Pau
—Uf, la temperatura ha bajado por lo menos diez grados —dice Robert cuando salimos por la puerta.
El aire es gélido y me envuelvo con los brazos para intentar mantenerme caliente. Me mira con el ceño ligeramente fruncido.
—Siento no tener una chaqueta que ofrecerte... Y también siento no poder llevarte a casa en coche, pero he estado bebiendo. —Con una mirada de horror juguetona, añade—: Me temo que no estoy siendo muy caballeroso esta noche.
—No pasa nada, de verdad —digo con una sonrisa—. Estoy bastante borracha, así que tengo calor... Eso no tiene sentido. —Me río y lo sigo por la acera delante del restaurante—. Aunque debería haberme puesto otros zapatos.
—¿Nos los cambiamos? —bromea.
Le golpeo suavemente el hombro y él sonríe por enésima vez en lo que llevamos de noche.
—Tus zapatos parecen más cómodos que los de Pedro; sus botas son muy pesadas, y siempre las deja junto a la puerta, de modo que..., olvídalo. —Avergonzada por mi último comentario, sacudo la cabeza para detenerme.
—Yo soy más un tío de deportivas —contesta para indicarme que no pasa nada.
—Yo también. Bueno, no soy un tío. —Me río de nuevo. El vino se me ha subido a la cabeza y no paro de decir todo lo que se me ocurre, tenga o no sentido—. ¿Sabes hacia dónde están las cabañas?
Alarga el brazo para detenerme cuando estoy a punto de entrar en el aparcamiento.
—¿Qué cabañas? Este pueblo está plagado de ellas.
—Pues... Hay una calle con un cartel pequeño y luego hay unas tres o cuatro cabañas más, y luego... ¿otra calle? —Intento recordar el camino al restaurante desde la casa de Ken y Karen, pero nada parece tener sentido.
—Eso no me da muchas pistas. —Se ríe—. Aunque podemos caminar hasta que la encontremos.
—De acuerdo, pero si dentro de veinte minutos no la hemos encontrado, me voy a un hotel — refunfuño, temiendo el paseo y la discusión que sin duda tendremos Pedro y yo cuando llegue. Y por discusión me refiero a una batalla verbal intensa, violenta y eterna.
Especialmente cuando descubra que he estado bebiendo con Robert.
De repente, me vuelvo para mirarlo mientras caminamos en la oscuridad.
—¿Alguna vez te cansas de que la gente te diga lo que tienes que hacer todo el tiempo?
—Nadie lo hace pero, si lo hicieran, sí, me cansaría.
—Qué suerte. Yo tengo la sensación de que alguien siempre me está diciendo lo que tengo que hacer, adónde tengo que ir, con quién tengo que hablar, dónde tengo que vivir... —Dejo escapar el aliento y veo cómo se transforma en vaho en el aire frío—. Estoy empezando a hartarme.
—No me extraña.
Miro las estrellas por un instante.
—Quiero hacer algo al respecto, pero no sé qué.
—Puede que irte a Seattle te ayude.
—Puede... Pero quiero hacer algo ahora mismo, como huir o insultar a alguien.
—¿Insultar a alguien? —Se ríe y se detiene para atarse un zapato.
Yo dejo de caminar a unos cuantos metros por delante de él y miro a mi alrededor. Ahora barajo en mi mente todas las posibilidades de comportamientos imprudentes y no puedo parar.
—Sí, insultar a alguien en particular.
—Pero tómatelo con calma. Sé que insultar a alguien es algo bastante agresivo y tal, pero quizá deberías empezar con algo más light —dice.
Me lleva un momento darme cuenta de que me está tomando el pelo, pero cuando lo hago, le veo la gracia.
—Hablo en serio. Ahora mismo tengo ganas de hacer alguna... ¿locura? —Me muerdo el labio superior mientras medito el qué.
—Es el vino..., es bastante fuerte y has bebido mucho en poco tiempo.
Ambos reímos de nuevo y ya no podemos parar. Lo único que me devuelve a la normalidad son los pequeños farolillos tipo cantina que penden de un pequeño edificio cercano.
—Ése es el bar del pueblo —me informa Robert tras señalarlo con la cabeza.
—¡Qué pequeño! —exclamo.
—Bueno, no tiene que ser enorme cuando es el único de la ciudad. Es bastante divertido. Las camareras bailan sobre la barra y todo eso.
—¿Como en El bar Coyote?
Su sonrisa se intensifica.
—Sí, sólo que estas mujeres tienen todas más de cuarenta años y van más vestidas.
Su sonrisa es contagiosa, y ya sé qué vamos a hacer ahora.
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