Pau
Me duele el pecho, tengo la garganta seca y la cabeza me da vueltas. Básicamente, Pedro acaba de decirme que no me quiere y que sólo viene detrás de mí para acostarse conmigo.
Lo peor de todo es que estoy convencida de que no lo siente. Sé que me quiere, lo sé. A su manera, me quiere más que nada en el mundo. Me lo ha demostrado infinidad de veces durante los últimos meses. Pero también me ha demostrado que es capaz de cualquier cosa con tal de herirme, con tal de hacerme sentir débil, sólo porque tiene herido el orgullo. Si me quisiera como debería, no me haría daño a propósito.
No puede ser cierto que sólo me quiera por el sexo. No me ve como un juguete sexual, ¿o sí? Con él, las verdades y las mentiras varían tanto como su estado de ánimo. No puede haberlo dicho en serio. Pero lo ha expresado con tanta convicción... Ni siquiera ha pestañeado. La verdad es que ya no lo sé. A pesar de todas las peleas, las lágrimas y los agujeros en nuestra relación, siempre me he aferrado a la débil certeza de que me quiere.
Sin eso, no tengo nada. Y, sin él, no tengo nada. La mezcla de nuestros temperamentos irracionales y explosivos y de nuestra juventud está resultando ser demasiado.
«Existe una diferencia entre no ser capaz de vivir sin alguien y amarlo.» Sus palabras me destrozan de nuevo.
El aire de este lugar está demasiado cargado. Es demasiado denso y asfixiante, y las risas de los clientes se están volviendo siniestras. Busco una salida. Unas puertas de cristal que dan a un balcón están cerradas. Las abro y agradezco el aire fresco. Me siento ahí, mirando a la oscuridad, disfrutando de la paz de la noche y de mi propia mente, que se relaja.
No me doy cuenta de que la puerta se ha abierto hasta que Robert aparece a mi lado.
—Te he traído algo —dice, y levanta la botella de vino y la menea de manera juguetona.
Se encoge ligeramente de hombros y una enorme sonrisa se dibuja en su rostro atractivo.
Me sorprendo sonriendo de manera sincera a pesar del hecho de que por dentro estoy gritando y acurrucada en un rincón, llorando.
—¿Vino de autocompasión? —pregunto, alargando los brazos para coger la botella de etiqueta blanca.
Es el mismo que Max ha pedido antes; debe de haber costado una fortuna.
Sonríe y me coloca el vino en las manos.
—¿Es que acaso hay otro tipo de vino?
La botella está helada, pero tengo las manos casi entumecidas por el frío de febrero.
—Vasos. —Sonríe, y se mete las manos en los profundos bolsillos de su mandil—. No me cabían copas de vino de verdad, así que he cogido esto. —Me entrega un pequeño vaso de poliestireno y yo lo sostengo mientras él descorcha la botella.
—Gracias.
El vino llena el vaso y me lo llevo a los labios en cuanto termina de servirlo.
—Podemos ir adentro si quieres. Ya hemos cerrado algunas secciones, así que podemos sentarnos allí —dice Robert, y bebe un trago.
—No sé... —suspiro, y dirijo la mirada hacia la mesa.
—Se ha marchado —dice con la voz llena de compasión—. Y ella también —añade—. ¿Quieres hablar de ello?
—La verdad es que no me apetece. —Me encojo de hombros—. Háblame de este vino —digo por proponer un tema neutro y menos deprimente.
—¿De este amiguito? Pues..., a ver..., es... ¿viejo y madurado hasta la perfección? —Se echa a reír, y yo también—. Se me da bien bebérmelo, pero analizarlo, no tanto.
—Vale, pues del vino no. Háblame de otra cosa —digo.
Levanto mi vaso y apuro el contenido lo más rápidamente posible.
—Pues... —dice mirando detrás de mí.
Se me hace un nudo en el estómago al ver su expresión nerviosa, y espero que Pedro no haya vuelto para escupirme más veneno. Cuando me vuelvo, veo que esta vez es Lillian quien está en el umbral, y parece no estar segura de si debería salir o no.
—¿Qué quieres? —le pregunto.
Estoy intentando controlar los celos, pero el vino que inunda mi organismo no actúa en beneficio de mis modales. Robert recoge mi vaso vacío justo cuando el viento lo vuelca y empieza a rellenarlo. Tengo la sensación de que está tratando de mantenerse ocupado para evitar la dramática o incómoda situación que se avecina.
—¿Puedo hablar contigo? —pregunta ella.
