Divina

Divina

miércoles, 2 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 46


Pedro

—No, te he dicho que una copa, y lo decía en serio. —Pongo los ojos en blanco y hago girar el hielo dentro de la copa vacía con el dedo.

—Lo que tú digas. —Riley le hace un gesto a la camarera y pide dos bebidas más.

—He dicho que no...

—Nadie ha dicho que sean para ti —replica mirándome con condescendencia—. A veces una chica necesita un respaldo.

—Bien, pues que te diviertas. Yo me voy a por Pau ahora mismo. —Me levanto del taburete, pero ella me agarra de la camisa otra vez—. Deja de tocarme.

—Tío, deja ya de ser tan capullo. Te he dicho que iré contigo; pero espera a que me termine estas copas. ¿Has pensado ya en qué vas a decirle, o tu intención es simplemente entrar ahí en plan cavernícola?

—No. —Me siento de nuevo.

La verdad es que no he pensado qué voy a decirle. No necesito decir nada más que «Vámonos de una puta vez».

—¿Tú qué dirías? —me atrevo a preguntar.

—Pues, para empezar —se detiene para darle a la camarera dos billetes de cinco dólares cuando ella le acerca los vasos—, Lillian nunca estaría en un restaurante con otra chica... o chico, sin mí. —Da un buen trago a uno de los vasos y me mira—. Yo ya habría convertido en cenizas el lugar.

No me gusta mucho su tono.

—Y ¿me dices a mí que venga a tomarme una copa antes de ir?

Se encoge de hombros.

—No he dicho que mi reacción fuese la más correcta. Pero es lo que haría.

—No dices más que gilipolleces, y tú eres una gilipollas. Me largo.

Doy un par de pasos hacia la puerta, y la música country que me da dolor de cabeza empieza a aumentar de volumen y sé lo que va a pasar a continuación. No debería haber venido a este bar de mierda. Debería haber ido directamente a buscar a Pau. Los clientes habituales comienzan a jalear. Me vuelvo y veo que dos de las camareras de mediana edad se están subiendo a la barra.

Joder, qué incómodo. Entretenido, pero raro de cojones.

—¡Vas a perderte el espectáculo! —se ríe Riley.

Estoy a punto de decir algo, pero entonces oigo un sonido detrás de mí y, una vez más, intuyo lo que está a punto de pasar. Cuando me vuelvo, la boca se me seca y la sangre me hierve al instante. Porque, al hacerlo, veo cómo Pau entra tambaleándose por la puerta del pequeño bar de carretera. Con él.

En lugar de ir corriendo a por él como me gustaría, regreso a la barra y le digo a Riley a su espalda:

—Pau está aquí. Con él. Es ésa.

Ella aparta la vista de las viejas de la barra y se da la vuelta. Se queda boquiabierta.

—Joder, qué buena está.

La fulmino con la mirada.

—Para. No la mires así.

—Lillian me ha dicho que era guapa, pero, joder, menudas tet...

—No termines esa frase.

Miro a Pau. Joder, ya sé que está buenísima, pero lo más importante es que está borracha y se está riendo mientras avanza junto a las mesas altas. Escoge una vacía que está cerca del aseo y se sienta.

—Voy para allá —le digo a Riley.

No tengo ni puta idea de por qué le cuento nada, pero una parte de mí quiere saber qué haría ella si estuviera en mi lugar. Sé que Pau está cabreada conmigo por un montón de motivos, y la verdad es que no quiero añadir más leña al fuego. De todos modos, no tiene ningún derecho a estar mosqueada. Es ella la que está ahí con ese como se llame del restaurante, y ahora ha llegado aquí tambaleándose, borracha y riéndose. Con él.

—¿Por qué no esperas un poco? Ya sabes, para observarla un rato —sugiere Riley.

—Qué idea tan absurda. ¿Por qué iba a quedarme aquí a ver lo bien que se lo pasa con ese gilipollas? Ella es mía y...

Riley me mira con ojos curiosos.

—¿Se enfada cuando le dices que es tuya?

—No. Le gusta. Creo... —Al menos, una vez me dijo que le gustaba: «Soy tuya, Pedro, tuya», gimió contra mi cuello mientras yo meneaba las caderas y me hundía más en ella.

—Lil se enfada mucho cuando digo eso. Piensa que la estoy reclamando como si fuera una propiedad o algo —me dice Riley, pero yo sólo puedo concentrarme en Pau, en cómo se recoge el pelo largo con una mano y se lo coloca sobre uno de los hombros.

