Pedro
—¡¿Adónde crees que voy a ir?! —le grito a Karen por el camino elevando las manos en el aire con frustración.
Ella desciende a medias los escalones del porche.
—No quiero entrometerme, Pedro —dice—, pero ¿no crees que deberías dejarla tranquila... por una vez? No quiero que te enfades, pero no me parece que vayas a conseguir nada bueno yendo allí y montando una escena. Sé que quieres verla, pero...
—¡Tú no sabes nada! —le espeto, y la mujer de mi padre inclina la cabeza un poco hacia atrás.
—Lo siento, Pedro, pero opino que esta noche deberías dejarla en paz —insiste, como si fuera mi madre.
—¿Para qué? ¿Para que pueda ponerme los putos cuernos?
Me tiro de las raíces del pelo totalmente frustrado. Pau ya se había tomado una copa —copa y media, para ser exactos— durante la cena, y ella no tolera bien el alcohol.
—Si eso es lo que piensas de ella... —empieza Karen, pero se detiene—. Olvídalo. Adelante, ve, como siempre. —Mira a la mujer de Max una vez y se alisa su vestido hasta las rodillas—. Pero ten cuidado, cariño —dice con una sonrisa forzada, y sube de nuevo la escalera junto a su amiga.
Superado ese dolor de cabeza, prosigo con mi plan original y marcho en dirección al restaurante. Pienso sacar a Pau a rastras de allí, no literalmente, claro, pero vendrá conmigo. Esto es una mierda, y todo porque se me olvidó ponerme un puto condón. Así es como empezó este torbellino en el que estamos metidos. Podría haber llamado a Sandra antes y haber solucionado lo del apartamento, o podría haberle buscado a Pau otro sitio donde vivir... Bueno, eso tampoco habría funcionado. Lo de Seattle no puede ser. Me está costando más de lo que pensaba convencer a Pau, y ahora todo es mucho más complicado.
Todavía no me puedo creer que no haya bajado del coche con Karen y como cojones se llame la madre de Lillian. Estaba convencido de que estaría dispuesta a hablar conmigo. Es ese camarero... ¿Qué clase de influencia ha conseguido ejercer en ella para hacer que se quede en el restaurante en lugar de venir conmigo? ¿Qué ha visto en él?
Necesito pararme a ordenar mis pensamientos un momento, de modo que me detengo y me siento en una de las grandes rocas que decoran un extremo del jardín de Max. Puede que irrumpir en el restaurante no sea muy buena idea. Quizá debería pedirle a Landon que vaya a por ella. A él lo escucha mucho más que a mí. Pero entonces maldigo mi estúpida idea, porque sé que no lo haría, se pondría del lado de su madre, me haría parecer débil y me diría que la dejara en paz.
No, no puedo hacerlo. Sentarme en esta roca fría de cojones durante veinte minutos ha empeorado las cosas en lugar de mejorarlas. No paro de pensar en cómo se apartaba de mí en el balcón y cómo se reía alegremente con él.
¿Qué voy a decirle? Ese tío parece la clase de capullo que intentaría evitar que me la llevara. No tendré que golpearlo. Si grito lo suficiente, Pau vendrá conmigo para evitar una pelea. O eso espero. Aunque en toda la noche no ha hecho nada de lo que había esperado.
Esto es tan infantil..., mi comportamiento, mi manera de manipular sus sentimientos... Soy consciente, pero no sé qué hacer al respecto. La quiero, joder, la quiero muchísimo. Pero ya no sé qué más hacer para mantenerla a mi lado.
«En realidad parece que lo que sucede es que la tienes atrapada y por eso no puede dejarte; no porque te quiera, sino porque has hecho que sienta que no puede estar sin ti.»
Las palabras de Lillian se repiten en mi mente como un disco rayado mientras me levanto y sobrepaso el final del acceso. Hace un frío de cojones aquí afuera, y esta ridícula camisa es demasiado fina. Pau ha venido sin chaqueta, y ese vestido —ese vestido— es muy corto. Seguro que tendrá frío.
Debería ir a cogerle una...
¿Y si él le ofrece la suya? Los celos me invaden y mi mano forma un puño al pensarlo.
«... la tienes atrapada y por eso no puede dejarte; no porque te quiera...»
Al cuerno con Pau Dos y su psicoterapia de mierda. No tiene ni puta idea de qué está hablando. Pau me quiere. Lo veo en sus ojos grises cada vez que me mira. Lo siento en las puntas de sus dedos cuando recorre la tinta que tiñe mi piel, cuando sus labios rozan los míos. Sé distinguir entre amar y estar atrapado, entre amar y ser adicto.
Me trago el ligero pánico que amenaza con apoderarse de mí de nuevo. Ella me quiere. Me quiere. Pau me quiere. De lo contrario, no sabría cómo asimilarlo. No podría. No podría vivir sin ella, no porque no la quiera, sino porque la necesito. Necesito que me quiera y que esté ahí para mí. Nunca había permitido que nadie se acercara a mí tanto como ella; es la única persona que sé que siempre me querrá incondicionalmente. Incluso mi madre se harta de mis gilipolleces a veces, pero Pau siempre me perdona. Da igual lo que haga, ella siempre está ahí para mí cuando la necesito. Esa chica tan cabezota, odiosa e intransigente lo es todo para mí.
