Pau
Le miento a Steph. No quiero contarle a todo el mundo mis problemas amorosos, y menos ahora que aún no he tenido tiempo de asimilar lo que acaba de pasar. Precisamente por eso he llamado a Steph. No quiero poner a Landon en un compromiso y tampoco quiero molestarlo otra vez con esto. Y no me quedan más opciones, que es lo que suele pasar cuando sólo tienes un amigo y resulta que es el hermanastro de tu novio.
Bueno, ahora ya es exnovio...
De modo que cuando oigo que Steph parece preocupada por teléfono, le digo:
—No, no. Estoy bien. Es sólo que... Pedro está... fuera, con su padre. Me ha dejado sin llaves, así que necesito un sitio donde quedarme hasta que vuelva el lunes.
—Típico de él —dice, y me siento aliviada al ver que mi mentira ha colado—. Vale, ven cuando quieras. Es la misma habitación de siempre, ¡será como en los viejos tiempos! —exclama alegremente, y yo intento reír.
«Genial. Como en los viejos tiempos.»
—Iba a ir al centro comercial con Tristan más tarde, pero puedes quedarte aquí si quieres, o venirte. Lo que te apetezca.
—Tengo muchas cosas que organizar antes de irme a Seattle, así que me quedaré en la habitación, si te parece bien.
—Claro, claro. —Y añade—: ¡Espero que estés preparada para tu fiesta mañana por la noche!
—¿Qué fiesta? —pregunto.
«Ah, sí...», la fiesta. He estado tan preocupada con todo que me había olvidado por completo de la fiesta de despedida que Steph pensaba organizarme. Como en la «fiesta de cumpleaños» de Pedro, estoy segura de que su pandilla se reunirá allí y beberá tanto si aparezco como si no, pero por lo visto le hace mucha ilusión que vaya, y ya que le estoy pidiendo este gran favor, quiero ser amable.
—¡Venga! Una última vez. Sé que Pedro dirá que no, pero...
— Pedro no es quién para decidir por mí —le recuerdo, y ella se echa a reír.
—¡Ya lo sé! Sólo digo que ya no volveremos a vernos. Yo me marcho, y tú también —gimotea.
—Vale, deja que lo piense. Voy para allá —digo.
Pero en lugar de ir directamente a la residencia, voy a dar una vuelta con el coche. Tengo que estar segura de que seré capaz de contenerme delante de ella. No quiero llorar.
«Nada de llorar. Nada de llorar...» Me muerdo el carrillo de nuevo para evitar ceder ante las lágrimas.
Afortunadamente, me he acostumbrado tanto al dolor que ya casi no lo siento.
Cuando por fin llego a la habitación de Steph, me la encuentro en el proceso de vestirse. Se está poniendo un vestido rojo por encima de unas medias de rejilla negras cuando abre la puerta con una sonrisa.
—¡Cuánto te he echado de menos! —exclama, y tira de mí para darme un abrazo.
Casi me desmorono, pero me mantengo firme.
—Yo a ti también, aunque tampoco ha pasado tanto tiempo. —Sonrío y ella asiente. La verdad es que parece que haga siglos desde que Pedro y yo estuvimos con ella en el estudio de tatuajes, no sólo una semana.
—Supongo que no, pero se me ha hecho muy largo. —Saca un par de botas de caña hasta la rodilla del armario y se sienta en la cama—. No creo que tarde mucho. Tú, como si estuvieras en tu casa..., ¡pero no limpies nada! —dice al ver cómo inspecciono la desastrosa habitación con la mirada.
—¡No pensaba hacerlo! —miento.
—¡Sí lo ibas a hacer! Y seguro que lo haces de todos modos. —Se ríe y yo intento obligarme a hacer lo mismo.
No me sale y acabo emitiendo un sonido a medio camino entre una risotada y una tos, aunque por suerte parece que le pasa desapercibido.
—Por cierto, ya le he dicho a todo el mundo que vas a ir. ¡Les ha hecho mucha ilusión! —añade mientras sale de la habitación, y cierra la puerta.
Abro la boca para protestar, pero ya se ha marchado.
Esta habitación me trae demasiados recuerdos. La odio, pero me encanta al mismo tiempo.