Mi furia aumenta, cada vez estoy más cabreado y se me está nublando el juicio. ¿Cómo es posible que no se haya dado cuenta de que estoy aquí? Yo siempre noto cuando ella entra en una habitación, es como si el aire cambiara, y mi cuerpo puede sentir, literalmente, cómo el suyo se acerca. Pero ella está demasiado ocupada prestándole atención a él; el muy capullo debe de estar explicándole la manera correcta de servir el agua en un puto vaso o algo así.

Con la mirada aún fija en mi chica, digo:

—Bueno, Pau es mía, así que me da igual que piense que la estoy reclamando.

—Hablas como un auténtico capullo —dice Riley, y mira hacia Pau—. Pero tienes que comprometerte. Si se parece en algo a Lillian, se acabará hartando y te dará un ultimátum.

—¿Qué? —Aparto los ojos de Pau por un instante, y es una tortura.

—Lillian se hartó de mis movidas y me dejó. Ella —levanta la copa hacia Pau— hará lo 
mismo si no escuchas lo que quiere de vez en cuando.

Es increíble lo diferentes que son Riley y su novia. Lillian es mucho más simpática.

—Mira, tú no sabes nada de nuestra relación, así que no tienes ni idea de lo que estás diciendo.

Observo de nuevo a Pau, que ahora está sentada sola, jugueteando con un mechón de pelo suelto y meneando los hombros al ritmo de la música. Al cabo de un segundo, localizo a su amigo el camarero al final de la barra, y la distancia que hay entre ellos calma ligeramente mis nervios.

—Mira, tío —dice Riley—, no necesito conocer todos los detalles. Me he pasado la última... casi una hora contigo. Sé que eres un imbécil, y que ella es una dependiente de... 
—Cuando abro la boca para insultarla, continúa—: Lillian también lo es, así que no te pongas farruco. Es dependiente, y lo sabes. Pero ¿sabes qué es lo mejor de tener una novia dependiente? —Sonríe con malicia—. Aparte del sexo frecuente, claro...

—Ve al grano. —Pongo los ojos en blanco y miro de nuevo a Pau.

Tiene las mejillas rojas y los ojos abiertos como platos, divertida ante el espectáculo de las mujeres que concluyen su baile en la barra. Me verá aquí de pie de un momento a otro.

—Lo mejor es que nos necesitan, aunque no de la manera en que esperas que te necesiten. También necesitan que estemos ahí para ellas de vez en cuando. Lillian siempre estaba tan centrada en intentar salvarme... o lo que cojones estuviera haciendo... que sus necesidades no estaban siendo cubiertas. Ni siquiera sabía cuándo era su cumpleaños y no hacía nada por ella. Creía que sí, porque siempre estaba a su alrededor y le decía que la quería de vez en cuando, pero eso no era suficiente.

Un escalofrío desagradable recorre mi espalda. Observo cómo Riley apura el resto de su primera bebida.

—Pero ahora está contigo, ¿no?

—Sí, pero sólo porque le demostré que puede contar conmigo y que no soy la zorra que era cuando me conoció. —Mira a Pau y después a mí de nuevo—. ¿Sabes eso que publican todas las niñas tontas en internet? Creo que es algo así como... «Mientras tú haces...», «Si tú no...». Mierda, no me acuerdo, pero básicamente quiere decir que si tú no tratas bien a tu chica, otra persona lo hará. 

—Yo no la trato mal.

«Al menos, no todo el tiempo.»
Empieza a reírse con incredulidad.

—Tío, admítelo. Oye, yo no soy ninguna santa. Aún no trato a Lillian todo lo bien que debería, pero al menos soy consciente de ello. Tú estás en una especie de estado de negación si de verdad crees que no la tratas como una mierda. Si fuese así, ella no estaría ahora sentada con ese gilipollas, que resulta ser completamente opuesto a ti, y además está bastante bueno.

No puedo negárselo. Tiene razón, en casi todo. Pero no trato a Pau como una mierda todo el tiempo, sólo cuando hace algo para cabrearme. Como ahora.
Y antes.

—Te está mirando —me dice Riley, y se me hiela la sangre.

Giro la cabeza lentamente en su dirección.

Me está mirando fijamente, con furia, y juraría que incluso veo una pequeña llama roja en sus ojos cuando mira a Riley y después a mí otra vez. No se mueve. Ni siquiera parpadea. Su expresión de sorpresa se torna salvaje al instante, y su mirada asesina me deja de piedra.