—¿De qué tenemos que hablar? A mí me parece que está todo bastante claro.
Doy un sorbo al vino y dejo que el frío líquido inunde mi boca.
Para mi sorpresa, la chica no responde a mi mala actitud. Simplemente se aproxima a nosotros y dice:
—Soy lesbiana.
«¿Qué?» De no ser porque los ojos azul claro de Robert estaban fijos en mí, habría escupido el vino en el vaso. Desvío la mirada de él hacia ella y trago despacio.
—Es verdad. Tengo novia. Pedro y yo sólo somos amigos. —Frunce el ceño—. Si es que se nos puede llamar así.
Conozco esa mirada. Debe de haberle soltado alguna fresca.
—Entonces ¿por qué...? —empiezo. ¿Está siendo sincera?—. Antes estabais muy pegaditos.
—No. Él estaba algo... supongo que podría llamarse sobón, como cuando ha puesto el brazo sobre el respaldo de mi silla. Pero sólo lo ha hecho para darte celos.
—Y ¿por qué iba a hacer eso? ¿A propósito? —pregunto. Sin embargo, conozco la respuesta: para hacerme daño, claro.
—Le dije que te lo contara. Siento que hayas pensado que había algo entre nosotros. No lo hay.
Estoy saliendo con una chica.
Pongo los ojos en blanco y levanto la copa para que Robert me sirva más vino.
—Se te veía bastante cómoda siguiéndole la corriente —le espeto con crudeza.
—No era mi intención. No estaba pendiente de lo que estaba haciendo. Siento mucho que todo esto te haya hecho daño —dice con ojos sinceros y suplicantes.
Estoy buscando razones para echarle la bronca a esta chica, pero no se me ocurre ninguna. El hecho de que Lillian sea lesbiana es un gran alivio para mí, ojalá lo hubiera sabido antes, pero no cambia las cosas con Pedro. En todo caso, hace que su comportamiento sea aún peor, porque estaba intentando darme celos a propósito y, por si no fuera suficiente, me ha dicho las cosas más espantosas que se le han ocurrido. Verlo flirtear con ella no me ha hecho ni la mitad de daño que oírlo decir que no me quiere.
Robert me llena el vaso y yo bebo un pequeño sorbo mientras observo a Lillian.
—Y ¿qué te ha hecho cambiar de idea y decírmelo? La ha pagado contigo, ¿verdad? Ella sonríe ligeramente y se sienta a la mesa con nosotros.
—Sí, lo ha hecho.
—Eso se le da muy bien —digo, y ella asiente.
Salta a la vista que está algo nerviosa, y yo no paro de recordarme que ella no es el problema, sino Pedro.
—¿Tienes más vasos? —le pregunto a Robert, y él asiente sonriéndome con orgullo.
Siento unas ligeras mariposas en el estómago. Seguro que es por el vino.
—En el bolsillo, no, pero puedo ir adentro a por uno —se ofrece amablemente—. De todas maneras, deberíamos entrar ya. Se te están poniendo los labios morados.
Lo miro y a continuación desvío la mirada hacia los suyos. Son carnosos y rosados, y parecen muy suaves... ¿Por qué le estoy mirando los labios? Esto es lo que me pasa cuando bebo vino. Los labios que quiero mirar son los de Pedro, pero últimamente él sólo los usa para gritarme.
—¿Está dentro? —le pregunto a Lillian, y ella niega con la cabeza—. De acuerdo, entremos entonces. De todos modos, tengo que rescatar a Landon de esa mesa, especialmente de ese tal Max — digo sin pensar, y entonces miro a Lillian—. Mierda, perdona.
Ella me sorprende echándose a reír.
—No te preocupes. Sé que mi padre es un gilipollas, créeme.
No respondo. Puede que no sea una amenaza para mi relación con Pedro, pero eso no significa que me caiga bien, aunque en realidad parece bastante maja.
—¿Vamos a entrar o...? —Robert se vuelve sobre los talones de sus zapatos negros.
—Sí. —Apuro el resto de mi vino y me dirijo al interior—. Voy a buscar a Landon. ¿Estás seguro de que podemos beber aquí? Vas con tu uniforme —le pregunto a mi nuevo amigo.
No quiero que tenga problemas. Estoy algo achispada, y la idea de que su padre lo arreste me hace reír.
—¿Qué pasa? —pregunta mirándome con curiosidad.
—Nada —miento.
Entramos en el comedor y Lillian y yo nos dirigimos a nuestra mesa. Apoyo las manos en el respaldo de la silla de Landon y él se vuelve para mirarme.