Mi antiguo lado del cuarto sigue vacío, aunque Steph ha cubierto la cama de ropa y de bolsas de la compra. Paso los dedos por el pie de cama y recuerdo la primera vez que Pedro durmió en la pequeña cama conmigo.
Estoy deseando alejarme de este campus..., de toda esta ciudad y de toda la gente que habita en ella. No he tenido nada más que disgustos desde el día en que llegué a la WCU, y ojalá no hubiese venido nunca.
Incluso la pared me recuerda a Pedro y a aquella vez que lanzó mis apuntes al aire, lo que hizo que me dieran ganas de abofetearlo, hasta que me besó, con fuerza, contra ella. Me llevo los dedos a los labios, empiezo a trazar su forma y me tiemblan cuando pienso que no volveré a besarlo nunca más.
No creo que pueda quedarme a dormir aquí esta noche. No pararé de darle vueltas a la cabeza y los recuerdos no dejarán de torturarme, reproduciéndose en mi mente cada vez que cierre los ojos.
Necesito distraerme, de modo que saco mi portátil e intento buscar un sitio en el que vivir en Seattle. Tal y como imaginaba, es una causa perdida. El único apartamento que encuentro está a media hora en coche de la oficina nueva de Vance, y se sale ligeramente de mi presupuesto. De todos modos, guardo el número de teléfono en mi móvil por si acaso.
Después de otra hora de búsqueda, acabo tragándome mi orgullo y llamo a Kimberly. No quería pedirle si puedo quedarme con ella y con Christian, pero Pedro no me ha dejado otra opción. Kimberly, como era de esperar, accede alegremente e insiste en que estarán encantados de tenerme como invitada en su nueva casa en Seattle, y presume un poco de que es incluso un poco más grande que la anterior.
Le prometo que no me quedaré allí más que un par de semanas con la esperanza de que ese tiempo sea suficiente para encontrar un apartamento asequible que no tenga barrotes en las ventanas. De repente me doy cuenta de que con todo el drama con Pedro casi me había olvidado del tema del apartamento y del hecho de que alguien entró en él mientras no estábamos. Me gustaría pensar que no ha sido mi padre, pero no sé si puedo. Si fue él, no ha robado nada; a lo mejor sólo necesitaba un sitio en el que pasar la noche y no tenía ninguna otra parte adonde ir. Espero que Pedro no vaya a buscarlo para acusarlo de allanamiento. ¿Para qué iba a hacerlo? Aun así, creo que debería intentar dar con él primero, pero se está haciendo tarde y, sinceramente, me da un poco de miedo vagar sola por esa parte de la ciudad.
Me despierto cuando Steph llega tambaleándose a la habitación alrededor de la medianoche. Tropieza con sus propios pies y cae sobre la cama. No recuerdo haberme quedado dormida en la mesa, y el cuello me duele cuando levanto la cabeza. Me lo froto con las manos y me duele más que antes.
—No te olvides de la fiesta de mañana —farfulla, y se queda frita casi al instante.
Me acerco a su cama y le quito las botas justo cuando empieza a roncar. Le doy las gracias en silencio por ser una buena amiga y dejar que me quede en su cuarto a pesar de que la he avisado sólo con una hora de antelación.
Gruñe, dice algo incoherente, se da la vuelta y empieza a roncar otra vez.
Me he pasado todo el día tumbada en mi vieja cama leyendo. No quiero ir a ninguna parte ni hablar con nadie y, sobre todo, no quiero encontrarme con Pedro, aunque no creo que lo hiciera. No tiene ningún motivo para acercarse por aquí, pero estoy paranoica y destrozada, y no quiero arriesgarme.
Steph no se despierta hasta después de las cuatro de la tarde.
—Voy a pedir una pizza, ¿te apetece? —pregunta mientras se quita la gruesa raya del ojo que se pintó anoche con un pequeño pañuelo que ha sacado del bolso.
—Sí, por favor. —Me rugen las tripas, lo que me recuerda que no he comido nada en todo el día.
Steph y yo nos pasamos las dos horas siguientes comiendo y charlando sobre su próximo traslado a Luisiana y sobre el hecho de que los padres de Tristan no están nada contentos de que se cambie de universidad por ella.
