Pau
El pánico me invade al ver a Pedro sentado al lado de esa chica. Ni siquiera parece percatarse de mi presencia cuando tomo asiento junto a Landon, al otro lado de la mesa, lo más lejos posible de él.
—Hola, y ¿tú quién eres? —me pregunta con una sonrisa el amigo de Ken.
Sé por su tono que es de la clase de hombres que se creen mejor que el resto de los presentes.
—Hola, soy Pau —contesto, y sonrío secamente y lo saludo con un gesto de la cabeza—. Una amiga de Landon.
Miro a Pedro y veo que tiene los labios apretados. Bueno, es evidente que él está entreteniendo a la hija de este hombre, de modo que ¿por qué fastidiarles la diversión?
—Encantado, Pau. Yo soy Max, y ella es Denise —dice el hombre señalando a la mujer que tiene al lado.
—Es un placer conocerte —dice Denise—. Hacéis una pareja encantadora.
Pedro empieza a toser. O a atragantarse. No quiero mirarlo para saber cuál de las dos..., pero no puedo evitarlo. Cuando lo hago, veo que me está fulminando con la mirada.
Landon se ríe.
—No, no somos pareja. —Mira a Pedro como esperando que diga algo.
Como era previsible, no lo hace. La chica parece algo desorientada y un poco incómoda. Me alegro. Pedro se acerca para decirle algo al oído y ella le sonríe y sacude la cabeza.
«¿Qué narices está pasando aquí?»
—Hola, soy Lillian, encantada de conocerte —se presenta con una sonrisa amistosa.
«Zorra.»
—Lo mismo digo —consigo articular en respuesta.
Tengo el corazón acelerado y apenas puedo ver con claridad. Si no estuviésemos compartiendo mesa con la familia de Pedro y los amigos de Ken, le tiraría a Pedro una bebida a la cara y, con el escozor de ojos, esta vez no podría interceptar mi bofetada. Nos colocan un menú delante de cada uno de nosotros y espero a que me llenen una de las copas con agua antes de cogerlo. Ken y Max empiezan a hablar sobre lo extraño que resulta tener que escoger entre agua del grifo y agua embotellada.
—¿Ya sabes qué vas a pedir? —me pregunta Landon en voz baja momentos después.
Sé que está intentando distraerme de Pedro y su nueva amiga.
—Pues... no lo sé —susurro, y le echo un vistazo al sofisticado menú escrito a mano.
Ahora mismo no puedo pensar en comer; tengo el estómago revuelto y apenas puedo controlar mi respiración.
—¿Quieres que nos vayamos? —me pregunta al oído.
Miro a Pedro, al otro lado de la mesa. Sus ojos se encuentran con los míos un instante antes de volverse de nuevo hacia Lillian.
«Sí. Quiero largarme de aquí y decirle a Pedro que no vuelva a hablarme en la vida.»
—No, no pienso ir a ninguna parte —digo, y me siento muy erguida en mi silla.
—Bien hecho —me alaba Landon mientras un atractivo camarero llega a nuestra mesa.
—Tomaremos una botella del mejor vino blanco que tengan —le dice el amigo de Ken, y él asiente.
Justo cuando se dispone a marcharse, Max lo llama.
—No habíamos terminado —dice, y pide una lista de aperitivos.
No conozco ninguno de los platos que ha pedido, pero supongo que, de todos modos, tampoco voy a comer mucho.
Intento desesperadamente no mirar al otro lado de la mesa, pero es difícil, muy difícil. ¿Por qué ha venido con ella? Y encima se ha arreglado para la ocasión. Como no lleve vaqueros debajo de la mesa, el poco corazón que me queda intacto se me partirá en mil pedazos. Siempre tengo que estar una hora rogándole para que se ponga otra cosa que no sean unos vaqueros y una camiseta y, en cambio ahora, aquí está, al lado de esa chica y con una camisa blanca.
—Les daré unos minutos para que vean el menú, y si tienen alguna consulta sobre los platos, mi nombre es Robert —dice el camarero.
Su mirada se encuentra con la mía. Se queda ligeramente boquiabierto y aparta la vista al instante sólo para volver a posarla en mí. Es este vestido y el maldito escote. Le regalo una incómoda sonrisa. Él me la devuelve y su cuello y sus mejillas empiezan a ponerse rojos.
Espero que mire a Pedro, pero entonces caigo en que, debido a nuestra distribución, los que parecemos pareja somos Landon y yo, y Pedro está con Lillian. Se me cae el alma a los pies de nuevo.
—Eh, tío. Tómanos nota o pírate —dice Pedro interrumpiendo mis pensamientos.
—Lo... lo siento —tartamudea Robert, y se aleja de la mesa a toda prisa.
Todas las miradas se centran en Pedro, la mayoría reflejando desaprobación por su comportamiento. Karen parece avergonzada, y Ken también.
—Tranquilos, volverá. Es su trabajo —dice Max quitándole importancia. Seguro que el comportamiento de mi novio le parece aceptable a alguien como él.
Miro a Pedro con el ceño fruncido, pero no parece importarle lo más mínimo, está demasiado cegado con esos puñeteros ojos azules. Al verlo con ella tengo la sensación de que no lo conozco de nada, como si me estuviera entrometiendo en la privacidad de un par de tortolitos. Ese pensamiento hace que me suba la bilis por la garganta. Me la trago y doy gracias cuando Robert vuelve con el vino y unas cubiteras acompañado de otro camarero, probablemente como apoyo moral. O por protección.
