Las aletas nasales de Pedro se agitan mientras intenta controlarse. Miro a Robert y veo que parece sentirse algo incómodo, pero Pedro no lo intimida en absoluto.
—Si estás tratando de cabrearme a propósito, está funcionando —me dice Pedro.
—Pues no. Simplemente no quiero irme. —Y, justo cuando la música para, digo prácticamente gritando—: ¡Quiero beber y ser joven y divertirme!
Todo el mundo se vuelve hacia mí. No sé qué hacer con tanta atención, así que saludo agitando la mano en el aire, bastante incómoda. Alguien grita su aprobación y medio bar levanta sus copas a modo de brindis y vuelven a sus conversaciones. La música continúa, Robert se ríe y Pedro está rojo de ira.
—Está claro que ya has bebido suficiente —dice mirando el vaso medio vacío que Robert me ha traído.
—Noticias de última hora, Pedro: ya soy mayorcita —le recuerdo con tono infantil.
—Maldita sea, Pau.
—Creo que será mejor que me vaya... —dice Robert poniéndose en pie.
—Evidentemente —responde Pedro al tiempo que yo le pido que no lo haga.
Pero después miro a nuestro alrededor y suspiro con resignación. Por muy bien que me lo esté pasando con Robert, sé que Pedro no parará de hacer comentarios groseros, de lanzarle amenazas y lo que sea con tal de que se marche. Es mejor que lo haga ya.
—Lo siento mucho. Me voy yo y tú puedes quedarte —le sugiero.
Él niega con la cabeza, comprensivo.
—No, no, no te preocupes. De todos modos ha sido un día muy largo. —Es tan tranquilo y despreocupado... Resulta tremendamente refrescante.
—Te acompaño afuera —le digo. No sé si volveré a verlo alguna vez, y se ha portado muy bien conmigo esta noche.
—No, de eso, nada —interviene Pedro, pero hago como que no lo oigo y sigo a Robert hacia la puerta del pequeño bar.
Cuando me vuelvo en dirección a la mesa, veo que Pedro está apoyado contra ella con los ojos cerrados. Espero que esté respirando hondo, porque no estoy de humor para aguantar sus escenitas esta noche.
Una vez fuera, me vuelvo hacia Robert.
—Lo siento muchísimo. No sabía que iba a estar aquí. Sólo quería pasarlo bien.
Él sonríe y se inclina un poco hacia adelante para mirarme mejor a los ojos.
—¿Te acuerdas de lo que te he dicho sobre lo de dejar de disculparte por todo? —Se lleva la mano al bolsillo y saca una libretita y un boli—. No espero nada, pero si algún día estás aburrida o te sientes sola en Seattle, llámame. O no. Depende de ti.
Anota algo y me lo entrega.
—De acuerdo.
No quiero hacer ninguna promesa que no pueda cumplir, así que me limito a sonreír y me cuelo el pequeño trozo de papel por la parte superior del vestido.
—¡Lo siento! —grito cuando me doy cuenta de que acabo de toquetearme delante de él.
—¡Deja de disculparte! —Se ríe—. ¡Y menos por eso! —Mira hacia la entrada del bar, y después hacia la noche oscura—. Bueno, será mejor que me vaya. Ha sido un placer conocerte. A ver si nos vemos de nuevo.
Asiento y sonrío mientras él se aleja por la acera.
—Hace frío —dice Pedro detrás de mí, dándome un susto de muerte.
Resoplo, paso de largo por su lado y entro en el bar. La mesa a la que estaba sentada está ahora ocupada por un calvo y su enorme jarra de cerveza. Cojo mi bolso de la silla que hay a su lado y me mira con ojos inexpresivos. Bueno, más bien me mira las tetas.
Pedro está detrás de mí. Otra vez.
—Vámonos, por favor.
Me dirijo a la barra.
—¿Te importaría darme medio metro de espacio? No quiero ni tenerte cerca en estos momentos. Me has dicho cosas espantosas —le recuerdo.
—Sabes que no las decía en serio —responde a la defensiva e intentando establecer contacto visual conmigo, pero no pienso ceder.
—Eso no significa que puedas decirlas. —Miro hacia la chica, la novia de Lillian, que nos observa a Pedro y a mí desde la barra—. No quiero hablar de eso ahora. Me lo estaba pasando bien y lo has fastidiado.
Pedro se interpone entre nosotras.
—Entonces ¿no me quieres aquí?