—¿Qué haces aquí, acosador? —oigo en la oscuridad.
—Venga, no me jodas —gruño.
Al volverme, me encuentro a Riley caminando por el sendero de la cabaña de Max. Necesito estar más atento. Ni siquiera me había dado cuenta de que venía hacia mí.
—Hombre, estás aquí fuera solo y a oscuras —me espeta.
—¿Dónde está Lillian?
—No es asunto tuyo. ¿Dónde está Pau? —responde con una sonrisa de petulancia.
Lillian debe de haberle contado nuestra pelea. Genial.
—No es asunto tuyo. ¿Qué haces aquí fuera?
—¿Y tú? —Es obvio que Riley tiene problemas de actitud.
—¿Es necesario que seas tan borde?
Asiente de manera exagerada varias veces.
—Sí. La verdad es que sí. —Pensaba que me iba a arrancar la cabeza de un bocado por haberla llamado borde, pero no parece haberle importado. Seguro que es consciente de que lo es—. Y estoy aquí porque Lillian se acaba de quedar dormida. Y entre su padre y el tuyo y el petardo de tu hermanastro estoy a punto de vomitar.
—Y ¿no se te ocurre nada mejor que salir a pasear a oscuras en el mes de febrero?
—Llevo un abrigo. —Se tira del extremo inferior de la prenda para demostrarlo—. Voy a buscar el bar que he pasado de camino aquí.
—Y ¿por qué no vas en coche?
—Porque quiero beber. ¿Te parezco la clase de persona que quiera pasarse el fin de semana en la cárcel? —resopla, y pasa por mi lado. Se vuelve sin detenerse—. ¿Adónde vas tú?
—A por Pau. Está con un... Olvídalo. —Estoy harto de contarle a todo el mundo mis putos problemas.
Entonces, Riley se detiene.
—Eres un capullo por no haberle dicho que Lil es lesbiana.
—Veo que te lo ha contado —digo.
—Me lo cuenta todo. Ha sido una auténtica gilipollez por tu parte.
—Es una historia muy larga.
—Pasas de mudarte a Seattle con Pau, y ahora —se coloca el pelo por encima del hombro— probablemente ella esté haciéndole una mamada a ese tío en los aseos del...
La sangre me arde y avanzo hacia ella.
—Cierra la puta boca. No te atrevas a decirme esa mierda. —He de recordar que, aunque se expresa con el mismo vocabulario que yo, es una chica, y yo jamás caería tan bajo.
—Jode, ¿verdad? —me suelta tranquilamente, sin inmutarse ante mi arrebato—. Pues a ver si te acuerdas de esto la próxima vez antes de hacer algún comentario mordaz sobre follarte a mi novia.
Mi respiración se ha vuelto agitada y descontrolada. No puedo parar de imaginarme los carnosos labios de Pau sobre ese tío. Me tiro del pelo de nuevo y empiezo a caminar en círculos.
—Te está volviendo loco pensar que está con él, ¿verdad?
—Será mejor que dejes de provocarme —le advierto, y ella se encoge de hombros.
—Salta a la vista. Oye, tal vez no debería haber dicho eso, pero esto lo has empezado tú, ¿recuerdas? —Al ver que no contesto, continúa—: Hagamos una tregua. Yo te invito a una copa, y tú puedes llorar por Pau todo lo que quieras mientras yo alardeo de lo buena que es Lillian con la lengua.
Se acerca a mí, me tira de la manga e intenta arrastrarme por la calle. Veo los cutres farolillos de colores encima del techo de chapa del pequeño bar desde aquí.
Me suelto el brazo de un tirón.
—Tengo que ir a buscar a Pau.
—Una copa, y después te acompañaré como refuerzo. —Las palabras de Riley expresan mis pensamientos de hace unos minutos.
—¿Por qué? ¿Por qué quieres tomar algo conmigo? —La miro a los ojos y ella se encoge de hombros de nuevo.
—En realidad, no quiero. Pero estoy aburrida, y tú estás aquí fuera. Además, por algún motivo que no entiendo, parece que a Lil le importas. —Me mira de arriba abajo—. La verdad es que no lo comprendo, pero le gustas, como amigo —dice Riley subrayando la palabra amigo—. Así que, sí, quiero impresionarla fingiendo que me importa una mierda tu relación condenada al fracaso.
—¿Condenada al fracaso? —Empiezo a seguirla por la calle.
—De toda la parrafada que te he soltado, ¿eliges precisamente ese comentario? —Sacude la cabeza —. Eres peor que yo.
Se ríe y yo me quedo callado. La muy exasperante me agarra de la camisa de nuevo y me dirige por el camino. Estoy demasiado ocupado pensando como para molestarme en soltarme.
¿Cómo puede pensar que estamos condenados al fracaso si ni siquiera nos conoce ni a mí ni a ella?
Nuestra relación no está condenada.
Sé que no es así. Yo estoy condenado, pero ella no. Ella me salvará. Siempre lo hace.
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