—Está como una cuba. —Riley se ríe a mi lado y tengo que hacer un gran esfuerzo para no echarle su bebida por encima.

En lugar de hacerlo, farfullo:

—Cállate.

Cojo el vaso y me aproximo a Pau.
El capullo del camarero sigue en la barra cuando llego hasta ella.

—Vaya, jamás habría imaginado que estarías aquí, en un bar, bebiendo con otra chica. Qué sorpresa —me suelta con una sonrisa sarcástica.

—¿Qué haces aquí? —pregunto acercándome a ella.

Ella se aparta.

—¿Qué haces tú aquí?

—Pau... —le advierto, y pone los ojos en blanco.

—Esta noche, no, Pedro. No va a pasar. —Se baja de la silla alta y se tira del bajo del vestido.

—No te alejes de mí. —Mis palabras suenan como una orden, pero sé que en realidad es una súplica. La agarro del brazo, pero ella se suelta.

—¿Por qué no? Es lo que tú haces siempre. —Mira a Riley con odio de nuevo—. Ambos hemos venido con otras personas.

Niego con la cabeza.

—Joder, no. Ésa es la novia de Lillian.

Sus hombros se relajan al instante.

—Ah. —Me mira a los ojos y se muerde el labio inferior.

—Tenemos que marcharnos de aquí ya.

—Pues marchaos.

—Me refería a ti y a mí —le aclaro.

—Yo sólo pienso ir a un sitio divertido. Más divertido que este lugar, ya que tú estás aquí y siempre estás obstaculizando mi diversión. Eres como la policía de la diversión. —Sonríe ante su propia broma estúpida y continúa—: ¡Eso es justo lo que eres! La policía de la diversión. Debería pedir que te hicieran una placa para que la lleves todo el tiempo, así podrás evitar que todo el mundo se divierta — me suelta, y empieza a partirse de risa. 

«Joder, está borracha de la hostia.»

—¡¿Cuánto has bebido?! —grito por encima de la música.

Pensaba que bajarían el volumen, pero parece ser que el público ha pedido un bis de las bailarinas mayores.
Se encoge de hombros.

—No lo sé. Unas cuantas, y ésta también.

Me coge el vaso de la mano y, antes de que pueda detenerla, lo coloca sobre la mesa y se sube de nuevo a la silla.

—No te bebas eso. Salta a la vista que estás como una cuba.

—¿Qué es ese sonido? —Se lleva la mano a la oreja—. ¿Es la sirena del coche de la policía de la diversión? Nino, nino, nino... —Pone morritos como un niño durante un segundo y después se ríe—. Lárgate si vas a joderme la fiesta.

Entonces se lleva el vaso a la boca y bebe tres grandes tragos. Se ha tomado media copa en cuestión de segundos.

—Vas a acabar vomitando —digo.

—Bla, bla, bla... —se burla, meneando la cabeza hacia adelante y hacia atrás con cada palabra. Mira detrás de mí y una sonrisilla de superioridad se dibuja en sus labios—. Ya conoces a Robert, ¿verdad?

Miro a un lado y me encuentro al capullo con una bebida en cada mano.

—Me alegro de verte otra vez —dice, y pone una media sonrisa. Tiene los ojos inyectados en sangre. Él también está borracho.

«¿Se habrá aprovechado de ella? ¿La habrá besado?» Inspiro hondo.

«Su padre es el sheriff. Su padre es el sheriff. Su padre es el sheriff... »Su padre es el puto sheriff de este pueblo de mierda.» Miro a Pau de nuevo y digo por encima del hombro:

—Lárgate.

Ella pone los ojos en blanco. Había olvidado lo audaz que se vuelve cuando el alcohol inunda su organismo.

—No te vayas —le dice desafiándome, y él se sienta a la mesa—. ¿No tienes compañía a la que entretener? —me provoca.

—No, no la tengo. Vámonos a casa.

Me está costando mucho controlar mi temperamento. Si ésta fuese cualquier otra noche, ya le habría estampado la cara a Robert contra la mesa.


—La cabaña no es nuestra casa; estamos a horas de casa. —Se termina la bebida que me ha robado y después me mira con una mezcla de odio, ligereza ebria e indiferencia—. En realidad, a partir del lunes yo ya no tengo casa, gracias a ti.

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