—¿Estás bien? —pregunta en voz baja mientras Lillian habla con sus padres.
Me encojo de hombros.
—Sí, supongo. —No lo estaría si no estuviera casi borracha después de tantas copas de vino como me he bebido—. ¿Quieres venir con nosotros? Vamos a quedarnos aquí a beber un poco de vino..., un poco más de vino. —Sonrío.
—¿Quiénes? ¿Ella también? —Landon mira a Lillian, al otro lado de la mesa.
—Sí, es... es maja. —No quiero airear la vida personal de esta chica delante de todo el mundo.
—Le he dicho a Ken que iría a ver el partido con ellos a la cabaña de Max, pero si quieres que me quede lo haré.
—No... —Quiero que se quede, pero no me parece bien que cambie de planes por mí—. Tranquilo. Es sólo que pensaba que igual te apetecía alejarte de ellos —susurro, y él sonríe.
—Y me apetece, pero a Ken le hace ilusión que vaya porque Max es del equipo contrario.
Creo que piensa que será divertido ver cómo nos insultamos o algo. —Se inclina más hacia mí para que nadie nos oiga—. ¿Estás segura de que quieres quedarte a pasar el rato con ese chico? Parece simpático, pero seguramente Pedro intentará asesinarlo.
—Creo que sabe defenderse —le aseguro—. Que te diviertas viendo el partido.
Me agacho y pego los labios contra la mejilla de Landon.
Me aparto al instante y me cubro la boca.
—Perdona, no tengo ni idea de por qué...
—No te preocupes. —Se ríe.
Miro hacia la mesa y siento un alivio tremendo al ver que todo el mundo está a lo suyo.
Afortunadamente, mi embarazosa muestra de afecto ha pasado desapercibida.
—Ten cuidado, ¿vale, Pau? Y llámame si me necesitas.
—Lo haré. Y tú vuelve aquí si te aburres.
—Descuida. —Sonríe.
Sé que no se aburrirá viendo el partido con Ken. Le encanta pasar el rato con la única figura paterna que ha tenido. Pedro, en cambio, no comparte su entusiasmo.
—Papá, ya soy mayorcita —oigo protestar a Lillian desde el otro lado de la mesa.
Max sacude la cabeza una vez con autoridad.
—No hay ninguna necesidad de que estés vagando por la calle. Te vienes a la cabaña con nosotros y punto.
No hay duda de que es uno de esos hombres a los que les encanta tener el control absoluto sobre todo el mundo. La desagradable sonrisa de superioridad que se dibuja en su rostro lo confirma.
—Vale —responde su hija, frustrada.
Mira a su madre, pero la mujer se queda callada. Si me hubiera tomado otra copa más de vino, le soltaría algo al muy capullo, pero no quiero ofender a Ken y a Karen.
—Pau, ¿tú vuelves con nosotros? —pregunta Karen.
—No. Me quedaré aquí un rato si os parece bien. —Espero que no le importe.
Veo que mira a Lillian y después mira detrás de mí, donde Robert me espera en la distancia. Tengo la sensación de que no tiene ni idea de la orientación sexual de Lillian y está enfadada por cómo Pedro se estaba comportando con ella. Adoro a Karen.
—Por supuesto. Diviértete —dice sonriendo con aprobación.
—Eso haré. —Le devuelvo la sonrisa y me alejo de la mesa sin despedirme de Max y de su mujer.
—Cuando quieras. A ella no la dejan quedarse —le digo a Robert en cuanto llego a su lado.
—¿Que no la dejan?
—Su padre es un capullo. En realidad me alegro, porque no estoy segura de qué siento hacia ella. Me recuerda a alguien, pero no consigo saber a quién... —Dejo la frase a medias mientras sigo a Robert hacia una sección desocupada del restaurante.
En esta área cerrada del restaurante hay algunas mesas vacías, excepto por unas cuantas velas apagadas y los saleros y pimenteros.
Mientras nos sentamos me viene a la mente el rostro mutilado de Zed.
—¿Estás seguro de que no te importa pasar el rato conmigo? —le pregunto a Robert—. Pedro podría regresar, y tiene tendencia a agredir a la gente...
Él retira mi silla para que me siente y se ríe.
—Estoy seguro —responde.
Toma asiento enfrente de mí, rellena nuestros vasos de poliestireno con vino blanco y brindamos. El blando material de los recipientes se dobla ligeramente y carece del chinchín de las copas de cristal.
Resulta agradable, a diferencia del resto de este restaurante tan hosco.
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