Veo un reflejo de dolor en sus ojos, y algo en sus pozos verdes me hace recular.
—No he dicho eso, pero si vas a volver a decirme que no me quieres o que sólo me usas para el sexo, será mejor que te largues. O me iré yo. —Estoy haciendo todo lo posible por mantener mi actitud alegre y risueña en lugar de hundirme en la miseria y dejar que el dolor y la frustración se apoderen de mí.
—Eres tú la que ha empezado toda esta mierda viniendo aquí con él, borracha, por cierto... — replica.
Suspiro.
—Ya estamos. — Pedro es el rey de la doble moral. Y la última prueba de ello se dirige hacia nosotros en estos momentos.
—Joder, ¿queréis callaros de una vez? Estamos en un sitio público —nos interrumpe la guapa chica con la que Pedro estaba sentado.
—Ahora, no —le espeta.
—Anda, obsesión de Pedro, sentémonos a la barra —dice ella ignorándolo.
Sentarme a una mesa al fondo del bar y tomarme una copa que me han traído es una cosa, pero sentarme a la barra y pedir una copa yo misma es otra muy distinta.
—No tengo edad suficiente —la informo.
—Venga ya. Con ese vestido te pondrán una copa. —Me mira el pecho y yo lo saco ligeramente.
—Como me echen, será culpa tuya —le digo, y ella inclina la cabeza hacia atrás, riéndose.
—Yo pagaré tu fianza. —Me guiña un ojo y Pedro se pone tenso a mi lado.
La observa lanzándole miradas de advertencia, y yo no puedo evitar reírme. Se ha pasado la noche intentando darme celos con Lillian, y ahora está celoso porque su novia me guiña el ojo.
Todo este toma y daca tan infantil —él está celoso, yo estoy celosa, la vieja de la barra está celosa, todo el mundo está celoso— resulta fastidioso. Algo entretenido, sobre todo ahora, pero fastidioso.
—Por cierto, me llamo Riley. —Se sienta al final de la barra—. Imagino que el grosero de tu novio no piensa presentarnos.
Miro a Pedro esperando que la insulte, pero él se limita a poner los ojos en blanco, lo cual es bastante contenido por su parte. Hace ademán de sentarse en el taburete que hay entre nosotras, pero yo lo cojo del respaldo y apoyo la mano en su brazo para ayudarme a subirme a él. Sé que no debería estar tocándolo, pero quiero sentarme aquí a disfrutar de la última noche de estas minivacaciones, que han acabado siendo un desastre. Pedro ha espantado a mi nuevo amigo, y Landon probablemente ya esté durmiendo. Mi otra alternativa es sentarme sola en la habitación de la cabaña, así que ésta me parece mejor.
—¿Qué os pongo? —me pregunta una camarera de pelo cobrizo que viste una chaqueta vaquera.
—Tres chupitos de Jack Daniel’s, fríos —responde Riley por mí.
La mujer analiza mi rostro durante unos segundos y el corazón se me acelera.
—Marchando —anuncia por fin, y saca tres vasos de chupito de debajo de la barra y los coloca delante de nosotros.
—Yo no iba a beber, sólo me he tomado una copa antes de que tú llegaras —me dice Pedro al oído.
—Bebe lo que quieras. Yo pienso hacerlo —replico sin mirarlo siquiera, aunque en el fondo espero que no se emborrache demasiado. Nunca sé cómo va a reaccionar.
—Ya lo veo —dice a modo de regaño.
Lo miro con el ceño fruncido, pero acabo embelesada mirándole la boca. A veces me quedo así, observando los lentos movimientos de sus labios cuando habla; es una de mis aficiones favoritas. Al advertir que he bajado un poco la guardia, me pregunta:
—¿Todavía estás enfadada conmigo?
—Sí, mucho.
—Entonces ¿por qué actúas como si no lo estuvieras? —Sus labios se mueven todavía más despacio. Tengo que averiguar el nombre de ese vino. Era muy bueno.
—Ya te lo he dicho. Quiero divertirme —repito—. ¿Y tú? ¿Estás enfadado conmigo?
—Siempre lo estoy —responde.
Me río ligeramente.
—Cierto.
—¿Qué has dicho?
—Nada. —Sonrío inocentemente y observo cómo se frota el cuello con la mano y se masajea los hombros con el pulgar y el índice.