Pedro no le quita ojo de encima, y levanto la vista al techo ante su osadía. ¿Cómo se atreve a mirar mal al pobre chico cuando él está actuando como si no me conociera de nada?
Nervioso, Robert me llena la copa hasta el borde y yo le doy las gracias en voz baja. Me sonríe, esta vez con menos timidez, y se dispone a llenarle la copa a Landon. Nunca lo he visto beber, excepto en la boda de Ken y Karen, e incluso entonces sólo se tomó una copa de champán. Si no estuviese tan desolada por el comportamiento de Pedro, rechazaría el vino y no bebería delante de sus padres, pero ha sido un día muy largo, y sin el vino no creo que pueda aguantar toda esta cena.
—No, gracias —dice Ken colocando la mano sobre su copa cuando Robert se dirige hacia él.
Levanto la mirada para asegurarme de que Pedro no está preparando ningún comentario borde sobre su padre, pero lo sorprendo de nuevo charlando entre susurros con Lillian.
Estoy muy confundida. ¿Por qué está haciendo esto? Sí, nos hemos peleado, pero esto es demasiado.
Doy un largo trago y el vino me sabe fresco y deliciosamente dulce al paladar. Me dan ganas de bebérmelo todo de golpe, pero tengo que ir poco a poco. Lo último que necesito es emborracharme y ponerme sensible delante de todo el mundo. Pedro no rechaza el vino, pero Lillian sí. Él le pone los ojos en blanco para picarla, y me obligo a apartar la vista de ellos antes de convertirme en un mar de lágrimas e inundar el precioso suelo de madera maciza teñida.
—¡... Max estaba escalando por la fachada, y estaba tan borracho que tuvo que venir el equipo de seguridad del campus a bajarlo! —dice Ken, y todos nos echamos a reír.
Todos menos Pedro, claro.
Enrosco la pasta de mi plato en el tenedor y doy otro bocado. Me centro en lo deliciosos que están estos tallarines recién hechos y cómo parecen hacerse un ovillo alrededor de los dientes del tenedor. De lo contrario, tendría que centrarme en Pedro.
—Me parece que tienes un admirador —me dice Denise.
Levanto la vista y sigo la dirección de su mirada hasta Robert, que está recogiendo los platos de la mesa de al lado con los ojos fijos en mí.
—No le hagas mucho caso; es sólo un camarero que quiere lo que no puede tener —declara Max con una sonrisa ladina, sorprendiéndome con su insensibilidad.
—¡Papá! —Lillian fulmina a su padre con la mirada.
Él le sonríe y procede a cortar su filete.
—Perdona, cariño, pero es la verdad... Una chica tan guapa como Pau no debería fijarse en alguien que trabaje en hostelería.
Ojalá hubiera quedado ahí la cosa, pero ajeno, o inmune, a nuestra contrariedad, Max prosigue con sus denigrantes comentarios hasta que dejo caer el tenedor sobre mi plato formando un estrépito.
—Déjalo —me dice Pedro dirigiéndose a mí por primera vez desde que he llegado.
Asombrada, lo miro, miro a Max de nuevo y sopeso mis opciones. Se está comportando como un capullo, y yo me he bebido casi una copa entera de vino. Será mejor que cierre la boca como me ha indicado Pedro.
—No puedes hablar de la gente de esa manera —le dice Lillian a su padre, y él se encoge de hombros.
—Vale, vale —farfulla meneando el cuchillo un poco y masticando su filete—. Dios me libre de ofender a nadie.
A su lado, su mujer parece avergonzada mientras se limpia las comisuras de la boca con una servilleta de tela.
—Voy a necesitar más vino —le digo a Landon, que sonríe y desliza hacia mí su copa medio vacía. Sonrío ante su amable gesto—. Esperaré a que Robert vuelva a la mesa, pero gracias.
Siento los ojos de Pedro clavados en mí mientras miro a mi alrededor por el restaurante. No veo al camarero rubio por ninguna parte, de modo que alargo el brazo, cojo la botella yo misma y me relleno la copa. Me quedo esperando a que Max haga algún comentario sobre mis modales, pero se contiene. Pedro tiene la mirada perdida en el restaurante y Lillian está hablando con su madre. Yo me encuentro en mi propio mundo, en una fantasía en la que mi novio está sentado a mi lado, con una mano sobre mi muslo, y se inclina para hacerme algún comentario descarado que me hace reír y ruborizarme.
Me siento algo mareada mientras apuro la comida que queda en mi plato y me termino mi segunda copa de vino. Landon está charlando con Max y Ken sobre deportes, cómo no. Me quedo mirando el mantel estampado intentando buscar caras o imágenes entre los remolinos blancos y negros. Encuentro un grupo que parece formar una «H», y empiezo a trazarla con el dedo varias veces. De repente me detengo y levanto la vista al instante, alarmada por si me ha visto dibujando la letra.
Pero Pedro no me está prestando atención, sólo tiene ojos para ella.
—Necesito un poco de aire —le digo a Landon, y me levanto.
Mi silla chirría contra el suelo de madera y Pedro me mira un momento, pero entonces finge que sólo estaba buscando el agua antes de continuar su conversación con su nueva chica.
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