—Seguro que al final ceden. Les caes bien, ¿no? —la animo.
—Sí, más o menos. Aunque su familia está obsesionada con la WCU y con la tradición académica, bla, bla, bla.
Pone los ojos en blanco y me echo a reír. No quiero explicarle lo importante que es para las familias la tradición académica.
—Bueno, hablemos de la fiesta. ¿Ya sabes qué te vas a poner? —me pregunta sonriendo con malicia —. ¿O quieres que te preste algo mío, como en los viejos tiempos?
Niego con la cabeza.
—No me puedo creer que haya accedido a esto después de... —casi menciono a Pedro, pero cambio el rumbo de la frase— después de todas las veces que me has obligado a ir a esas fiestas en el pasado.
—Pero es la última. Además, sabes que en el campus de Seattle no encontrarás a gente tan enrollada como nosotros. —Steph agita sus largas pestañas postizas y gruño.
—Me acuerdo de la primera vez que te vi. Abrí la puerta de la habitación y casi me da un ataque al corazón. No te ofendas. —Sonrío, y ella me devuelve el gesto—. Dijiste que las fiestas eran geniales, y mi madre estuvo a punto de desmayarse. Quería que me cambiara de habitación, pero yo no...
—Menos mal que no lo hiciste. De lo contrario, ahora no estarías con Pedro —dice con una sonrisilla pícara, y después aparta la vista de mí.
Por un instante me imagino cómo habrían sido las cosas si me hubiera cambiado de habitación y no lo hubiese visto más. A pesar de todo lo que hemos pasado, jamás me arrepentiré de nada.
—Basta de nostalgias, ¡vamos a arreglarnos! —exclama, y da unas palmaditas delante de mi cara antes de agarrarme de los brazos y sacarme de la cama.
—Ahora recuerdo por qué odiaba las duchas comunitarias —gruño mientras me seco el pelo con la toalla.
—No están tan mal. —Steph se ríe y pongo los ojos en blanco al pensar en el baño del apartamento.
Todo, absolutamente todo, me recuerda a Pedro, y estoy haciendo lo posible para mantener esta sonrisa falsa, aunque me estoy muriendo por dentro.
Una vez que me he maquillado y rizado el pelo, Steph me ayuda a colocarme el vestido amarillo y negro que me compré hace poco. Lo único que me mantiene en pie en estos momentos es la esperanza de que la fiesta sea divertida de verdad, y de poder tener al menos un par de horas de paz sin este dolor.
Tristan nos recoge un poco después de las ocho; Steph se niega a dejarme conducir porque quiere que beba hasta ponerme ciega. No me parece mala idea. Si voy ciega, no podré ver los hoyuelos de la sonrisa de Pedro, ni su gesto con el ceño fruncido cada vez que abro los ojos. Aunque eso no impedirá que siga imaginándomelo cada vez que los cierre.
—¿Dónde está Pedro esta noche? —pregunta Nate desde el asiento del acompañante, y por un momento me invade el pánico.
—Se ha ido. Está fuera de la ciudad con su padre —miento.
—¿No os ibais el lunes a Seattle?
—Sí, ése era el plan. —Noto que me empiezan a sudar las manos. Detesto mentir, y además se me da fatal.
Nate se vuelve y me ofrece una dulce sonrisa.
—Bueno, pues espero que os vaya bien allí. Me habría gustado verlo antes de que se marche. El dolor aumenta.
—Gracias, Nate. Se lo diré de tu parte.
En cuanto aparcamos frente a la casa de la fraternidad, me arrepiento al instante de haber venido. Sabía que no era buena idea, pero no pensaba con claridad y necesitaba distraerme. Sin embargo, esto no es una distracción. Esto es un gran recordatorio de todo por lo que he pasado y de todo lo que he perdido después.
Me hace gracia el hecho de que siempre me arrepiento de venir aquí, pero siempre acabo volviendo a esta maldita casa.
—¡Que empiece la fiesta! —dice Steph, y entrelaza el brazo con el mío con una amplia sonrisa.
Durante un instante, sus ojos se iluminan y no puedo evitar sentir que su elección de palabras encierra un doble sentido.
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