Pau
Landon abre la puerta mientras se frota los ojos. Sólo lleva puestos unos pantalones de cuadros, sin camiseta ni calcetines.
—¿Puedo dormir aquí? —le pregunto, y él asiente, adormilado y sin hacer preguntas—. Lamento haberte despertado —le susurro.
—No te preocupes —farfulla, y vuelve junto a la cama—. Toma, quédate ésta, la otra es muy plana.—Empuja una almohada blanca y mullida contra mi pecho.
Sonrío, me abrazo a la almohada y me siento en el borde de la cama.
—Ésta es la razón por la que te quiero tanto. Bueno, no la única, pero una de ellas.
—¿Porque te cedo la mejor almohada? —Su sonrisa es aún más adorable cuando está medio dormido.
—No, porque siempre estás ahí para mí... y porque tienes almohadas mulliditas. —Mi voz es tan grave cuando estoy borracha que suena rara.
Landon se tumba de nuevo en la cama y se aparta para dejarme mucho espacio al otro lado.
—¿Crees que vendrá aquí a buscarte? —pregunta en voz baja.
—No. —El momento de humor provocado por Landon y sus almohadas mullidas ha sido reemplazado por el dolor por Pedro y por las palabras que hemos intercambiado hace unos momentos.
Me tumbo y miro a Landon, a mi lado.
—¿Te acuerdas de eso que me has dicho antes de que no es una causa perdida? —susurro.
—Sí.
—¿De verdad lo piensas?
—Sí. —Hace una pausa—. A no ser que haya hecho algo más.
—No. Bueno..., nada nuevo, en realidad. Pero es que... no sé si puedo seguir con esto. No paramos de dar pasos atrás, y eso no debería ser así. Cada vez que pienso que hemos avanzado, se convierte en el mismo Pedro que conocí hace unos meses. Me dice que soy una zorra egoísta o simplemente me dice que no me quiere, y sé que no lo dice de verdad, pero cada sílaba me aplasta un poco más que la anterior, y creo que estoy empezando a entender que él es así. No puede evitarlo, y tampoco puede cambiarlo.
Landon me observa con ojos pensativos antes de fruncir los labios.
—¿Te ha llamado zorra? ¿Cuándo? ¿Esta noche?
Asiento y él suspira sonoramente y se pasa la mano por la cara.
—Yo también le he dicho cosas hirientes. —Me entra hipo.
La explosiva combinación de vino y whisky me va a pasar factura mañana, lo sé.
—No debería llamarte nada que no sea tu nombre. Es un hombre, y tú una mujer. No está bien, Pau, deja de excusarlo.
—No lo hago..., pero... —Bueno, eso es justo lo que estoy haciendo ahora. Suspiro—. Creo que es por lo de Seattle. Ha pasado de hacerse un tatuaje por mí y de asegurarme que no puede vivir sin mí a decirme que sólo me persigue porque follo con él. ¡Ya ves! ¡Lo siento, Landon! —Me tapo la cara con las manos. No me puedo creer que acabe de decir eso delante de él.
—No te preocupes. Te he visto pescando tu ropa interior del jacuzzi, ¿recuerdas? —
Sonríe, quitándole peso a la conversación, y espero que la relativa oscuridad del cuarto al menos oculte mi rubor.
—Este viaje ha sido un desastre. —Sacudo la cabeza y la entierro en la almohada.
—Igual no. Igual esto es justo lo que los dos necesitabais.
—¿Romper?
—No... ¿Es eso lo que ha pasado? —Coloca otra almohada a mi lado.
—No lo sé. —Entierro el rostro más todavía.
—¿Es eso lo que tú quieres? —me pregunta con tiento.
—No, pero es lo que debería querer. No es justo para ninguno de los dos que sigamos haciendo esto día sí, día también. Aunque yo tengo mi parte de culpa; siempre espero demasiado de él.
He heredado los defectos de mi madre. Ella también espera siempre demasiado de todo el mundo.
Landon se revuelve un poco.
—No tiene nada de malo esperar cosas de él, y menos si las cosas que esperas son razonables — responde—. Tiene que darse cuenta de lo que tiene. Eres lo mejor que le ha pasado en la vida, y debería recordarlo.
—Me ha dicho que es culpa mía..., que ésa es su forma de ser. Lo único que quiero es que sea amable conmigo al menos la mitad del tiempo, y también seguridad en nuestra relación, eso es todo. Es patético. —Gruño, mi voz se quiebra, y todavía siento el whisky mezclado con el fresco sabor de Pedro en mi lengua—. Si fueses yo, ¿te irías a Seattle? No paro de pensar que debería cancelarlo y quedarme aquí, o irme a Inglaterra con él. Si actúa de esa manera es porque voy a marcharme a Seattle; tal vez debería...
