que te dijera en tus momentos de mayor irritación, incluso si lo dijera por tu bien.
—Entonces ¿venir aquí ha sido una pérdida de tiempo? ¿No hay nada que puedas hacer?
Sabía que debería haberme ido de bares. Ahora ya podría ir por mi segundo whisky con cola.
—No ha sido una pérdida de tiempo. Ha sido un gran paso en tu esfuerzo por convertirte en mejor persona. —Me sostiene la mirada de nuevo y literalmente puedo paladear el whisky que debería estar bebiendo ahora mismo en lugar de estar teniendo esta conversación—. Ella estaría muy orgullosa de ti —añade.
¿Orgullosa? ¿Por qué diablos iba a estar nadie orgulloso de mí? Asombrada de verme aquí, quizá, pero orgullosa..., no.
—Me llamó borracho —confieso sin pensar.
—Y ¿tiene razón? —pregunta, con evidente preocupación en la cara.
—No lo sé. No creo que lo sea, pero no lo sé.
—Si no sabes si eres un alcohólico, tal vez deberías descubrirlo antes de que sea demasiado tarde.
Estudio la cara de mi padre y puedo ver auténtico miedo por mí tras sus ojos. Siente el miedo que tal vez yo debería tener.
—¿Por qué empezaste tú a beber? —pregunto. Siempre he querido saber la respuesta a esa pregunta, pero nunca me había sentido con derecho a preguntar.
Él suspira, y sus manos se elevan para alisar su corto cabello.
—Bueno, tu madre y yo no estábamos en nuestro mejor momento, y la espiral descendente empezó cuando me fui una noche y me emborraché. Por «emborracharme» quiero decir que no podía ni caminar hasta casa, pero descubrí que me gustaba cómo me sentía, inmóvil o no. Me dejaba insensible a todo el dolor que sentía, y después de aquel día se convirtió en un hábito. Pasaba más tiempo en el maldito bar al otro lado de la calle del que pasaba contigo y con ella. Llegué a un punto en el que no podía funcionar sin licor, aunque realmente tampoco estaba funcionando con él. Era una batalla perdida.
No recuerdo nada de antes de que mi padre se convirtiera en un borracho; siempre había creído que ya era así desde antes de que yo naciera.
—¿Qué era tan doloroso para que intentaras escapar de ello?
—Eso no importa. Lo que importa es que un día por fin desperté y me rehabilité.
—Después de dejarnos —le recordé.
—Sí, hijo, después de que os dejara a los dos. Estabais mejor sin mí. No podía ser un buen padre ni un buen marido. Tu madre hizo un trabajo excelente criándote, desearía que no hubiera tenido que hacerlo sola, pero al final resultó mejor así que conmigo cerca.
La rabia arde en mi interior y clavo los dedos en los brazos de la butaca.
—Pero sí que puedes ser un marido para Karen y un padre para Landon.
Ya está, ya lo he dicho. Siento tanto jodido resentimiento hacia este hombre que fue un cabrón borracho durante toda mi vida, que jodió mi existencia pero que consiguió volver a casarse y adoptar un nuevo hijo y una nueva vida... Por no mencionar que ahora es rico y que nosotros no teníamos una mierda mientras crecía. Karen y Landon tienen todo lo que mi madre y yo deberíamos haber tenido.
—Sé que eso es lo que parece, Pedro, pero no es verdad. Conocí a Karen dos años después de dejar de beber. Landon ya tenía dieciséis, y yo no intentaba ser una figura paterna para él. Él tampoco creció con un padre en casa, así que me aceptó enseguida. No era mi intención tener una nueva familia y reemplazarte..., nunca podría reemplazarte. Nunca quisiste saber nada de mí, y no te culpo por ello..., pero, hijo, había pasado la mitad de mi vida en la oscuridad..., en una cegadora y desoladora oscuridad. Y Karen fue mi luz, como Pau lo es para ti.
Casi se me para el corazón ante la mención de Pau. Estaba tan perdido reviviendo mi infancia de mierda que por un momento he dejado de pensar en ella.