Segundos más tarde tengo un chupito de licor marrón delante de mí, y Riley levanta su vaso en nuestra dirección:
—Por las relaciones disfuncionales que rozan lo psicótico. —Sonríe con malicia y echa la cabeza atrás para beberse el trago.
Pedro la imita.
Yo respiro hondo antes de verter el fresco ardor del whisky por mi garganta.
—¡Uno más! —grita Riley mientras desliza otro chupito de whisky delante de mí.
—No sé si puedo —balbuceo—. No había eshtado tan borrrracha en mi vidda. Nunca jamás.
El whisky se ha instalado oficialmente en mi cabeza y no parece tener intenciones de desaparecer en un plazo corto de tiempo. Pedro lleva cinco chupitos. Yo he perdido la cuenta de los míos después del tercero, y estoy convencida de que Riley debería estar tirada en el suelo con un coma etílico.
—Este whisky está buenísimo —digo antes de meter la lengua en el chupito refrigerado.
A mi lado, Pedro se ríe, y yo me apoyo en su hombro y coloco la mano sobre su muslo. Sus ojos siguen inmediatamente mi mano y yo la aparto al instante. No debería actuar como si nada hubiera pasado, sé que no debería, pero es más fácil decirlo que hacerlo.
Especialmente ahora que apenas puedo pensar con claridad, y Pedro está tan guapo con esa camisa blanca. Ya me enfrentaré a nuestros problemas mañana.
—¿Lo veis? Sólo necesitabais un poco de whisky para relajaros —dice Riley, y golpea su vaso de chupito contra la barra y yo me echo a reír como una tonta—. ¿Qué? —ladra.
— Pedro y tú sois iguales. —Me tapo la boca para ocultar mis insolentes risitas.
—De eso, nada —dice Pedro hablando con ese ritmo lento al que recurre cuando está ebrio. Riley también lo hace.
—¡Claro que sí! Sois como dos gotas de agua. —Me río—. ¿Sabe Lillian que estás aquí? —digo volviéndome hacia ella bruscamente.
—No. Está dormida. —Se lame los labios—. Pero pienso despertarla en cuanto regrese.
Suben el volumen de la música de nuevo y veo que la mujer de pelo cobrizo se encarama a la barra por cuarta vez, creo.
—¿Más? — Pedro arruga la nariz, y yo me echo a reír.
—A mí me parece divertido. —En estos momentos, todo me lo parece.
—Pues a mí me parece cutre, y me interrumpe cada treinta minutos —refunfuña.
—Deberías subir —me anima Riley.
—¿Adónde?
—A la barra. Deberías bailar en la barra.
Niego con la cabeza y me río. Y me sonrojo.
—¡No, no, no!
—Venga, no has parado de decir que eres joven y que quieres divertirte o lo que sea que estuvieses diciendo. Aquí tienes tu oportunidad. Baila en la barra.
—No sé bailar. —Es verdad. Sólo he bailado, excluyendo los bailes lentos, una vez, en aquella discoteca de Seattle.
—Nadie se dará cuenta, están todos más borrachos que tú. —Enarca una ceja, desafiándome.
—De eso, nada —interviene Pedro.
A pesar de mi estado de embriaguez, una cosa sí que recuerdo: estoy harta de que me diga lo que puedo o no puedo hacer.
Sin mediar palabra, me agacho y me desabrocho las incómodas correas que rodean mis tobillos y dejo caer mis tacones altos al suelo.
Pedro abre unos ojos como platos mientras me subo al taburete y del taburete a la barra.
—¿Qué estás haciendo? —Se levanta y se vuelve cuando unos cuantos clientes detrás de nosotros empiezan a vitorear—. Pau...
Suben más el volumen, y la mujer que nos ha estado sirviendo las bebidas me sonríe con picardía y me da la mano.
—¡¿Sabes bailar en línea, cielo?! —grita.
Niego con la cabeza, y de repente me siento insegura.
—¡Yo te enseño! —grita.
¿En qué narices estaba pensando? Sólo quería demostrarle a Pedro que puedo hacer lo que me da la gana, y mira adónde me ha llevado eso: a subirme en una barra a punto de intentar bailar... un baile raro. Ni siquiera sé qué es bailar en línea exactamente.
De haber sabido que iba a acabar aquí arriba, lo habría planeado todo mejor y habría prestado más atención a las mujeres cuando estaban bailando antes.
Me encantaron, lo que me divertí con estos capítulos fue genial
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