—Tienes que ir —me interrumpe Landon—. Has querido ir a Seattle desde el día que te conocí. Si Pedro se niega a ir contigo, él se lo pierde. Además, le doy una semana desde que te marches para que se presente en tu puerta. No puedes ceder en esto. Tiene que saber que esta vez vas en serio. Debes dejar que te eche de menos.
Sonrío al imaginarme a Pedro apareciendo una semana después de que me haya mudado, desesperado y rogándome que lo perdone con un ramo de flores en las manos.
—Ni siquiera tengo una puerta ante la que pueda presentarse.
—Fue cosa suya, ¿verdad? Fue culpa suya que aquella mujer no te devolviera la llamada.
—Sí.
—Lo sabía. Los agentes inmobiliarios siempre llaman. Tienes que irte. Ken te ayudará a buscar un lugar en el que hospedarte hasta que encuentres un sitio permanente.
—Pero ¿y si no viene? Y, lo que es peor, ¿y si viene pero está aún más enfadado porque odia estar allí?
—Pau, voy a decirte esto porque me importas, ¿vale? —Espera mi respuesta y yo asiento—. Tendrías que estar loca para renunciar a irte a Seattle por alguien que te quiere más que a nada pero que está dispuesto a demostrártelo sólo la mitad del tiempo.
Pienso en Pedro diciéndome que soy yo la que comete todos los errores y que si actúa como lo hace es por culpa mía.
—¿Crees que estaría mejor sin mí? —le pregunto a Landon.
Se incorpora un poco y dice:
—¡Ni de coña! Pero sé que no me cuentas ni la mitad de las cosas que te hace, así que es posible que de verdad no vaya a funcionar. —Su brazo atraviesa el espacio que nos separa y me acaricia el mío con la mano.
Uso el alcohol que corre por mis venas como excusa para permitirme pasar por alto el hecho de que Landon, una de las únicas personas que creía en mi relación con Pedro, acaba de tirar la toalla.
—Mañana me voy a encontrar fatal —digo para cambiar de tema antes de romper la promesa que me había hecho a mí misma de no llorar.
—Sí, sin duda —bromea—. Hueles a destilería.
—He conocido a la novia de Lillian, no paraba de pedirme chupitos. Ah, y he bailado sobre una barra.
Sofoca un grito de regocijo.
—Venga ya.
—En serio. Menuda vergüenza. Ha sido idea de Riley.
—Parece una chica... interesante. —Sonríe, y entonces parece darse cuenta de que las puntas de sus dedos continúan acariciando mi piel. Las aparta de inmediato y coloca el brazo debajo de su cabeza.
—Es la versión femenina de Pedro. —Me río.
—¡Claro! ¡Por eso suena tan irritante! —bromea, y, en un momento de locura etílica, miro hacia la puerta, esperando ver a Pedro ahí, con el ceño fruncido después de oír la broma insultante de Landon.
—Consigues que me olvide de todo. —Mi boca libera esas palabras sin que me dé tiempo a pensarlas.
—Me alegro. —Mi mejor amigo sonríe y coge la manta que hay a los pies de la cama. La
extiende sobre nuestros cuerpos y cierro los ojos.
Tras unos minutos de silencio, mi mente se resiste mientras el sueño lucha por llevarme consigo. La respiración de Landon se ralentiza y tengo que obligarme a mantener los ojos cerrados e imaginarme que es la de Pedro o mi mente no se rendirá jamás.
La expresión furiosa de Pedro y sus duras palabras se reproducen incesantemente en mis pensamientos mientras por fin me quedo dormida: «Eres una zorra egoísta».
—¡No!
La voz de Pedro me despierta de un sobresalto. Tardo un momento en recordar que estoy en el cuarto de Landon, y que Pedro está en el que se encuentra al final del pasillo, solo.
—¡No la toques! —lo oigo gritar unos segundos después.
Salto de la cama y llego hasta la puerta antes incluso de que termine la frase.
«Tiene que darse cuenta de lo que tiene. Tiene que saber que esta vez vas en serio. Debes dejar que te eche de menos.»
Si voy corriendo a esa habitación, sé que se lo perdonaré todo. Lo veré vulnerable y asustado y le diré lo que necesite oír para reconfortarlo.
Recojo mi corazón del suelo y vuelvo a la cama. Me tapo la cabeza con la almohada justo cuando otro «¡No!» resuena por la cabaña.
—Pau..., ¿has oído...? —susurra Landon.
—No —respondo con voz temblorosa.
Muerdo la almohada y rompo a llorar. No por mí, sino por Pedro. Por el chico que no sabe cómo tratar a la gente que le importa, el chico que tiene pesadillas cuando no duermo con él, pero que me dice que no me quiere. El chico que necesita que le recuerde lo que se siente estando solo.
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