—No pude hace otra cosa que sentirme feliz y agradecido cuando Karen llegó a mi vida, Landon incluido —continúa Ken—. Daría lo que fuera por tener contigo la misma relación que tengo con él; quizá algún día pueda ser así.
Puedo ver que mi padre está sin aliento después de una confesión como ésa, y yo me siento sin palabras. Nunca antes había tenido una conversación de este tipo con él, o con nadie excepto con Pau. Ella siempre parece ser la excepción.
No sé qué decirle. No puedo perdonarlo por joder mi vida y escoger la bebida por encima de mi madre, pero decía en serio lo de intentar perdonarlo. Si no lo hago, nunca podré ser normal. En serio, ni siquiera estoy seguro de si alguna vez podré ser «normal», pero me gustaría ser capaz de pasar una semana entera sin romper algo o a alguien.
La humillación en la cara de Pau cuando le dije que abandonara el apartamento está grabada en mi mente. Pero en vez de tratar de borrarla como siempre hago, la acepto. Necesito recordar lo que le hice, se acabó ocultarme de las consecuencias de mis acciones.
—No has dicho nada —me dice mi padre interrumpiendo mis pensamientos.
La imagen del rostro de Pau comienza a desaparecer y, aunque intento aferrarme a ella, se esfuma.
El único consuelo que me queda es saber que volverá a perseguirme pronto.
—No sé qué demonios decir. Esto ha sido demasiado para mí; no sé qué pensar —admito.
La honestidad de mis palabras me aterroriza, y aguardo a que él aproveche para hacerlo todo más incómodo.
Pero no lo hace. Simplemente asiente y se pone en pie.
—Karen está preparando la cena, por si quieres quedarte.
—No, paso —gruño.
Quiero ir a casa. El único problema de mi casa es que Pau no está allí. Y todo es por mi maldita culpa.
Me crucé con Landon en la entrada cuando salía, pero lo ignoré y me largué antes de que intentara darme algún consejo no solicitado. Debería haberle preguntado dónde estaba Pau; estoy desesperado por saberlo, pero también me conozco y sé que me presentaría allá donde estuviera e intentaría convencerla de que volviera conmigo. Necesito estar con ella sea donde sea. Escuchar cómo mi padre me contaba por qué fue un padre de mierda ha sido un paso en la dirección correcta, pero no voy a dejar de ser un bastardo controlador de golpe y porrazo. ¿Y si Pau está en algún lugar donde no quiero que esté...? como con Zed, por ejemplo...
«¿Está con Zed? Me cago en todo, ¿podría estar con él?»
No lo creo, pero tampoco es que yo le haya dado facilidades para tener muchos amigos. Y si no está con Landon...
No, no está con Zed. No puede estarlo.
Sigo convenciéndome a mí mismo de ello mientras subo a nuestro apartamento en el ascensor. Parte de mí desea que quien fuera el cabrón que entró en casa haya vuelto; me iría de muerte un escape para mi creciente rabia.
Un escalofrío me recorre la espalda y todo el cuerpo. ¿Y si Pau hubiese estado sola en casa cuando se coló el intruso? La imagen de su rostro enrojecido y empapado en lágrimas de mis pesadillas aparece ante mí y me pongo rígido. Si alguien intenta herirla alguna vez, será lo último que haga en su puta vida.
¡Soy un maldito hipócrita! Aquí estoy, amenazando con matar a alguien por herirla cuando parece que eso es lo único que soy capaz de hacer.
Después de pillar una botella de agua y de recorrer el apartamento vacío durante unos minutos, empiezo a sentir ansiedad. Para mantenerme ocupado le echo un vistazo a la colección de libros de Pau. Se ha dejado un montón, y sé que eso la estará matando. Una prueba más de lo tóxico que soy.
Una libreta de tapas de cuero escondida entre dos ediciones distintas de Emma llama mi atención, y paso los dedos por el cierre. Lo abro y de un rápido vistazo descubro que la letra de Pau llena cada página. ¿Es algún tipo de diario que no sabía que tenía?
Escrito pulcramente en la primera página aparece el título:
«Introducción a la asignatura de religión internacional».
Me siento en la cama con el libro en las manos y comienzo a leer.
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