Pedro
He llamado a todas las putas compañías de taxis que hay entre este lugar y la universidad para que alguien me lleve de vuelta a casa. A causa de la distancia, ninguna ha aceptado, claro. Podría coger el autobús, pero el transporte público no me va. Recuerdo lo malo que me ponía cada vez que Steph me comentaba que Pau había cogido el autobús para ir al centro comercial o a Target. Incluso cuando no me gustaba —o eso pensaba yo—, me horrorizaba imaginármela sentada sola en el autobús con un montón de pervertidos.
Todo ha cambiado desde entonces, desde aquellos días en los que atormentaba sin cesar a Pau con la única intención de obtener una reacción por su parte. Su rostro cuando la he dejado en el balcón del restaurante..., puede que las cosas no hayan cambiado tanto. Yo tampoco he cambiado.
Estoy torturando a la chica a la que amo. Eso es justo lo que estoy haciendo y, por lo visto, soy incapaz de parar. Pero no es culpa mía exclusivamente. También es culpa suya. No deja de atosigarme con que vaya a Seattle, y le he dejado bien claro que no pienso ceder en eso. En lugar de enfrentarse a mí, debería hacer las maletas y venirse conmigo a Inglaterra. No pienso quedarme aquí, independientemente de que me hayan expulsado o no. Estoy harto de Estados Unidos. Aquí todo me ha ido mal. Estoy harto de ver a mi padre constantemente, harto de todo lo que hay aquí.
—Vigila tus pasos, gilipollas —me sobresalta una voz femenina en la oscuridad.
Esquivo a la figura antes de chocar contra ella.
—Vigila tú los tuyos —le contesto sin detenerme.
«¿Qué cojones hace esta tía delante de la cabaña de Max?»
—¿Perdona? —dice, y yo me vuelvo para mirarla justo cuando la luz con sensor de movimiento del porche de la cabaña se enciende.
La observo detenidamente: piel morena, pelo rizado, vaqueros rasgados, botas de motera...
—Déjame adivinar: Riley, ¿verdad? —Pongo los ojos en blanco y la miro de nuevo.
Apoya una mano en su cadera.
—Y ¿quién coño eres tú?
—Sí, Riley. Si estás buscando a Lillian, no está aquí.
—¿Dónde está? Y ¿cómo sabes que la estoy buscando a ella? —me increpa con mala leche.
—Porque acabo de follármela.
Se pone tensa y baja la cabeza de manera que la oscuridad inunda sus rasgos.
—¿Qué acabas de decir? —replica, y viene hacia mí.
Ladeo la cabeza y la miro.
—Joder, te estaba tomando el pelo. Está con sus padres en el restaurante que hay al final de la carretera.
Ella levanta la cabeza y se detiene.
—Vale, y ¿de qué la conoces?
—La conocí ayer. Su padre y el mío estudiaron juntos, creo. ¿Sabe ella que has venido?
—No. He intentado llamarla —dice, y hace un gesto en dirección al bosque que nos rodea—. Pero como está en medio de la puta nada, no me ha contestado. Probablemente el comemierda de su padre no la deja hablar conmigo.
Suspiro.
—Sí, no me extrañaría. ¿Crees que dejará que te vea?
Me mira con el ceño fruncido.
—¿No crees que eres demasiado cotilla? —Pero después sonríe con orgullo—. Sí, la dejará. Es un capullo, pero es aún más gallina, y me tiene miedo.
Unos faros iluminan entonces la oscuridad y me aparto sobre la hierba.
—Deben de ser ellos —le digo.
Al momento, el coche se detiene en el acceso.
Lillian prácticamente salta desde la puerta a los brazos de Riley.
—¿Cómo has llegado aquí? —dice casi chillando.
—En coche —responde su novia secamente.
—¿Cómo me has encontrado? Llevo toda la semana sin cobertura.
Entierra el rostro en el cuello de su novia y veo cómo la fachada de chica dura de Riley empieza a resquebrajarse mientras acaricia la espalda de Lillian con cariño.
—Es un sitio pequeño, nena, no ha sido tan difícil. —Se aparta un poco para observar el rostro de Lillian—. ¿Me dirá algo tu padre por haber venido?
—No. Bueno, puede. Pero sabes que no te obligará a marcharte.
Me siento algo incómodo observando su encuentro, y carraspeo.
—Bueno, yo me largo —digo, y empiezo a alejarme.
—Adiós —dice Riley.
Lillian no dice nada.
Al cabo de unos minutos, llego a la cabaña de mi padre y recorro el sendero. Pau llegará en cualquier momento, y quiero estar dentro antes de que llegue el todoterreno. Seguro que está llorando, y tendré que disculparme para que pare y me escuche.
Apenas llego al porche cuando Karen y la madre de Lillian salen del coche.
—¿Dónde están los demás? —le pregunto buscando a Pau con la mirada.
—Tu padre y Landon han ido a casa de Max para ver un partido en la tele.
—¿Y Pau? —El pánico me invade.
—Se ha quedado en el restaurante.
—¿Qué? —«Pero ¿qué coño...?» Esto no me lo esperaba—. Está con él, ¿verdad? —pregunto a las dos mujeres, aunque ya sé la respuesta. Está con el capullo rubio que tiene al sheriff de padre.
—Sí —responde Karen, y si no estuviera atrapado con ella en medio de la nada le diría de todo por la sonrisita que está intentando ocultar.
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